“Suplicamos a México que no haya más muertes” (AnimalPolítico, 07/06/14)

Ana Karen de la Torre

A su paso por México, las mujeres migrantes son reducidas a la mínima expresión. Así lo denuncia el padre Alejandro Solalinde durante el paso de la ‘Caravana por el diálogo migrante’ por la ciudad de México, en la que explica que miles de mujeres salen de Centroamérica huyendo de una esfera de violencia para atravesar México y afrontar un triple ‘riesgo’: ser mujer, indígena y migrante.

“Estas tres cositas, hacen todavía más vulnerables a las mujeres, los delincuentes no tienen piedad de ellas. No les importa su condición familiar; no les interesa nada, sólo que sean mujeres, su físico y su edad […] ¿Cómo puede defender el Estado mexicano, como gobierno, a las mujeres migrantes si ni siquiera ha podido frenar, dentro del territorio nacional, los feminicidios?”

Las mujeres son el sector más vulnerable en el flujo migratorio, señala por su parte Alberto Donis, encargado del albergue “Hermanos en el camino”, quien apunta al respecto que en los últimos dos años ha aumentado significativamente el número de huéspedes féminas que atienden en sus instalaciones en Ixtepec, estado de Oaxaca.

Muchas mujeres vienen solas y otras embarazadas o con hijos pequeños. A muchas de ellas el marido las ha amenazado o las ha maltratado y ha sido la causa principal de su toma de valor para atravesar México. Pero como agrega Donis Rodríguez también hay algunos casos en los que ellas viajan con toda su familia: esposo e hijos. Y aunque no sucede con la totalidad de estos casos, muchas de estas mujeres enviudan porque a su marido lo matan los maras o los Zetas.

A continuación, Animal Político te presenta algunos testimonios de mujeres migrantes que forman parte de la ‘Caravana por el diálogo migrante’:

Paola

Paola Quiñones toma la palabra y denuncia como mujer las terribles condiciones en que se viaja. No quiere que nadie más vuelva a pasar por lo que ella ha pasado. Se unió a la caravana por el diálogo porque piensa que denunciar la situación ante las autoridades y ante la sociedad es el primer paso que debe darse para abrir puerta a soluciones de fondo.

Hace cuatro meses que salió de su país, Honduras, por no querer representar una carga económica para sus papás. Es madre soltera de una niña de tres años “que necesita tantas cosas”. Al decirlo, Paola se conmueve.

A sus 20 años tomó la decisión de salir de casa; estaba bajo el cuidado de sus papás junto con sus hermanos y su hija. Por eso salió sola y como pudo se subió al tren, y esa, apunta la joven en entrevista, es la anécdota que se ha ganado el título de “lo más horrible que me ha pasado en la vida”.

“En el camino me asaltó la Policía Municipal. Me robaron todo lo que tenía y me tocó viajar pidiéndoles a las demás personas unas monedas para llegar a Arriaga. No sufrí violaciones pero lo más horrible fue lo el tren. ¿Cómo es posible que algo que es para carga pesada no pueda ser, por ningún motivo, un medio de transporte para las personas?”.

En el camino, cuenta, se encontró con unos salvadoreños que la apoyaron, pero llegó al albergue Hermanos en el Camino, sintiéndose sola, triste y con miedo.

“Las voluntarias me ayudaron con sus conversaciones y su cariño; me vistieron, me calzaron, me dieron una palabra de aliento, besos, abrazos, sonrisas […]. Y eso es lo que más valoro, porque sabemos que al salir de nuestro país no tendremos a nadie que responda por nosotros”.

La joven hondureña ha esperado durante más de 2 meses una visa humanitaria. Esperó un largo tiempo también para que por parte del consulado de Honduras le dieran una “constancia de hondureña”, pues cuando le robaron en el camino, también se llevaron sus documentos.

“Salimos con una mochila y una de sueños -Paola toma aire y con la palma de la mano ahuecada sube el brazo lentamente para decirlo-. Con cada obstáculo que encontramos se va yendo la motivación, pero pensamos en nuestras familias y seguimos luchando, porque si tuviéramos todo en nuestro hogar, no tendríamos por qué estar aquí”.

Para Paola la injusticia se manifiesta en todas partes, y hace énfasis en la que se ve en los niños: “Los niños deben de estar viendo su caricatura en casa, yendo a la escuela, tiene que estar disfrutando su niñez y no enfrentarse a subirse a un tren y ver la triste realidad”. Por eso, asegura, le preocupa ver a tantas madres que traen a los hijos consigo.

Barbie

Les quiero pedir, les quiero suplicar que por favor, ya no haya más muertes. Es que nosotros no somos el problema, nosotros somos parte de la solución”.

Guatemalteca, de 25 años. No tiene planes de pasar a Estados Unidos, por ahora pretende quedarse en México y conseguir un trabajo.

Barbie huyó de Guatemala por la discriminación y la homofobia, cuenta que la han amenazado, extorsionado, asaltado y han atentado contra su integridad. “Yo no puedo regresar a mi país porque mi vida corre peligro”.

“Yo ejercía el trabajo sexual y en ese lugar siempre existen envidias y todo. Unas personas me sacaron corriendo de mi lugar de trabajo. Me vengo para México porque algunas compañeras me han contado que aquí se consigue trabajo, porque yo realmente ya no quiero seguir trabajando en lo mismo”.

Ella se unió a la caravana por una corazonada. Quería ir directo al Distrito Federal, pero luego de hablar con un amigo que le contó de la caravana, se dirigió al albergue y decidió apoyar “para abrir la brecha a nuestros hermanos que vienen detrás de nosotros, porque vienen más, esto no va a parar”, dice Barbie.

Ya antes se ha manifestado, recuerda que en el 2005 unos militares en Guatemala mataron a cinco de sus compañeras de trabajo y desde entonces hasta ahora, el caso no se ha resuelto, ni han dado con los responsables. Además de hacer incidencia política y participar en marchas para denunciar la situación de violencia y discriminación, estuvo en una organización no gubernamental a favor de los derechos humanos.

“Si yo tuviera de frente a mi embajador le preguntaría: ¿Qué solución podría dar él, o podría buscar él como embajador de mi país para que esto no suceda? Para que ya no haya más muertes ni más asaltos, qué podría hacer él para que no pase más”.

-¿Cómo te describes a ti misma?

Barbie ríe y bromea.

“Bonita”, dice y juega con su cabello, “carismática ¡ay no sé!, alegre… bueno, sin tristeza: aunque una esté triste siempre una debe estar alegre para levantar el ánimo a las demás personas, que te miren alegre, porque si tú estás triste no le das aliento a las demás personas”.

Vilma

“Mi nombre es Vilma Lizeth Flores, vengo del Departamento de Olancho, Honduras, vine para acá con la intención de llegar a los Estados Unidos por diversas razones: una de ellas es que tuve problemas con mi esposo y nos separamos, y soy mamá de cinco bebés. Es muy difícil para mí poderlos sacar adelante allá porque la vida está muy cara, más este año que cambia Honduras de presidente (Juan Orlando Hernández); él nos hizo mucho daño dándole un fuerte aumento a los impuestos y a la canasta básica”.

Vilma viaja con Scarlet, Naomi y con un embarazo de cuatro meses. Es la tercera vez que intenta cruzar a los Estados Unidos, en las dos ocasiones anteriores agentes de migración la han enviado de vuelta a su casa.

En el 2011 llegó a la frontera norte del país y junto con otros migrantes fue víctima de un secuestro por parte de un grupo de delincuencia organizada, los mantuvieron encerrados y les pidieron dinero con la promesa de pasarlos a los EU.

Cuando pasaron 24 días de su encierro, Vilma fue rescatada por una señora cristiana que la llevó a su Iglesia. La hondureña se instaló en la Iglesia, en donde estuvo trabajando por siete meses mientras ahorraba lo suficiente como para intentar cruzar al otro lado. En el intento autoridades de migración la detuvieron y el 18 de enero la deportaron.

“Cuando regresé a mi casa fue muy triste para mí ver que el papá de mis hijos no les ayudaba en nada, allá tengo una niña de 16 años y un niño de 14, que el sueño de ellos es hacerse profesionales, son muy inteligentes, tienen buenas notas, y eso me motiva para echarle ganas y para andar aquí. Con la intención de ayudarlos a ellos lo hago, me hago fuerte por ellos”.

La niña quiere estudiar leyes y el niño quiere ser maestro para contribuir en buena manera al sistema educativo de su país. Vilma espera llegar a Dallas donde su tía la ayudaría: la va a hospedar, a ella y a sus hijas, en su departamento y les va a dar de comer.

La segunda vez que intentó cruzar México, viajó en compañía de su hermano, pero cuando llegaron a Tapanatepec, Oaxaca, migración los deportó, mandándolos a la frontera de Corinto, Honduras.

“Yo al ver mi necesidad y sabiendo de que costó tanto buscar trabajo que no encontré, me decidí en volverme, y luego me encontré a la compañera Guadalupe que venía solita y nos acompañamos las dos, ha sido muy difícil porque tenemos que batallar, en momentos caminando, en momentos en carro. Nos cobran más por no traer papeles”.

Al llegar a la casa de migrantes en Arriaga, una compañera del albergue les comentó que un padre en Ixtepec tenía una caminata, y las convenció de que se unieran. Por ello, Vilma y Guadalupe se esforzaron en llegar al albergue Hermanos en el Camino y son parte de la caravana, “con mucho orgullo”, dicen.

“Si en este momento mami me estuviera viendo yo le diría que gracias a Dios estoy bien, que no se preocupe por nosotras, que Diosito nos cuida y nos guarda y aquí estoy echándole ganas con fuerza”.

Manuela de Jesús

Manuela de Jesús Mercado tiene 69 años, es de El Salvador y lleva más de un mes viajando.

Su plan, “primero Dios, lo voy a lograr”, dice Manuela con la vista al cielo, es cruzar México, llegar a Indiana y, estando ahí preguntar a un taxista o a un policía por la Iglesia en donde se congregaba para que el pastor la ayude a encontrar a Cecila, su hija.

Antes de llegar a Arriaga Manuela quedó incomunicada y sola. Se suponía que el viaje lo haría con dos de sus sobrinos que se entusiasmaron con la idea de llegar a los Estados Unidos, pero éstos se arriesgaron a viajar en bus junto con ella y agentes de migración los detuvieron. Los sobrinos traían el celular y la documentación de la salvadoreña.

“A mí no me preguntan nada, migración no me hace nada a mí”.
Afortunadamente para Manuela, en el bus viajaban dos mujeres (ambas integrantes de la caravana por el diálogo) que conocían a sus sobrinos, ellas le prometieron que no la dejarían sola y que la apoyarían en su viaje.

“Me dijeron que iba a haber esta caravana y yo dije: pues yo voy. Me preguntaron que si iba a ir y les dije que sí, que me anotaran. Por eso me vine con ellas, y yo voy con ellas hasta donde lleguen […] Todos estamos unidos y eso a mí me gusta”.

Desde 1990 Manuela había vivido en Estados Unidos, se fue entonces de su país con sus hijas más pequeñas y fue apenas el año pasado en que decidió volver a su patria para ver a las hijas que había dejado. Ocho meses después de estar en El Salvador, decidió volver a intentar cruzar sin documentos.

“En El Salvador hay mucho desánimo, la gente no hace nada, la pobre gente que haga lo que haga, no progresa, por ningún motivo, porque tengo dos hijas allá y una de ellas está que trabaja, hace lo que puede y no progresa para nada”.

Son nueve los motivos de Manuela para cruzar, y uno de ellos tiene apenas un año, y aunque también tiene nietos en El Salvador, estos están ya grandes y ella dice que no tiene nada que hacer ahí. En cambio, allá le va a ayudar a Cecilia a cuidar a sus tres hijos “primero Dios”, repite; y como Cecilia pronto será ciudadana americana, le arreglará sus papeles.

Estas mujeres viajan temerosas y la única protección que tienen es aquella que sólo su fe les puede brindar. Se encomiendan al omnipresente a cada día pues saben que fuera de la Ley de Migración para el Estado mexicano los migrantes no importan. Esperan que con su participación en la caravana se pueda cambiar las cosas para los futuros viajes de sus compatriotas.

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