Un concierto, los mismos sueños, a cuarenta años del golpe de Estado en Chile

Beatriz Zalce

México. Ya desde su Tratado de los Sueños, el filósofo griego Sinesios de Cirene sostuvo que si un grupo de personas soñaba al mismo tiempo un hecho, éste podía ser llevado a la realidad. Muchos, muchísimos hombres, mujeres, abuelos y niños soñaron que aquella pesadilla que comenzó la madrugada del martes 11 de septiembre de 1973 en Chile terminaría, y que los niños volverían a jugar en las alamedas, que pueblo, canciones y libros calcinados renacerían.

Pasaron cuatro décadas. Para recordar y rendir tributo al compañero presidente Salvador Allende, al poeta Pablo Neruda y al cantautor Víctor Jara, el director del Centro Cultural El Juglar y promotor de “40 años, los mismos sueños”, Hiquíngari Carranza, explica por qué el arte salva: “Entra directo, no hace escala en nuestro corazón ni en nuestra mente”. Pero corazones y conciencias tocados por el arte reflexionan, entonces los hombres se levantan y echan a andar porque “el paisaje real, la gente y su dolor no lo pueden tapar ni la lluvia ni el sol”, dice la canción.

Al concierto “40 años, los mismos sueños”, celebrado el lunes 30 de septiembre en el Auditorio Nacional, llegaron a cantar, a charlar y a recordar la vigencia de nuestros sueños, Daniel Viglietti, Gabino Palomares, Santiago del Nuevo Extremo, el tenor Mapuche Miguel Ángel Espinoza Pellao, Los Folkloristas, Inti Illimani, Quilapayún y cerca de diez mil personas más.

Los alientos de la Canción del Poder Popular nos reciben junto con un documental que muestra cómo en 1970, “en un acto de imperdonable mala conducta” (la cita es de Eduardo Galeano), el pueblo chileno izó a la presidencia al doctor Salvador Allende. Era claro que se trataba de llevar las riendas de todos los asuntos, hombre y mujer, hombro con hombro, porque más allá de cambiar un presidente, se trataba de construir un Chile bien diferente. Pero desde ese momento Estados Unidos intentó a toda costa impedir que él ocupara la silla presidencial e hizo todo para tumbarlo.

Patricio Castillo cuenta que hace 40 años sentía un profundo orgullo sólo por haber nacido en el país de Salvador Allende. No dice que es uno de los músicos chilenos más importantes, fundador de Quilapayún, nombrado por el compañero presidente, embajador cultural. Habla de un tal Killinger y el público le festeja la broma: es la inocente venganza contra quien orquestó el golpe de Estado y, encima, fue premiado con el Nobel de la paz. Castillo pide a los jóvenes paciencia, una ardiente paciencia, pues la historia requiere de muchos años para qué otros hombres entiendan la grandeza de un sueño y lo realicen.

-Por aquí pasan los hombres libres –, dice Castillo mientras Daniel Viglietti y su guitarra ocupan el escenario. El público aplaude y la oscuridad de las gradas es rota por muchos cientos de lucecitas: los celulares se han vuelto cámaras fotográficas y grabadoras.

Viglietti habla de su Uruguay, de la lucha contra la impunidad que sostiene y recuerda el apoyo del pueblo mexicano a quienes venían del exilio. Entona la Milonga de andar lejos. La toca, la silba, la canta: “Yo quiero romper la vida, como cambiarla quisiera, ayúdeme, compañero; ayúdeme, no demore, que una gota con ser poco, con otra se hace aguacero”.

La canción Dale tu mano al indio fue escrita en 1961 y ahora Viglietti la interpreta a modo de un fuerte abrazo a la causa del pueblo mapuche, que resiste a la amenaza de una ley antiterrorista heredada de los tiempos de Pinochet: “Dale tu mano al indio, dale que te hará bien, encontrarás el camino como ayer yo lo encontré […] la guitarra americana peleando aprendió a cantar, el cultrún de los chilenos peleando aprendió a cantar, la marimba zapatista peleando aprendió a cantar.”

Dijo René Villanueva: “Su canto sabe rimar urgencia con paciencia. Daniel se ha exilado pero nunca se ha apartado de sus sueños, de sus locuras interiores, de su empecinamiento en imaginar una sociedad mejor.” Hay que decir que si algo emocionó profundamente a René fue abrazar a Viglietti en La Realidad, Chiapas, cuando el Primer Encuentro Intergaláctico por la Humanidad y contra el Neoliberalismo organizado por el EZLN. Miraba a Daniel escuchar, con todo su corazón y grabadora en mano, al Comandante Tacho cantar y tocar la guitarra. René le conto cómo meses atrás, en febrero de 1995, el pueblo de San José del Río tuvo que abandonar su comunidad ante la invasión de miles y miles de soldados federales. Los zapatistas huyeron a la montaña y en esas condiciones tan difíciles, tan extremas, llevaron consigo su marimba. Para René y para Daniel eso decía más que un tratado sobre la importancia del arte en la sociedad.

Pero Daniel sigue en escena y habla de los recitales a dos voces con Mario Benedetti, donde invitaban a la “única Violeta que nació de una Parra” con su Diablo en el paraíso que ocasiona que los pajes sean coronados, los reyes frieguen el piso y presos vayan los soldados… y Viglietti le da un nuevo sentido a los dichos populares: Dime con quién andas y te diré ‘Go home’, “No hay Marx que por bien no venga”. Entre canción y poema cuenta que hubo fusilamiento de jueces y que no se remedia mucho cuando un torturador se suicida, pero algo es algo… que sus alergias son pocas pero respetables: “soy alérgico a la nuez, a las polvaredas, a la hipocresía y al imperialismo yanqui”.

Ahora Daniel retoma un dolido poema de Benedetti: Para matar al hombre de la paz tuvieron que convertirse en pesadilla: para vencer al hombre de la paz tuvieron que afiliarse para siempre con la muerte, matar y matar más para seguir matando y condenarse a la blindada soledad. Para matar al hombre que era un pueblo tuvieron que quedarse sin el pueblo… y de la guitarra compañera de Daniel surgen los optimistas acordes de Por todo Chile: “Con alegría, sí, sí, sí, haremos nuestra la cordillera, la patria toda, su ancha ternura, su fuerza larga, cientos de miles por todo Chile”.

Daniel se levanta, nos abraza, nos aplaude. La gente grita, quiere más, sugiere títulos de canciones, pide A desalambrar, ese alegato contra el latifundio, ese “la tierra es de quien la trabaja” del buen Emiliano que amaba a los pobres y quiso darles libertad, esa demanda zapatista con la que volvimos a amanecer el 1 de enero de 1994, esa canción que le censuraron a Viglietti, considerada  uno de los delitos por los cuales lo metieron preso en mayo de 1972. Corrió el rumor de que en la tortura sus manos habían quedado destrozadas como lo fueron tiempo después las de Víctor Jara. Público y Viglietti cantan A desalambrar.

Surge un grito que se repetirá a lo largo del concierto, fijando posición: “Aquí y ahora, con la Coordinadora”. A ratos será “De Chiapas a Sonora, con la Coordinadora”.

Más que leer, la cachondísima voz de Luisa Huertas le da vida a un fragmento del libro testimonio de Joan Jara: Víctor Jara un canto no truncado. Duele ese hombre que se fue de casa a encontrarse con la muerte, duele esa mujer que pasó horas y días de angustia antes de saber que el cuerpo de su compañero torturado, mutilado y balaceado se hallaba en la morgue. Qué lejos los tiempos de la canción Deja la vida volar. Para Luisa Huertas lo revolucionario es luchar por la paz y, antes de decir “Por aquí pasan los hombres libres”, anuncia a Gabino Palomares.

Hombre imprescindible –diría Bertolt Brecht de Gabino, pues ha luchado toda su vida, ha sabido renacer y volver a vivir. Marxista que se considera un juglar, es sesentayochero y #Yosoy132. Hijo de ferrocarrileros, lector de García Lorca, Alberti y Miguel Hernández, Gabino le canta a la patria y le habla amorosamente recio: “No te puedo querer como te hicieron. No te puedo mirar siempre engañada. No te puedo querer siempre callada: que la rabia se torne en lucha”. Luego, siempre cantando, Gabino desmiente a Newton: los precios suben, suben, suben y aquí ya no baja nada y, a aquello que nos aflige cada quincena,  él lo canta que da gusto y no falta quien quiera bailar.

A modo de encore, Palomares interpreta Ni chicha, ni limoná, que dedica al querido René Largo Farías, el promotor cultural de la Peña Chile ríe y canta, y al embajador Gonzalo Martínez Corbalá.  El “Usted no es na’ ni chicha ni limonᔠle cayó de la patada a los “momios” chilenos. Víctor Jara les podía cantar eso y más porque él sí estaba donde las papas queman, él no cantó por cantar ni por tener buena voz, sino porque la guitarra tiene sentido y razón. Ni el glamour ni las famas extranjeras lo sedujeron: trabajó como voluntario durante la primera huelga de transportistas en 1972 y ayudó a descargar costales.

El camarada Pablo Neruda, presente ahora y siempre, es recordado a través de las imágenes de su cortejo fúnebre. Se ve los rostros desencajados de quienes tuvieron el valor de salir a la calle a acompañarlo y entonaron La Internacional.

Evangelina Sosa da la bienvenida al grupo Santiago del Nuevo Extremo, fundado en 1978, en plena dictadura. El público mexicano no los conoce pero los recibe con gusto, sigue lo mejor que puede las letras de las canciones que parecen disimularse tras la instrumentación de cuerdas y alientos. Le cantan a su ciudad, a Santiago, donde un día murió el sol de la primavera, una ciudad que no quiso ser el centro y no conoce el mar.

Entretanto, la Brigada Ramona Parra realiza un mural en el lobby. Lo hacen tranquilos, a la vista de todos y no como en sus principios, allá por 1968, cuando pintaban a escondidas de los carabineros. Poco a poco se dibujan, definen y colorean los rostros de Pablo Neruda, de Víctor Jara, de Salvador Allende.

El público los observa a través de las pantallas y aprovecha para hacerse oír en lo que parece un intermedio. Se repiten, se turnan los “2 de octubre no se olvida” con “Mé-xi-co: sin PRI”, seguido de un “Chingue a su madre Peña Nieto” y un ponderado “El maestro luchando también está enseñando”, con el clásico “Alerta, alerta, alerta que camina, la lucha popular por América Latina”.

Miguel Ángel Pellao entra a escena con vivas al pueblo mapuche y se roba los corazones con su sencillez, su voz y un mensaje que entendemos bien: la voluntad de un pueblo de conservar la tierra donde ha nacido y donde ha sembrado a sus antepasados. Te recuerdo Amanda cantada líricamente  adquiere otra dimensión. Es la de siempre y es distinta.

Y como si estuviéramos en la Linterna Mágica de Praga, surge la voz y la imagen de Allende hablando de la importancia de la educación pública. Los gritos del respetable no se hacen esperar: goyas y animoso apoyo a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Hace 40 años, Virgilio Caballero era jefe de noticias de Notimex y cubrió minuto a minuto la información del golpe a Allende; su sueño, hoy, es que los jóvenes se encaminen a favor de las grandes causas nacionales de manera decidida. “Por aquí pasan los hombres libres”, nos dice y les dice a Los Folkloristas.

-De nuevo quieren manchar mi tierra con sangre obrera los que hablan de libertad y tienen las manos negras –dicen los Vientos del Pueblo de Víctor Jara, cantan Los Folkloristas en una nueva versión, más coral, muy hermosa. Dolorosamente vigente.

Señalan la congruencia como la actitud más revolucionaria, desde Cuauhtémoc hasta Tupac Amaru; hablan de los sueños de la patria grande, del sueño de Bolívar y del de Zapata. Los Folkloristas están integrados por siete músicos, siete voluntades, siete maneras de ver al mundo a través de la música. Habría que decir también que son siete necios que llevan 45 años de trabajo independiente, recopilando música, aprendiendo a tocarla, difundiéndola, dándola a conocer, dándola a querer. Cantan El necio, composición de Silvio Rodríguez. Esa canción que tan bien le va a Jara, a Neruda, al Compañero Presidente, pero que también hace pensar en Folkloristas como René Villanueva, como El Negro Ojeda, ellos también eternos e infinitos y parte de estos sueños que nos convocan, que nos reúnen, que nos sacuden.

El concierto es un in crescendo. Los Folkloristas están convencidos que el mejor homenaje es seguir luchando, cada quien desde su trinchera, “desde los mapuches hasta los migrantes latinoamericanos en Estados Unidos”. Tierra Mestiza, la composición de Gerardo Tamez, es recibida con aplausos, con euforia y recogimiento. Fue compuesta en 1976 y estrenada en el Palacio de Bellas Artes. Forma parte de su repertorio, no hay concierto donde no se toque, al igual que La Paloma, un alegre trotecito chileno que aprendieron de Quilapayún, hace muchos ayeres y que hace cinco años cantaron los mexicanos y los chilenos en un concierto para Salvador Allende en su centenario, de poético nombre Cien años, mil sueños: “Vuela tu vuelo, paloma mía, canta tu canto que llegue al mar”.

El público está engolosinado, como si tal cosa pide ¡Otra, otra! Los Folkloristas agradecen pero aclaran muy a su estilo: “No van a llegar al Metro y además falta el bocado di cardinale: los Intis y los Quilas”. Lo dicen así nomás, con el cariñito que da la hermandad.

Tomando en cuenta que la gente está feliz, que goza la música, que refrenda sus convicciones, que se quiere sumar, Miguel Ángel Pellao pide se le ayude a cantar La maza y de su garganta sale tanta voz, tanta belleza: “Si no creyera en la locura de la garganta del cenzontle, si no creyera que en el monte se esconde el trino y la pavura”. Canta y hace cantar. Si no creyéramos en lo que duele… Si no creyéramos en lo que implica hacerse hermano de la vida… ¿Qué cosa fuéramos si no creyéramos en la lucha?

-Libre y para mí sagrado es el derecho de pensar. La educación es fundamental para la felicidad social. Es el principio en el que descansan la libertad y el engrandecimiento de los pueblos. Estas frases de Benito Juárez cobran más que nunca sentido hoy ante un retroceso laboral disfrazado de reforma educativa -Jorge Zárate desata los gritos de apoyo a los maestros. Hace un año eran los estudiantes, como hace 45 años. Hoy son los maestros. Zárate tenía doce años cuando el golpe. Su familia lloraba viendo las noticias pues veía en Allende la esperanza de un modelo para nuestro país. Su sueño está puesto en la juventud que debe mantenerse informada y educada para defender la soberanía nacional.

En septiembre de 1973, Inti Illimani se encontraba de gira por Europa como embajadores culturales del gobierno de la Unidad Popular. Eso les salvó la vida pero los condenó al exilio. Se establecieron en Italia y desde ahí hicieron una labor de resistencia cultural, de difusión de la música folklórica de América Latina y empezaron a trabajar composiciones propias. Sobre ellos pesaba la prohibición del retorno que les fue levantada en 1988. En cuanto pusieron un pie en su país se sumaron a la campaña del “No” a la permanencia de Pinochet.

En cuanto hablan se siente un abrazo: es para agradecer la solidaridad, la resistencia que permitió continuar la historia. Y después de una pieza instrumental muy chilena, anuncian La canción del Poder Popular seguida inmediatamente, ni chance dan de aplaudirles a gusto, caramba y zamba la cosa, que ya están con el Samba Landó que hermana a los hombres de todos los colores: “¿Qué tienes tú que no tenga yo? Hoy día alzamos la voz como una sola memoria, desde Ayacucho hasta Angola, de Brasil a Mozambique, ya no hay nadie que replique: Somos una misma historia”.

Se van y la gente aplaude, grita, chifla, los llama. Ellos regresan con El aparecido: “Hijo de la rebeldía, lo siguen veinte más veinte, porque regala su vida, ellos le quieren dar muerte. Correlé, correlé, correlá, por aquí, por aquí, por allá, correlé, correlé, correlá, que te van a matar…” Y claro que sabemos está dedicada al Che, pero a muchos de nosotros el corazón se nos salía desbocado a ese ritmo pensando en el Subcomandante Marcos cuando la traición del 9 de febrero. Esa es la pura verdad.

Héctor Bonilla toma la palabra. Es otro necio, en el sentido silviorodriguezco de la palabra. El hombre es de una pieza, dice lo suyo y no se anda por las ramas. Menciona la foto de García Márquez con cara de niño y haciendo caracolitos. Hace 40 años durante la presentación de Malcolm contra los eunucos, Bonilla paró la obra para pedir un minuto de silencio por el genocidio en Chile. Sueña con que gobierne la sociedad civil, desde abajo. Aplausos lo interrumpen. Con que retomemos la izquierda, prosigue él, la de Lázaro Cárdenas, la de Zapata, la de los Flores Magón, de Revueltas, del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional), de Genaro Vázquez Rojas. Pide, invita a tomar el control y boicotear a Televisa.

Decir “Por aquí pasan los hombres libres” es sinónimo de Quilapayún, que no importando los relevos generacionales, siguen vistiendo de riguroso poncho negro. Víctor Jara –dicen. Y recuerdan a su director artístico. Y cantan Manifiesto. Con sobria belleza. Como una oración, “sopla como el viento la flor de la quebrada, limpia como el fuego el cañón de tu fusil. Levántate y mírate las manos, para crecer estréchala a tu hermano”.

Agradecen la solidaridad hacia el pueblo chileno: “Este acto es un hito más en ese encuentro entre ustedes y nosotros”. Y la Patria es (y se vuelve) canto de guitarras rojas, torcazas, sauces, alerces y nieves, la que volverá a florecer, a renacer. Patria: luz y bandera.

Invitada a cantar la gente casi se arremanga y entre todos se levanta la muralla, que se abre a la rosa y al clavel, al corazón del amigo; que se cierra al sable del coronel, al veneno y al puñal.

El Malembe es cosa buena para el justo y el honrado pero es malo y pernicioso para todos los malvados. Pero rompe con cualquier posible asomo de solemnidad. El Malembe dará cuenta de generales y de momios.

Un concierto histórico, como bien lo definió la filósofa Fernanda Navarro, sólo podía tener un final cantado al unísono, músicos y público, todas las voces, todas juntas: “De pie cantar, que vamos a triunfar, avanzan ya banderas de unidad y tú vendrás marchando junto a mí y así verás tu canto y tu bandera florecer”.

Un final que recuerda el de otro concierto, hace 40 años, también histórico. Fue en la Arena México, organizado por Los Folkloristas, seguidos y flanqueados por Amparo Ochoa, Guadalupe Trigo, Óscar Chávez, la Peña Tecuicanime, Jorge Saldaña, el Negro y Mila. Hubo 12 mil asistentes. Se cantó a Víctor Jara y a Violeta Parra. Se recordó a Salvador Allende, se recitó y se cantó a Pablo Neruda. Los ánimos estaban muy caldeados, las noticias llegaban a cuenta gotas y eran atroces, pero la rabia y la solidaridad eran infinitas. Puño en alto cantaron Todas las manos todas: “Toda la sangre puede ser canción en el viento…”.

Hoy como ayer. 40 años, los mismos sueños y si el pueblo unido, jamás será vencido, entonces: “¡Venceremos! ¡Venceremos! Mil cadenas habrá que romper. Todos juntos seremos la historia”.

Publicado el 07 de octubre de 2013

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