Foto: soma.marc. Imagen tomada en Palma de Mallorca
En España, cuando se habla de turismo, se utilizan expresiones como ‘sector estratégico’, ‘fuente de empleo’, ‘motor de desarrollo’ o ‘crecimiento ininterrumpido’. Si, además, tras estos términos mantra del neoliberalismo, se incrusta de forma descarada otras palabras como ‘verde’, ‘sostenible’ y ‘ecológico’, tenemos la receta base de muchas de las publicaciones e informes de las entidades con mayor peso en turismo. Desde estas entidades, con gran conciencia y responsabilidad, se vienen publicando numerosos planes, estrategias o manuales; se crean think tanks, hubs y observatorios que emiten ingentes informes, que repiten y repiten que el turismo es un sector con grandes capacidades para acometer iniciativas de mitigación y transición, así como la necesidad de adaptación frente a la emergencia ecoclimática.
La cuestión clave es que efectivamente: el sector turístico mayoritario y dominante no mueve ficha (verde), es más, sigue una trayectoria diametralmente opuesta a la sostenibilidad ecosocial, y no hablemos ya al decrecimiento.
Paralelamente a este chorreo de informes y documentos cargados de expresiones mantra ecovitaminadas típicas del greenwashing, tenemos un sector cuya maquinaria de marketing nos ha hecho interiorizar que, si no cruzamos medio planeta en avión a precio irrisorio para nuestras vacaciones de una sola semana, resulta que no somos personas cultivadas y ‘de mundo’. Nos convence de que, si no hemos buceado en la Gran Barrera, tenemos un selfi con los elefantes o visto las tortugas en Costa Rica, no somos personas con un verdadero interés por la naturaleza. Consigue incluso que dejemos de hacer actividades como ir a clase de guitarra, ir al teatro, salir a cenar con amigas y amigos, entre otras, para ahorrar y así poder comprar un vuelo a Islandia y pasar allí los cuatro días del puente de no-sé-qué, hacer un crucero por los fiordos noruegos o ver la aurora boreal.
Todo ello hace que efectivamente, según los sistemas de cálculo empleados en la actualidad, el sector turístico se esté imponiendo como el de mayor crecimiento a nivel mundial. Supone el 10% del PIB mundial y es apoyado sin discusión por inversiones públicas que posibilitan el aumento de los beneficios empresariales (privados). Pero estos sistemas de cálculo no nos informan de si existe un retorno social o ambiental de estas inversiones públicas o de los beneficios que los recursos naturales y culturales generan a través de la industria turística, no nos explican si mejora la vida de la ciudadanía y la salud del planeta, lo que tiene un tufo a extractivismo.
TURISMO Y ODS
Estas cuestiones de calidad de vida y salud del planeta no son cuestión baladí pues forman parte de los objetivos globales al más alto nivel ‘oficial’. Son parte de un plan de acción que en teoría va a favor de las personas, el planeta y la prosperidad, la denominada Agenda 2030, cuyo objetivo es alcanzar en 15 años (a contar desde septiembre de 2015, cuando fue adoptada por la Organización de las Naciones Unidas), los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Dejando aparte la cuestión de si ‘Desarrollo’ en los ODS tiene un significado neoliberal o bien contempla el necesario crecimiento en calidad ecológica, de cuidados o social, esta Agenda se va incorporando a diversos niveles. Entre ellos, el estratégico sector turístico, que recoge el testigo y anuncia que puede contribuir, directa o indirectamente, a todos estos Objetivos. Concretamente el turismo aparece en las Metas de los Objetivos 8, 12 y 14, que están respectivamente relacionados con el desarrollo económico inclusivo y sostenible, el consumo y la producción sostenibles y el uso sostenible de los océanos y los recursos marinos. Y no se limita a estos tres objetivos, además, la OMT hace un repaso uno a uno de los 17 ODS, en cuanto a cómo el turismo tiene la capacidad de contribuir a su consecución.
Pero ¡atención, spoiler!: el turismo no está contribuyendo a alcanzar los ODS y no parece que tampoco esté sirviendo para solucionar los problemas del mundo rural o nuestra España vaciada, pese a que este sea el ‘Año del Turismo y el Desarrollo Rural’.
Para ilustrar y señalar lo lejísimos que está la trayectoria que lleva esta industria turística de la ruta que lleva a la Agenda 2030, vamos a concluir esta reflexión revelando brevemente cómo se traduce a la realidad la supuesta contribución del turismo a los ODS, según la OMT.
NUEVO EMBATE COLONIZADOR
Muchos habitantes de destinos turísticos de países del Sur vienen comprobando cómo el desarrollo del turismo no ha contribuido a la erradicación de la pobreza. Conciben el turismo como un nuevo embate colonizador y ven el turismo verde, responsable o ético como un nuevo disfraz de un sector que arrasa con tradiciones, culturas y economías locales. Por otra parte, el turismo crece a la misma velocidad que el hambre en el mundo. En algunos países del Caribe y África se comprueba cómo las compras masivas de los hoteles provocan escasez de alimentos y elevación de sus precios, haciéndolos inaccesibles para la población.
La salud, el bienestar y la educación universal irían unidos a una redistribución de la riqueza que podría propiciar la industria turística, si no fuese porque los bajos salarios y estacionalidad son la tónica habitual en un sector que no entiende como fin el bienestar de la población local, sino que se abastece de su vulnerabilidad para ser más competitivo. El mantenimiento de una salud ambiental que no ponga en riesgo la vida de las personas queda un en segundo plano ante el carisma de las cifras macroeconómicas. La contaminación provocada por el transporte, cruceros o aéreos aumenta el riesgo de cáncer y problemas respiratorios, entre otros problemas, mientras la inversión en educación o sanidad se desplaza a actividades que perpetúan la pobreza.
La industria turística pone en riesgo el abastecimiento de agua limpia y su saneamiento para la población local siempre que prioriza el acopio de los establecimientos turísticos como ya ha ocurrido en Sudáfrica, Bali o Baleares para regar campos de golf o llenar piscinas.
El consumo responsable es lo opuesto a las aspiraciones de esta industria. El sector turístico está muy relacionado con la opulencia, con el ‘cuanto más mejor’ y la ostentación y el postureo. Los espacios más turísticos generan más residuos, despilfarran más agua, energía y recursos para la satisfacción de intereses intrascendentes que después sufren y pagan las comunidades receptoras.
El éxito universal del turismo se enmarca en la era del petróleo y no se explicaría sin él. El triunfo del transporte aéreo, la moda de los cruceros y el abaratamiento de sus costes, no pueden hoy transitar hacia las energías limpias, pues supondría poner freno a una potente máquina turística muy instalada y que deja enormes beneficios privados, lo que esta industria no va a permitir. Para las personas tecno-idílicas que confían en que los avances tecnológicos nos van a salvar del colapso, puntualizar que, la tecnología de las energías limpias no ha avanzado aún de modo que pueda sustituir a las energías fósiles, tampoco para este sector, y no serán accesibles a los países que tengan que importar esta tecnología, y ya ni hablar de la disponibilidad de materias primas suficientes para acometer físicamente estas tecnologías.
Por lo tanto, la acción climática es claramente la más ninguneada pero disimulada por un sector que se vende sostenible. El turismo contribuye al 8% de las emisiones de GEI y, aunque la aviación haya mejorado sus emisiones, ha aumentado su volumen exponencialmente, fomentada desde los Estados, que están financiando las compañías aéreas al eliminar los impuestos de los billetes y de los carburantes.
El turismo no protege la vida submarina y la biodiversidad como se pretende, al contrario, la acidificación por emisiones del transporte de los suelos y el mar, el calentamiento al que también contribuye, la alteración de los ecosistemas en esa búsqueda incesante de nuevas experiencias, las 14.000 toneladas de crema solar que intoxican los océanos, la destrucción del litoral para la construcción de alojamientos e infraestructuras a pesar de las previsiones de la subida del nivel del mar, no se compadecen en absoluto de la biodiversidad, la vida submarina o terrestre.
SECTOR BASADO EN LA PRECARIZACIÓN DE LA VIDA
El trabajo precario es característico del sector turístico. Es la estacionalidad, la baja cualificación y la feroz competencia lo que propicia, en destinos turísticos tan diferentes como Londres o Canarias, la degradación constante de las condiciones laborales y, dadas las perversas características de este empleo, no propicia que las personas trabajadoras puedan actuar colectivamente en defensa de sus derechos. Por lo que el objetivo del trabajo digno está lejos por el momento. El turismo, además, coloca a las mujeres a la vanguardia de la precarización, porque muchos de los empleos del sector son prolongaciones de las tareas domésticas desvalorizadas y no remuneradas. La igualdad de género tropieza también con el turismo.
El sector turístico sí ha contribuido al crecimiento económico desde la perspectiva macro, ya que los beneficios empresariales están relacionados con el celebrado aumento del PIB, cifras que por otra parte silencian la desigualdad, la corrupción, la prostitución o el dinero negro. También la mejora de las infraestructuras se ha visto potenciada por el sector turístico. Los Estados han invertido dinero público en infraestructuras faraónicas mientras desatendían necesidades básicas de la población o sectores productivos que sí hubieran proporcionado equidad. Las infraestructuras de transporte han sido fundamentales en el posicionamiento de España como el país más competitivo del mundo en el sector.
La sostenibilidad de las comunidades como objetivo y la igualdad son inversamente proporcionales al nivel de implantación de la industria turística, aunque podría no haber sido así si las comunidades y las administraciones, democráticamente, hubieran sido capaces de mantener los sectores productivos tradicionales y compatibilizarlos con un turismo de baja intensidad. Nunca se diseñó una oferta equilibrada, la turistización es, como expresó Ivan Murray, ‘la muerte de las ciudades’.
Y en ese panorama descontrolado de búsqueda de beneficios y placeres implantados a través de marketing, es difícil de encontrar el objetivo de justicia social o instituciones fuertes. No parece justo que parte de la población local sea expulsada de sus barrios porque sus instituciones no protegen su derecho a la vivienda, no es justo que el acopio de alimentos o agua ponga en riesgo el suministro de las comunidades locales o los ecosistemas. El sistema capitalista dirige los Estados, rehenes del crecimiento ilimitado y los mercados, y olvida a las personas que sacrifican sus impuestos en inversiones sin retorno. La turismofobia se podría entender entonces como una nueva lucha de las clases desposeídas, como la única forma de visibilizar la injusticia turística.
Para saber más sobre el impacto del turismo puedes consultar la página de la campaña Stop Turistificación de Ecologistas en Acción.
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