“Va a ser más fácil lograr una vacuna efectiva que conseguir que se distribuya de forma justa”

Martín Cúneo

Foto: Pedro Gullón y Javier Padilla, autores de ‘Epidemiocracia’ (Capitán Swing, 2020). (Cristina Candel)

La crisis sanitaria provocada por el covid-19 no se puede entender sin la crisis social, económica, climática, sin los conflictos de clase, las luchas antirracistas y feministas, sin los recortes sociales de décadas de políticas neoliberales. Las distintas crisis “contienen a otras” y se anidan como muñecas matrioshkas, según uno de los términos que utilizan Javier Padilla y Pedró Gullón en su libroEpidemiocracia (Capitán Swing, 2020). Padilla, médico de familia y autor de ¿A quién vamos a dejar morir? (Capitán Swing, 2019), y Gullón, epidemiólogo y especialista en medicina preventiva, analizan el marco político económico y político en el que se desarrolla la actual crisis sanitaria, que han determinado, al igual que en las pandemias del pasado, su desarrollo e impacto en los diversos países el mundo.  

Se ha repetido hasta la saciedad que el virus no distingue de clases sociales y fronteras. ¿La evolución de la pandemia ha echado por tierra esta afirmación?
Pedro Gullón: Esta es una cuestión que se repitió mucho al principio de la pandemia, y que creo que su objetivo inicial era hacernos ver que cualquier persona podía ser vulnerable, y en sí ese mensaje no tiene por qué ser negativo. El problema es que ocultaba una gran parte de la realidad, el riesgo de contraer la enfermedad es dependiente de clases sociales. La frase de que el virus no distingue de clases sociales se decía en el confinamiento mientras un consultor de PricewaterhouseCoopers teletrabajaba aislado en su domicilio y una cajera de supermercado se exponía todos los días a tratar con clientes. Son la situación socioeconómica, el género, o el estado migratorio los que determinan el tipo de trabajo que tienes —con posibilidad de teletrabajo o no— o el hacinamiento de la vivienda.

La frase de que el virus no distingue de clases sociales se decía en el confinamiento mientras un consultor de PricewaterhouseCoopers teletrabajaba aislado en su domicilio y una cajera de supermercado se exponía todos los días a tratar con clientes

Además, como las condiciones que pueden empeorar la evolución del covid-19 —enfermedades respiratorias o cardiovasculares— siguen el mismo patrón social, las personas en situaciones menos aventajadas están, no solo a más riesgo de contraer la enfermedad, sino que pueden ser más vulnerables a las consecuencias médicas del covid-19.

Decía el escritor Yuval Harari que en el contexto de grandes crisis cuestiones que tardaban años o décadas en conseguirse, se alcanzban en cuestión de semanas o de días… ¿Qué cosas han cambiado? ¿Alguna para bien?
Javier Padilla: Decía algo parecido Naomi Klein recientemente, señalando que situaciones como la actual no tienen que seguirse obligatoriamente de grandes cambios de ciclo, pero que es justamente en estas circunstancias en las que los grandes cambios han tenido lugar históricamente. Un ejemplo claro podría ser la aprobación del Ingreso Mínimo Vital. Estaba ahí, siendo trabajado desde hacía tiempo, pero necesitó una pandemia que parara gran parte de la actividad económica para aprobarse sin oposición parlamentaria alguna.

P.G.: Al final hay algunos temas que llevan trabajando colectivos políticos desde hace muchos años que han encontrado una ventana para poder aprobarse en este momento de urgencia. Desde el punto de vista más sanitario, en España teníamos la Ley General de Salud Pública aprobada desde el 2011 y enterrada en un cajón, y parece que esta situación ha generado amplios consensos para avanzar en su desarrollo normativo.

Desde respuestas como la de EE UU y Brasil, a gestiones como la Argentina o España, Alemania o Suecia… ¿A quién ha dado el tiempo la razón?
J.P.: El tiempo va pasando y es difícil hacer rankings y comparaciones en plena tempestad y con muchos países en plena fase de nuevos brotes. Todo el mundo ponía de ejemplo a Singapur en un principio, pero rápidamente tuvo una segunda ola epidémica afectando especialmente a trabajadores migrantes viviendo y trabajando en condiciones muy precarias. Tal vez sí se puedan hacer algunas afirmaciones, y una de ellas es que las estrategias de seguir la vida con normalidad para preservar la salud de la economía, como ha hecho Suecia, suponen una elevada tasa de casos y, además, se acompañan de un daño a la economía relacionado con la dependencia exterior que esta tenga, dado que si los demás países sí establecen medidas de confinamiento, tendrá su efecto también en el comercio exterior. La capacidad de responder bien depende no solo de la estrategia elegida sino muy especialmente del sustrato construido en los años previos, con instituciones fuertes, capacidad industrial, cierto aislamiento turístico y servicios sanitarios solventes cualquier estrategia es más probable que funcione.

Los cuidados de las personas dependientes y vulnerables no han sido consideradas un problema colectivo, sino una carga que dejar en manos de empresas con ánimo de lucro, y las consecuencias son claras

¿Qué enseñanzas deja el primer brote? ¿Se ha tomado nota o se están repitiendo los mismos errores?
J.P.: Creo que tenemos que diferenciar entre aprendizajes del sistema y cambios materiales en los mismos. Los aprendizajes creo que tendremos que esperar para verlos, puesto que necesitan de una parte de calma y análisis, además de cambio en la cultura de la organización, que llevará cierto tiempo pero que llegará, como se ha visto en países que han pasado por fuertes epidemias como ha ocurrido en algunos países del sudeste asiático en relación con el SARS. En relación a los cambios en los sistemas sanitarios, sí que creo que de cara a los nuevos brotes de covid-19 estamos algo mejor que al principio, especialmente en dos aspectos: una mayor, aunque insuficiente, dotación de personal para la realización de la vigilancia epidemiológica y un nivel más alto de flexibilización de la estructura hospitalaria para poder adaptarse a lo necesario en cada momento.

P.G.: Gran parte del sentido de la desescalada era compensar la descapitalización de los servicios de vigilancia de los últimos 10 o 15 años. En ese sentido, se ha intentado hacer un esfuerzo por compensar la situación previa. No obstante, todavía no sabemos si ese esfuerzo ha sido suficiente y, sobre todo, se trata de un elemento coyuntural al covid-19 o se va a apostar por potenciar la salud pública en los aspectos que no son la vigilancia epidemiológica, como, por ejemplo, en la evaluación de impacto en salud que tienen las políticas no sanitarias o en la reducción de las desigualdades sociales en salud.

¿Qué tiene que ver esta crisis con la ecológica, con la climática, con la económica, con el racismo?
J.P.: En el libro utilizamos el término de crisis matrioshka como forma de mostrar que unas crisis contienen a otras y la búsqueda de soluciones no puede segmentarse por temas, sino que ha de impregnarse de la mirada ecológica, feminista, antirracista y de justicia social para poder dar respuestas firmes y transformadoras. En relación concreta con el racismo, las causas de unos y otros problemas comparten en gran parte, con las singularidades de cada problema, lo que podríamos denominar las causas fundamentales, esto es, la existencia de un modelo de dominación material y cultural que genera opresiones e injusticias económicas, culturales y políticas.

Tenemos la capacidad de proteger vidas ahora del covid-19, y tenemos herramientas en forma de políticas públicas de gasto y redistribución para hacer frente a las consecuencias de la recesión

Se ha hablado mucho de las consecuencias sanitarias del covid-19, pero muy poco de las consecuencias en la salud de la crisis social que se viene encima o del hambre que provoca en ciertos países las medidas contra el covid-19… ¿En qué punto es peor el remedio que la enfermedad?
P.G.: Podemos pensar la relación entre la protección de salud y la protección de la economía —productiva— como una serie de ciclos. Mucha gente puede pensar que las vidas que protegemos ahora solo las estamos dilatando en el tiempo porque la crisis económica que venga después va a traer más hambre y más mortalidad. Sin embargo, y tal como dice David Stuckler en su libro Por qué la austeridad mata, no es la recesión económica en sí misma lo que mata, son las políticas de austeridad que suelen estar asociadas. Por tanto, tenemos la capacidad de proteger vidas ahora del covid-19, y tenemos herramientas en forma de políticas públicas de gasto y redistribución para hacer frente a las consecuencias de la recesión por el parón de la actividad económica.

¿A quién vamos a dejar morir? parece un título profético para un libro visto lo ocurrido. ¿Se podría hablar de gerontocidio o un genocidio por omisión determinado por la edad de los pacientes?
J.P.: Creo que se puede hablar de un descuido, desde hace décadas, de las condiciones de cuidado de las personas dependientes, y en ese marco el covid ha sido la gota que ha colmado el vaso y ha desencadenado unas consecuencias que descansan sobre las circunstancias previas. Los cuidados de las personas dependientes y vulnerables no han sido consideradas un problema colectivo, sino una carga que dejar en manos de empresas con ánimo de lucro, y las consecuencias son claras.

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