Unan Berta Cáceres wauna (o yo soy Berta Cáceres)

Paula Álvarez*

Ilustración: Diana Fookes

El río Gualcarque corre. Atraviesa la tierra y va dejando la posibilidad de que otros corran.

Un río siempre está lleno de vida, la disemina a su paso y en ese andar derrama peces, agüita para beber, arcilla para amasar, pájaros que le planean rasantes, vida siempre.

Las milpas crecieron a sus márgenes, repletas de calabazas, shimak (frijoles) y ama(maíz), el sagrado, el  dador de la vida. En sus orillas también se arma la compostura, ese agradecimiento a la tierra, al maíz y el agua, esa prueba de amor a la dispensadora de bienes, a la propiciadora de la vida, a la madre tierra, el principio y el fin.

El wara Gualcarque corre. 

Enik, enik. Escuchar, escuchar. El río habla. Escuchar.

La madre de Berta es partera. Alumbró la vida de muchos, dicen que miles. También fue alcaldesa de La Esperanza, allá, en Honduras. Las vecinas no tenían dineros para pagar el parto, así que los nacimientos estaban rodeados muchas veces de gallinas, verduras y tamales.

La madre de Berta fue perseguida, amparó refugiados de la guerra civil de El Salvador, sufrió la vigilancia y el acoso durante más de 12 años, vivió el secuestro y la tortura de dos de sus hijos y en 1992 ella misma fue secuestrada por un coronel hondureño formado en La Escuela de las Américas.

La madre de Berta alumbró a Berta, la parió de sus entrañas y la paró en el mundo el 4 de marzo de 1973.

Berta creció. Y también participó de los alumbramientos de su madre partera, cuando las mujeres llegaban a la casa y, en ausencia de electricidad, la niña daba luz con una candela para llenar de claridad a ese nuevo ser.

Berta creció en la tierra del cacique Lempira, ese que en 1537 combatió contra el invasor europeo desde el cerro Cerquín y que una vez vencido fue decapitado, y su cabeza, paseada para disciplinar a los lencas y obligarlos a renunciar a su vida en libertad.

Berta creció en la tierra de Comizahual, la mujer jaguar, la voladora, la que llegó una vez y enseñó al pueblo lenca el cultivo del grano sagrado de maíz. Y dicen que dicen que portaba una piedra de tres puntas con un rostro en cada una de ellas. Era una piedra mágica que la hacía vencer en las batallas. Después de haber organizado al pueblo, desapareció en medio de una tempestad, volando al cielo como pájaro.

Y los dejó dueños de su destino.

Después, el tiempo cayó como gota de resina y fue atrapando voces, rostros, porvenires, sudores y sangres.

Berta creció en la tierra del copal, la tierra del dar y recibir, del agradecimiento, del humo que cura todo mal, de la penca de magüey que se llena generosamente de ese líquido ambarino que chorrea después del corte, siempre en diagonal, para que la planta pueda curarse, para que siga siendo fuente, para que siempre haya humito para elevar al cielo.

A Berta también le abrieron el cuerpo, como a un copalhuitl, pero el hueco no derramó resina, ni quienes lo hicieron recordaban de dónde venían.

A Berta la mataron en la madrugada del 3 de marzo de 2016, en su casa del Barrio La Esperanza, al oeste de Tegucigalpa, Honduras. 

Tres balazos en medio de su cuerpo, tres huecos que se llevaron su vida mientras el amigo Gustavo Castro Soto le susurraba «Bertita, no te vayas». No fue suficiente. Berta dejó de ser Berta la que era y comenzó a ser Berta la que es.

¿Quién es Berta Cáceres?

Berta es el río Gualcarque, es cada piedra, cada grano de maíz, cada jaguar, cada mujer lenca con su pañuelo colorido y su voz denunciando la injusticia. Cada rayo, cada nube, cada cenzontle tiene su canto.

Allá por el 2009, quienes vivían a orillas del Gualcarque comprendieron definitivamente que la conquista de este continente nunca terminó. Unos pocos días después del golpe que derrocó al presidente Manuel Zelaya, se otorgaron 47 concesiones a empresas mineras y de energía para la explotación del territorio hondureño. Se declaró que el país estaba «abierto a los negocios». Un enclave trasnacional, invitado por un gobierno servil, comenzó a desplegar sus armas sobre el territorio bajo el amparo de un marco jurídico que aseguraba el saqueo y permitía el despliegue de fuerzas militares para garantizarlo.

Como en toda América, el saqueo viene presentado como salvación. Las ideas de progreso y modernidad son los estandartes de los depredadores.

En Honduras, la expoliación también está garantizada por una justicia que brinda impunidad a los poderosos y criminaliza a quienes se oponen.

El COPINH (Consejo Cívico de Organizaciones Populares e indígenas de Honduras) fue fundado en 1993 por un grupo de indígenas, entre ellos, Berta Cáceres. Desde sus inicios, se definió como un movimiento antirracista, antipatriarcal y anticapitalista, que lucha en defensa del medio ambiente, la cultura lenca y la justicia social.

En sus filas marchan niños, adultos, jóvenes y ancianos. Cada vez que hay una reunión, bajan al río y ahí se los ve, en fila, sonrientes, entusiasmados, con sombreros blancos los hombres, con pañuelos coloridos las mujeres. Y allí en el río, en su sagrado río, deliberan, discuten, toman la palabra, se defienden, se organizan. También se zambullen en sus aguas, se ríen, preparan la compostura y alguien, como Pascualita Vázquez, coordinadora del Consejo de ancianos, lleva adelante la ceremonia, mientras dice como si cantara:

A  todos y todas su bendición. A los que están lejos, pedimos a él que bendizcaeste hogar, los ríos, las montañas, las flores, las medicinas naturales. Bendizca a los hijos para que haya paz y alegría, haya esperanza y amor. Perdona, señor, a todos los que quieren hacer guerra, porque esto es lo que tenemos que cuidar, la vida y la salud. Que la paz esté con todos, compañeros.

Y así, los hijos de la tierra le agradecen, la cuidan, vuelven a ella. El violín, la guitarra, los corridos, se elevan en medio de las montañas, se pierden en la niebla que corona las cimas, resbalan en cada hoja, la alimentan.

El pueblo Lenca es un pueblo que sabe de resistencias. Sabe también que su lucha es larga, y que estuvo y estará plagada de ausencias forzadas, de sangre derramada, de sufrimiento. «La opción que nos toca es ser un pueblo rebelde», dicen.

¿Contra qué se rebelan los lencas?

Honduras, como muchos países de América Latina, tiene una naturaleza generosa. Tiene ríos que bajan purísimos de la cordillera, y un suelo rico en minerales. Honduras tiene también una historia de despojos y dolores para su pueblo. Es uno de los países más desiguales de América, donde 6 de cada 10 habitantes viven en la pobreza extrema, con menos de 2,5 dólares diarios.

En sus idas y vueltas históricas, firmó en 1995 su adhesión al Convenio 169 de la OIT, que establece claramente los derechos de los pueblos indígenas y tribales. Allí se habla de la propiedad comunitaria de la tierra, del uso de los recursos naturales dentro de sus territorios, y del derecho a la autodeterminación, la educación, la salud y el empleo.

El COPINH, una y otra vez, ha sostenido que la energía también es un derecho humano y bien común de los pueblos que no puede estar en manos de empresas trasnacionales. Que hay que discutir qué usos se les da a las riquezas naturales y quiénes han de administrarlas. Presentaron proyectos que nunca fueron considerados, y cuya única respuesta ha sido que se los tratara como criminales. Son desplazados, perseguidos, hambreados, estigmatizados.

Son asesinados.

Se les quita el derecho elemental de acceder al agua, su elemento vital, constituyente; se los expulsa de sus tierras ancestrales, se los empuja al abismo.

Si quitáramos la palabra Honduras del párrafo anterior, podríamos completar el espacio en blanco con el nombre de cualquier otro país de América. ¿Qué pasa hoy con los pueblos originarios en nuestro territorio? ¿Qué pasa hoy con nuestros recursos naturales? ¿Qué lugar ocupan esos pueblos en las decisiones acerca de la construcción de represas, la minería o la deforestación en sus territorios ancestrales? ¿Qué reclaman las comunidades de Campo Maripe, Cushamen, Vuelta del Río y tantas otras a lo largo de nuestro país? ¿Qué reclaman en Salta, Santiago, Formosa y demás territorios?

Hay un hilo que une estas voces, hay una trama que se teje desde siempre. Hay una rueda que gira, hay una mano que mueve. Hay historias que vienen desde lejos, hay nuevas historias. Hay hendeduras por donde filtra la luz. Hay noches cerradas como la muerte. Hay quienes transitan por los bordes. Hay quienes son arrojados al vacío. Hay quienes persisten como gota que orada la piedra hasta que la rompe.

En el Gualcarque y en el Chubut, el Pilcomayo, el Bermejo y el Ulúa, en la cordillera y en la llanura, en la selva y en el bosque, quienes viven de depredar preparan sus trampas. En estos tiempos, la trampa es el progreso, aunque podríamos decir que nada de nuevo tiene este argumento. En nombre de la idea de modernidad, los gobiernos con la mirada hacia el imperio sucumben. Entonces, despliegan proyectos salvadores que publicitan que traerán prosperidad a sus pueblos. Pero la letra chica esconde siempre calamidades.

En 2014, se creó el Plan Alianza para la Prosperidad entre Honduras, Guatemala y  El Salvador, bajo la tutela de EEUU. De esta manera, el gobierno norteamericano  destinó millones de dólares en fondos regionales para colaborar con la «prosperidad, seguridad ciudadana y gobernanza».

En 2016, el ejército y la policía hondureños recibieron 18 millones de dólares. ¿Cuál fue la contraprestación? Dejar hacer negocios, permitir la presencia militar, la ocupación del territorio, el despliegue de bases bien cerca de los cursos de agua, bien cerca de los yacimientos mineros. Quienes se opusieran a este orden de cosas serían declarados enemigos.

Es así que en los últimos años el país se pobló de proyectos mineros, hidroeléctricas y bases militares. Es así que el ejército hondureño custodia esos proyectos y hace la mano de obra barata para los negocios privados de la oligarquía hondureña y sus patrones extranjeros.

«Después de las represas se viene la privatización del agua», decía una y otra vez Berta, en cada reunión, en cada movilización, siempre custodiada por los tigres, los paramilitares o por campesinos sobornados por los poderosos para hacer el trabajo sucio y olvidarse de que ellos también son descartables. Ciertamente, tenía razón, porque una de las primeras medidas de las constructoras era negar el acceso al río, dejar sin agua a los campesinos.

En el caso de la represa Agua Zarca, contra la que tanto combatió Berta, el emprendimiento corría por cuenta de la empresa DESA, de capitales hondureños, financiada por un holding alemán, la Corporación Financiera Internacional, el Banco Holandés de Desarrollo y el Fondo Finlandés para la Cooperación Industrial. La construcción de la represa estaba a cargo de una vieja conocida de los pueblos mapuches que habitan la Patagonia, la empresa china Sinohydro.

Jamás se cumplieron los requerimientos del Convenio 169: no hubo consentimiento libre, previo ni informado. Un día simplemente aparecieron las máquinas y comenzó el conflicto. Durante más de un año, los campesinos lograron bloquear el ingreso al río, mientras afirmaban: «Les podemos prestar el sol para los paneles de energía solar, les podemos prestar el viento para su energía eólica, pero el río no se presta ni se vende: se defiende». Demostrando su capacidad de hacer retroceder esos proyectos de muerte, el poder del pueblo organizado sacó a Sinohydro de la comunidad de Río Blanco, a orillas del Gualcarque. Se sintieron orgullosos y con la convicción de tener «otra oportunidad sobre la tierra: la dignidad», pero también sabían que el poder no iba a perdonárselo porque era un mal ejemplo para las comunidades más dóciles, más disciplinadas.

En 2014, el gobierno hondureño y DESA denunciaron a Berta y otros dos miembros del COPINH como «extremistas armados que buscan el derrumbamiento del gobierno y la industria privada» y los acusaron de usurpación, coacción y daños continuados contra el proyecto de la presa y por intentar debilitar el orden democrático. Basta repasar los argumentos esgrimidos por nuestros funcionarios locales estigmatizando a las comunidades mapuches y la elaboración de ese desopilante informe sobre el RAM para comprender que hay un hilo conductor.

La idea de un nuevo ordenamiento territorial es algo que subterráneamente viene macerándose hace algunos años. Emprendimientos ambiciosos como el Proyecto IIRSA (Iniciativa para la integración de la Infraestructura Regional Sudamericana) no hacen más que confirmarlo. Se busca refuncionalizar el espacio, adecuar el territorio a las nuevas mercancías, tecnologías y negocios. Corredores bioceánicos, nuevas rutas, puertos, centrales hidroeléctricas, biocombustibles, yacimientos no convencionales. Todo se organiza para ser distribuido, para ser explotado, para ser transportado. Quienes se opongan a este «progreso» serán borrados del mapa.

¿Quiénes serán los beneficiarios? ¿Ganancia para quién? ¿Riqueza para quién?

El imperio despliega sus recursos. Volvió a mirar con avidez este territorio y no ceja en su intento de apropiárselo. Desarrolla supuestos programas de ayuda que esconden la verdadera intención: la ocupación del territorio.

Lógicamente, cuentan con colaboración interna. Esbirros siempre los hubo. Aquí y allá, la historia está repleta de obsecuentes entregadores, de partícipes necesarios. En Honduras, las empresas a cargo de las hidroeléctricas son constituidas por funcionarios del propio Estado, el ejército hondureño hace su parte, la embajada norteamericana dispone y pide procesar a quienes promueven la toma de tierras. La justicia avala.

Antes de matar a Berta, asesinaron a Tomás García e hirieron salvajemente a su hijo Alan durante una protesta pacífica contra DESA. Luego, vino el asesinato de William Jacobo Rodríguez en 2014 y la desaparición seguida de tortura y muerte de su hermano.

A María Santos Domínguez, le perdonaron la vida después de cortarle un dedo a machetazos. En otras comunidades, también en conflicto con represas o emprendimientos hoteleros, aparecieron cuerpos descuartizados, torturados y atados con cordones militares, mujeres embarazadas apaleadas, casas incendiadas.

Antes de matar a Berta, el presidente de DESA, Roberto David Castillo Mejía quiso sobornarla. Él no lo logró, pero a ella le llovieron amenazas de violación y muerte. Berta y el COPINH siguieron adelante en su lucha contra la privatización de los ríos, contra la militarización del territorio, contra la injerencia extranjera, contra la nueva conquista de América.

Después de matar a Berta, le dispararon en la cara a Nelson García, y en julio del mismo año Lesbia Janeth Urquía fue asesinada a machetazos y su cuerpo tirado en una escombrera.

¿Quién los mató?

¿Quién mató a Berta?  

El 30 de noviembre de 2018, el Tribunal Nacional de Honduras condenó a siete hombres por su asesinato, empleados de DESA, sicarios y miembros del ejército hondureño, en un juicio plagado de irregularidades y durante el cual el expediente de la investigación fue robado dos veces.

Los autores intelectuales gozan aún hoy de impunidad: la familia Atala, dueña de bancos, con dinero en paraísos fiscales, financista del proyecto Agua Zarca, no ha rendido cuentas pese a las pruebas de su participación en los acontecimientos que culminaron con la muerte de la activista.

A Berta la mató la oligarquía hondureña, la mató la justicia cómplice, el gobierno títere de Hernández. La mató la voracidad de un modelo económico que se alimenta de la sangre del pueblo.

La nueva conquista de América promete ser devastadora. El coloniaje está a la orden del día y muchos están dispuestos a ocupar el papel de administradores a sueldo del imperio.

Hoy Honduras está al borde del abismo con un gobierno que no tiene más que represión y muerte para ofrecer, policía militar desplegada en las calles y la desigualadad profundizada. Aquí y allá, los gobiernos coloniales derraman vacío y destrucción.  

Sin embargo, escuchar hablar a Berta es creer que todavía tenemos una oportunidad. El COPINH sigue su marcha y sus hijas transitan el camino abierto por ella. Parte de la victoria de los conquistadores es que nos creamos derrotados, que olvidemos quiénes somos y de dónde venimos. Que reneguemos de nuestras memorias, que aceptemos que nuestro destino es la obediencia.

Parte de nuestro desafío es entender que Berta y todos los líderes sociales asesinados en estos años no se murieron, se sembraron para ser multiplicados.

Andará Bertita, ahora jaguar, cenzontle, semilla de maíz, rayo o nube poderosa haciendo despertar a los nahuales, haciendo volver a Comizahual, esgrimiendo la piedra de tres caras, esa que habla de la diversidad, de lo junto y separado, del arriba y el abajo, de las batallas por la dignidad, la memoria y otra manera de habitar esta tierra.

Lo dice el río. Lo dice Berta.

*Exploradora sin brújula ni cantimplora. Adoro el olor de los libros, el sol, las aceitunas y el perfume de la tierra mojada. Profesora en Letras. No concibo la vida sin música y quiero el sombrero de Gandalf. Espartaquista.

Publicado originalmente en Espartaco

Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado por Nestlé ni por Monsanto. Desinformémonos no depende de ellas ni de otras como ellas, pero si de ti. Apoya el periodismo independiente. Es tuyo.

Otras noticias de opinión  

Dejar una Respuesta