Caminos de la Memoria

Huellas de la Memoria

Ser desaparecido por luchar

I

Hoy en México te desaparecen por migrar al norte, por estar en el lugar y momento equivocados, te desaparecen porque pueden, te desaparece la autoridad o te desaparecen y la autoridad no hace nada. Te desaparecen siendo estudiante, haciendo la cola para comprar tortillas (como a Javier Ernesto Vélez Pulido que fue desaparecido por policías el 8 de diciembre del año pasado en Culiacán), te desaparecen mientras chambeas en la mina (como a David Fuentes, que este 9 de febrero cumple 8 años desaparecido), te desaparecen en cualquier ciudad, en cualquier estado, te desaparece gente que te dijo que te amaba y te desaparecen los policías.

Esta práctica criminal, que sume a lxs familiares, amigxs y a la sociedad en la incertidumbre más insoportable, no siempre fue tan extendida, tan cotidiana. La desaparición forzada fue ideada, planeada, concebida por el régimen nazi: cualquier opositor político debía ser desaparecido “durante la noche y la niebla”.[1] El uso que le dió el Tercer Reich a la desaparición forzada, cuyo fin doble era eliminar a la oposición política y mantener a la población paralizada por el terror, fue rescatado por la armada francesa, quien la utilizó durante la guerra de Argelia (1954-1962); en aquel contexto los cuerpos de los opositores (que luchaban por la independencia de aquel país), fueron arrojados al mar para “desaparecerlos”. El ejército francés, aún habiendo perdido la guerra, enseñó estas tácticas (llamadas antisubversivas) a las dictaduras del Cono Sur, durante el Plán Cóndor, tal y como lo documentó Marie-Monique Robin en Escuadrones de la muerte, la escuela francesa.

En México, a pesar de no haber sufrido oficialmente una dictadura militar, se aplicaron las mismas tácticas del terrorismo de Estado. Aquellas que usaron los nazis, después los franceses en Argelia e Indochina y todas las dictaduras latinoamericanas, en especial, en lo que respecta a la desaparición forzada, la última dictadura cívico-eclesiástico-militar de Argentina en la que en siete años fueron desaparecidas 30 000 personas. Los vuelos de la muerte, esa práctica de arrojar a los opositores al mar, a veces aún vivos, fue especialmente cruenta en el Río de la Plata pero también fue utilizada en México. Desde la base militar Pie de la Cuesta, en Guerrero, opositores políticos, estudiantes, miembros de las guerrillas urbanas y campesinas que habían sido detenidos y desaparecidos en cárceles clandestinas fueron arrojados al mar Pacífico. No sólo eran guerrerenses sino que provenían de cárceles ilegales (como el Campo Militar Número 1 de la Ciudad de México) desde Oaxaca, Puebla, Tlaxcala, Hidalgo, Nuevo León, Chihuahua o la capital del país, como quedó asentado en 2014 en el informe final de la Comverdad  (Comisión de la verdad del Estado de Guerrero).[2]

            Estas desapariciones forzadas por motivos políticos sucedieron en México durante el periodo conocido como “Guerra Sucia”. Nos parece un nombre revictimizante que es necesario cambiar, porque en una guerra hay dos bandos que luchan y en este caso fue una represión sistemática y brutal por parte del Estado contra toda oposición política y porque Guerra Sucia implica que hay guerras limpias y todas las guerras son violentas, injustas, “sucias”. Querríamos hablar más bien de terrorismo de Estado, igual que el Tercer Reich, el Estado colonial francés, los Estados dictatoriales de Chile, Paraguay, Argentina, etc, el Estado mexicano recurrió a las prácticas terroristas desde 1969 y podría argumentarse que hasta hoy en día; pero al menos, de manera sistemática y generalizada, desde 1969 y hasta finales de los años 70. Son prácticas terroristas porque buscaban, como lo dijo Hitler, que “a través de la diseminación de tal terror toda disposición de resistencia entre el pueblo fuera eliminada.”

            En México, hoy en día, te pueden desaparecer por ser mujer, por ver algo que no debías, por ser niño o niña, porque tu padre te secuestre al separarse de tu madre, porque las autoridades quieren cifras de combate al narcotráfico y agarran a cualquier chavito, porque estás cruzando México como migrante intentando llegar al otro lado. Pero no siempre fue así, no siempre cualquiera en cualquier lugar podía ser desaparecido, desaparecida. En México, el terror de la ausencia, de la incertidumbre, del miedo constante, de la duda absoluta, comenzó como un plan, una idea llevada a cabo de manera sistemática y organizada por el Estado a través de la Dirección Federal de Seguridad y de la Brigada Blanca. De Oaxaca a Chihuahua fueron desaparecidxs miles de luchadores sociales, miembros de organizaciones campesinas, mujeres jóvenes que pertenecían a las guerrillas urbanas, militantes de la Liga Comunista 23 de septiembre. Y fueron desaparecidxs por luchar, por oponerse a las políticas del Gobierno, por soñar con un México mejor.

            Por lo extendida, organizada, generalizada y sistemática que era la desaparición forzada en aquellos años, como técnica “antisubversiva”, no sólo aquellos directamente involucrados sabían de ella. Es decir, no sólo el militar Acosta Chaparro, que según algunos testimonios ejecutó de manera extrajudicial a 200 personas antes de tirarlas al mar desde Pie de la Cuesta, supo del destino final o de alguna de las circustancias de la desaparición. También lo supieron los pilotos (entre otros los tenientes David Carlos Gómez, Jorge Violante Fonseca, Apolinar Ceballos Espinosa y Roberto Huicochea Alonso), los mecánicos de aviones (como Margarito Monroy Candia) y sus familias, esposas, novias o amigos. Los miembros de la Brigada Blanca que los detuvieron y trasladaron a las cárceles clandestinas; los militares que en esas cárceles lxs torturaron, a algunxs quizás lxs ejecutaron; y sus vecinos, sus familias, sus choferes. Y quienes los trasladaron a cárceles legales o a Acapulco para ser de nuevo interrogados; y sus esposas, sus hijos mayores, sus madres, sus confesores. Y todos los políticos que ordenaron la represión o la avalaron, la permitieron, la celebraron. Y los empresarios que apoyaron a esos políticos.

            Y sus familias, sus vecinos, sus amigos.

            A ellxs les escribió este último 6 de enero Alicia de los Ríos, hija de Alicia de los Ríos quien fuera detenida y desaparecida el 6 de enero de 1978 en Ciudad de México: “Hoy, en este contexto de incertidumbre que nos hace valorar profundamente la vida de quienes más amamos, apelo a la buena voluntad, la conciencia y la ciudadanía de esos familiares, vecinos y compañeros de los agentes de la Brigada Especial que provenían de la División de Investigación para la Prevención de la Delincuencia (DIPD), la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la Dirección General de Policía y Tránsito (DGPT), la Policía Judicial Federal (PJF) y las policías judiciales del DF y del estado de México, así como la Policía Militar y la Policía Judicial Federal Militar.

Si su padre, abuelo, tío, esposo o vecino patrullaba en brigadas de cuatro agentes en automóviles no oficiales; si vestía de traje, no portaba uniforme y estaba armado de manera permanente; si ingresaba de manera cotidiana al Campo Militar número 1 o viajaba a otros estados en el avión de la DFS, entonces es casi seguro que supo de lo que ocurrió con nuestros padres, madres y compañeros. Y la información que ustedes tengan, por intrascendente o vieja que les parezca, puede significar mucho para quienes continuamos necias en conocer el paradero de nuestros familiares.”[3]

En México, hoy, son miles y miles lxs que han sido desaparecidxs y lxs que diariamente siguen siendo desaparecidxs. Son miles también lxs que lxs buscan. Pero no siempre fue así, no siempre cualquiera en cualquier lugar podía ser desaparecido. Cuando en 1969 (fecha de la primera desaparición forzada documentada por familiares) fue detenido y desaparecido en Guerrero el luchador social, maestro, padre, amoroso esposo, Epifanio Avilés Rojas, el Estado abrió la puerta para que esta táctica de terror se generalizara. Cuando después de años de represión brutal, que dejó un saldo de miles de desaparecidxs, ejecutadxs, cientos de personas liberadas tras la lucha del Comité Eureka, el Estado no asumió su responsabilidad, dejó la puerta abierta para que este crimen atroz se hiciera cotidiano. Cuando ningún gobierno desde entonces decidió investigar plenamente, mantener viva la memoria, ofrecer verdad y comenzar procesos de justicia y no repetición, dejaron abierta la puerta para que hoy, en México, cualquiera en cualquier lugar pueda ser desaparecido.

Cuando después de 50 años el Estado no reconoce plenamente su responsabilidad por la desaparición forzada de miles de personas, cuando en lugar de tener una política clara de memoria, comisiones permanentes por la verdad, procesos abiertos para la justicia, sólo ofrece esporádicas y personales disculpas públicas, el Estado, hoy, el gobierno actual, abre la puerta para que la desaparición forzada en México siga siendo generalizada y cotidiana.

Esta columna es la primera parte de una serie de columnas sobre la desaparición forzada por motivos políticos.


[1] En 1941 el Tercer Reich firmó un decreto llamado: «Directivas para la persecución de las infracciones cometidas contra el Reich o las Fuerzas de Ocupación en los Territorios Ocupados», mejor conocido como Noche y niebla. Sobre las razones para dicho decreto Hitler mismo afirmó que «El efecto de disuasión de estas medidas»… «radica en que: a) permite la desaparición de los acusados sin dejar rastro y b) que ninguna información puede ser difundida acerca de su paradero o destino”. “Una intimidación efectiva y duradera solo se logra por penas de muerte o por medidas que mantengan a los familiares y a la población en la incertidumbre sobre la suerte del reo” y “por la misma razón, la entrega del cuerpo para su entierro en su lugar de origen no es aconsejable, porque el lugar del entierro podrá ser utilizado para manifestaciones… A través de la diseminación de tal terror toda disposición de resistencia entre el pueblo será eliminada.”

[2] https://sitiosdememoria.segob.gog-====b.mx/work/models/SitiosDeMemoria/Documentos/PDF/InformeFinalCOMVERDAD.pdf

[3] La carta entera, “Sueño que me regaló un 6 de enero” puede consultarse en https://www.jornada.com.mx/2021/01/06/opinion/013a1pol

Colectivo Huellas de la Memoria

Colectivo que registra las historias de personas desaparecidas y los procesos de búsqueda de sus familiares en México y América Latina. La propuesta es grabar mensajes de lucha y esperanza en las suelas de los zapatos, usados por los familiares durante la búsqueda y denuncia de las desapariciones, y convertirlos en objetos de memoria viva.

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