Roger von Gunten: siempre hay luz en todas partes

UAM

El espíritu creativo de uno de los artistas más importantes de la llamada Generación de la Ruptura se hace presente en la Galería del Tiempo de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

Para deleite de la comunidad universitaria, el espacio de la Unidad Azcapotzalco presenta una retrospectiva sobre las estampas, libros de artista y carpetas gráficas de Roger von Gunten (Zúrich, 1933). 

Se trata de Un camino recorrido. Roger von Gunten, muestra realizada en colaboración con el Museo Nacional de la Estampa del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL). 

La exhibición está integrada por piezas que el autor suizo elaboró en poco más de cinco décadas (1961-2016), lapso en el que forjó su madurez artística y exploró las posibilidades del color en su creación de universos fantásticos.

En la sala, ubicada en la planta baja del Edificio “C”, se despliega la libertad creativa, el gusto por el matiz, las formas y la factura del artista, quien no crea imágenes, sino las hace aparecer, para que su contenido espiritual se revele ante quienes las contemplan. 

La exposición, que podrá visitarse hasta el 25 de noviembre, traza una línea temporal desde los inicios del escultor y pintor nacionalizado mexicano, quien llegó al país a finales de la década de 1950, cuando comenzaba a fraguarse el movimiento rupturista con José Luis Cuevas, Manuel Felguérez, Lilia Carrillo, Fernando García Ponce y Vicente Rojo. 

Cada una de las piezas dispuestas en la Galería pone de manifiesto la maestría y talento en el dibujo, el lúcido manejo de color y un dominio de las técnicas gráficas de aguafuerte, aguatinta, litografía y serigrafía.

Y es que para el artista, en el espacio pictórico reside lo innombrable, emerge la tonalidad y las transfiguraciones de la materia y la realidad, esa que –aunque se ha visto cientos de veces– reivindica al darle una dimensión única a través de sus cuadros. 

En cada una de sus obras existe también la musicalidad, el ritmo y los silencios, que se ostentan mediante azules zafiro, bermellones y amarillos cadmio, y dan como resultado composiciones maravillosas y una orquestación plástica única. 

Tal es el caso de El jardín de Rapaccini I (1991), aguafuerte y aguatinta en siete placas, en la que muestra una exuberante vegetación, que como en muchas de sus piezas, mantiene la figuración ensamblando áreas de color que en ocasiones parecen manchas abstractas.

Esto puede verse también en El jardín (1992), La primavera (1995) y Conjuro para un volcán en las que da continuidad a su gusto por la vida, la organicidad y la frecuente presencia de la figura femenina y los elementos de la naturaleza. 

Tal como refiriera Juan García Ponce, él ha sido capaz de crear un lenguaje siempre renovado en el que no importa la relación con lo que se imita, sino la fuerza emocional e intelectual de ese lenguaje. 
Así el acto de pintar es para él un puro ejercicio de su libertad, de goce y vida, de mirar y conocer, de andar el mundo, las calles y las ciudades, y entender que siempre hay luz en todas partes.

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