foto: José Velasco / 2017
…»Apmamong, apmamong müm, apmamong…» (‘…Va a pasar, va a pasar señora, va a pasar…’), pero no, nunca pasaban esos dos minutos, abrazados unos a otros como niños, la anciana que me hospedaba en su casa, su nieto y yo, él, un muchacho de alrededor de 25 años que había decidido dormir esa noche con su abuela para cuidarla… cerca, demasiado cerca quizá de un gran árbol de tamarindo al centro del patio sacudido como una hierba por las manos gigantes de una inagotable fuerza subterránea que venía desde muy abajo, dando vueltas centrífugas hacia muy lejos… Las raíces del árbol las he percibido distintamente vibrar bajo mis pies casi al punto de salir del suelo, mientras, alrededor de nosotros, todo flotaba y volteaba como en un gran mar espeso de arena… las sillas, los catres, el ventilador, los baldes… Han sido muy largos esos dos minutos de devastación, alumbrados por una luna plena que permitía ver todo lo increíble que pasaba alrededor de nosotros… pero al final, pasaron.
La noche del temblor del 7 de septiembre en San Mateo del Mar, pueblo ijkoots ubicado en una franja de arena rodeada por aguas lagunares y olas oceánicas, ha sido devastadora. Muchísimas son las casas dañadas, cuarteadas a pesar de ser la mayoría de un solo piso, algunas hundidas en el agua, otras completamente colapsadas dejando debajo sus víctimas humanas; la tierra se ha removido y se ha derrumbado, unas calles se han quebrado dejando brotar el agua desde abajo; el puente sobre la laguna que une Barrio Nuevo con el centro del pueblo, atravesado por una grieta enorme que lo parte en dos… Comparto aquí lo que mis ojos han alcanzado a ver mientras iba corriendo por las calles oscuras del pueblo para asegurarme de que todas las personas conocidas estaban bien, cruzando las miradas perdidas de la gente que se juntaba por familias, frente y afuera de sus casas, protegiendo sus cosas y sus afectos… Así las mujeres, hombres y niños han pasado la noche del sismo y todo el día después.
Desde el primer minuto después del sismo a lo largo de toda la interminable noche siguiente, el terror del maremoto se deslizó en las palabras y la conciencia de las personas. Las olas del mar se pueden escuchar claramente de las calles por la noche, cuando todo está en silencio, ya que el pueblo queda a poco más de un kilómetro de distancia del Océano Pacífico. En cambio la colonia Costa Rica y la colonia Reforma, penas unos cuantos centenares de metros lo separan. Sus olas, todavía menos en la colonia Cuauhtémoc.
Aquella noche su estruendo de fondo dejaba presagiar que algo terrible iba a suceder. ‘…Apmaxip nadam ndek’ ‘…el oceáno se va a levantar’, casi susurraba la gente, a voz baja, con las miradas impotentes y resignadas de quien sabía no tener ningún escape. Sin radio ni televisión, quien podía buscaba noticias en internet en los pocos lugares del pueblo donde llega la señal y recibía confirmación de sus temores… a mi teléfono móvil han llegado las alertas de mis queridos ‘del otro lado del charco’, en Europa, y de mis amigos mexicanos, me exhortaban a alejarme del lugar como pudiera. Corriendo hacia la casa. Yo he hecho lo mismo con quien me encontraba, exhortándolos a dejar el pueblo por cualquier medio, pero de hacerlo así, sin demora y refugiarse hacia Huazantlán del Río, la colonia más lejana rodeada por algunos cerritos, a unos quince kilómetros hacia el oeste. Alrededor de las dos de la madrugada, unas camionetas del transporte colectivo que cada día van y vienen entre San Mateo del Mar y Salina Cruz, y algunos taxis ya estaban saliendo del pueblo cargando gente, mientras quien podía se movía con medios privados… pero mucha gente, demasiada gente sólo podía esperar paralizada por el terror y la impotencia.
En la colonia Cuauhtémoc, la población más retirada hacia el oeste y la más cercana a la orilla, donde ya han vivido las olas entrar en el pueblo debido a fuertes marejadas, la gente ha visto el mar retroceder de unos cincuenta metros hacia adentro y ha dejado sus viviendas… una larga cola de cientos de personas ha caminado hacia el interior para alcanzar las partes más altas de Huazantlán del Río y de los alrededores, donde han pasado la noche. Yo he sido uno de los afortunados que han podido salir de San Mateo con mis propios medios y he pasado la noche con ellos en un cerrito entre Huazantlán y Villahermosa, a la luz de la luna, envuelto en una sábana que me protegía del viento del norte, mirando desde arriba la línea negra de la mar… por primera vez en aquella noche me he sentido seguro y protegido por el cerro y por el destino que compartía con esas personas… Extraña sensación… pero cuántos amigos había dejado en San Mateo. Un pueblo, todo un pueblo podría haber sido arrastrado de su franja de arenas y lagunas si el nangaj nadam ndek, la grande mar sagrada -como lo llaman allá al Océano- no hubiera sido, por alguna incógnita razón subterránea, benévolo con sus huéspedes humanos…
Por lo que sé, San Mateo del Mar queda hasta hoy en día todavía sin electricidad, la mayoría de los postes de luz han caído o se han inclinado hacia la tierra. Muchos de los pozos que abastecían de agua potable a las familias antes del sismo, es difícil pensar que serán todavía útiles después, enturbiados y llenos de arena. Llevará muchos días restaurar una apariencia de normalidad …
Apenas cuatro días antes de la desastrosa noche del 7, el pueblo de San Mateo ha sufrido graves actos violentos tras de la votación para la elección de su presidente municipal, con agresiones armadas por parte de personas ajenas a la comunidad…
Serán difíciles los días que vienen para mis amigos Mateanos. Les deseo toda la fuerza suave de que son capaces para hacer frente a este difícil momento de su larga historia y buscar en este su unidad perdida…
Ya es noche aquí en Oaxaca mientras escribo estas líneas en el cuarto de una posada del centro de la ciudad, veo pasar las miradas perdidas y las caras postradas de mis amigos que he dejado esa noche a una suerte incierta, sé que afortunadamente, gracias a la extraña benevolencia del «nangaj nadam ndek», volveré a verlos pronto.
En un par de días viajaré de regreso al Istmo y a San Mateo del Mar y la idea de poder hablar con ellos de esa noche que vivimos juntos me consuela.