Hace un par de veranos estuve en Gaza en casa de la familia de Kayed, Amal y sus cuatro hijos. En esos momentos, ante la situación desesperada que vivían, Kayed, productor de todos los periodistas españoles que pasan de vez en cuando por la Franja, lanzó la Fundación Assist Gaza con la finalidad de encontrar proyectos de colaboración en España para ayudar a los más vulnerables. Todas las respuestas han sido no.
Una de las mañanas, en pleno desayuno, el hijo pequeño, Mohamed de diez años, me comentó que había visto mi maleta y que había comprobado que él cabía perfectamente en ella. Que quería salir de Gaza y venirse conmigo a España. Sonriendo le dije que bueno, que eso era algo difícil, pero que además teníamos otro problema, que cruzar el paso fronterizo de Eretz cuesta mucho tiempo y que cómo iba a respirar. Horas más tarde volvió contentísimo porque había encontrado la solución: su mejor amigo tenía un tubo para bucear y haciendo un agujero en la maleta se podía instalar.
Siguiéndole su argumento, le dije que teníamos otro problema. Que comía muchísimo, que estaba todo el día abriendo la nevera y picoteando y que de Gaza hasta llegar a Israel podían pasar muchas horas. Mohamed se fue tristísimo pero por la noche cuando volvió de la calle de jugar con sus amigos me dijo que para el tema del hambre había tomado una decisión: «Aunque sea agosto haré el Ramadán».
Su familia y yo nos reímos pero Mohamed se fue muy triste a la cama. Yo también. El chaval sólo quería salir de Gaza y nos dijo que iba a estudiar cómo convertirse en el héroe, al estilo Superman, que aparece en las televisiones árabes que se ven desde la Franja, para poder salir volando.
Mohamed ya tiene doce años y su futuro es muy negro. Quizás pueda estudiar pues acude a un colegio de UNRWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina ) e incluso después pueda acudir a la universidad. Pero a los 22 años se encontrará como la mayoría de los jóvenes de Gaza, sin trabajo, sin perspectivas, sin ilusiones y con la única obsesión de irse a otro lugar a vivir. La alternativa es sobrevivir en la desesperación. Ese es el presente y futuro de los jóvenes en Gaza, pero nadie levanta la voz. ¿Es eso lo que quiere Occidente? Los responsables de esta situación: Israel en primer lugar y la división política entre el Gobierno palestino afincado en Ramala y el Gobierno de Hamas dominante en Gaza, hacen el resto.
Mientras tanto, los casi dos millones de gazatíes viven en una cárcel al aire libre. No pueden salir de su territorio, el bloqueo hace que escaseen alimentos, que el agua esté contaminada y que en estos momentos sólo tengan cuatro horas de luz al día.
Su vida es cada vez más oscura. Y no veo que organismos internacionales, gobiernos, la Unión Europea, actores famosos u organizaciones internacionales den la voz de alarma. El resto del mundo se ha quedado paralizado.
Nos llegan noticias de que la escasez de electricidad hace que las depuradoras que quedaban utilizables, tras los últimos bombardeos de Israel, no funcionen, que el agua que sale del grifo esté contaminada, que los hospitales estén casi paralizados, que la comida se pudra en las casas y que los generadores ruidosos y contaminantes estén funcionando sólo para la población más afortunada. Hace ya años Naciones Unidas dijo que la vida sería imposible en Gaza a partir del 2020, pero quizás este organismo fue demasiado optimista.
Los habitantes de la Franja no pueden trabajar pues no hay empleo, no pueden pescar pues Israel no les deja pasar de las nueve millas, las sardinas que algunos barcos pescan están más que contaminadas, los hospitales no tienen medicinas ni pueden llevar a cabo operaciones. Tener un cáncer es sinónimo de muerte rápida y siguen naciendo niños con malformaciones como consecuencia de las armas utilizadas en el último ataque israelí en el verano de 2014.
Muchas familias siguen viviendo en colegios de Naciones Unidas o en casas de latón construidas con gran generosidad por los ricos países árabes. Esas chabolas superan los 50 grados en agosto, lo que significa que duermen en la calle. El cúmulo de desgracias aumenta día a día.
Mientras tanto, los países occidentales veranean, descansan e incluso alguno de ellos apoya las medidas que toma Israel y los dirigentes palestinos siguen peleándose entre ellos.
Patético.
Sobre el autor: Mercè Rivas Torres, es escritora y periodista
Fuente: Mercè Rivas Torres, Las Provincias
Este material se compartió con autorización y fue publicado en Una Gaza moribunda