Foto: Universidad de Coimbra 2018
El mundo académico, militante, políticamente comprometido con el pensamiento y la transformación social se ve fuertemente sacudido. Uno de sus gurús – un señor blanco, europeo, adulto, que ha sistematizado gran parte de nuestras ideas sobre colonialidad y violencias epistemológicas – se transforma en el arquetipo de la violencia patriarcal y racista, el extractivismo académico y las prácticas abusivas en las jerarquías de la producción de conocimiento. De “todo lo que está bien” a “todo lo que está mal” en un segundo y en clave interseccional.
Este escándalo repentino, la suspensión en su cargo de investigador y profesor, la previsible cancelación y la censura social no emana del descubrimiento de un secreto inesperado, sino de la publicación de su denuncia por parte de una reconocida editorial de circulación global.
Desde 2010 o quizás antes, académicas y activistas hablamos sobre esto en diferentes formas al sur de un pretendido sur portugués de este buen señor. En diversos marcos institucionales, y por diferentes canales de comunicación, hemos tenido oportunidad de ver y escuchar todo tipo de cosas. Desde conductas violentas sobre mujeres racializadas o vulneración de personas y colectivos estigmatizados a través de la broma, hasta la soberbia de intentar definir quienes son los interlocutores válidos en el diálogo decolonial. Mientras la mano boba roza el culo de la mulata, el dedo acusador indica al militante negro e indígena que vendió sus principios.
No es nueva la “sospecha” de que lo propuesto en sus libros no va más allá del texto. En el día a día se reproducen las arraigadas prácticas coloniales y sus micro violencias características de las relaciones entre un norte colonial y sus sures colonizados, de varones que todo lo saben a mujeres que debemos “pagar un precio” para poder entrar en el diálogo. Nada de esto ha alcanzado para generar la indignación colectiva, organizada. Hasta ahora no había sido suficiente para sacudir al mundo académico.
Lo que escuchamos hoy no es nuevo, lo hemos visto con nuestros ojos y conversados en nuestros cotidianos. La palabra estuvo siempre, pero hasta ahora nuestros oídos estaban sordos, incluso para escucharnos a nosotras mismas. Ha estado presente en espacios subalternos; y sabemos que los subalternos solo son buenos para hablar de ellos en los libros. Cuando se transforman en sujetos reales, políticos e históricos pasan a objeto de burla o descrédito. Burla hacia quienes se han cansado de ser enunciados por otro y han salido a disputar en el propio campo de las ideas, la posibilidad de decir y decirse. Descrédito a quienes osan decir que más allá de los grandes discursos las prácticas pueden permanecer inmutables, extractivas, violentas, abusivas, racistas, misóginas. Mujeres, negros, indígenas, pobres, que rompen con el mandato de sostener un silencio sumiso desde los lugares en que llevan adelante su trabajo y sus luchas, son silenciados mediante la autoridad de los discursos éticos, académicos y políticos que vienen de arriba.
Por suerte, algunas cosas ya no son aceptables. El “incidente” de Boaventura de Sousa Santos es un ejemplo de ello. Lo que antes se pensaba como experiencia subjetiva, como violencias individuales, hoy puede ser discutido en términos colectivos, políticos. Las luchas feministas y antirracistas son responsables por esas transformaciones. Los caminos de estas luchas nunca son lineales, y los resultados no son inmediatos. El escándalo y la conmoción que estamos presenciando, bien puede ser analizado como el resultado de esos caminos, de los ciclos de maduración de los procesos colectivos. La indignación tiene sus propios tiempos y deben ser respetados. La denuncia, su dispersión y alcance a nivel global, la escalada de la indignación es necesaria y bienvenida; pero se hace necesario detenernos a pensar sobre sus geografías y lenguas. Si podemos escuchar todo esto que está pasando hoy, no es solo porque los tiempos hayan cambiado, sino también, porque está siendo dicho desde Europa y en inglés.
Publicado originalmente en Zur