Una reflexión para la acción

Felipe I. Echenique March

Recuerdo haber leído en Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, del gran filósofo Alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, que los grandes hombres en la historia fueron quienes supieron conocer y entender en su momento preciso la Razón o Espíritu de una época y actuaron en consecuencia. 

Aun antes de leer ese excelso libro, mi aversión por los “grandes hombres” ha sido mucha; sin embargo no dejo de preguntarme, muchas veces sin entender bien a bien el surgimiento y acciones trascendentes de personajes como Cortés, Hidalgo, Morelos, Juárez o Zapata, que a querer o no promovieron cambios radicales en las historias de millones de seres humanos. ¿Conocían y actuaron en el momento oportuno que indicó la razón, el espíritu de nuevos tiempos de las nuevas épocas? 

He estudiado a esos personajes, sus entornos y sus circunstancias, en los que uno puede reconocer los aires de cambio de paradigmas y de prácticas; ¿Pero por qué sólo llegaron a concretarse en el accionar de esos individuos? No lo sé, por lo menos a mí no me quedan claras las razones del por qué ellos fueron los que encabezaron esos cambios y no a cualquier otra persona. 

Se han inventado muchas historias para explicar el por qué a ellos les tocó inaugurar esos cambios para nuevas épocas. Insisto a mí no me dejan satisfecho, quizás porque la Razón tiene mucho de sin razón. Y lo anterior viene al caso para expresar que sin lugar a dudas el COBID-19 vino a ser la contradicción más acabada del sistema capitalista, justamente por su composición molecular más elemental, una cadena de proteínas sin vida propia, que estalla y salta al ensamblaje de lo más complejo del sistema de producción y casi lo dejó agónico; trastocando así el mundo de la producción y satisfacción de necesidades del gran “súper desarrollo tecnológico”.

Un virus ha puesto en jaque a la humanidad y su modo de producción de la vida material e intelectual, que por cierto coincide con la creciente constatación de que este modo de producción está siendo totalmente depredador de la naturaleza y de la propia humanidad y que de seguir así, ésta terminará consigo misma. 

Muchas circunstancias y acciones de pueblos originarios de todo el continente americano y de otras latitudes han emprendido heroicas luchas contra el modo de producción capitalista, pues esa producción no sólo los excluye y aniquila, sino también lo hace con “la madre tierra”, casa y hogar de la humanidad toda. Otros muchos seres humanos y sus organizaciones han denunciado también ese modo de producción destructivo que es el capitalismo y sus nefastas consecuencias para la humanidad. ¿Hay en ello algunos anuncios de cambios epocales, de cambios del Espíritu, de la Razón o del ideario del cambio?

Con su composición simple el coronavirus SARS-CoV-2 muestra su potencial para desarticular todo un modo de producción de la vida, que se vanagloria por sus alcances y complejidades. Se podrá exigir que no renunciemos a este modo de producción y dejar que el respectivo virus haga su labor del cegador esforzado, del poeta, para que con brazo y mano más diestra acelere el uso de su guadaña, porque no puede haber involución o lo que es lo mismo, no se puede dejar de buscar y lograr la maximización de los dividendos, esto es, la multiplicación al infinito de las necesidades y de los elementos para satisfacerlas, aunque ello sea para sólo unos cuantos; así que finalmente se debe regresar a la “nueva normalidad”, en un eufemismo neo-maltusianismo, que indica que sólo sobrevivirán los más aptos deshaciéndose así de los viejos, los enfermos crónicos y de las enfermedades congénitas y “culturales”, con lo que al tiempo se aminorará la contradicción básica del mismo sistema consistente en que a mayor desarrollo de las fuerzas productivas, menor posibilidad de trabajo para los seres humanos. 

Resolverán las crisis, pero no el origen de las mismas, pues el sistema que las produce sigue incólume y a tanto y tanto de irse deshaciéndose de los prescindibles, ya no habrá quien produzca lo que necesita el amo y éste morirá y entonces sí le tendrá miedo a la muerte. 

Aparecerá entonces el planteamiento del espíritu del cambio o de la continuidad. La contradicción no se resuelve por la vía de la teoría sino de la práctica REVOLUCIONARIA del cambio radical y no de los intentos de remozamiento, del gatopardismo, de tratar de cambiar todo para que todo siga exactamente igual. 

La producción de la vida material e intelectual ya no debe seguir igual; ya no se debe seguir produciendo lo mismo, ya no se debe continuar con las mismas ganas del consumo. Y no se trata de entrar a una austeridad franciscana que conduzca al “desarrollo”, sino de abandonar las ideas y las prácticas de “vías del desarrollo” para enfocar nuestros ánimos y nuestras prácticas a nuevas formas de vida y a maneras de satisfacer nuestras necesidades individuales, dentro de colectividades que subsuman al individuo para proyectarlo de manera comunitaria, mucho más simples, mucho más elementales, pero mucho más humanos con quienes nos rodean y a quienes rodeamos. 

El coronavirus SARS-CoV-2 ya hizo su tarea, en cuanto a la producción más simple de este sistema, pero al mismo tiempo la tarea más letal para la producción de la vida y la muerte del género humano. ¿Habrá un gran hombre que sepa leer, entender, dilucidar para la vida práctica lo que sigue como una verdadera alternativa a este sistema, que a querer o no ya está herido de muerte al haberlo dejado crecer y multiplicarse dada su infinita simplicidad? O tendrán que ser los esfuerzos colectivos, bajo innovadas perspectivas de vida y de consumo, los que propicien las épocas inéditas, alumbradas por razones y espíritus colectivos que se reconocerán por sí mismos, una vez que están siendo derrotados los anquilosados ánimos individualistas de los prohombres de las naciones.

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