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Sarayaku, río de maíz donde crece la resistencia indígena ecuatoriana

Gloria Muñoz Ramírez

Fotos y video: Alejandro Ramírez Anderson

Edición: Gerardo Magallón

Pastaza, Ecuador. “¿Qué es lo que está pasando en un Estado plurinacional? Se habla de desarrollo cuando nuestros territorios, donde nosotros hemos vivido por cientos de años, están siendo explotados, concesionados, entregados a nuevos bloques petroleros, y eso sí verdaderamente nos afecta”, espetó Mirian Cisneros, la indígena kichwa que con estas palabras enfrentó al presidente Lenín Moreno en el diálogo público con el gobierno, en el marco del Paro Nacional de octubre pasado, en el que fue la única mujer que formó parte de la delegación de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie).

Mirian Cisneros, presidenta de la emblemática comunidad en resistencia de Sarayaku, en el corazón de la amazonía ecuatoriana, habla de la riqueza de los pueblos indígenas que han sido empobrecidos, esta vez desde la canoa que la traslada de Canelos a su comunidad durante cuatro horas por el río Bobonaza, que se une al Amazonas más adelante. La imponente selva no la deja mentir. La riqueza no es sólo natural, una cultura viva también la respalda. Sarayaku ha ofrecido al mundo conceptos como Sumak Kawsay/ Buen Vivir y Kawsak Sacha/ Selva Viviente, nada nuevo en la cotidianidad de los pueblos indígenas del continente, una aportación para quienes desde fuera de las comunidades luchan contra la devastación ambiental.

Han pasado tres meses desde los 13 días de convulsión que se vivieron en Ecuador a raíz del decreto 883 que, entre otras cosas, quitaba el subsidio a los combustibles, provocando un alza en el costo de la vida difícil de sobrellevar por la población ecuatoriana. La movilización social respaldada por el movimiento indígena logró la derogación del decreto, pero el saldo de la protesta aún se vive en las comunidades. Once muertos, la mayoría indígenas, y cientos de heridos y detenidos son la factura del levantamiento que puso en jaque al gobierno de Lenín Moreno.

Cuando llegaron los indígenas a la ciudad de Quito fueron recibidos con aplausos por una sociedad que en otros momentos los ha despreciado. Sabían que su participación directa definiría el destino de la movilización. La Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) puso toda su organización en el tablero y llevó la voz cantante en las negociaciones con el gobierno de Moreno. Sarayaku fue una de las tantas comunidades participantes, su arribo dio ánimo al resto, pues es reconocido su importante rol en la organización del movimiento indígena nacional.

De Sarayaku salieron cien indígenas en canoas rumbo a Quito, 30 mujeres y 70 hombres. Maura Ikiam, dirigente de las mujeres del pueblo, era la primera vez que participaba en una marcha. Cuenta que ella y el resto iban desesperadas por los hijos que tuvieron que dejar. “Mi esposo me dijo que en los paros había muertos y accidentes y que cómo iba a vivir solo, pero me fui”. Fue la primera que estuvo en Quito, “donde nos cogimos de la mano y nos pusimos en primera fila”.

Maura tenía miedo. Vio morir a otros indígenas y no contuvo el llanto. “Los compañeros me decían que yo era una mujer valiente, pero yo temblaba. Me di cuenta de que había muchas mujeres de la sierra, de la costa, de la Amazonía, y en nuestros idiomas estábamos conversando muchas historias. Las mujeres de la ciudad ayudaron en la alimentación, estaban en las calles y también nos apoyaron. Antes no pasaba eso. Por primera vez el gobierno hizo salir así a Sarayaku y a todo el Ecuador. Fue el gobierno el que nos unió”.

Mirian Cisneros es una de las miles de mujeres indígenas que fueron cruciales para la protesta, pues además de hacer posible la logística de las movilizaciones, pusieron también el cuerpo en la primera línea de los desiguales enfrentamientos. Y ella, además, puso la voz.

“Yo no diría que soy la mujer que desafió a Moreno, más bien, como representante y como presidenta del pueblo de Sarayaku, valorando el rol y el sentir de la mujer como cuando vamos a representar en otros espacios en los que estamos participando, mis palabras fueron de corazón. Fue el momento oportuno para decirle las cosas de frente y él tenía que escuchar la palabra de la mujer”, matiza Mirian.

Después del viaje en canoa, la entrevista continúa en la cocina de su casa, junto al fogón en el que otras mujeres cocinan un pollo. Las mujeres, señala, “ahora estamos incluidas dentro de todo el proceso de la lucha, así como lo hicieron nuestras grandes lideresas que se quedaron en la historia y que hoy, a través de sus seres espirituales, nos guían y nos dan esa fuerza para poder seguir en este camino”.

Luchando, dice, es “es la única forma en la que los pueblos indígenas hemos conseguido nuestros derechos, como la educación bilingüe, la salud intercultural, los derechos de la mujer, derechos humanos que incluyen a todos, hombres, mujeres, niños, ancianos, personas discapacitadas”. Pero no siempre han logrado sus propósitos, pues “nuestros gobernantes son soberbios y no quieren escuchar a los pueblos”, por lo que “nuestras voces han tenido que estar en las calles para poder ser parte de un Estado plurinacional e intercultural”.

Sarayaku, río de maíz donde crece la resistencia

A Sarayaku sólo se llega en canoa por el río Bobonaza o viajando en avioneta. Es un pueblo de aproximadamente mil 400 habitantes, ubicado en el centro-sur de la Amazonía y conformado por siete comunidades: Kali Kali, Sarayakillu, Chuntayaku, Shiwakucha, Puma, Kushillu Urku y Mawka Llakta. Jurídicamente se organiza en 1978 “con el objetivo de defender el espacio territorial y los derechos humanos amenazados por las grandes empresas petroleras desde hace más de 40 años”, afirma Cisneros, quien recuerda que la primera amenaza vino de las empresas Arco Oriente y Compañía General de Combustibles (CGC).

Hoy Sarayaku sigue amenazado. Hay pozos petroleros cerca del pueblo, “pero aquí seguimos resistiendo para no dejar entrar a ninguna empresa petrolera, a pesar de que los relacionadores comunitarios han intentado dividir a las familias en las comunidades”.

A finales del 2002 e inicios del 2003, la Compañía General de Combustibles (CGC), de origen argentino, entró con la fuerza militar al territorio de Sarayaku. El pueblo nunca fue informado ni consultado sobre lo que haría la empresa petrolera. Mirian recuerda que “todo fue una cosa sorpresiva, empezaron ruidos de helicópteros, el pueblo se alertó y vimos cómo sus trochas ya habían estado pasando por el territorio”. Nadie hasta ese momento sabía que el Estado ecuatoriano le había concesionado desde 1996 el bloque petrolero 23, que comprendía 200 mil hectáreas, con afectación directa a este pueblo.

La presidenta de Sarayaku, que entonces fungía como secretaria, tiene vivo el recuerdo de una lucha que marcó a su comunidad: “Se suspendieron entonces todas las actividades del pueblo, las escuelas, todo, porque todos los hombres, los jóvenes, las mujeres, se fueron a la selva a sacar a la compañía. Los niños se quedaron a cargo de las abuelitas, las más menores se encargaron de preparar la logística para dar abastecimiento a la gente que estaba en la selva. Fue una dura experiencia de cuatro meses para poder sacar a la petrolera del territorio, pues los militares intentaron violar a las niñas y torturaron a los jóvenes que secuestraron”.

En esa batalla las mujeres fueron la primera línea, pues “se pensó de la mejor manera, inteligente, porque entre hombres iba a haber choque. Se hicieron campamentos en la selva, tratábamos de hacer ruedas de prensa, pero la comunicación profesional nunca cubrió todos los atropellos y violaciones de derechos humanos que pasamos y nunca salieron a la luz. Decían que todo estaba bien, que los de Sarayaku son revoltosos, guerrilleros, con armas, pero nuestra lucha fue pacífica”.

Lo que siguió fue la lucha jurídica. Sarayaku acudió a todas las instancias posibles en Ecuador pero no tuvieron respuesta. “Y en ese largo caminar, el caso Sarayaku llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en el 2004. Pasaron uno o dos años sin respuesta, pero con tanta insistencia de nuestros dirigentes y abogados el caso fue aceptado”, recuerda Cisneros.

El principal reclamo, una vez que lograron sacar a la empresa, fue el retiro inmediado de los 14 mil kilos de bentonitas explosivas que dejaron ahí y que hasta la fecha no han sacado, aunque el caso falló a favor de Sarayaku. La resolución de la CIDH incluyó el retiro de los explosivos del territorio; la realización de una consulta previa, libre e informada; la indemnización de los daños; la publicación del dictamen de la sentencia en kichwa; un registro oficial; la no repetición de la entrada de las petroleras y las disculpas públicas del presidente. Casi todo se cumplió, menos sacar los explosivos del territorio, que hasta hoy siguen, y la consulta que sigue sin realizarse, por lo que Sarayaku continúa exigiendo el cabal cumplimiento. Mirian sintetiza este proceso con la siguiente frase: “Ganamos, pero todavía no se acaba”.

Y no se acaba no sólo por los explosivos enterrados, sino también por el resto de las amenazas al teritorio, como las que llegaron con las empresas mineras al sur de la Amanozía, territorio del que “también somos parte porque como pueblos hermanos nos sentimos afectados, pues toda la contaminación que hacen nos afecta. Lo mismo sucede con las empresas madereras que se están aprovechando de las carreteras. Quieren acabar con todas las especies. Son recursos que quieren explotar y ellos son compradores ilegales”.

Kawsak Sacha, Selva Viviente

A las 4:30 de la madrugada, con la única luz que se desprende del fogón, Mirian, su esposo Marlon Santi (presidente de Pachakutik, brazo político de la Conaie) y un grupo de mujeres se reúnen para beber guayusa. Es el momento de platicar de los problemas, de los desafíos, de lo que viene para el pueblo. También es momento para dar consejo a los jóvenes y resolver problemas entre ellos. Se sirven la infusión en un guaje dentro de esta ceremonia cotidiana. El efecto de la guayusa es parecido al de la hoja de coca: estimulante y digestivo. Después retoman sus deberes. Marlon continúa trabajando el techo de una nueva construcción con tejido de palma. Otra mujer degolla un pollo, otras más se van a la chacra y los niños a saltar en el monte.

El hijo de Mirian y Marlon bebe guayusa al ritmo que enguye las palabras de los adultos. Ni pestañea cuando hablan. Pide que le pinten el rostro con el pigmento que extraen del wituk, un fruto que se encuentra nada más estirando la mano, como todo aquí. Presume que ha probado ya la ayahuasca, la liana sagrada, soga de los espíritus en kichwa. A unos pasos su abuela, madre de Mirian, trabaja las grandes ollas en las que se conserva la chicha, bebida a base de yuca que sólo las mujeres pueden preparar y ofrecer. La chicha se sirve en las mukawas, vasijas hechas de arcilla. La anciana mujer las decora con figuras de animales y grecas y las pinta con polvos de rocas. Es también deber de las mujeres la chacra, siembra y cosecha de la yuca, y menester de ellas masticarla en la noche para darle más sabor a este brebaje de la abundancia. El tubérculo es también la base de su alimentación.

Un recorrido por el pueblo permite ver y vivir el concepto de Kawsak Sacha o Selva Viviente, la propuesa de Sarayaku al mundo para combatir el cambio climático. Aquí la relación con la naturaleza es de respeto y armonía. De la selva sólo se toma lo que se necesita. De estos “indios tirapiedras que no dejan desarrollar al país”, como les decían empresas y gobierno, salió una propuesta real para preservar el medio ambiente: Kawsak Sacha, que busca la promulgación de una ley que contemple una nueva categoría de preservación de los espacios territoriales de los pueblos originarios. Un pronunciamiento que reconozca la dimensión espiritual del territorio sagrado como patrimonio cultural y de biodiversidad en Ecuador, declarando el territorio de Sarayaku como una zona libre y de exclusión del industrias petrolera, minera y forestal.

Para llegar a esta propuesta se prepararon los jóvenes y los líderes de la comunidad, pidieron ayuda de antropólogos y juristas y lanzaron la iniciativa primero a nivel internacional. Al espacio “donde nosotros vivimos”, explica la presidenta de Sarayaku, “lo llamamos Selva Viviente porque la selva está viva para nosotros. Todos los seres que viven en la tierra son vivos, las plantas, los árboles, los lugares sagrados, los ríos. Nuestros mayores o los que tienen esa conexión con la ayahuasca o los sueños cuentan que hay seres similares a nosotros, que hay personas parecidas a negros, blancos y hasta enanitos que son dueños de cada ser. Esto hace que nosotros entremos en la sensibilización de cómo estos seres van a ser consultados cuando las empresas entren a esos lugares que son la casa de ellos”.

Un ejemplo: “Para hacer una chacra nos toca tumbar árboles maderales, pero no hay afectación porque para hacer una cosa siempre hay que pedir permiso a la Pachamama, con quien debemos tener una realación de respeto. En este espacio vivieron nuestros antepasados, sus almas y sus espíritus viven en los grandes árboles, en las lagunas. Ellos nos están guiando espiritualmente para fortalecernos”. El dinero no se come, cotinúa Mirian, “y si acabamos con todos nuestros recursos, ¿qué va a pasar con nuestras futuras generaciones? La propuesta de Kawsak Sacha es una propuesta de vida escrita y declarada pensando en las futuras generaciones, porque nosotros somos pasajeros”.

El reto, dice, es cómo trabajar también dentro de las comunidades, “porque en los pueblos, a pesar de que estamos en esta posición selvática, hay una vida complementaria, que es la occidental”. A Sarayaku, por ejemplo, llegan refrescos, dulces, jabones, ropas y latas del exterior. Por eso, insiste Cisneros, “es necesario no dejar de escuchar a nuestras abuelas y nuestras madres, que son nuestras maestras”.

El Estado plurinacional, un disfraz de Correa

Sarayaku participa activamente en las diferentes convocatorias de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, en las asambleas y congresos, en la toma de decisiones y en prácticamente todos los procesos. No es casual que de esta comunidad hayan salido presidentes de la organización nacional como Marlon Santi, esposo de Mirian, quien ahora es director de Pachakutik, brazo político de la Conaie.

En Ecuador existen 14 nacionalidades y 18 pueblos indígenas reconocidos por el Consejo Nacional de Desarrollo de las Nacionalidades y Pueblos del Ecuador (CODENPE), siendo la nacionalidad kichwa mayoritaria, con el 47.5 por ciento de la población indígena, seguido de la shuar. Geográficamente, el mayor número de territorios donde predominan los indígenas es la región Amazónica, le sigue la Sierra y finalmente la Costa.

“La sitiuación de todos es terrible”, señala Mirian, pues “siendo ricos en territorio, nos han empoprecido”, y agrega que no cuentan con suficientes servicios de salud y educación y, lo más preocupante, son víctimas de la invasión y el despojo. A finales de septiembre de 2019, el prefecto del Consejo Provincial de Pastaza declaró 2.5 millones de hectáreas como área ecológica de desarrollo sustentable, afectando a los pueblos y nacionalidades de la Amazonía “sin habernos consultado ni informado, porque lo que se organizaron fueron talleres y después se hizo firmar a la gente. Sarayaku, con el expresidente Félix Santi, envió una carta pidiendo que se respetaran los derechos de los pueblos, adviertiendo que no estábamos de acuerdo porque querían que esa área ecológica se llamara Selva Viviente y sería convertida en un consorcio con fines de lucro”.

Otra de las grandes amenazas a los territoiros indígenas es la minería a cielo abierto. El proyecto minero Mirador ha provocado intervención militar y policial, desalojos forzosos, asesinatos, criminalización y contaminación, además de la devastación que producirá en 30 años de actividad por la deforestación, remoción de millones de toneladas de tierra, elementos químicos y  millones de metros cúbicos de agua dulce. “La ambición y la imposición de intereses capitalistas se han conjugado en Mirador por sus reservas de 3,18 millones de toneladas de cobre, 3,39 millones de onzas de oro y 27,11 millones de onzas de plata”, denuncia la Conaie, y alerta “sobre las consecuencias ambientales y humanas provocadas en Tundayme, Zamora Chinchipe”.

En cuanto a las empresas petroleras, la presidenta de Sarayaku expone que existen los bloques de petróleo 74, 79 y 83. “Hicimos una rueda de prensa en la Conaie con las nacionalidades afectadas y dimos un pronunciamiento de que Andes Petroleum se retira por fuerza mayor”.

Sin la lucha y sin presión, señala, “nunca hemos conseguido nada. Los pueblos indígenas desde nuestra existencia hemos tenido el camino de la lucha. Nada ha sido gratis, no es que el gobierno nos atienda porque es bueno. Es con presión”.

Y con presión y organización fue como se enfrentaron al gobierno de Rafael Correa, presidente de Ecuador de 2007 a 2017, “diez años en los que Sarayaku nunca fue atendida y en los que fuimos los malos de su película”. Con él, recuerda Mirian, “siempre tuvimos choques, más por las empresas petroleras, que como no queríamos dejarlas pasar, pues dijo, ‘que se jodan allá’».

El reconocimiento del Estado plurinacional llegó con Correa en el papel, pero “en realidad es una novelería. Hablar de interculturalidad y plurinacionalidad fue una payasada de Correa,un disfraz. Lo mismo hablar del Sumak Kawsay, el Buen Vivir, que nace como concepto en el pueblo de Sarayaku y entró a la asamblea y a la Constitución, pero verdaderamente no saben el concepto original. Tal vez piensas que tener dinero, casas y bienes es el buen vivir, pero para nosotros es tener un espacio de vida, nuestro territorio sano, libre de contaminación, una vida en armonía, equilibrio, en contacto con la selva y todos los seres, producir nuestros productos y vivir con la naturaleza y no de ella”, remata Cisneros.

En la comunidad, continúa la autoridad, “tenemos la ciencia, la tecnología, la arquitectura, la salud, la alimentación. Eso es el Buen Vivir. Correa, en cambio, puso el rótulo de que el petróleo es vida, ¿pero cómo, si el petróleo no es de beber ni de comer? Fabricarán y procesarán, pero no es parte de la vida de los indígenas”.

Los pueblos y nacionalidades en Ecuador “pensaban que con Correa habría un cambio, pues le llamaban progresista. Pero no, y con el actual presidente es la misma línea. Moreno ha tapado muchas cosas, la corrupción, mucho dinero que robaron. El país entró en crisis por tapar todos esos impuestos que las grandes empresas no pagaron y nos querían subir a nosotros, para que pagaramos los platos rotos. Pero no contaban con el levantamiento”.

Hilda Santi, la primera mujer presidenta de Sarayaku (Mirian es la segunda), confirma que durante la administración de Correa “nos cerraron la educación, las escuelitas, nos quería poner en una sola aula. Parroquia Sarayaku, por ejemplo, tiene 32 comunidades y 32 escuelas y querían que funcionara sólo una, sin considerar de dónde venían los niños”.

Con Correa, insiste Hilda, “nos pasó de todo”. Y advierte que con Lenín Moreno no ha sido distinto. En octubre pasado, recuerda, “el gobierno nos ha dado un golpe terrible, sin piedad ni compasión. Había niños, mujeres embarazadas, ancianos reclamando sus derechos en las calles, y fuimos reprimidos”. Pero de cualquier manera, dice, “nosotros ganamos y por primera vez observé que el pueblo ecuatoriano se levantó con los indígenas.

Sarayaku, la organización interna

La vida de los mil 400 pobladores de Sarayaku transcurre entre la pesca, la agricultura y la cacería. Unos días antes de nuestra visita, esta pequeña comunidad fue anfitriona de un encuentro continental contra el cambio climático. Esta es la comunidad amazónica más visitada por personas extranjeras y se ha convertido en un referente internacional de la lucha contra las petroleras. De aquí muchos jóvenes salen a estudiar a Puyo o a Quito con la meta de regresar a ofrecer su nuevo conocimiento. Las casas están hechas de madera y hojas de palma, no hay luz eléctrica, pero se las arreglan con paneles solares. Cuentan con un banco comunitario, con una casa de internet y un generador al que van a cargar sus teléfonos celulares y computadoras. Tienen también una casa de salud y escuela.

Sarayaku se encuentra organizado bajo un Consejo de Gobierno o Tayjasaruta, integrado por líderes tradicionales, ex dirigentes, mayores, chamanes y asesores de la comunidad. Mirina Cisneros, como actual presidenta, toma decisiones junto al Consejo de Gobierno, nunca sola. Pero cuando hay un problema mayor o especial, la máxima instancia de decisión es la asamblea. Esta organización les ha abierto un rol importante en la organización del movimiento indígena nacional, como en 1992, cuando marcharon de Puyo a Quito por el reconocimiento de los derechos de propiedad de la tierra.

Alfredo Santi, de 74 años, ex presidente de Sarayaku, recuerda esa histórica movilización. De la comunidad salieron en canoas sin motor y recorrieron 240 kilómetros de carretera hasta la capital. Santi se dice orgulloso de todo lo que han conseguido, aunque las cosas han cambiado: “antes andaban sin botas, con la pata suelta, y yo me lloraba por caminar todo el santo día”.

Pero a pesar de los cambios y de la incorporación del motor a las canoas, la vida comunitaria se mantiene. “Aquí nosotros cuidamos la tierra, no tumbamos ni somos bastante peligro. Una empresa entró y salió por la contaminación con las máquinas. Los paramos porque estaban haciendo mucho daño. Cuidamos porque quieren vivir todos los animales, los árboles, pero ellos sin autorización cogían todo y eso era bastante grave para nosotros”, cuenta Alfredo, refiriéndose a la llegada de la empresa petrolera.

Para él “la vida bonita” es sencilla. “Se trata de no tener los ríos ni las tierras contaminadas, no destruir nuestros bosques ni nuestras aves, ni ninguno de los animales. En el río tenemos peces y nosotros tenemos un control para no pescar mucho, porque se acaba. La gente de afuera no entiende que esto se acaba. O sí sabe, pero no hace caso por el consumo de dinero. El gobierno es nuestra competencia porque quiere sacar el petróleo, las maderas, pero todo es de nosotros, de las comunidades indígenas, porque nosotros vivimos aquí y ellos solamente se la pasan en Quito”.

César Santi, otro exvicepresidente y exkuraka, actual encargado de educación intercultural bilingüe de la comunidad, se une a la entrevista en el centro del pueblo. Explica que en 1992 se creó el Modelo del Sistema de Educación Intercultural Bilingüe, que reconoce que los pueblos “tenemos que fortalecer todos los conocimientos, las sabidurías, las prácticas y todo lo que existe en nuestra comunidad”. Y esta misión es justo la que encabeza a él, “impartiendo los conocimientos a los niños para no olvidar lo que nos han enseñado nuestros antepasados y abuelos, cómo se hace la shicra (bolsa tejisa), una canasta, entender a la madre naturaleza en la que los pueblos indígenas vivimos”. Y esto, asegura, “no es sólo para Sarayaku, es también para el Ecuador y para el mundo”.

En Sarayaku los niños y jóvenes son una prioridad. Desde temprana edad se involucran en las actividades y en las distintos cargos comunitarios. Javier Cisneros es un joven kuraka (autoridad) de la comunidad de Kali Kali y como tal participa en todas las reuniones del Consejo de gobierno de Tayjasaruta, organiza las mingas y se mantiene al tanto de las indicaciones de Mirian Ciseneros, la presidenta. En su comunidad, una de las siete que integran el pueblo de Sarayaku, hay 170 familias.

Por su corta edad, es la primera vez que participa en una movilización nacional, junto con el resto de los jóvenes de Sarayaku. Los recuerdos que tiene del levantamiento en Quito son los disparos y los golpes de la policía. “Salimos de la selva y en la ciudad había toda arma disparando. Era como una guerra. Los indígenas de la sierra y la costa también apoyaron, pero siempre dicen que cuando llega Sarayaku se sienten más fuertes”. El regreso fue menos penoso. “Regresamos con orgullo, con más fuerza. Le ganamos al gobierno”.

“Aquí en el pueblo”, relata sin dejar un segundo su bastón de mando, “los jóvenes estamos unidos en las mingas, las asambleas y reuniones. Tenemos ese hábito de luchar, de seguir apoyando a los mayores y adquiriendo su conocimiento para seguir cuando ellos mueran. Nuestros abuelos lucharon para defender, y ese mismo conocimiento o idea tenemos nosotros los jóvenes que estamos aquí conversando”.

Para las mujeres los retos son más grandes. Hilda Santi lo ha vivido en carne propia, pues en 2005 fue la primera mujer elegida como autoridad principal de Sarayaku. “Costó trabajo, pero las mujeres también tenemos la capacidad y responsabilidad. Nunca habíamos ocupado esos cargos porque para la mujer hay demasiadas tareas. Nos han dicho que la mujer solamente debe estar para la casa, y por eso nuestra voz no se escuchaba casi en ningún lado. Por eso pensé que era hora de rebelarnos”.

Desde los 14 años empezó a debatir, a involucrarse en los temas que afectaban a la comunidad y a reclamar sus derechos. Fue dirigente de la mujer en la Organización de los Pueblos Indígenas del Pastaza (OPIP), y en 2002 la eligieron como vicepresidencia del pueblo, en pleno enfrentamiento con las empresas petroleras. Tres años más tarde fue electa presidenta.

Para la organización de las mujeres, dice, “el primer obstáculo es la responsabilidad frente a nuestros hijos, ésa es la gran preocupación por la que una mujer no puede estar tranquila en los cargos”. Y explica que “a pesar de que tenemos nuestra capacidad y profesionalismo, nuestros hijos son los que más nos necesitan. Cuando el pueblo necesita que alguien los represente y les dé voz, tenemos que soltar un poquito y tomar esmero, un cuaderno y seguir escribiendo para decirle al gobierno y al mundo entero lo que nosotros queremos y sentimos”.

Son las mujeres también las que cuidan de los más viejos, padres y abuelos. A ellas “no se les quitan responsabilidades cuando asumen un cargo. Llevan la dirigencia frente al pueblo, las tareas de la casa, el cuidado de los niños y de los mayores. Todo junto”.

Pero, reconoce, “hemos avanzado, pues antes casi no éramos escuchadas y ahora hemos hecho ver al mundo que somos mujeres capaces de administrar al país. De tanto reclamar, las mujeres van ocupando cargos”. Porque, remata, “las mujeres también sentimos”.

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