Foto: Pintadas realizadas en una de las fábricas ubicadas en frente del puerto de Patras. (Francisco Javier Molina Ibáñez)
“Esta vez ha sido demasiado fácil. Conseguí mi pasaporte y aquí estoy, en Italia”, exclamaba Tayeb a su llegada a Bari. Su cara denotaba una mezcla de sentimientos que iban desde la incredulidad, al miedo o la felicidad. Y es que detrás dejaba un sinfín de trabas a las que había tenido que hacer frente durante los últimos tres años.
Tayeb estaba ante uno de los días más importantes de su vida. El teléfono, que no paraba de sonar, dejaba constancia de ello. Todo su entorno quería escuchar de su boca que, esta vez sí, había conseguido llegar a Italia, sano y a salvo.
El terrible naufragio que el pasado miércoles 14 de junio acabó con a vida de cientos de personas migrantes en el Mar Egeo pone de relieve las peligrosas rutas que emprenden las personas en movimiento ante la persecución o la ausencia de auxilio de los gobierno europeos. Lo cierto es que incluso para los que consiguen tocar suelo griego, el letal episodio de la semana pasada muy probablemente no será la última elección en la que se jueguen la vida. De nuevo para atravesar otro mar y esta vez, entrar en Italia. Todos los días existen varios ferries que conectan la ciudad portuaria de Patras, en Grecia, con la capital de la región italiana de Apulia, Bari. En 16 horas de viaje puedes estar perdiéndote por el casco antiguo de esta ciudad mientras presencias a su gente preparando las famosas orecchiette, pasta típica de esta zona del sur de Italia. Pero hace tres años, querer realizar este recorrido casi le cuesta la vida a Tayeb.
Vayamos al inicio de esta historia. Tayeb nació en Afganistán y allí vivió aproximadamente 14 años. Amante del fútbol, consiguió debutar en las categorías inferiores de la selección nacional. Pero el conflicto político-social existente en este país no le pasó de largo. Su hermano fue asesinado por los talibanes, cuando estos intentaban matar a su padre. En ese momento se vio forzado a abandonar el país: “Mi padre me dijo que, a partir de ahora, nuestra vida estaba en riesgo y tenía que irme”, cuenta Tayeb. Esa situación familiar supuso el inicio de una huida que le llevó a pasar por Pakistán, Irán y Turquía. “Intenté pasar a Grecia muchas veces, pero siempre tenía algún tipo de problema. Finalmente, después de 22 días caminando, conseguí llegar”. Entró por la ciudad de Thessaloniki. Y desde ahí fue a Atenas, al campo de refugiados de Malakasa. Allí fue donde entendió que el entramado burocrático al que se enfrentan las personas solicitantes de asilo le obligaría a pasar una larga temporada de espera en el país heleno.
Pero la prioridad de Tayeb, al igual que la de la mayoría de personas en movimiento, era poder llegar cuanto antes a otro país de Europa, principalmente del norte. La falta de alternativas legales para poder hacerlo le empujaron a intentarlo por otras vías. En ese momento, Tayeb contaba con unos amigos que había conocido en Turquía y que le animaron a intentar abandonar el país heleno a través del puerto de Patras. “Es muy fácil, me dijeron”. Por lo tanto, tras previo pago a las mafias que controlan esta zona fronteriza, se dirigió hasta esta ciudad del Peloponeso.
Patras, una salida “directa” hacia Italia
El puerto de Patras, el más grande del Peloponeso, cuenta con un gran movimiento diario de camiones debido a la existencia de una alta actividad comercial. Es conocido como la “Puerta de Grecia hacia Occidente”. Ese es precisamente el motivo por el que cientos de jóvenes migrantes se desplazan hasta este lugar, esperando que, efectivamente, su estancia aquí suponga la entrada a Italia. Y una vez allí, desplazarse con mayor facilidad hacia otros países que gozan de una mayor oferta laboral y una mayor estabilidad económica, como Alemania, Reino Unido o Francia.
Decenas de chicos, la mayoría de ellos menores, malviven en dos fábricas ubicadas en frente del puerto de Patras. Su objetivo es hacer lo que llaman The Game, “el juego”, denominación utilizada en diversos puntos fronterizos de Europa para nombrar al intento de atravesar de un país a otro poniendo en riesgo sus vidas. En este caso, el objetivo es adentrarse en alguno de los ferries que se dirigen hacia Italia. Para ello, tienen que saltar al puerto e introducirse en los bajos de algún camión. De esta forma, si todo va bien y logran no ser vistos, acceden al ferry escondidos en los camiones y presumiblemente llegan a Italia, tras viajes de mínimo 16 horas en las que permanecen en los camiones sin comer e incluso, en ocasiones, sin beber. Pero, este intento a la desesperada por abandonar Grecia, además de que no les garantiza llegar a Italia, acarrea consecuencias económicas y de salud.
La organización No Name Kitchen trabaja en Patras denunciando las numerosas vulneraciones de Derechos Humanos a las que se enfrentan las personas en movimiento, y ofreciendo apoyo a los jóvenes migrantes y refugiados para intentar paliar el impacto negativo que conlleva tener que enfrentarse a esta experiencia.
Para poder estar en las fábricas y optar a realizar el game, todos los chicos deben pagar a las mafias cantidades que van desde los 600 hasta los 1200 euros. El tiempo de espera en las fábricas puede alargarse y llegan a pasar semanas e incluso meses hasta que consiguen llegar a Italia. Y no siempre es así, ya que los chicos pueden acabar en centros de detención si son vistos, o sufrir algún tipo de accidente.
“Tras tres semanas de espera en la fábrica, conseguí acceder a un camión sin ser visto. Pero me coloqué mal y, cuando comenzó a moverse, me caí. Me arrastró durante varios metros”
Eso último fue lo que le sucedió a Tayeb: “Tras tres semanas de espera en la fábrica, conseguí acceder a un camión sin ser visto. Pero me coloqué mal y, cuando comenzó a moverse, me caí. Me arrastró durante varios metros”. Ante esta situación, “entendí que mi vida estaba en peligro, y que tenía que ir al hospital”. Tras este suceso, Tayeb ingresó en estado de gravedad, y allí permaneció por un período de cinco meses.
Finalmente, y aunque con diversas secuelas mentales y físicas, consiguió salir adelante y, dado que era menor de edad, ha podido pasar casi tres años en un centro de acogida, junto con otros chicos en su misma situación. Reitera constantemente su agradecimiento al personal que trabaja en este refugio para menores migrantes.
Pero el viaje continúa. A pesar de que Tayeb llevaba años esperando alcanzar este objetivo, su llegada a Bari suponía sólo un paso más en su itinerario, ya que todavía tenía que recorrer varios países hasta llegar a Reino Unido, su ubicación actual. En este momento se encuentra alojado en una vivienda compartida bajo protección de los servicios sociales al ser menor de edad, y a la espera de iniciar el proceso de asilo. Hipotéticamente, a nivel legal, esta será la última piedra en su camino.
Políticas migratorias de control y aislamiento social
Existen diversos motivos por los que las personas migrantes y refugiadas que llegan a Grecia prefieren jugarse la vida en Patras para abandonar el país heleno en lugar de esperar a poder hacerlo de manera legal. Por un lado, muchos de ellos se ven obligados a pasar todo ese tiempo en campos de refugiados en condiciones indignas. Por otro lado, la espera para que les aprueben la solicitud de asilo y consigan salir de manera legal puede durar años.
Ante las críticas derivadas de los hacinamientos que se producían en los campos para refugiados situados en las islas del Egeo, como el caso de Samos, o el de Moria, en la isla de Lesbos, devastado por un incendio en 2020, el Gobierno griego ha optado por construir campos cerrados y con control de acceso. El primero de ellos fue abierto en septiembre de 2021 en la isla de Samos, y esta política se está extendiendo a todas las islas del Egeo.
Justifican la creación de estos espacios cerrados y con accesos controlados argumentando que los solicitantes de asilo pasan a contar con unas mejores condiciones de vida. Numerosas oenegés y organismos internacionales han denunciado esta situación, ya que deja a las personas migrantes en condiciones de aislamiento y bajo estricto control de sus movimientos.
“Después de muchísimos problemas que nadie puede llegar a imaginar, llegamos a Grecia y nos reciben con violencia policial, nos detienen y nos llevan a campos cerrados que son literalmente prisiones”
“Después de muchísimos problemas que nadie puede llegar a imaginar, llegamos a Grecia y nos reciben con violencia policial, nos detienen y nos llevan a campos cerrados que son literalmente prisiones. En estos campos, donde las condiciones son muy difíciles y no tenemos atención médica, los migrantes suelen sufrir enfermedades graves en la piel”. Emran, afgano de 24 años que llegó a Grecia como refugiado hace ya varios años, nos relata la dureza del proceso al que se somete una persona refugiada hasta alcanzar el objetivo de abandonar el país heleno de manera legal. Emran ejercía como abogado antes de dejar su país, y actualmente se dedica a ayudar en aspectos legales a otros jóvenes solicitantes de asilo que llegan a Grecia.
“Solo por registrarse como solicitantes de asilo, son encarcelados durante al menos un año, debido al proceso de espera. A todos los migrantes trasladados a estos campamentos se les desactivan sus cámaras de los teléfonos móviles, para que nada sea trasladado al exterior”, asegura Emran. El joven afgano convive diariamente con historias de vulneraciones de derechos a las que han sido sometidas las personas en movimiento, y asegura que en los últimos años se ha incrementado la dureza de las actuaciones por parte de las autoridades: “Deben permanecer encarcelados en el campo mínimo un año. Incluso algunos no son liberados tras este tiempo y los mantienen hasta el final de su fase de asilo. Es terrible estar encarcelado por más de un año sin haber cometido ningún crimen”, lamenta el joven abogado.
Mayores trabas burocráticas en el proceso de asilo
Emran asegura que los procedimientos de asilo se han tornado más duros en los últimos años: “Ya no basta con demostrar que existían motivos para abandonar tu país de origen. Ahora en las entrevistas preguntan a los refugiados por qué dejaron Turquía y decidieron venir a Grecia. Ahora además deben demostrar que Turquía también era un país inseguro para ellos, que se vieron obligados a marcharse de allí”. Emran continúa recalcando que en la actualidad “existen un gran número de migrantes a los que se les rechazan las solicitudes debido a la entrevista de Turquía, y esto les crea un problema muy grande y los lleva a permanecer en prisión más de un año, por lo que deben apelar contra el rechazo recibido. Y esta apelación es inútil porque no la suelen aceptar. Ante esta situación, el refugiado debe solicitar asilo por segunda vez y esta nueva cita será en nueve meses o más”.
Emran insiste en que este panorama es más frecuente en aquellos chicos jóvenes que viajan solos. Y que estas trabas burocráticas son las que empujan a estas personas a optar por vías ilegales para abandonar el país heleno. Y aún así, en su intento por abandonar Grecia por otras vías, “muchos son arrestados por la policía y enviados nuevamente a prisión”.
Médicos Sin Fronteras advierte del deterioro de la salud mental en las personas refugiadas en Grecia debido a estas nuevas políticas migratorias de aislamiento y control impulsadas por el gobierno conservador de Mitsotakis, y respaldadas económicamente por la Unión Europea.
Estas infraestructuras de alta seguridad, implantadas ya en las islas de Samos, Leros y Kos, se pretenden instaurar en Quíos y Lesbos a lo largo de 2023. En esta última isla reina la incertidumbre desde hace ya un tiempo en lo que respecta a la apertura del nuevo campo. Allí se encuentra desde 2016 la organización Stand By Me Lesvos, trabajando con refugiados en los diversos campos que se han instaurado en los últimos años. El presidente de esta organización, Michail Aivaliotis, lamenta que la inversión realizada por la Unión Europea en la creación de estos espacios, la cual ha gastado 276 millones de euros, dificulta mucho la posibilidad de conseguir paralizar estas obras, independientemente de quién gane la segunda ronda de las elecciones helenas que se celebrarán el próximo 25 de junio.
“La Unión Europea está gastando millones de euros en un campo en mitad de la nada, que no quieren ni la población local, ni los trabajadores, ni por supuesto, las personas refugiadas. Les llaman campos cerrados, pero son prisiones”, remarca Michael Aivaliotis. Además, insiste en que “todo el mundo coincide en que es muy peligroso este nuevo campo que se está construyendo en Lesbos, ya que está en mitad del bosque, y se puede producir fácilmente un nuevo incendio”. A pesar de que todavía no se ha llevado a cabo la apertura, advierte de que tendrá consecuencias negativas para los solicitantes de asilo: “No sé cómo serán las condiciones para los refugiados en el nuevo campo, no podemos adivinarlo, pero lo que está claro es que estarán más apartados de la sociedad y será cerrado, por lo que habrá un control constante de sus movimientos”.
Nuevos obstáculos para las organizaciones de ayuda humanitaria en Atenas
Por otro lado, el Gobierno griego está apostando por cerrar aquellos espacios para refugiados que se encuentran ubicados en la capital griega. Ya lo llevaba haciendo desde el verano de 2019, en el barrio anarquista de Exarchia, desalojando espacios ocupados que se habían convertido en hogar para cientos de refugiados y migrantes. El pasado mes de noviembre se completó la evacuación del campo de refugiados de Eleonas, ubicado en el barrio ateniense de Votanikos, el cual se encontraba operativo desde 2015.
Además, Flavia Piscedda, representante de la organización SOS Refugiados Europa en Atenas, explica que desde el mes de marzo ya no dejan entrar a las oenegés a los campos de refugiados, si no es con un permiso oficial que tienen que tramitar vía email: “He enviado muchísimos correos para poder conseguir ese permiso y nunca nos han contestado, por lo que es una excusa”, remarca Flavia.
“El gobierno griego justifica estas acciones diciendo que ellos se encargan de gestionarlo con el dinero que reciben de Europa. Pero no se puede negar que es un gobierno menos abierto a proporcionar ayuda a personas refugiadas. Y lo cierto es que la realidad de las personas migrantes en la actualidad es peor, ya que a día de hoy cuentan con menos ayuda”, insiste la activista.
Las muertes en el Mediterráneo no cesan
El Gobierno de Mitsotakis, con el apoyo de la Unión Europea, ha instaurado un ambiente todavía más hostil para aquellos que llegan a Grecia. Pero cabe remarcar que los obstáculos comienzan desde el momento en que una persona se ve obligada a abandonar su país. Y aunque el foco se sitúe a día de hoy en las llegadas que se producen en otros países como Italia, hay que recalcar que siguen sucediendo catástrofes de manera regular en los puntos de entrada hacia el país heleno. Según las cifras estimadas del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) el año pasado se contabilizaron 326 muertes y desapariciones de personas que intentaban llegar a Grecia. La necesidad de abandonar sus países de origen sigue siendo una realidad innegable. Y la presencia de vías seguras para poder hacerlo siguen siendo escasas. En lo que llevamos de año, ACNUR ya contabiliza las llegadas a Grecia en, aproximadamente, 6200 personas. Entre estas cifras se encuentran menores que optarán por seguir los pasos de Tayeb, y que tendrán que continuar con este siniestro “juego” donde, en el mejor de los casos, sólo perderán dinero y algunos años de su vida.
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