Turba, harina agroecológica en el corazón del modelo transgénico

Mariángeles Guerrero

Foto: Turba Agroecológica

En la zona núcleo bonaerense, una joven cooperativa se lanzó a cultivar trigo y centeno agroecológico en el periurbano de Pergamino, donde la lucha social alejó las fumigaciones. La harina «Otro costal» muestra que otro modelo productivo es posible: “El Estado, que te tiene que brindar garantías en la alimentación, es el mismo que crea el trigo transgénico con Bioceres”, denuncian.

La cooperativa de trabajo Turba elabora harina agroecológica de trigo y centeno en la localidad bonaerense de Pergamino, núcleo del agronegocio. Sus inicios se remontan a 2019, cuando un grupo de jóvenes se conoció en una capacitación en agroecología y, poco después, se lanzó a producir en tierras ubicadas en el periurbano local, zona de exclusión para agrotóxicos. Hoy su harina «Otro costal» hace pie en la ciudad de Buenos Aires, el conurbano bonaerense, Mar del Plata y Rosario, y la empresa de la economía social emplea a nueve personas. Lucila Muñecas y Martín Toriggino cuentan su experiencia y analizan la producción de trigo agroecológico en el contexto de sequía y frente a la liberación del primer trigo transgénico del mundo.

La mayoría de quienes integran la cooperativa Turba vienen de diferentes disciplinas y esta es su primera experiencia productiva. Muñecas y Toriggino relatan que, en los inicios, conseguir la maquinaria fue un desafío. Otra de las dificultades que detectaron fue, en la otra punta de la cadena, la comercialización: a muchos les pasa que, a la hora de vender, terminan comercializando su harina agroecológica como si fuera convencional.

“Cuando empezamos aún no se hablaba de trigo transgénico, pero sí estaba el problema de los agroquímicos”, dice Muñecas. Fue entonces que surgió la idea de tener un molino propio para hacer la transformación y el agregado de valor. Como productores en la zona núcleo del agronegocio otro problema que enfrentaron fue conseguir contratistas que hicieran el servicio de cosecha. “En la zona donde sembramos no es fácil conseguir a alguien para hacer un trabajo en solo 16 hectáreas, que era lo que alquilábamos al principio. Entonces nos asociamos con el productor de un campo vecino y lo solucionamos”, recuerdan.

campos agroecologicas de Turba, emprendimiento agroecologico
Foto: Gentileza Turba Agroecología – Campo de Maíz agroecoloógico

En la temporada 2022/2023 produjeron en siete hectáreas: la decisión de reducir la superficie fue porque la sequía no prometía un buen año. “Fue una muy mala campaña obviamente para todos. No tenía nada que ver si hacías agroecología o no. Para este año vamos a destinar aproximadamente unas 30 hectáreas para el cultivo de trigo y de centeno”, explican.

Si logran el rendimiento esperado podrían cosechar entre 25 y 30 quintales de trigo por hectárea. En cuanto al centeno, diez hectáreas rinden 15 quintales, unos 15.000 kilos. “Esto es con la expectativa de que llueva de forma óptima y de que cambie la condición actual. De volver a tener un año como el anterior, los números cambian brutalmente”, dice Muñecas.

La harina de trigo de Turba es 100 por ciento integral: lo que sale del campo, se muele y se empaca. También ofrecen una harina integral fina, más tamizada y con menos salvado. Es un poco más cara, explican, porque tiene más descarte, más tiempo y más trabajo. Respecto al centeno, también venden una totalmente integral y otra integral fina. Además, están en tratativas con un molino de la zona para hacer harina blanca agroecológica. “Nuestro molino es de pequeña escala, tiene el tamaño de una heladera. Hasta ahora venimos moliendo a destajo. Cuando tenemos una serie de pedidos molemos, empacamos y mandamos”, cuentan desde Turba.

Los productos se comercializan en Pergamino y en localidades aledañas: Rojas, Arrecifes. También se venden en Rosario, en la ciudad de Buenos Aires y en el conurbano bonaerense. Los canales de venta son, principalmente, organizaciones de la economía social como Todos Comen o Alimentos Cooperativos y las cadenas de comercialización de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) o el MTE Rural. En Pergamino venden mucho de forma directa con bolsones de tres a cinco kilos. Y —comentan— están tratando de implementar esa misma modalidad en CABA y Rosario.

“Vendemos en paquetes de un kilo y en bolsas de 20 kilos. Los precios varían según la cantidad: por menos de 200 kilos es un precio, entre 200 y una tonelada es otro, y más de una tonelada es otro. Por ejemplo, en Pergamino, el precio de venta directa de harina integral de un kilo es de 255 pesos”, grafica Muñecas. También comenta que, cada vez más, le están vendiendo a comercios que elaboran pan.

Foto: Gentileza Turba Agroecología

Respecto al acceso a la tierra para la producción, los campos que se alquilaron se ubicaban en una zona de exclusión de agrotóxicos en el periurbano de Pergamino. Las primeras 16 hectáreas sobre las que trabajaron las tuvieron que dejar el año pasado. “Entre los problemas típicos del periurbano no sólo se da el conflicto de los agroquímicos, sino también el conflicto inmobiliario. Esas tierras terminaron destinadas a un loteo para viviendas”, explica Toriggino. Hoy están trabajando en otro campo fuera del periurbano, que pertenece a una persona que no quiere que se fumigue más su tierra.

Muñecas resalta que asegurar el acceso a la tierra es parte de la transición a otro modelo de producción. “La agroecología implica hacer una serie de mejoras en el suelo y en el paisaje: sembrar, plantar árboles, toda una serie de cuestiones que llevan su tiempo. Trabajar en tierras alquiladas lleva el riesgo de haber invertido en balde”, explica. 

Su compañero remarca que la existencia de una zona de exclusión en la localidad les ayudó a conseguir los primeros terrenos para producir. “Que haya una zona de exclusión amplia en Pergamino —1095 metros para las fumigaciones terrestres— nos favoreció, porque nos fue más fácil conseguir un lote en el que trabajar con agroecología”, dice.

Y agrega: “La tenencia de la tierra es una temática a la que no se le presta la atención, pero es una gran problemática que enfrenta cualquier productor de la zona núcleo. Hoy poco a poco comienza a hablarse, pero a raíz de una seca tremenda. Se empezó a tomar conciencia de lo importante que sería regular el uso del suelo y la tenencia de la tierra priorizando a pequeños y medianos productores”.

«El trigo HB4 se propone como solución cuando es parte del modelo que causa la sequía»

—En la práctica agroecológica, ¿cómo afecta la sequía?

Martín Toriggino:—Si comparamos un lote de maíz agroecológico con uno de maíz transgénico, con aplicación de agroquímicos y todo el paquete tecnológico, frente a una sequía a los dos les va a ir muy mal. Lo que sucede es que hay decisiones que se pueden tomar previas a la selección de qué cultivo sembrar frente a un año seco y ahí cambiaríamos el cultivo. Por ejemplo, nosotros hicimos moha para rollo, para fardo, para alimento del ganado. Y los números fueron positivos, frente a maíces de la zona que tuvieron todos rindes negativos y cultivos de soja que tuvieron todas rindes negativos. Es difícil la comparación porque en la agroecología hacemos más de los tres cultivos que son los típicos en la zona núcleo bajo el modelo del agronegocio: trigo, soja y maíz. Al abrir el abanico de cultivos también se abren las posibilidades de enfrentar un contexto climático desfavorable. Y no como lo quiere hacer el sistema, que  es seguir con los mismos tres cultivos, pero adaptarles genes para que resistan a la seca.

Lucila Muñecas:—El primer año que hicimos trigo no había sido tan seco como este, pero había sido un poco seco. Y en comparación con el trigo convencional, no nos había ido tan mal. Eso tiene que ver con que en la agroecología uno de los principios es trabajar el suelo: no enchufar insumos al cultivo, sino devolverle vida al suelo. Eso genera, entre otras cosas, que el suelo tenga más capacidad de absorber agua. Entonces resiste mejor la sequía que un suelo que está yermo, que sólo tiene el transgénico y la batería de cosas que se le adicionan. Ese suelo se impermeabiliza, se compacta y no guarda agua.

—¿Qué perspectivas ven en relación a la producción a partir de la aprobación y cultivo del trigo transgénico HB4?

M.T: —El trigo transgénico significa un riesgo porque existe el peligro de cruzamiento de trigos. Las semillas que vamos sacando pueden en algún momento comenzar a estar contaminadas con genes que no deseamos. Con respecto a que ya lo estamos comiendo los argentinos, el trigo HB4 significa un riesgo mayor que el trigo convencional porque se dice siempre que es tolerante a la sequía, pero también hay que recordar que es tolerante a una herbicida mucho más tóxico que el glifosato, que es el glufosinato de amonio. Entonces, estamos consumiendo un trigo con un pesticida más que todos los otros que tenía. Si es por una cuestión de rendimiento en los campos, no se ha demostrado que haya un rendimiento superior y significativo respecto al trigo no transgénico. Frente a este argumento se dice que eso ocurre porque todavía no han dado en la tecla a qué variedad de trigo ponerle este transgénico y así optimizar el rendimiento. Pero suponiendo que efectivamente logren con este cultivo mejorar los rendimientos frente a una sequía, para nosotros no es ninguna solución sino que también tenemos que empezar a pensar por qué está pasando lo que está pasando con un clima tan cambiante y cómo podemos con la agricultura mitigar el cambio climático. Se ofrece la solución falaz de que esto se resuelve con una semilla y para nosotros está lejos de ser así.

L.M:—Si hablás de agricultura en Argentina o en América Latina aparece el tema de la sojización, de la agriculturización, de la expansión de la frontera agropecuaria y sus consecuencias ambientales, sociales, económicas y climáticas. ¿Qué tiene que pasar para que nos demos cuenta de que no podemos seguir acentuando ese modelo? El trigo HB4 se propone como solución cuando es parte del modelo que causa la sequía. Es una nueva tecnología que va a generar más desplazamiento, más desmonte y todas las problemáticas en las que estamos metidos. Es absurdo pero tiene sentido en un país que depende de los ingresos de las exportaciones de granos.

—¿Qué opinión les merece el rol del Estado?

M.T:—Es un Gobierno que, por un lado, abre una Dirección Nacional de Agroecología y, a su vez, aprueba un evento transgénico de estas características. Somos el primer país del mundo en aprobar un transgénico en trigo. El Estado tiene que ser responsable y responder por qué apuestan a esa tecnología, cuando son sobradas las muestras de que genera muchísimas externalidades muy graves. En el caso del desarrollo de esta semilla, no fue solamente por parte de una empresa privada como Bioceres, sino que también fue por parte del Conicet, de la mano de la científica Raquel Chan. Acá hubo años y años de investigación estatal, una intención voluntaria de cierta parte del Estado de promover este tipo de tecnologías. El Estado, que te tiene que proteger, cuidar y brindar ciertas garantías en cuanto a la alimentación, es el mismo que crea el trigo HB4 en cooperación con Bioceres.

trigo en Turba, emprendimiento agroecologico
.Foto: Gentileza Turba Agroecología – Campo de centeno con vicia.

—El trigo es uno de los alimentos centrales en la dieta de los argentinos. Hace poco México prohibió el maíz transgénico por el peso que tiene el maíz en la dieta del país. ¿Por qué les parece que no hay una política del Estado en cuanto a cuidar la alimentación del mercado interno?

M.T:—México argumenta el tema del cuidado a la protección del alimento principal de su dieta, porque son grandes consumidores de maíz, pero también porque en su país está el origen del cultivo del maíz. Es un riesgo el que existe de perder variedades ancestrales. Ese es un argumento muy potente para prohibirlo. En el caso de la Argentina, el trigo no es originario de acá y ese argumento no lo tenemos, pero sí el tema del consumo. En ese aspecto lo que queda para casos como el nuestro es tratar de difundir y de promover lo que hacemos y que la fuerza de atracción más importante venga por parte de los consumidores, que elijan estos productos para no fomentar lo otro. Pero el acto de elegir qué consumir, lamentablemente no lo podemos tener todos los argentinos y argentinas. Hay una gran cantidad de gente que no puede elegir si come tal harina o tal otra. Así está más del 50 por ciento de la Argentina. Por eso es el Estado el que debe resolver este tema. O por lo menos, por ejemplo, avanzar con el etiquetado de transgénicos como existe en algunos países.

L.M:—Considero que acá no está pasando lo que pasó en México por el lobby. El discurso de la biotecnología y de las buenas prácticas está arraigado. Hay discursos contrahegemónicos, pero están muy instaladas las ideas de que, si se aplican bien los agroquímicos, no hay por qué preocuparse, de que la biotecnología nos va a salvar del hambre, de que necesitamos producir más alimentos porque somos un país productor de alimentos. 

—¿Era necesario desarrollar un trigo resistente a la sequía en Argentina?

M.T:—Para producir más trigo para alimentar a las personas de Argentina o incluso para exportar, no era necesario. Tampoco lo fueron los otros cultivos transgénicos. Pero a las empresas les genera una rentabilidad inmediata y asegurada con el cobro de las regalías y demás, que no se las generan otros cultivos u otros trigos. El poder del lobby es muy grande, porque ya hay una conciencia superior en cuanto a los cultivos transgénicos en la Argentina. Lamentablemente, hace 27 años que tenemos transgénicos y, en este caso, no fue lo mismo que con la soja RR en 1996, cuando nadie sabía de qué se estaba hablando. Esta vez no: ya sabemos lo que va a pasar. Sabemos que este trigo puede sembrarse en zonas donde no se puede sembrar el trigo convencional, y esas zonas hoy son de bosque, de monte, de lo poco que queda. Por eso el enojo y el descontento con las políticas públicas que se toman para adoptar esta tecnología como mecanismo de producción.

—¿Qué cosas sí son necesarias para garantizar el derecho a la alimentación en un contexto de crisis climática?

L.M:—Sería necesario rediseñar el sistema agroalimentario, achicar las distancias entre donde se produce y donde se consume. Por más barato que sea ese alimento, si es barato es porque hay un montón de externalidades que no están contando. Lo de barato y caro es relativo: tiene que ver con la disponibilidad de capital que tengan quienes tienen que comprar el alimento El problema es la pobreza, más que el precio de los alimentos. Y esa pobreza es en parte consecuencia de la expulsión de productores del campo, de la concentración económica. Tenemos en el último censo agropecuario la muestra de la desaparición de explotaciones agropecuarias y vamos a insistir con ese modelo, supuestamente, porque queremos alimentar a más gente. Es un contrasentido muy grande.

M.T:—Cuando se habla de alimentación se suelen poner todos los focos en producir más. Pero si no existe justicia social, que garantice el derecho al consumo de la población, no es posible una alimentación saludable. En un país con más del 50 por ciento de pobres, raramente vas a lograr el derecho a la alimentación saludable. Hay una política de concentración del poder y de las tierras que lo que hace es reafirmar que esto siga así. 

Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva

Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado por Nestlé ni por Monsanto. Desinformémonos no depende de ellas ni de otras como ellas, pero si de ti. Apoya el periodismo independiente. Es tuyo.

Otras noticias de internacional  

Dejar una Respuesta