Somos afromexicanos

Extensión Comunitaria / UAM Iztapalapa

Somos afromexicanos 

Documental “Somos afromexicanos”. Producción del Proyecto de Extensión Comunitaria de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa y dirigido por la Licenciada Nadia Galaviz. 
Fotografía: Alejandro Juárez Gallardo

El racismo y la discriminación “son una cosa de cada día”, señala Tanya, psicóloga y activista afrodescendiente que vive en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. De hecho, desde que fue concebida, este tipo de rechazo ya le afectaba.

“Porque cuando la familia de mi mamá se dio cuenta que estaba embarazada de un hombre negro, pues fue un desastre ¿no?, mi mamá se casó con su antiguo novio blanco, entonces desde antes de nacer ya había un problema en ese sentido por cuestiones de racismo”, comenta.

Sí, en pleno siglo XXI, en México se trata a las personas según el color de su piel. Esta es una realidad a la que se enfrentan indígenas y mestizos, pero sobre todo el millón y medio de personas afrodescendientes mexicanas que habitan en 12 entidades del país –destacan los estados de Oaxaca, Guerrero, Veracruz, Yucatán y Coahuila.

Son los descendientes de los esclavos que trajeron los españoles durante la Colonia, luego de que la población indígena fuera diezmada por el obligado y extenuante trabajo que se realizaba en el campo y en los yacimientos mineros. Tras la Independencia, prohibida la esclavitud, los grupos de origen africano tuvieron la oportunidad de trasladarse a las ciudades, donde empezaron a vivir una nueva marginación, la económica.

“Desde las radionovelas (de los años cincuenta del siglo pasado), las posturas de las y los negros son siempre de sirvientes, de putas, de ladrones, de brutos, de gente que sirve (a otros)”, señala Tanya Duarte. Esos estereotipos han alimentado incluso el rechazo general de la misma población afrodescendiente hacia su origen e identidad.

África, en el imaginario de la sociedad mexicana, “es un lugar inaccesible, con animales salvajes, donde vive Tarzán”, ironiza Tanya. Incluso –lamentablemente– hay muchas personas que creen que se trata de un país, y no de un enorme continente. Es justo este desconocimiento lo que también nutre al racismo que sufren los afromexicanos.

Marginación histórica 

La primera investigación realizada en México sobre la afrodescendencia la encabezó Gonzalo Aguirre Beltrán, un antropólogo quien en 1944 afirmó que entre los años 1580 y 1650 habrían llegado a nuestro país, de manera forzada, unos 250 000 africanos.

Si bien estos provenían de diferentes regiones de África occidental, en la otrora Nueva España se convirtieron en un grupo homogéneo que comparte hasta nuestros días una característica: la marginación.

De acuerdo con una encuesta intercensal del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, realizada en 2015, solamente 8.9 por ciento de la población afrodescendiente mayor de 15 años asiste a la escuela. El sondeo revela además que hay 1.4 millones de personas afromexicanas, que representan 1.2 por ciento del total de la población en el país, aunque esas cifras podrían ser mayores debido a que es común negar la afrodescendencia.

“Algunas personas afrodescendientes y de pobreza extrema migran de los pueblos de Guerrero hacia las ciudades como Acapulco o Chilpancingo, que en el día a día sufren discriminación”, apunta Abraham Chavelas, creador del proyecto Más Música Menos Balas, una iniciativa cultural que intenta acercar el arte a la población que en los últimos lustros ha padecido la violencia del narcotráfico.

En ese tenor, los afromexicanos que han dejado su comunidad sufren una doble marginación “al estar alejados de los ojos de la población en general”.

Historia negada

A nuestro país llegaron bantúes del centro de África, además de población mandinga y wolofs del área occidental de ese continente. Miles de hombres y mujeres cuya cultura les fue arrancada con el obligado desarraigo.

Como esclavos no tenían ningún derecho, eran considerados objetos aptos sólo para el trabajo, aunque en los sótanos de aquella sociedad de castas la convivencia sexual –mucha veces obligada- con blancos o indígenas dio como resultado un mestizaje que llega hasta nuestros días.

“Algunas personas afrodescendientes y de pobreza extrema migran de los pueblos de Guerrero hacia las ciudades como Acapulco o Chilpancingo, que en el día a día sufren discriminación”, apunta Abraham Chavelas, creador del proyecto Más Música Menos Balas, una iniciativa cultural que intenta acercar el arte a la población que en los últimos lustros ha padecido la violencia del narcotráfico.

En ese tenor, los afromexicanos que han dejado su comunidad sufren una doble marginación “al estar alejados de los ojos de la población en general”.

En México “viven distintas poblaciones y comunidades afrodescendientes. Algunas de estas, como las de la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, por diversas causas históricas, son más visibles por sus rasgos físicos o fenotipo”, explican María Elisa Velázquez y Gabriela Iturralde, en el estudio Afrodescendientes en México, publicado en 2012 por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación.

Fragmento del texto publicado en Capital México 

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