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En Uruguay, los libros de Historia nos robaron las mujeres

Resumen Latinoamericano

Por Gonzalo Abella

En los libros de Historia nos robaron las mujeres. De las hijas de pueblos originarios quedan difusas memorias orales que exaltan su sabiduría, su coraje, y la sabiduría yuyera, partera y manosanta que legaron a sus hijas mestizas. De las madres africanas, quedaron las santeras y la figura simbólica de la “mamavieja”, que en el ritual religioso del candombe originario, es memoria femenina ancestral. Protege al chamán (“gramillero) cuando éste incorpora al espíritu ancestral que llega respondiendo a la “llamada” de la cuerda de tambores.

María Aviará (“China María”), la primera lancera artiguista caída en 1811, sólo es recordada en una callecita de Paysandú. Victoria la Cantora, (o “la payadora”) que galopaba lanza en mano y guitarra a la espalda, intérprete de los cielitos de Hidalgo, autora ella misma de cantos patrióticos en los fogones del Primer Sitio a Montevideo, también fue borrada de los libros. Melchora Cuenca, la bella lancera heroica oriunda del Paraguay, , sólo es recordada como una de las amantes de Artigas, y se oculta que fue ella que lo dejó a él, para irse a vivir con un montonero entrerriano. Josefa Oribe, hermana del futuro fundador del Partido Blanco, fue expulsada del Montevideo por los colonialistas porque en el Segundo Sitio ejecutaba en el piano familiar himnos independentistas. Terminó en los campamentos montoneros. Se le llamó “la tupamara”, nombre que por cierto nunca mereció su hermano.

Petrona Rosende, poetisa y escritora feminista montevideana, dirigió un periódico en Buenos Aires, en tiempos de Rosas, proclamando audazmente los plenos derechos de la mujer.

A fines de la Guerra Grande, una mujer de origen guaraní de Santa Rosa del Cuareim (Luisa Tiraparé, “La Capataza”) hizo una verdadera reforma agraria en San Borja del Yi (Durazno) ; su gente fue masacrada por el Ejército. Es posible que el catalán Ferrer, que le dio apoyo a esta comunidad, sea el mismo proudhonista fundador de la Primera Internacional que desapareció misteriosamente en Europa; habrá que investigar.

En la segunda mitad del siglo XIX hubo un rancherío cerca de Capilla del Sauce (“Las Chircas”) regida por un matriarcado de origen charrúa. “¿Macho acá? Para preñar y se va” decían “las chingolas” de Las Chircas. Facón y revólver en la cintura, fueron domadoras y alambradoras, troperas y contrabandistas, curanderas y parteras, mujeres libres. Diferentes e igualmente hermosas que sus vecinas guaraníes de San Borja del Yí, no cultivaron la tierra con el mismo fervor que las borjianas.

Las gloriosas lanceras de Aparicio Saravia fueron injustamente confundidas con las columnas de mujeres pobres que acompañaban a los soldados de línea para lavar ropa y ofrecerse por comida. Habrá que levantar, como un símbolo de todas las lanceras, a Isidora Altez que acampaba con sus cuatro hijos adolescentes, teniendo como almohada el fusil arrebatado en combate a los “colorados”.

Ya en los albores del siglo XX, la poesía audazmente erótica de Delimira Agustini, la intelectualidad rimada de María Eugenia, el valiente feminismo batllista, opacan el prodigio de Juana de Ibarbourou, acusada de vulgar porque en lugar de mirar hacia París miraba hacia Cerro Largo, y que tuvo la audacia de introducir el lenguaje fronterizo en su poesía y en su prosa transgresora.

Y me faltan las mujeres obreras, María del Carmen Días, Julia Arévalo, y tantas otras; y Julia Skorino, la primera campesina caída en la resistencia contra la dictadura de Terra en 1933. Después, bueno, muchas compañeras ganaron su derecho a nuestra gratitud eterna en el pasado reciente; pero aún sin nombrarlas, esta es la página de mi diario que me quedó más larga, y la que me quedó más corta.

Este material se compartió con autorización de Resumen Latinoamericano

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