Siria: ser madre en tiempos de guerra

Marga Zambrana

Foto: Con una población de 18,5 millones, el conflicto en Siria ha desplazado a la mitad de su población interna y externamente. Medio millón ha muerto. Unos cinco millones viven en países vecinos como Turquía, Líbano, Jordania, Egipto e Iraq, y en todos ellos las futuras madres tienen acceso irregular a los servicios médicos. En esta imagen, un grupo de madres y niños en un campo de refugiados de Iraq, en abril de 2017. (Marga Zambrana)

En Siria se nace con cesárea. No hay tiempo para partos naturales bajo los bombardeos. Ni suficientes médicos. Se da a luz en refugios subterráneos desde que los hospitales se convirtieron en objetivos de guerra.

Las futuras madres llaman al médico y piden cita para la cesárea. Así lo hizo Islam Mohammad en dos ocasiones, en su primer parto en Damasco, zona del régimen, y en su segundo en Idlib, uno de los últimos bastiones insurgentes.

“Mi marido no me pudo acompañar en el primer parto, teníamos miedo de que fuera detenido”, explica Islam desde Idlib, donde reside ahora con sus dos hijas y su marido, Yasser Abu Ammar, profesor de árabe y exprisionero, en la lista negra del régimen por haber participado en las protestas contra Bashar al-Assad.

Pocas revisiones médicas se permitió Islam durante el embarazo. La pareja, originaria de Darayya, vivía en 2016 en Zakia, un pueblito en Ghouta Occidental que en esas fechas era objetivo de las bombas de barril. No hay hospitales en Zakia. “Sólo había una comadrona y un urólogo”, recuerda la joven madre.

Se puede dar a luz en zonas de la oposición, como en Ghouta Oriental, donde los hospitales son subterráneos como los que Médicos Sin Fronteras (MSF) apoya desde 2013. MSF ha contabilizado casi un centenar de ataques al año contra centros médicos a los que da apoyo en zonas opositoras sirias, con 81 profesionales sanitarios muertos sólo en 2015.

Según la OMS, el régimen sirio encabeza el ranking de ataques contra centros y personal médico en zonas de conflicto, con 121, sólo en el primer trimestre de 2018, y a buena distancia del segundo de la lista: Pakistán, con 8.

En este contexto, tanto la mortalidad infantil como la materna han repuntado. Si el país logró un bajo histórico de 16,3 niños fallecidos por cada 1.000 nacimientos (en 2010, antes de estallar el conflicto armado), la cifra ha crecido hasta situarse en 17,5 en 2016. En cuanto a las muertes maternas, desde el bajo histórico de 2010 (49 fallecimientos por cada 100.000 parturientas), se ha pasado a 68 en 2015 (cifras más recientes publicadas por los organismos internacionales).

Planificación familiar y seguimiento médico, dos raras avis

Ante la falta de personal especializado, Islam y Yasser reunieron dinero para pagar una cesárea con garantías sanitarias en zona del régimen. Cada visita a un ginecólogo privado cuesta unos 50 dólares (43 euros), mientras que los ingresos per cápita en Siria no alcanzan los 150 dólares mensuales (130 euros). Por fortuna, una organización benéfica financiaba la mitad de la intervención y tratamiento en el hospital de Damasco. Pero Islam tenía que ingresar sola para evitar que su marido pudiera ser detenido.

En tiempos de paz el trayecto de Zakia a Damasco duraba una hora. Pero debido a los puestos de control, Islam tardó 10 horas en llegar, con continuos interrogatorios por parte de milicias pro-Assad, que finalmente descubrieron las fotos de Yasser en su teléfono. Mintió, dijo que no sabía nada de él y les entregó efectivo por su silencio.

Una vez en el hospital, los médicos impidieron que la madre de Islam se uniera a ella. Se sintió sola y temerosa de hablar más de la cuenta durante la anestesia. Apenas a cien kilómetros de distancia, Yasser temía que la arrestaran. “Tenía miedo y estaba triste porque no podía estar con mi mujer, el amor de mi vida. Estaba rezando a Dios, pidiendo que mi mujer y mi hija estuvieran bien y que Islam no hablara durante la anestesia. Les pedí por Messenger a mi suegra y cuñada que se quedaran con ella y que no la dejaran hablar”.

Jouri, que significa en árabe rosa damascena, nació el 15 de julio de 2016, el mismo día del fallido golpe de Estado en la vecina Turquía, uno de los principales valedores de la oposición siria. “Las milicias del régimen estaban celebrando a tiros la [supuesta] caída de [el entonces primer ministro turco Recep Tayyip] Erdogan. Fue una noche de terror para la gente de Damasco. Los disparos no cesaban y mucha gente murió en esa celebración”, recuerda Yasser, de 31 años. Finalmente “Islam me llamó, estaba llorando. Le expliqué que era una celebración, pero no pude calmar sus miedos. Me sentí inútil y triste”.

Las tribulaciones de la pareja prosiguieron durante semanas. Debido a la cesárea, Islam tuvo que permanecer en el hospital quince días. Tras la primera noche en casa, un bombardeo sacudió a la joven pareja de madrugada. A pesar del dolor de la cesárea, Islam saltó de la cama, agarró a Jouri y corrieron al refugio. Los bombardeos se intensificaron durante un mes, Islam cuenta que se volvió histérica. Ya no había pan ni leche infantil. La pareja decidió huir a Damasco con el aire lleno de polvo y carreteras devastadas. Jouri no podía respirar durante el trayecto. “Era un viaje hacia la muerte”, recuerda Islam.

A finales de 2016 se instalaron en la provincia norteña de Idlib, y unos meses después Islam estaba de nuevo embarazada. En la ciudad donde se instalaron no había ni un ginecólogo. De nuevo tenía dos opciones: buscar un hospital público y dar a luz en un refugio subterráneo con otra media docena de parturientas atendidas por estudiantes, o pagar otra vez por un privado. El único con incubadoras es el del paso fronterizo de Bab Al-Hawa.

La pareja decidió poner todos sus ahorros de nuevo encima de la mesa para el nacimiento de su segunda hija, Leen, que en árabe significa tierna o delicada, el 11 de noviembre de 2017. Yasser, que en la actualidad estudia ciencias políticas, recuerda con alegría cómo besó a su mujer en la frente tras el parto y abrazó a la pequeña.

El médico que les atendió, el doctor Mahmud al-Mutlaq, gana tanto dinero que, en el último Ramadán, en mayo de 2018, fue secuestrado y torturado por miembros del grupo salafista yihadista Hayat Tahrir al-Sham, afín a Al-Qaeda, y liberado a cambio de un suculento rescate.

Hanadi Hasan es una de las enfermeras que trabaja en la sección de prematuros del hospital de Bab Al-Hawa. La anestesista de 27 años confirma que es el único en la zona con incubadoras:

“Tenemos muchos casos de niños nacidos con malformaciones congénitas debido a algunas de las armas que se están usando. Entre esos defectos de nacimiento tenemos encefalitis, infartos cerebrales, parálisis y obstrucciones intestinales”.

Con una población de 18,5 millones, el conflicto en Siria ha desplazado a la mitad de su población interna y externamente. Medio millón ha muerto. Unos cinco millones viven en países vecinos como Turquía, Líbano, Jordania, Egipto e Iraq, y en todos ellos las futuras madres tienen acceso irregular a los servicios médicos, según datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Dentro de Siria y según el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA, según sus siglas en inglés), de los 3,3 millones de mujeres en edad fértil, unas 540.000 estaban embarazadas a principios de 2016.

Las historias de Islam y Yasser ejemplifican los diferentes riesgos de dar a luz en zona del régimen o de la oposición. Una diferencia decisiva son los bombardeos que lleva a cabo el régimen sirio con apoyo de Rusia en zonas opositoras, donde facciones con distintos grados de radicalización carecen de aviones o de sistemas antiaéreos suficientes.

Om Kamel confirma estos riesgos. “Estaba tan asustada, perdí mucha sangre y entré en pánico porque no tenía a nadie, estaba preocupada por mis hijos”. Esta madre de 32 años dio a luz a su cuarto hijo en abril pasado en Douma, Ghouta Oriental, que en esas fechas sufría su más reciente ataque químico. También parió sola, ya que su marido está desaparecido. “Antes (de la guerra) teníamos doctores y hospitales, y los costes eran mucho más baratos. Esta vez no podía permitirme pagar ni un análisis de sangre. No había comida”. Om Kamel tuvo que acudir a uno de los 8 refugios de UNFPA en la zona para recibir asistencia reproductiva.

Rajia Sharhan, especialista en nutrición para UNICEF en Siria, dice que “las necesidades prioritarias son micronutrientes para los casos de anemia entre mujeres embarazadas y en periodo de lactancia”. El porcentaje de anemia en esa población (de embarazadas, en Ghouta Oriental) es de un 25%, “sin incluir las áreas asediadas”, subraya Sharhan.

La doctora Izdihar trabaja en Damasco para una ONG apoyada por UNFPA. “Un 90% de los partos en zonas de conflicto se llevan a cabo mediante cesárea. No tenemos comadronas diplomadas, las condiciones de trabajo son muy malas y no podemos hacer seguimientos”, explica la cirujana. Según fuentes médicas sirias, el recurso a la cesárea se explica por la falta de médicos, ya que entre el 50 y el 60% ha abandonado el país desde que en 2011 estalló la guerra.

“No hay seguimiento en las zonas de conflicto. Los servicios son caros, no hay medicinas, ni productos de alimentación. Las mujeres visitan la clínica una o dos veces durante el embarazo y para un parto de riesgo”, asegura la doctora.

Al carecer de suficiente anestesia y personal especializado, muchas cesáreas derivan en infecciones. “Sin embargo, tenemos que continuar trabajando debido al alto número de embarazos, que ha llegado a ser del 85% en periodos de conflicto”, explica, comparado con una media del 16% de mujeres en edad fértil en 2016, según datos de UNFPA. El alto índice de embarazos durante esos periodos se debe a la carencia de métodos contraceptivos, la influencia religiosa contra esos métodos en zonas conservadoras, y el recurso a la actividad sexual para lidiar psicológicamente con el asedio bélico, la rabia y la pérdida de familiares.

“Decidimos tener hijos porque la vida debe continuar”, explica Islam. “Mi país necesita una nueva generación para reconstruirse desde sus ruinas. Espero que mis hijos vivan en paz y con seguridad y que crezcan para tener una vida feliz”.

“¡No pude escoger!”, espeta Om Kamel en tono realista. “Mi marido no usaba preservativos; y eran demasiado caros, tampoco nos los podíamos permitir. Aparte, [otros métodos anticonceptivos como] el DIU están prohibidos por los religiosos. Yo no quería más hijos, ya teníamos tres”.

 

Publicado originalmente en Equal Times

Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado por Nestlé ni por Monsanto. Desinformémonos no depende de ellas ni de otras como ellas, pero si de ti. Apoya el periodismo independiente. Es tuyo.

Otras noticias de opinión  

Dejar una Respuesta