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Reparar el daño: ciberactivismos frente al odio

Nadia Martín

Ilustración: El Salto

Desbloquear tu dispositivo. Aproximarte al teclado y verter odio en una red social. Ofender, herir, comentar sin piedad, no mostrar un mínimo de empatía, que no quede títere sin cabeza. Aunque se tiende a individualizar las actitudes de hate en Internet lo cierto es que, a menudo, hunden sus raíces en discursos de odio, ejes de poder y opresiones que se han ejercido históricamente.

Cuando se ilustra la figura del trol en prensa, suele representarse como una persona oscura, encapuchada y aislada de todo mundo exterior. Se individualizan fenómenos que son estructurales y, además, se nos desvincula y despoja de la responsabilidad necesaria para tomar un papel activo y no reproducir esas violencias que, si suceden en la red, es porque están en la sociedad. No es casual que quienes más lo reciban sean mujeres, personas con cuerpos no canónicos, personas racializadas, migrantes o del colectivo LGTBI+. De hecho, dos terceras partes de quienes sufren ciberacoso son mujeres según un Estudio sobre ciberbullying de la Fundación ANAR y, si nos vamos al último Informe sobre delitos de odio del Ministerio del Interior, nos encontramos con que la orientación afectivo-sexual e identidad de género, así como el racismo y la xenofobia, son los principales motivos discriminatorios. Por ello, inciden en la urgencia de cooperar institucionalmente en la lucha contra el racismo, el machismo, la LGTBIfobia y otros mecanismos de opresión. Es necesario un compromiso real por parte de toda la sociedad en terminar con los discursos de odio. Ángela Davis fue clara cuando dijo que en una sociedad racista no basta con no ser racista. Hay que ser antirracista.

El periodista Moha Gerehou recibió una oleada de mensajes de odio racistas en 2016 tras difundir la campaña #EstadoEspañolNotanBlanco y, no fue hasta hace apenas unas semanas, seis años después del suceso, cuando los tuiteros fueron condenados por delito de odio. Moha me recibe en una videollamada y cuenta que, ante el hecho de cuestionar la estructura racista, las respuestas fueron más violentas puesto que “se busca intimidar, especialmente a los perfiles antirracistas que puedan tener más visibilidad, bajo la idea de que si tumbas a la cabeza visible te cargas a todo un movimiento. Por suerte eso no es así; esté yo o no, el movimiento antirracista seguirá activo, y eso es una gran victoria”.

“Con este caso lo más importante era lanzar el mensaje de que el racismo no sale gratis sobre todo a las personas que amenazan e insultan», Moha Gerehou

Explica que le gustaría que esta sentencia sirviera de ejemplo para que se comenzara a proteger a las víctimas de racismo: “Con este caso lo más importante era lanzar el mensaje de que el racismo no sale gratis sobre todo a las personas que amenazan e insultan, que pueda persuadirlas antes de hacerlo. Estamos cuestionando las estructuras e instituciones que forman parte del problema y que muchas veces derivan en un trato racista o en el cuestionamiento de nuestros testimonios, especialmente los de personas sin papeles, que no pueden denunciar situaciones muy graves de racismo por miedo a tener una orden de deportación como ya ha ocurrido”. Tal es así que, según datos del Ministerio del Interior, más de un 80% de las víctimas de delitos de odio no denunció los hechos y la principal razón fue porque la persona encuestada pensó que la policía no lo tomaría en serio.

En 2018 la pedagoga Anabel Lorente lanzó un capítulo de su serie True Story con título “Me han deseado la muerte” en el que denunciaba, bajo el lema “menos odio, más humor”, las violencias digitales a las que estaba siendo expuesta. En este episodio narra las amenazas, hostigamiento y ciberacoso que vivió conectándolo con el bullying que sufrió en la etapa escolar, preguntándose si acaso no existían límites para la gente que tiene odio. En declaraciones para El Salto, expresa: “El ciberacoso es un mal común que se está normalizando. Yo me asusté muchísimo. Parece que la gente tiene muy normalizado el hate y no es real que no nos afecte. No podemos dejar pasar estas situaciones, la sensación natural que sentí es miedo de que me pasara algo o de que esas personas aparecieran. Pero también mucha rabia por la legitimidad con la que ejercen esas violencias, entonces decidí apartarme de redes un tiempo porque pensaba que yo eso no lo tenía que aguantar”.

La media de tiempo que pasa una persona en internet son siete horas según el informe Digital 2021 de Hootsuite y We Are Social. La pedagoga propone no perder de vista este dato e intentar conocer qué es lo que nos está sucediendo en ese espacio de vida: “Tenemos que entender que la red también es un espacio público —a través de diferentes medios y canales— y que es un lugar donde socializamos. No debemos caer en discursos culpabilizadores que parecíamos haber superado que legitiman la violencia en la red bajo frases como “es lo que hay si te expones”. No. Bajo ningún concepto tenemos que aceptar ese tipo de comportamientos ni darles la vuelta. No puede haber esa impunidad en redes. Si no la hubiera, quizá yo no hubiese pasado por todo lo que pasé y no me hubiese visto luego teniendo que poner una denuncia en un juzgado porque el acoso ha ido a más”, manifiesta.

Los datos del Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad alertan de que el 54% de las mujeres que ha sufrido acoso a través de redes sociales ha experimentado ataques de pánico, ansiedad o estrés

Las consecuencias son desoladoras. Los datos del Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad alertan de que el 54% de las mujeres que ha sufrido acoso a través de redes sociales ha experimentado ataques de pánico, ansiedad o estrés. Además, recoge que éstas sufren continuas agresiones y delitos contra su honor e intimidad en el plano digital, siendo un reflejo de la violencia presente también fuera de las pantallas. “Da igual la indemnización que reciba por daños morales, eso no va a alcanzar nunca el impacto que tuvo en mí como creadora y en no haber podido ofrecer mis charlas o presentaciones por temor a que apareciera”, subraya Lorente.

Otros estragos que traen estas ciberviolencias versan desde el evitar publicar contenido por miedo a las posibles amenazas o, directamente, desactivarse sus cuentas en redes como autocuidado. Moha reconoce que, al principio, “tenía un poco esa idea machirula de ‘eso no me afecta ni me cambia’ pero era mentira. Te das cuenta de que ya no tuiteas de la misma manera, de que cambias tu forma de expresarte, etc. Pero eso no tiene que ir ligado a suavizar el mensaje, sino que lo haces desde otro lugar para evitar tener una campaña de acoso continuo. Es triste que uno tenga que cambiar la forma en la que se expresa porque pueda recibir violencia y eso habla también de la desprotección que sufrimos activistas y personas racializadas en general en la red”.

Abandonar las redes, dejar de escribir y ocupar espacios

Cuando hacemos click en la lupita de Twitter y leemos que algún nombre es TT, sabemos que lo más probable es que no encontremos nada bueno ahí. Luciana Peker, en el podcast ‘Discursos de odio en las redes sociales y sus alcances’ denuncia, citando una investigación de la Asociación Civil Comunicación para la Igualdad, que la totalidad de activistas feministas recibieron discursos violentos en redes sociales: “No es que sean algunos trolls, sino que son campañas orquestadas. Esa violencia trasciende las redes y eso hace que sus voces se acallen”. La escritora critica las burbujas informativas en las que no cabe el diálogo y señala lo nocivas que llegan a ser esas amenazas y coacciones en la red, que hacen que tantas escritoras desaparezcan porque son atacadas, generando una inhibición personal muy alta.

La autocensura para evitar el malestar emocional que genera el odio

No son pocas creadoras las que han decidido abandonar redes sociales como Twitter como estrategia de autocuidado frente al odio digital. La escritora Luna Miguel, en una entrevista con La Futura Channel, cuenta que ha dejado de escribir columnismo porque no podía más: “Me daba cuenta de que mi periodismo se convertía en un titular para Twitter y venían hordas de personas a hacer que tuvieras que apagar el móvil durante horas o desinstalar la aplicación. Cuando sucede me pongo muy nerviosa y no sé cómo reaccionar. Por salud mental no puedo seguir, me vendría abajo y no sería capaz de llevar mi día a día adelante”.

Nos estamos perdiendo contenido interesantísimo de personas a las que la violencia no les está dejando crear

Nos estamos perdiendo contenido interesantísimo de personas a las que la violencia no les está dejando crear. Sobre ello, Anabel Lorente relata que “de las cosas que más rabia me dan con el tema de la violencia de género digital es que una escritora como ella deje de escribir, compartir y comunicar. Entiendo muy bien a esas mujeres que toman esa decisión y, a la vez, me apena que tengamos que dejar de disfrutar de contenidos con los que miles de personas nos sentimos identificadas. Como seguidora desearía que siguiera, pero como creadora la abrazaría porque yo me veo igual”. Expone que hace unas semanas participó en una mesa con dos hombres y que muchos de los comentarios de la cajita de YouTube eran despectivos y con tintes machistas hacia ella: “Me quedé todo el día mal, pensando ‘lo llego a saber y no lo hago’. Parece que cada vez que me acerco de nuevo a las redes con mi discurso, me llevo una bofetada y acabas pensando en no volver para que te dejen de insultar”.

Cuando Anabel decide dejar las redes sociales, se adentra en la escritura de un libro, pero asegura que su contenido audiovisual es accesible para muchas más personas: “Se pone en institutos o asociaciones feministas, y tiene otro alcance, pero, a la vez, ese alcance te acaba repercutiendo negativamente, entonces acabas no creando, limitando tu contenido o no haciéndolo”.

La responsabilidad colectiva de repensar las dinámicas de redes

Moha Gerehou cuenta que “sabemos que por mostrar nuestros puntos de vista, el nivel de violencia al que nos enfrentamos es mucho mayor por una cuestión racial, de género, de identidad u otras realidades. Todo eso va haciendo que nuestra presencia sea más hostil y no ha habido pasos de las plataformas para protegernos en ese sentido. Por el contrario, presenciamos que quienes hemos tenido que acabar abandonando el espacio o reenfocar nuestra manera de estar allí hemos sido las personas atacadas, no los que atacan, y eso es un error de la plataforma” reivindica. “Twitter nunca ha sido un espacio seguro para las personas racializadas pero sí ha sido un espacio útil para el activismo antirracista. Ha servido para impulsar debates y conversaciones, hacer llegar contenido antirracista a los medios de comunicación que de otra manera no hubieran llegado”, asegura. Cuando en las charlas de buenos tratos en la red pregunto si las consideran un espacio seguro, la negativa es unánime y señalan la importancia de tener presente la salud mental más allá del hashtag, prestando especial atención a los buenos tratos en redes.

Lorente recalca que “no hay que caer en discursos tecnófobos porque no creo que sea la forma de acercarse a redes. No creo que sean algo negativo, sino que hay que saber regularlas. También hay muchas personas dando su apoyo y su calor, y digo con todo el corazón que me aportan mucho. Me quedo con eso. Hay gente preciosa que me da la vida”.

Bulos y discursos de odio en medios digitales

Hace unas semanas, Maldita con Oxfam Intermón publicaba la campaña “frena, verifica, comparte” con el objetivo de parar los bulos y la desinformación sobre personas migrantes. Bien es sabido que la desinformación y los bulos tienen una clara conexión con los discursos de odio dominantes. Según el último Eurobarómetro, un 83% de la ciudadanía afirma que se encuentra a menudo con noticias falsas o engañosas. Como añade Lorente: “No estamos midiendo el daño social de esas noticias falsas. No estamos sabiendo frenarlas desde el principio. En el caso de violencias machistas, no sucede de un día para otro. Hasta que se comete un feminicidio ha habido toda una estructura social machista que ha provocado, indirectamente, ese asesinato. Vamos a tener esa conciencia y perspectiva de sociedad. Sigo creyendo que la educación es el medio para cambiar el mundo, pero sabiendo cuál es la realidad, que es mucho más compleja y que los actores no son solo la figura de los educadores, sino que es necesaria toda una conciencia social que se pase al ámbito legislativo y a ser una realidad”, concluye.

Ciberactivismos y cuidados digitales como herramientas de cambio social

Frente a las ciberviolencias nos encontramos con la generosidad de aquellas personas que comparten contenido crítico de fomento de los buenos tratos —también en el mundo digital—. La psicóloga Ianire Estébanez propone en su guía #Yonocompartoviolencia elaborar respuestas colectivas, no dejar solas a quienes viven ciberacoso y ser conscientes de lo que influye callarnos cuando lo vemos. Trata de establecer alianzas digitales y acciones que visibilicen el acoso y sus consecuencias. La psicóloga, a su vez, recuerda que las redes son espacios donde relacionarse y emocionarse con otras personas, que lo ciber es la herramienta, no la causa de la violencia. Sostiene que las redes son el espejo donde vemos los problemas sociales. Esa creación de redes de apoyo es ya una realidad en la convivencia digital. Activistas como Lucía Mbomio, a través de su iniciativa “mipelomola” consiguió una multitudinaria respuesta de apoyo y cariño frente a las humillaciones racistas que había recibido la cantante Nía Correia tras cantar en una gala con su pelo afro al natural, compartía en su Instagram: “Ojalá pueda ser consciente de nuestro apoyo. Ha merecido la pena como forma de celebrarnos”.

Las redes también son las publicaciones de Moha, de Anabel, de Lucía, de Ianire o de Anita Doinel, quien genera espacios de pensamiento crítico a través de sus viñetas: “El cuidado colectivo es ese remanso necesario de ternura, solidaridad y apoyo mutuo dentro de este mundo deshumanizante. Siempre creeré en la interdependencia en lugar de la idea neoliberal de que la gente es solo responsable de sus propios sentimientos”. Carolina Iglesias ha hablado en numerosas ocasiones sobre cómo las comunidades en YouTube también nos han hecho sentir menos solas desde la adolescencia. Los ciberactivismos muchas veces nos han ayudado a hablar libremente de nuestra propia experiencia. Moha asegura que cuando tuvo que denunciar los ataques que había recibido, era presidente de SOS racismo Madrid y que le acuerpaba una familia afectiva que comprendía la situación: “Es fundamental contar con personas que te cuiden y entiendan por lo que estás pasando. Tenemos que aspirar a un modelo en el cual sintamos esos apoyos y acompañamientos, que no dependa solo de si estás en una organización, sino que tenga que ver con que si tú pasas por una situación así, no te dejen solo y puedas tener gente que te está sosteniendo”.

En Internet encontramos numerosas estrategias para frenar el maltrato y los discursos de odio

En Internet encontramos numerosas estrategias para frenar el maltrato y los discursos de odio. Entre ellas, la plataforma #NoLesDesCasito, una red de personas que cooperan para crear acciones de comunicación contra el odio y el miedo en las redes; las herramientas de luchadoras.mx para prevenir la violencia en Internet o las campañas de la AEPD contra la sextorsión: “Únete al reto #PuedesPararlo mostrando tu rechazo a la difusión de contenido publicado sin consentimiento de la persona. Recuerda que no es por el vídeo o la foto, es por lo que hay detrás”. Iniciativas que invitan a no solo denunciar las violencias, sino reparar conjuntamente el daño para lograr que la red sea un espacio más amable. También podemos plantearnos las preguntas que lanzan desde la campaña #AdoptaUnHater antes de publicar algún comentario: ¿Desde dónde estoy escribiendo esto? ¿Desde el respeto, empatía y como una aportación constructiva, o desde el odio, la envidia y los prejuicios? ¿Solemos pensar en cómo podría hacerle sentir lo que le vamos a decir o en las repercusiones que puede tener? Cuestiones que podrían ser parte del camino hacia una convivencia menos hostil y más generosa, y que nos instan a tomar un papel activo en el cuestionamiento de las estructuras que nos dañan.

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