Un pintor que graba y esculpe: Alfredo López Casanova

Francesca Gargallo Celentani

Lo que defiendo del arte –y debemos defenderlo todos- es el derecho a la contemplación y la paz que nos han arrebatado.

Alfredo López Casanova

La Fuente de Cuautepec

Alfredo López Casanova, riguroso escultor formal, envolvente artivista por la paz con justicia, pintor de gestos libres, confiesa: “No sé si el arte salva a la humanidad, pero hace mejores personas y éstas son las que construyen relaciones sociales más acordes a la buena vida”. En 2012, la realización de La Fuente de Cuautepec en una de las zonas de mayor marginación y olvido de la Alcaldía Gustavo A. Madero de la Ciudad de México, respondió a una petición de las y los vecinos. Estos consideraban el cruce de ingreso a su colonia como un lugar peligroso, inhóspito, agresivo: una tierra de nadie. Decidió vincular su presente con las raíces perdidas del pueblo indígena y trabajó la idea de la obra en colectivo, optando por soluciones plásticas con base en grecas prehispánicas. Su interés comunitario por “hacer ciudad” implica mejorar el espacio de cohabitación, sin maquillar el territorio vital en el que la vida sucede.

Ave

Las últimas veces que visité Guadalajara, ciudad de nacimiento de López Casanova, fui a buscar sus rastros. Su trabajo artístico urbano es una actividad integral, interviene la vida de una comunidad y vincula la labor arquitectónica, escultórica y urbanística. Había seguido en la prensa la diatriba del artista con el ayuntamiento de Guadalajara por el emplazamiento de su obra Ave, dedicada a las y los periodistas desaparecidos y asesinados, “producto de la estúpida guerra iniciada por Felipe Calderón, y continuada por Enrique Peña Nieto”, como escribió el 30 de agosto de 2013 a la opinión pública de Guadalajara.

Ave es una elevada figura abierta, de un geometrismo orgánico: un pico que reclama algo al cielo. En nada parecida a la muy figurativa escultura que le vi modelar en plastilina durante meses de un Gilberto Bosques Saldívar, sentado, pulcro, mirando hacia adelante. En una ocasión me encontré con Laurita, la hija de don Gilberto, abrazada a la robusta figura de su padre. “Es hermoso volver a abrazarlo”, nos dijo a los ahí presentes con lágrimas en los ojos.

Homenaje a Rockdrigo González

Tampoco sus esculturas urbanas de Guadalajara se parecen al Homenaje a Rockdrigo González, que los y las usuarias del metro podemos saludar en la estación Balderas en la Ciudad de México. La Estela de la Paz, su primera escultura urbana, de 1999, emplazada en el ingreso de la Comisión de Derechos Humanos de Jalisco, es un cipo alto de 6 metros, de placa de metal y esmalte acrílico que juega con huecos y desfases, dejando entrever una paloma en las siluetas vacías de su interior. Tiene una contundencia en la solución formal, en sus volúmenes y su equilibrio con el espacio, que le permite dialogar con la Casa Cristo de Luis Barragán y ofrecer un ingreso visual al territorio de defensa de la justicia. “Si yo hacía una mala escultura iba a estropear el espacio visual de una construcción emblemática y patrimonial. Su esbeltez remite a una intencionalidad: la protección de las y los ciudadanos. Para realizarla, estuve 15 días dibujando mis obsesiones acerca de lo que iba a pasar en la Comisión”. Luego una madrugada, con un solo trazo, solucionó su deseo, la forma se reveló, el boceto se hizo.

Estela de la Paz

Los 4 metros de su homenaje a Mathias Goeritz, titulado La serpiente roja, también de 1999, ubicado en Villas de San Juan, es una obra metálica cubierta con esmalte acrílico, montada sobre negras piedras que evocan la lava, y que se yergue como un rayo que se elevara desde el suelo para lanzarse contra la opacidad del mal. El pintor alemán se había hecho escultor en Guadalajara en 1949 y Alfredo quiso homenajear sus cincuenta años de haber llegado a sacudir su ciudad, ofreciendo una forma habitable, transitable, tocable, objeto para el encuentro, obra lúdica.

La Serpiente Roja

Su más pequeña Cruz de Huáscato, en piedra, ubicada en el quiosco de un pueblo de Degollado, municipio de Jalisco colindante con Guanajuato, constituye un elemento integrador y de identidad referencial: el punto de encuentro de la escultura con la arquitectura, un elemento para el inconsciente colectivo, que tiene consecuencias sobre el sitio.

Estela contra el Olvido

Para la Libertad, de 2011, tres metros y medio de placa de metal y bronce, se anida en el Parque Morelos. Y en el barrio de Analco, la asombrosa Estela contra el Olvido, con sus personajes destrozados, pertenecientes a la historia y la tierra, con sus seis metros de alto alude sin remisión a las explosiones que a las 10:15 de la mañana del 22 de abril de 1992 sacudieron para siempre la dejadez, la inhumanidad y la conciencia de Guadalajara. La ubicación de la estela, en dirección a la cruz atrial de la iglesia de San Sebastián de Analco, remite a un diálogo entre dos sucesos: el que marca la fundación de la ciudad y el que, 450 años después, la obligó a renacer de su culpa, con la grandeza de la solidaridad de toda la ciudadanía.

Pueblo, eso es lo que toca, es y representa la escultura de Alfredo: un pueblo en sus personajes y un pueblo en sus formas humanas y minerales. Encarna anhelos, dolor y voluntad. Cuando participa en un certamen, Alfredo piensa en un lugar que debe ser tocado por la memoria: en 1993 es tercer lugar y mención honorifica en el concurso de escultura urbana In Memoriam 22 de Abril; en 1999 gana con el busto del Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo; el mismo año recibe el premio del Concurso Nacional de Escultura Urbana Sebastián y, once años después, es seleccionado para realizar una escultura en el jardín Bicentenario de su ciudad. Porque el arte llama el arte y construye un camino de conocimiento y creación, de 1999 a 2004 realiza para la Feria Internacional del Libro los bustos en bronce de Sergio Pitol, Juan Gelman, Juan García Ponce, Cintio Vitier, Rubem Fonseca, Juan Goytisolo, Fernando del Paso, Carlos Monsiváis y Tomás Segovia. Como el androcentrismo de la literatura no le permite evocar la fuerza creativa de las mujeres, decide esculpir por encargo de la Alcaldía Azcapotzalco un detallado retrato de Tina Modotti, para homenajear a la pionera de la foto, la siempre extranjera, la mujer que se hace sujeto de sí misma.

Busto de Tomás Segovia

Pero si tiende a remover conciencias es para honrar la memoria colectiva. Es uno de los y las artistas mexicanas que ha participado en la última década en las diversas expresiones de arte contra el falseamiento de la historia inmediata y la violencia. Denuncia los asesinatos y desapariciones toleradas de manera criminal a través del bordado en las calles y plazas públicas; retoma la tradición del dibujo original múltiple para acompañar el esfuerzo de búsqueda de madres, familiares, amigas y amigos.

En mayo de 2016, en la Casa Museo de la Memoria Indómita Alfredo presentó las huellas de la más dolorosa de las investigaciones, a través de los grabados realizados en las suelas de 85 pares de zapatos usados. Huellas de la Memoria nació cuando su mirada recayó en el calzado de las madres que buscan a sus hijos e hijas desaparecidas. Estaba descansando en el Monumento a la Victoria Alada, al finalizar la marcha que las Madres de Personas Desaparecidas realizan desde hace 5 años el 10 de mayo, día mexicano dedicado a la figura materna: “Marchamos porque en casa no tenemos con quien celebrar”, dicen. Entonces vio los zapatos y visualizó las planchas de sus grabados. Las madres y las familias caminan de aquí para allá, se manifiestan por las calles, van una y otra vez a las oficinas de gobierno, recorren los lugares por donde les han dicho que sus hijas, hijos, nietos, hermanos, sobrinas, madres, padres, amigas pasaron por última vez. Sus zapatos están gastados, pero ellas no se dan por vencidas.

Amnistía Internacional describe la crisis de las desapariciones forzadas como una epidemia. Nadie sabe su número real en México; según el más reciente corte estadístico del Comisión Nacional de Búsqueda, asciende a más de 94 mil, pero hay organizaciones no gubernamentales que ventilan entre 100 y 120 mil. Hacer grabados en las suelas de quien busca, para Alfredo López Casanova, y para las y los compañeros y familiares de las víctimas que participan en Huellas de la Memoria, fue “como tratar de ponerse en los zapatos del otro y sentir que caminas exigiendo justicia”. Las suelas grabadas hablan por quien busca de manera angustiante, desesperada, con muy pocas posibilidades de encontrar información: mexicanas o migrantes, las personas que desaparecen movilizan cientos de personas. Ciento sesenta pares de zapatos, miles y miles de pasos donados al proyecto Huellas de la Memoria, junto con un mensaje para el ser querido, están siendo expuestos en diferentes lugares de México, Colombia y Europa. El arte revela, indigna, enseña, mueve a la acción.

Y el arte salva, libera, permite que la gentileza se sostenga. Mientras piensa y actúa para lograr justicia, Alfredo López Casanova dibuja soles, lunas, guitarras desproporcionadas bajo una ventana de cuadros, gatos, venados, pájaros, bicicletas en la noche, ángeles que tocan con sus flautas serenatas apocalípticas a la amada sirena, conejos y coyotes compartiendo la luna: un sinnúmero de gestos en blanco y negro, de guiños y de transgresiones a la cortina de pánico con la que el sistema nos quiere tapar el sol y la solidaridad del vecindario. Sin embargo, es cuando pinta que deja salir a su niño travieso: suelta por ahí un amarillo ácido, inserta una nariz roja o verde que parte el rostro para revelar las contradicciones de las cejas, profana toda seriedad con un rostro mitad azul y mitad café.

Los óleos y acrílicos de Alfredo son su propio espacio de serenidad. Las obras abstractas ofrecen geometrías de colores contrastantes, en ocasiones de elevación vertical, en otras de tozudas horizontalidades ocres y marrones, tierras fértiles y juguetonas. Las figurativas, sin sombras y privadas de profundidad, interpelan directamente. Los pequeños formatos de sus pinturas contrastan con las moles de sus esculturas, tanto como los paisajes de campos recortados de colores contrastantes sobre los cuales se pasea la silueta gris de una mujer sin más cualidades que la de ser quien está.

Habiéndose formado en la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara, López Casanova rastrea los trazos sutiles del lápiz, los toscos del pincel y los fuertes de la gubia. Aunque no se le conozca por sus retratos, desnudos y paisajes, en ellos libera su interés por la totalidad de los signos, lo que a un ojo poco atento podría parecer enmarañado.

En noviembre de 2014 nos citamos en un café de Barcelona donde llegó con un fajo de papeles. Iba cada tarde a dibujar al natural en el Círculo Artístico de Sant Lluc, una asociación fundada hace 120 años por arquitectos y artistas que practicaban el dibujo con modelo en un ambiente de hermandad. Los hermanos Joan y Josep Llimona, Alexandre de Riquer, Enric Sagnier le legaron una huella de libertad tal que, todavía hoy, son las y los modelos quienes determinan el tiempo de una pose. El movimiento calmoso, la mirada de quien para ser retratado te divisa y desafía, el displicente cambio de posición estaban en esos papeles en los que Alfredo López Casanova recuperaba fuerzas para seguir siendo el rescatador de la imagen de una comunidad. Dibujar para él no es un juego, es una manera de recuperar fuerzas y sentirse a gusto.

En diciembre de 2016, en la Mezcalería Cultural Binnizá, una antigua tienda de raya ubicada en la colonia Moctezuma, Alfredo expuso una docena de telas. Contrastes y Correspondencias, desde el título, y con la timidez de quien produce para jugar y ofrecer y no para ser reconocido, conjuntaba un ir y venir de formas, proyectos e imágenes.

Homenaje a Tijelino

Aún sin los vínculos de las representaciones sagradas (hace vienticinco años realizó un Vía Crucis en bajorrelieve –La vía de la cruz– desgarrador, humano y portador de los gestos de dolor de sus protagonistas como una gráfica de la realidad de las mayorías, que fue censurado y secuestrado por el Cardenal de Guadalajara), de los dibujos en papel, de los grabados y de las más orgánicas esculturas en madera (como el homenaje a su maestro A Tijelino), es fácil vincular el rostro amarillo, rojo y café de una mujer-hombre sin sombras con las figuraciones en tres dimensiones de zapatas de grandes bigotes, rockdrigos de guitarras y señoras con las manos cubriéndose el rostro. Las elevaciones de estelas metálicas dirigidas a romper el silencio de un mundo convulso, las piedras pulidas hasta la casi transparencia de los círculos y los cortes, y las fuentes que caen de alturas diferentes con inclinaciones parecidas, pertenecen al universo de formas que el pintor da a los colores de su abstracción: morados para los triángulos, ríos blancos entre los negros y los cafés, paletas heladas para las dentelladas de una sierra. Finalmente, todas las expresiones de la plasticidad, en Alfredo López Casanova, recaen en la tensión entre la necesidad de expresar lo dado y el trazo libre que descubre sus estados de ánimo.

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