Foto: Caridad Felisilda, en la imagen, piensa que en la industria pesquera las cosas son más difíciles para las mujeres. Por ello, desde la asociación que preside, GAMPA, ofrece ayuda a mujeres que, como ella, dirigen pequeños negocios de procesado de productos pesqueros.(Biel Calderón)
En el puerto de General Santos, el centro de la industria atunera de Filipinas, Mercy Ong es una de las pocas mujeres que da órdenes. Cuando los atunes llegan a tierra, Ong los inspecciona y supervisa todo el proceso hasta que los peces están listos para ser enviados a sus clientes. Es un puesto atípico para una mujer en su país: ella sola gestiona una pequeña flota de diez atuneros y a sus decenas de pescadores, la mayoría de ellos hombres.
La pesca no es una industria de mujeres. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), tan sólo el 14% de los pescadores o trabajadores en piscifactorías a nivel mundial son mujeres. Y aquellas que trabajan en el sector, están confinadas a actividades menos remuneradas –que les permiten subsistir– y casi ninguna tiene posiciones de liderazgo, asegura la organización. Mercy Ong es un raro ejemplo. Sin embargo, ella no se considera especial: “Aquí todos somos iguales”, afirma.
En los siguientes eslabones de la cadena de producción, especialmente en el procesado, el número de mujeres es mayor, y si se considera la industria en su totalidad, la proporción de hombres y mujeres es similar, dice la FAO. Pero a lo largo de toda la cadena se repite una constante: las mujeres son más vulnerables.
“Las mujeres participan en todos los sectores de la industria pesquera, incluyendo la pesca, la acuicultura, el comercio y venta, el control y la administración. Pero la falta de consideración generalizada por su papel y trabajo en la industria pesquera es, de muchas maneras, una desventaja para ellas y les impide participar de forma plena e igualitaria en la industria”, asegura un informe de la organización internacional.
El camino para Mercy Ong en el puerto de Gensan, como se llama coloquialmente a la ciudad –General Santos–, no fue sencillo. Sus primeros pasos fueron tranquilos, de la mano de su marido. Eran un equipo perfecto. Ella había trabajado durante años en la industria atunera y él tenía formación en gestión empresarial, aunque sabía poco de escamas y espinas. La empresa estaba en pleno auge cuando su marido murió repentinamente en un accidente en 1997. Entonces, su hija pequeña acababa de nacer y la mayor tenía apenas 5 años. “Tuve que trabajar duro para poder sacar la empresa adelante”, asegura. Sin embargo, sus empleados no fueron una de sus preocupaciones y ninguno puso ningún problema a recibir órdenes de una mujer. “Yo empecé este negocio junto a mi marido y ya tenía su respeto”, cuenta esta mujer menuda.
Es algo raro en la industria a nivel global. Según la Asociación Internacional para Mujeres en la Industria Pesquera (WSI, por sus siglas en inglés), el sector está dominado por hombres y más de la mitad de las principales empresas, un 54%, no tiene ninguna mujer en sus Consejos de Administración. En el lado opuesto, sólo un 4% de las empresas tiene una representación femenina del 41 al 50%. Ninguna sobrepasa el 50%.
“En otras industrias , un liderazgo tan exclusivamente masculino es muy raro en grandes grupos en bolsa”, denuncia la organización. El país con mayor igualdad de todos los observados es Noruega, con un 31%, mientras que Chile y Japón, ambos con un 2%, se sitúan a la cola. Es algo patente incluso en las conferencias sobre el sector, asegura la WSI, en las que el 80% de los ponentes son hombres y en algunos casos, no hay ninguna conferenciante femenina.
Roles diferentes, retos distintos
Rosana Bernadette Contreras es una de esas mujeres que ha conseguido escalar la montaña hasta convertirse en la directora ejecutiva de la Federación de Industrias de la Pesca y Asociadas de Socsksargen, una de las patronales del sector. Para Contreras, “las mujeres tienen también un papel vital en la industria, aunque muchos no lo vean porque no están en los barcos”. “Una vez que el pescado llega a puerto, está en manos de mujeres”, asegura. Así, las mujeres se encargan de clasificar el pescado, de venderlo y de intercambiarlo. “Y sobre todo de procesarlo, [parte de la cadena] donde hasta el 80% de los trabajadores son mujeres”, continúa. “Puedes tener pescado, pero si no tienes a alguien que se encargue de todo lo demás, no tienes nada”, afirma.
Caridad Felisilda piensa que las cosas son más difíciles para las mujeres en la industria. Por ello, desde la asociación que preside, GAMPA (Gensan Aqua Marina Processor Association en inglés), ofrece ayuda a mujeres que, como ella, dirigen pequeños negocios de procesado de productos pesqueros. Sin embargo, para esta menuda mujer de pelo corto el principal reto de las mujeres es el diferente rol que tienen en la industria “En esta parte de la cadena [la del procesado], las mujeres son las que marcan el paso. Los hombres son los que pescan”, asegura Felisilda, cuyo marido, sin embargo, la ayuda en el negocio.
Y el procesado, asegura Felisilda, está sometido a mayores inestabilidades y competitividad de los mercados internacionales que la pesca, por lo que las mujeres están expuestas a mayores turbulencias. “Tenemos que actualizarnos continuamente para poder competir”, asegura. Ella misma tuvo que cerrar su empresa una vez en 2005 después de que las cuentas no le salieran. En 2009 reorientó el negocio hacia productos con un mayor valor añadido y ha podido sobrevivir hasta hoy, no sin pocas turbulencias. “Cada vez es más difícil conseguir materia prima porque hay menos atún en esta zona”, afirma.
Esas mismas dificultades llevaron a Leony Gempero y a otras mujeres de Bula, una comunidad a las afueras de Gensan, a proponer un cambio definitivo: dejar los barcos y empezar a cultivar algas.
El cambio, que fue posible gracias a la ayuda de un experto que ya había supervisado la misma transición en otras comunidades, les ha traído ingresos mayores y más estables, asegura Gempero, quien preside la Asociación de Productores de Algas de Bula . Pero también reorientó las relaciones entre hombres y mujeres ya que todos participan del cultivo de algas de forma equilibrada. “Ahora es más justo que antes porque las tareas están repartidas de forma más igualitaria. Antes se veía a los hombres como los que traían el dinero porque eran los que iban a pescar”, asegura.
Esta armonía, asegura Felisilda, puede traer además beneficios adicionales. “Cuando das trabajo a una mujer, estás además apoyando a toda la familia, porque ellas dedican todos sus ingresos a eso”, asegura la empresaria, quien ha empleado a tres mujeres. Sin embargo, su receta para el éxito como mujer empresaria no es la confrontación con el sexo opuesto. “Yo no compito con los hombres”, asegura Felisilda. “Aquí tenemos nuestro equilibrio”.
Publicado originalmente en Equal Times