México, DF. Tomar la palabra para hacer discurso a partir del Otro y relatar. Ése fue el reto: narrar y armar una historia con trozos de la cotidianidad de personajes que deambulan en la ciudad de México. Y aventar sus sueños y deseos, desesperanzas y desencantos al lector. Y hacer con las narrativas un libro para compartir. Y llamar a la alteridad que implica el re-conocimiento del Otro que está a un lado de nosotros, y que puede y/o quiere estar en diálogo permanente para marginar a los demonios o atraparlos.
Dice Paul Ricoeur (Francia, 1913-2005) que cuando alguien habla se adueña del tesoro virtual de las palabras y establece una relación con el mundo. Mi experiencia no puede convertirse directamente en tu experiencia. Un acontecimiento perteneciente a un fluir del pensamiento no puede ser transferido como tal a otro fluir del pensamiento. Aun así, no obstante, algo pasa de mí hacia ti… la experiencia tal como es experimentada, vivida, sigue siendo privada, pero su significación, su sentido, se hace público.
El libro donde se jugó con la trascendencia y se plasmó ese tesoro virtual de las palabas se bautizó Rostros en la oscuridad. Narrativas urbanas. Allí están las miradas que dejaron acercar a los noveles escritores y reporteros para toparse con diversas historias. Cada uno tiene su nombre de pila que se gana con la experiencia y que es único por irrepetible: narcomenudista, fotógrafo, trasnacional, prostituta, porro, cancerbero, violencia, amor, deseo, olvido.
Todos coronados con epígrafes: “La sociedad perdona a veces al criminal, pero no perdona nunca al soñador”: Oscar Wilde. “Mi locura consiste en creer que puedo cambiar la vida de los demás sólo con palabras”: León Tolstoi. “De virtud hay una especie, de maldad, muchas”: Platón. “Revolucionario será aquel que pueda revolucionarse a sí mismo”: Ludwig Wittgenstein.
Estimado lector, trague una de esas frases o tírela, pero no sea indiferente. Cada una la colocó un estudiante que jugó a Ser y compartió una historia que puede estar a nuestro alrededor. Recuerde que no hay nada como escribir y/o leer. Porque al escribir, estoy contigo aunque no me leas en este instante. Ahora me lees, y estamos el uno con el otro, aunque ya he dejado de escribir. A ese puente existencial es a lo que se llama alteridad. Es un pedazo de magia; pero ya no lo vemos como magia porque le hemos colocado como normal, cotidiano.
En la alteridad no hay posesión, ni títulos, ni siquiera está el Otro, pero hay un vínculo. La alteridad es más que la camaradería, es más que el vínculo familiar, es ese punch que hay que ponerle a la vida. Sigamos con la magia de la alteridad, de la escritura, no la tomemos ya como algo simple e intrascendente.
Rostros en la oscuridad es una invitación a esa alteridad; a leer el otro; a Ser. Como proyecto independiente, el financiamiento fue de los colaboradores. En este sentido es autogestivo. Editado por Art-press (2012) y con 27 relatos, este libraco está listo para darse un agasajo narrativo.
~ ¤ ~
A continuación presentamos uno de los textos incluidos en el libro.
Inocencia tras las rejas
Por Donají Rodríguez
El talento se nutre en la soledad;
el carácter se forma en las oleadas
tormentosas de mundo.
Johann Wolfgang von Goethe
La historia de El Rosa se escribió en 2011 cuando fue llevado al Reclusorio Norte. Era inocente: “Sentí desesperación, los sueños que tenía para iniciar el año se vinieron abajo, porque yo era un chavo que no se metía ni tenía broncas con nadie”.
De piel morena, pelo corto, ojos oscuros y estatura media, dejó el CCH por el desmadre y el dinero que ganaba en los trabajos que tuvo. Posteriormente decidió rentar un puesto de ropa. Los resultados fueron buenos y pudo hacerse de uno propio: “lo que inició con una pequeña inversión terminó siendo mi trabajo. Me iba bien, sentía que lo tenía todo”.
Sin embargo, el siete de enero de 2011 la vida de El Rosa dio un giro radical tatuándole la experiencia más agria de su vida: “Era la noche del cumpleaños de mi mamá; fui a la casa para llevarle mariachi. Después de eso mis padres se fueron a bailar y yo me quedé. Salí por un chavillo que me ayudaba a trabajar, le dije que fuéramos por unos tacos y que nos tomáramos unas chelas”.
Ambos recorrían el barrio cuando de repente un tipo que iba en una camioneta comenzó a agredirlos verbalmente y a amenazarlos: “Se los va a cargar la chingada, pinches güeyes”. Pero no le dieron importancia. El Rosa relata: “Más tarde, al regresar a casa, nos detuvieron unos policías y nos dijeron que nos tenían que hacer una revisión de rutina. Accedimos, lo tomamos como algo equis, pero nos preguntaron por un arma y unas llaves de una motoneta que según habíamos robado. No traíamos nada de eso.
“Después llegó el chavo de la camioneta y le dijo a los ‘polis’ que éramos nosotros los que robamos su motoneta. Mi amigo y yo no entendíamos nada. No pasaron ni tres minutos cuando de repente llegó un patrullero. Los policías nos metieron a ella y nos llevaron al MP de Azcapo. Allá llegó la parte acusadora. Un tío mío que empezó a moverse, ofreció dinero e incluso un carro para que retiraran la denuncia, pero no funcionó”.
Al día siguiente, El Rosa salió a declarar, pero: “Mi declaración ya estaba hecha por el abogado que me asignaron; él comentó que era muy difícil sacarme en ese momento. Un estremecimiento me envolvió pues me dijeron que iba a ser trasladado al reclusorio. Ya estaba fichado, los delitos por los que se me acusaba: robo calificado en tentativa, portación de armas, violencia física y moral y corrupción de menores.
“Te sacan del MP como si fueras un pinche delincuente, te ponen esposas y mantienen con la cabeza agachada. A la patrulla no subes con agujetas ni con nada con lo que te puedas suicidar. Sabía que iba directo al reclusorio y empecé a vivir otra adrenalina, otra historia, y me di cuenta de que no hay algo que puedas hacer para demostrar tu inocencia. Cuando llegué y entré al ‘reclu’ empecé a vivir la cárcel”.
A un año de esa experiencia, El Rosa rememora: “Cuando llegas, no tienes que cuidarte de los custodios, te debes cuidar de un reo, un prisionero igual que tú que lleva más tiempo adentro. En la cárcel hay jerarquías, el más viejo es el que manda”.
Los reclusorios de la Ciudad de México se dividen en tres módulos: ingreso, Centro de Observación y Calificación (COC) y población. “Al entrar te ponen en ingreso en lo que se demuestra si eres culpable o inocente. Adentro los mismos reos te revisan para ver si traes dinero, te ponen a hacer sentadillas, te desnudan y golpean. Ellos imponen las reglas y andan sobre el money porque adentro todo es dinero.
“Debido al frío dormí una hora; las celdas son insalubres, las coladeras están a la intemperie, las camas son de lámina y no te dan cobijas. Te despiertan a las cinco y media de la mañana y te bajan a un patio grande; hace un frío espantoso, te pasan lista y después mandan a los de ingreso a hacer la limpieza de todo el penal”. El mismo día El Rosa fue llamado a la sala de prácticas para que le dictaran su auto de formal prisión, ahí mismo conoció a su nuevo abogado quien de inmediato le inspiró confianza y le prometió su libertad.
Sobre la vida en la cárcel cuenta: “necesitas dinero para sobrevivir, unos lo utilizan para vivir bien allí, otros en sus adicciones porque adentro encuentras la droga que quieras. Yo me llegué a dar cuenta que la droga entra a los penales por medio de los custodios. La soledad en algún momento te provoca locura pues no ves a los que quieres, ni a lo que estás acostumbrado. Empiezas a ver la vida de otra manera, a valorar la comida, a tus seres queridos, lo que te viste. Valoras todo, incluso la vida”.
Después de días lo transfirieron al COC y posteriormente a población, zona en donde están todos los prisioneros: “Al ingresar a población comencé a vivir otra cárcel, ahí empiezas a ver cómo pican a los reos por no tener dinero; ves la drogadicción. Además te sacas de onda porque hay cosas que aparentemente no debería haber, por ejemplo celulares, pantallas de plasma, estéreos, computadoras, videojuegos, estufas.
Adentro encuentras hasta bebidas alcohólicas, desde un mezcal de veinte varos hasta un Buchanans. También hay carpinteros, artesanos que trabajan para el reclusorio, algunos reciben una paga, otros no, pero les reducen la condena. Hasta conocí a güeyes de la mafia Siciliana, de esos que coordinan secuestros y asesinatos desde dentro.
“Había un chavo que planchaba ropa para ganar dinero, cobraba dos pesos, a muchos güeyes de ahí eso no les cae. Un día empezó a discutir con un güey que le debía dinero, éste no le pagó y se fue, enseguida llegaron tres chavos, uno sacó una solera con punta y le dio tres piquetes. El chavo se empezó a desangrar, nada más veíamos cómo se retorcía, luego-luego llegaron los custodios, se lo llevaron a la enfermería y ya no lo volví a ver”.
Después llegó el día en que iban a dictarle el veredicto, los ánimos estaban tensos y los sentimientos encontrados. El Rosa tenía que obtener una sentencia menor a cinco años para poder salir bajo fianza. Era medio día cuando su abogado entró a su celda a decirle emocionado: “Hoy te vas, te van a dar tus papeles para que firmes, tus notificaciones y en la noche te vas a la chingada de aquí”.
“Sentí una satisfacción bien chida, mi mamá entró a verme y me abrazó a través de las rejas. En la noche me hablaron en mesa central para arreglar papeles, después te pasan por varios módulos y cuando llegué al último filtro, di gracias a Dios por lo bueno y lo malo que viví en la cárcel y prometí no regresar. Salí el 17 de marzo como a las dos cuarenta de la mañana. Crucé la puerta y por fin pude decir que era libre”.
El Rosa recuperó su vida y su negocio: “No fue mucho tiempo el que estuve ahí pero se me hizo una eternidad. No merecía ese lugar. Hoy disfruto la vida sin olvidar el pasado. No debo avergonzarme, mejor aprender de él. Ya cumplí veintidós, tengo mi propio puesto, traigo una motoneta, tengo chava y yo soy el jefe”.
Publicado el 16 de julio 2012