Rostros III. Paisajes de las drogas, narrativas que construyen un reflejo del mundo de las adicciones

Marcela Salas Cassani Foto: Andrea de la Torre

México DF. De manera completamente autogestiva, alumnos y profesores de la licenciatura en Comunicación de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, editaron por tercera ocasión un libro en el que plasman con pasión y profesionalismo, una serie de testimonios relacionados con el mundo de las drogas, recogidas, transcritas y editadas a lo largo del primer semestre de la carrera por los estudiantes de la materia Técnicas de investigación documental.

Rostros en la oscuridad. Paisajes de las drogas, es el resultado de seis meses de trabajo; se trata de un libro que “narra las diversas vidas de los actores que configuran el pintoresco panorama de las drogas en México. Narrativas que muestran la cotidianeidad de los personajes en su quehacer: consumir, traficar, vender, decomisar, asesinar, violar. Distintas realidades que atañen y diseñan el espejo de este mundo de las adicciones”, explican los profesores y coordinadores de la edición Melchor López Hernández y Adán Magaña.

“La obra nos acerca a profundas anécdotas que arman la vida y experiencia de los protagonistas. Historias que transitan en la visión urbana/rural de la experiencia con las drogas que en el imaginario social se encuentra estigmatizadas a partir de la indiferencia y el tabú”, agrega López Hernández.

“Acabamos de terminar un sexenio que estuvo marcado por la guerra que Felipe Calderón emprendió contra el narcotráfico, y en ese sentido la publicación de este libro resulta interesante pues justo de ese mundo hablan las historias que en él se encuentran. Están todos: quienes consumen, quienes consumieron, quienes quieren dejar de consumir, quienes venden… Es un libro que nos hace reflexionar, tomar conciencia y entender un poco del mundo del narcotráfico”, aseguró Ollín Muñoz, alumno de primer semestre de la licenciatura en Comunicación y uno de los autores, en el marco de la presentación del libro en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.

Adán Magaña, co-coordinador de la tercera versión de Rostros en la oscuridad recitó en su turno al micrófono la poesía Las palabras, de Octavio Paz: “Dales la vuelta, /cógelas del rabo (chillen, putas), /azótalas, /dales azúcar en la boca a las rejegas, /ínflalas, globos, pínchalas, /sórbeles sangre y tuétanos, /sécalas, /cápalas, /písalas, /gallo galante, /tuérceles el gaznate, cocinero, /desplúmalas, /destrípalas, toro, /buey, arrástralas, /hazlas, poeta, /haz que se traguen todas sus palabras”, y luego habló a los estudiantes sobre la importancia social de la escritura. “La escritura los puede salvar”, dijo el pasante y profesor adjunto de la materia Técnicas de Investigación Documental.

“Este libro nos llevó más allá de las aulas. Hay entrevistas con chavos que viven en Oaxaca, en Michoacán, en Estados Unidos. Y nos deja además una interrogante, cuántas historias más hay que contar, en relación con las drogas”, se cuestionó Ollín.

López Hernández dijo que “es importante enfatizar que el trabajo fue realizado por estudiantes de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, quienes con pasión,  esfuerzo y anhelo lograron crear atmosferas llenas de intensidad, crudeza, pesadez, nostalgia y realismo.

“Rostros en la oscuridad es el resultado del quehacer periodístico que ha dejado atrás el temor por lograr una historia que muchas veces es menospreciada por otros. Hoy el ejercicio de escribir es reconocido, no sólo como una labor estudiantil, sino como un trabajo hecho por periodistas. Es de orgullo decir que los periodistas viven hoy en las aulas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales”.

Al final de la presentación, en la que se obsequiaron varios ejemplares del libro, padres de familia coincidieron en que la actividad realizada ya por el profesor Melchor López anima a los alumnos a salirse de pensar en uno mismo, y a enterarse de lo que está sucediendo.

A continuación, presentamos un relato de los que conforman el libro, que fue cedido a Desinformémonos por los editores de Rostros en la oscuridad.

Durmiendo en tierra de narcos

Fernanda Cornejo y Daniela Uribe

Nada es tan difícil que no pueda conseguir

la fortaleza de una persona.

Julio César

 

Soy Cristian, estudiante del Instituto Politécnico Nacional. Todo comenzó el 31 de diciembre de 2009; recuerdo que fue un jueves cálido, mi familia y yo viajábamos rumbo al estado de Michoacán. Esa noche era de festividad y alegría de fin de año, además un primo regresaba de Estados Unidos después de largo tiempo.

La tarde del sábado él me invitó a una fiesta, todo pintaba normal, nos arreglamos para salir y nos fuimos. Encontramos a muchos de sus amigos en el centro del pueblo y ahí nos comenzamos a enfiestar. La banda, las cervezas y los Buchanans amenizaron la noche. Las camionetas no dejaban de llegar y alrededor de las once partimos en caravana (como dicen allá), rumbo a otro pueblo para seguirla.

Recuerdo que íbamos en cinco camionetas, todas eran de carga y de súper lujo, hasta el frente iba también un carro. En el camino me di cuenta que nos dirigíamos a un cerro. Recorrimos varios kilómetros y lo único que se veía eran muchas hectáreas de todo tipo. Todo muy obscuro y de repente miré un puente viejo. Habíamos llegado.

Era un rancho rodeado de residencias; tenía un portón negro, grande y en la entrada dos personas recibían a la gente. Todos traían armas largas, los famosos cuernos de chivo.  A pesar de esto se veían tranquilos y es que para ellos es muy normal ver a personas armadas pero, en lo personal, fue una experiencia nueva, estaba un poco sacado de onda.

Entramos y pude percibir que era una narco-boda. Hasta ese momento todo transcurría como si nada. De pronto las personas que se encontraban en la fiesta empezaron a sacar botellas y muchísimas latas de cerveza, de repente uno debajo de su asiento saco el famoso perico. Era una bolsa como de medio kilo de cocaína blanca y pura. Como es su costumbre primero la prueban con el dedo como si fuera salsa o algo por el estilo. Todas las personas con las que iba empezaron a consumirla y a beber hasta más no poder.

La fiesta seguía, la banda prendida, todos bailábamos y cantábamos. Al momento en que los novios abrieron la pista descargaron con una pistola corta una serie de disparos, lo cual me iba sacando más de pedo, pero para ellos era todo muy normal.

Transcurrían las horas y casi al finalizar la fiesta un hombre de los que nos acompañaba se hizo de palabras con otros dos. La cosa se empezó a poner fea. Más o menos media hora después se empezaron a escuchar gritos por todos lados,  las mujeres y los morritos se ponían alrededor, donde no corrían peligro; botellas y piedras volaban hacia nosotros. De repente empezaron los disparos. Corrí junto con otra persona fuera de la fiesta para estar en un lugar más seguro. Después de un rato encontramos una casa que parecía estar en construcción y pues en corto que la agarramos de refugio.

Los gritos seguían y cientos de detonaciones. Había gente que se metía debajo de los carros para protegerse. En ese instante por mi mente pasaban muchísimas cosas, el miedo recorría mi cuerpo como nunca antes lo había hecho. Pensé que era el fin, que hasta ahí había llegado. Fue una sensación de frustración de no saber qué hacer: si correr por la vegetación del cerro o quedarme y esperar a que de alguna forma la situación se calmara.

Pasaron cinco minutos, los más eternos que he tenido en mi vida. Mi celular empezó a sonar, era mi primo. Todo acelerado pidió que me saliera de mi escondite y que corriera al lugar en donde él se encontraba. Salí corriendo rogando que nada malo me pasara. Al fin llegué y vi las camionetas ya enfiladas para salir de ese pueblo; subí y  de inmediato se arrancaron.

Recuerdo que uno de ellos gritó: “Agáchense o nos meten un plomazo”, sólo el piloto, copiloto y una persona atrás permanecieron sentados. El de atrás estaba con medio cuerpo fuera de la camioneta con su arma para protegernos.

En el camino escuché decir que habíamos pasado el puente de la entrada del pueblo y que ya todo estaba tranquilo.  Pero no fue así, porque de repente dos camionetas nos venían siguiendo; soltaron varias detonaciones hacia nuestra caravana. El miedo seguía en mí, hasta que 10 minutos después las logramos perder. Varios kilómetros adelante llegamos a nuestro pueblo y sentí un alivio muy grande. Pero seguía temblando por dentro por lo vivido.

Al llegar a la casa me enteré de que había sido un ajuste de cuentas porque les debían dinero de varios cargamentos de marihuana. Ya sin tensión se pusieron a inhalar coca. Les pregunté por qué lo hacían y uno de ellos me dijo que eso era lo que los mantenía sin miedo en el juego.

Lo único que quería era llegar a casa de mi primo y dormir, él me vio todavía medio espantado y dijo: “Eres un cabrón con muchos huevos”. Tomé un vaso con agua y después de un rato por fin pude cerrar los ojos; estaba ahí, durmiendo en tierra de narcos. Te juro que esa noche jamás la olvidaré.

Publicado el 7 de enero de 2013

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