Foto: José Almeida / Gentileza Pausa
Desde Santa Fe
A dos décadas del crimen hídrico en el que un tercio de la ciudad quedó bajo las aguas del río Salado, en Santa Fe se reclama memoria y se denuncia la impunidad de los responsables políticos. El entonces gobernador Carlos Reutemann, que no tomó medidas para preservar a la población ante la creciente, murió sin ser siquiera imputado.
Ciudad de Santa Fe. 29 de abril de 2003. Son las 10 de la mañana y una garúa finita humedece el cuerpo. El sol lleva varios días sin aparecer. Una mujer llora, apenas puede hablar. Cuando logra articular una palabra dice: “Perdí todo, la heladera, todo”. Y otra vez los ojos se le llenan de lágrimas. A su alrededor, el río Salado corre por la avenida Presidente Perón, que se extiende de norte a sur en el extremo oeste de la ciudad. La gente camina apurada con el agua a la rodilla, los pantalones mojados, las caras desencajadas. Un chico lleva una jaula con un loro. Una señora va con su nieto en brazos. Alguien pide a gritos una ambulancia. Más allá, otra mujer pide ante una cámara de televisión que por favor venga algún flete para ayudarle a sacar sus cosas: la cama y la ropa.
La imagen es la de un éxodo de gente que sólo va con lo puesto en dirección al este. El río Salado se desbordó y apenas tuvieron tiempo de salir de sus casas. En cuestión de minutos el agua les llegó a la altura de la cintura. Así, mojados y a la intemperie, buscando algún familiar que justo había salido de la casa, caminan para encontrar un lugar seco. Seco y con techo, porque sigue lloviendo.
En esas circunstancias es que los vecinos de la zona oeste de Santa Fe llegaron a escuelas o clubes que se iban llenando de chicos y grandes angustiados, asustados, desesperados. Y, sobre todo, abandonados. Porque ese 29 de abril había comenzado como un día más: la mayoría estaba trabajando cuando sus propios vecinos o familiares les avisaron que el agua estaba llegando, a toda velocidad, al barrio.
Nadie del gobierno provincial o municipal alertó a la población sobre el peligro, ningún organismo oficial estableció un plan de evacuación ante el desastre. Al contrario: el entonces intendente, Marcelo Álvarez, informó en la radio que los barrios del sudoeste no se verían afectados. Le pidió a la gente que se quedara en sus casas. Y la gente le creyó. Al atardecer del 29, una corriente de agua fría y marrón fluyendo a toda velocidad la encontró subiendo a los techos para escapar de la muerte.
Vanesa Fernández, que vivía en el barrio Centenario, iba en una canoa con sus vecinos rodeando la cancha de Colón, en el extremo sur de la ciudad. El río tenía, en ese barrio, una altura de cinco metros. La energía eléctrica estaba cortada y, en la oscuridad de la madrugada, la canoa se dio vuelta. La mujer perdió allí a su bebé, de apenas 21 días. Se llamaba Uriel Castillo y es una de las 158 víctimas fatales que dejó la inundación, entre personas muertas por asfixia por inmersión, infartos, suicidios y accidentes cerebrovasculares. El Estado provincial sólo reconoció a 23.
Veinte años después, el movimiento de inundados que surgió luego de los hechos de 2003 sigue reclamando justicia. Álvarez y, el entonces gobernador, Carlos Reutemann hoy están muertos. El primero fue condenado por estrago culposo a tres años de prisión en suspenso, pero murió a los dos meses de conocerse la sentencia, en abril de 2019. El segundo, primo del Presidente de la Corte Suprema de Santa Fe (Rafael Gutiérrez) gozó de impunidad hasta su muerte en 2020: ni siquiera fue imputado.
La socióloga santafesina Tamara Beltramino destaca que «los inundados movilizados crearon discursos con fuertes semánticas sobre el crimen hídrico, el crimen evitable señalando la responsabilidad estatal y que no se trató de un fenómeno natural, sino de un atentado contra las personas«. En el contexto de la crisis de 2001 y de un Estado que hambreaba, la inundación de Santa Fe fue una muestra brutal de violencia neoliberal.
Por una defensa abierta
Al desastre le sigue la pregunta: ¿Por qué un tercio de la ciudad de Santa Fe quedó bajo el río Salado en abril de 2003?
Y sobrevienen algunas respuestas: suelos afectados por el desmonte que no permitían que el agua escurra, lluvias extraordinarias en los meses anteriores, una obra de defensa que debía cerrarse provisoriamente ante las crecientes (y no se cerró) y un puente angosto que no dejaba fluir un río que llegaba a la capital provincial con un caudal histórico: 3954 metros cúbicos por segundo.
Pero aún hay otra pregunta: ¿Cómo se explica que ese tercio de la ciudad perdiera totalmente sus viviendas? ¿Por qué hubo 158 muertos por una inundación en una ciudad litoraleña?
Dos respuestas. El Estado no sólo no avisó a la población, sino que desestimó hasta último momento la gravedad de los hechos. Además de no cerrar la defensa, no hubo un plan de evacuación ni un plan de atención para los barrios afectados.
El 27 de abril, cuando el agua empezó a entrar a la ciudad, el río Salado tenía una altura de siete metros. Ese día se llevaron a cabo las elecciones nacionales y la gente fue a votar sin saber del peligro inminente. El Intendente dijo entonces a los medios: “Con el pronóstico que me han dado esta mañana y por cómo estamos en los distintos barrios, la situación es realmente preocupante. No descartamos declarar la emergencia hídrica en la ciudad”.
También ante las cámaras y en su lugar de votación, el gobernador Carlos Reutemann afirmaba: “Es un día que está signado por todo lo que está pasando en meteorología, tenemos una provincia con enormes dificultades climáticas y siete departamentos con serias dificultades. Tenemos un desastre en la provincia, es una catástrofe lo que nos está pasando”.
Sin embargo, ambos funcionarios decidieron no hacer nada.
“Crecía y crecía y no nos dio tiempo a nada. Es desesperante: nunca me pasó esto. Siento indignación porque ayer llamamos a la Intendencia y al Cobem (Central Operativa Brigada de Emergencias Municipal) pero por la cuestión de la política nadie hizo nada”, lloraba una vecina al día siguiente, cuando las elecciones ya se habían concretado. Su testimonio fue grabado por las cámaras de Cable y Diario y es parte del documental La lección del Salado.
En ese momento, el Salado tenía 7,48 metros.
Al atardecer del 28, el intendente Álvarez anunciaba por televisión: “Acá con un grupo de vecinos del lugar se está intentando cortar el agua que está entrando por el hipódromo. Esta noche haremos una nueva evaluación en la municipalidad y posiblemente tengamos que hacer un comité de crisis general, de evacuación y autoevacuación porque yo creo que a estas alturas la situación ya está perdida”.
Desmontes, lluvias y un río que sí avisó
El 3 de mayo de 2003, cuando el desastre había tomado relevancia nacional, Reutemann brindó una conferencia de prensa. Cuando se le preguntó por qué no había dado aviso ni había emitido una orden de evacuación, él respondió: “A mí nadie me avisó lo que estaba pasando”.
La ciudad de Santa Fe está rodeada por el río Salado al oeste y los bañados del Paraná al este. El río Salado recorre las provincias de Salta, Catamarca, Tucumán, Santiago del Estero y Santa Fe. En esta última, que cruza de oeste a este, la primera parte de su cuenca se desarrolla en los Bajos Submeridionales, donde el terreno es plano y bajo. Luego le sigue un área de transición y posteriormente la zona de desembocadura —a la altura de la capital provincial— en el Paraná.
Actualmente la ciudad está circundada por un anillo defensivo para evitar que la creciente de esos cursos de agua impacte en el casco urbano. Pero en abril de 2003 la defensa oeste estaba abierta.
Ese terraplén, que también tiene una función vial (es la avenida de Circunvalación Oeste), fue inaugurado sin terminar —también en año electoral y con toda la pompa— en agosto de 1997. Se construyeron sólo los dos primeros tramos y se dejó el tercero para una etapa posterior. Los planes de obra indicaban que, en casos de crecientes extraordinarias en la cuenca del Salado, se debía hacer un cierre provisorio de 1500 metros. Ese cierre provisorio estaba dibujado en los mapas a la altura del hipódromo de la ciudad (en el centro oeste). Fue por allí por donde comenzó a ingresar el agua el 27 de abril. Primero lentamente pero, al día siguiente, con fuerza hacia el sur buscando la desembocadura natural del Salado en el Paraná.
Entre octubre de 2002 y abril de 2003 se produjeron en la cuenca del río lluvias extraordinarias. En la causa judicial que investigó los hechos, los peritos Bacchiega, Bertoni y Maza explicaron que “debido a una superposición de años húmedos y, fundamentalmente, a los cambios en las modalidades productivas, que se traducen en la eliminación de los montes nativos, la disminución de la capacidad de infiltración y las canalizaciones, entre otras, se observa una mayor actividad dinámica del valle, siendo más frecuente la ocupación del mismo por parte del agua”.
La pericia —pedida por el juez Diego de La Torre— consigna que en los tres primeros meses de 2003 se registraron crecidas en el Salado cuyos picos superaron los 1000 metros cúbicos por segundo (16/01, 1150 m3/s; 10/02, 1073 m3/s; 11/03, 1378 m3/s). Las crecientes fueron ocasionadas por las lluvias. En abril continuó lloviendo, en especial los días 2, 3 y 4 y posteriormente el 20. Los días 23 a 25 y 28 y 29 de abril también se produjeron tormentas. El 30 de abril, el río registró un caudal histórico: 3954 m3/s. En ese momento el agua ya inundaba por completo el oeste de la ciudad.
Un informe de la Universidad Nacional del Litoral, publicado el 3 de junio de 2003, explica las causas de esa situación climática. “Esta persistencia de condiciones húmedas en nuestra zona es debida a la situación de ‘cambio climático’ en la que está inmersa la región, caracterizada por la aparición, cada vez con más frecuencia, de eventos lluviosos muy intensos y arealmente concentrados. La expansión de las ‘fronteras agrícolas’, alentada por los precios de los productos en los mercados internacionales y por el desarrollo tecnológico de la industria agroquímica, se está produciendo sin un análisis de su incidencia sobre los recursos hídricos. La sobreexplotación agrícola del suelo produce un deterioro de su estructura, reduce su capacidad de almacenamiento y aumenta su potencial de escurrimiento”.
Hasta entonces, las inundaciones más importantes —en términos de alcance— habían sido en 1905, 1966, 1983, 1995 y 1998. En todas ellas, el agua llegó desde el Paraná. Pero en 2003, como en 1973, la creciente fue del Salado. En 2003 el río Paraná estaba bajo, lo que ayudó aún más al rápido escurrimiento de un río crecido por las lluvias en dirección al este.
Había sobradas muestras de que la ciudad estaba ante un riesgo hídrico real, por lo tanto la inacción estatal no puede explicarse sino como una acción de violencia y abandono.
El 10 de marzo de 2003 se produjo un socavón en la Circunvalación Oeste a la altura del barrio Santa Rosa de Lima, ubicado a cuatro kilómetros al sur de la abertura de la defensa. Los medios informaban que los camalotes destruían la defensa por no tener el mantenimiento adecuado.
Ante la inacción del Estado, los vecinos hicieron una protesta. Pedían arena, palas y bolsas para tapar el socavón. Ese mismo día las defensas desbordaron en el norte de la ciudad y muchos vecinos perdieron sus casas. Entre el agua y el barro, reclamaban lo mismo: hacía tiempo venían pidiendo intervención estatal y no habían tenido respuestas. El 12 de marzo, Oscar Yappert, de la Dirección Provincial de Vialidad informaba que “ya se estaban haciendo los trabajos”. Sin embargo, la defensa abierta cuatro kilómetros al norte continuó sin cerrarse.
No hay fenómenos ambientales sin responsabilidad humana
Tamara Beltramino es licenciada en sociología. Su tema de estudio es la inundación de 2003 (y la de 2007, que no fue fluvial sino pluvial). Mientras la ciudad de Santa Fe se moviliza para recordar 20 años de la inundación del Salado, la especialista analiza lo que dejo aquel episodio.
«Empecé a estudiar este tema porque me preguntaba cómo puede ser que ese desastre, que no tenía otro correlato en términos hídricos, quede tan perdido en la memoria», explica. Y señala algo que tiene que ver con el sentido común. En la cotidianidad urbana de la ciudad de Santa Fe, la problemática del agua y las inundaciones tiene más que ver con las lluvias que con los cursos fluviales de la cuenca del Salado o del Paraná. Es frecuente que llueva y se aneguen las calles y las casas, sobre todo en los terrenos más bajos. Lo que sale completamente de lo esperado es que un día comience como cualquier otro y en pocas horas el techo de tu casa se convierta en un cuadradito de chapa rodeado por el río.
Para Beltramino, una de las cosas que más ha marcado a los santafesinos y que hace que hoy se siga luchando por memoria, es que la inundación de 2003 ocurrió «por la existencia de una obra de defensa inconclusa». Y agrega: «Así ocurrió el drama de que a lo largo de la ciudad, desde el norte hacia el sur, se fue progresivamente inundando con una gran magnitud de cantidad de agua. El Estado recién tomó medidas cuando el agua no paraba de subir y estaba llegando a las áreas centrales».
Efectivamente: así como el agua entró velozmente por la obra abierta, luego no tenía por dónde escurrir. Había que dinamitar el terraplén para que el río vuelva a su cauce. El gobernador Reutemann recién dio la orden cuando la inundación estaba llegando a la zona céntrica.
La socióloga agrega que los hechos revelaron «la despreocupación de parte de las autoridades en dos vías: en el modo de gestionar el problema de las inundaciones posibles en Santa Fe y en la falta de atención para los damnificados en los días y en los meses después».
En su trabajo «Construcción social del riesgo y conflictividad ambiental. La emergencia de una arena posdesastre tras la inundación de Santa Fe del año 2003«, incorpora el concepto de posdesastre. Al respecto, explica: «El desastre no es sólo el momento en que el agua entra a tu casa; tiene su raíz en el antes, en el modo en que estamos situados en la ciudad, en el modo en que nos preparamos como sociedad para gestionar los riesgos probables. El posdesastre es cuando los afectados reconstruyen lo que pasó».
«Una cosa es vivir la experiencia de sufrir el desastre y otra cosa es empezar a darte cuenta de que las autoridades no cumplieron lo que debían cumplir, que era hacer la defensa y un plan de contingencia para una situación así. Acá se decidió no actuar, o sea no informar: silenciar que algo estaba pasando», agrega.
Como forma de eludir las responsabilidades, el gobierno de Santa Fe enseguida se propuso instalar el relato de un desastre ambiental imprevisible. Pero la búsqueda de justicia del movimiento de inundados que se generó con posterioridad a 2003 hizo mella en ese objetivo.
«Ninguna de las cuestiones ambientales que nos afectan son meramente naturales y obligan también a que los Estados articulen estrategias ante eso. Ese fue un gran aporte de los inundados, porque rápidamente dijeron ‘esto no es natural’ para disputar esa lectura del reutemanismo, asociada al aluvión que nadie pudo ver, a la excusa del gobernador de ‘a mi nadie me avisó'».
Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva