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Recuerdan a jóvenes de la Casa de los Estudiantes de Puebla víctimas de desaparición

Redacción Desinformémonos

Ciudad de México | Desinformémonos. A 40 años de la desaparición forzada de Juan Chávez Hoyos y de Abelardo Valentín Fernández Zamora a manos del Estado, el colectivo H.I.J.O.S y el Comité Eureka! colocaron una baldosa de memoria en la Casa de los Estudiantes de Puebla, donde residieron ambos jóvenes.

«Fueron jóvenes comprometidos con su realidad, activistas en defensa de los estudiantes de su natal Puebla y partícipes en las protestas de los trabajadores de su país», explicaron los colectivos.

A continuación, el comunicado completo y las historias de Valentín y Juan:

Valentín y Juan fueron desaparecidos durante el mes de septiembre de 1978. Se los llevó el Estado Mexicano y nada sabemos de ellos desde entonces, los ha seguido desapareciendo cada uno de los más de 14,000 días transcurridos en estos 40 años. 

Juan fue visto con vida en el Campo militar número uno de la ciudad de México. De Valentín sabemos que se lo llevó la Brigada Blanca, grupo paramilitar que dependía de la DFS.

Valentín y Juan no sólo comparten la infamia de la que son víctimas: también los une su fuerza, su decisión para luchar. Fueron jóvenes comprometidos con su realidad, activistas en defensa de los estudiantes de su natal Puebla y partícipes en las protestas de los trabajadores de su país. Hoy son hombres que le faltan a México, que nos hacen falta todos los días. 

Los dos residieron en esta Casa de los Estudiantes de Puebla, por eso hoy los H.I.J.OS. y el Comité Eureka! colocamos aquí una baldosa de memoria. Para recordarlos, para hacerlos presentes, porque no hay olvido.

¡Vivos los llevaron, vivos los queremos!

No olvidamos

No perdonamos

Juicio y Castigo a los responsables

Comité Eureka! – Hijos e hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S.)

 

Juan Chávez Hoyos

Nació y creció en Lagunillas, estado de Puebla, el 14 de febrero de 1958. Fue un niño muy estudioso. Le gustaba el deporte pero sobre todo pasar horas con otros niños en el río de su pueblo, que era muy grande. No había dónde aprender a nadar, pero sólo lo logró cuando tenía 10 años. Se subía sobre grandes árboles de Amate y desde allí se aventaba al río.

A la edad de 14 años quiso aprender a utilizar el telégrafo. El jefe de la estación de su pueblo, quien lo quería mucho, accedió a enseñarle. Juan comenzó entonces a visitar la oficina cada día y en un año ya sabía usar perfectamente el aparato. Tanto que el jefe de estación comenzó a dejarlo solo para que se encargara de recibir la información y después le mandó a traer un telégrafo desde Monterrey, para que pudiera seguir practicando en su casa.

Cuando Juan terminó la secundaria, el jefe de estación y el jefe de un pueblo vecino fueron sus padrinos. Lo respaldaron para que realizara un curso que lo acreditara como telegrafista a los 18 años, querían que fuera el siguiente encargado. Sin embargo, en ese mismo tiempo, un amigo invitó a Juan a que juntos fueran a estudiar a la Ciudad de México, a la casa de los estudiantes poblanos. Sus padres le dieron permiso de migrar y allá fue, aunque uno de sus hermanos insistía en que se quedara en el pueblo, con un oficio ya seguro.

Al llegar a la capital del país, Juan no alcanzó cupo para rendir examen en la UNAM y se inscribió en la Normal Popular, donde cursó un año. Después ingresó al CCH Vallejo y en las vacaciones, en lugar de descansar, trabajaba como obrero.

Durante esos años, mientras estudiaba el CCH y vivía en la casa del estudiante de Puebla, participó de actividades para exigir al gobierno les garantizara hospedaje y alimentación porque, decían, somos hijos de campesinos, nuestros padres no nos pueden dar la posibilidadde estar en la ciudad de México, pagar renta para irnos a vivir a un cuarto, no tenemos para pagar nuestraalimentación. Juan siempre se identificó en el grupo de hijos de obreros y campesinos, fue activo partícipe en las luchas estudiantiles.

Tenía apenas 20 años cuando se sumó además a la primera protesta de familiares de desaparecidos en la historia de México. Fue el 28 de agosto de 1978 en la Catedral Metropolitana, en el Distrito Federal. Era una huelga de hambre de madres y familiares de personas desaparecidas por razones políticas, muchas de ellas mujeres que luego conformaron el Comité Eureka!

Juan se sumó para apoyar, para expresar su respaldo a esa lucha entonces silenciada, negada y condenada por el poder y gran parte de la sociedad que fingía no ver lo que en el país ocurría desde 1969.

Juan estudiaba de día y trabajaba de noche. En 1978 era empleado de la Distribuidora General de Láminas y laboraba en el turno de madrugada.

La mañana del 8 de septiembre, al terminar su jornada laboral, Juan tomó el camión que lo llevaba a la Casa del Estudiante de Puebla. Bajó del transporte público en la parada de cada día. Caminó hasta la esquina de Ricarte y Avenida 100 metros, donde lo interceptó un grupo de hombres vestidos de civil. Lo subieron a un automóvil sin placas y se lo llevaron, según relatos de testigos. 

Quienes se llevaron a Juan eran agentes de la Brigada Blanca, grupo paramilitar que actuaba por órdenes de la DFS dirigida por Miguel Nazar Haro. Familiares y compañeros de militancia lo denunciaron durante décadas, muchas veces ante miradas incrédulas de quienes siguen negando las desapariciones forzadas. Pero en el año 2001, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos ratificó la denuncia: según un parte oficial del 8 de septiembre de 1978, emitido por la Brigada Especial -nombre eufemístico que tenía el grupo paramilitar-, integrantes de esa banda de delincuentes detuvieron a Juan Chávez Hoyos a las 6 de la mañana. 

La CNDH “logró acreditar” que el estudiante fue víctima de detención arbitraria, retención e interrogatorios ilegales. El informe de la DFS detalla además que fue enviado al Campo Militar Número 1, donde “se elaboró su ficha signalética y se le tomó su declaración”, reza textual el documento. 

Aunque las autoridades no han dicho nada más desde entonces, aunque todo lo han negado, sabemos más gracias a personas que sobrevivieron a la cárcel ilegal que funcionaba en la instalación militar. 

-¿Quién eres? Yo me llamo Elda, tengo un mes aquí secuestrada- le dijo Elda Nevárez Flores en abril de 1979, en un instante de distracción de los captores mientras el muchacho cargaba una cubeta con agua.

-Yo me llamo Juan Chávez Hoyos y tengo casi ocho meses aquí en el sótano.

Fue lo único que alcanzaron a platicar Elda y Juan en las mazmorras, donde también lo vieron con vida otras personas que estuvieron allí desaparecidas: Armando y Laura Gaytán Saldívar, Bertha Alicia López García, Humberto Zazueta Aguilar, Domingo Estrada Ramírez y Rufino Guzmán González. 

Los valientes testimonios de sobrevivientes confirman y amplían la información que consta en  documentos oficiales: Juan Chávez Hoyos fue secuestrado por agentes de la Brigada Blanca y trasladado al Campo Militar Nº1 en septiembre de 1978. En abril de 1979 estaba vivo dentro en ese lugar. 

Se lo llevó el Estado Mexicano y no ha dicho qué ocurrió con él. Juan tenía 20 años cuando lo desaparecieron, tiene 40 años lejos de sus seres queridos. 

Desde entonces Juan nos falta todos los días.

Abelardo Valentín Fernández Zamora

Nació un 14 de febrero de 1953 Tecamachalco, estado de Puebla, donde todos le decían Vale. Es el quinto de diez hijos. Sus familiares cuentan que cuando niño era algo gordito, con cabello chino y le acariciaban la cabeza.

En su infancia, cuando cursaba jardín de niños y primaria, destacó haciendo manualidades -su madre guardaba algunos de esos trabajos como borreguitos dibujados en cartón y rellenados con lana-. También participaba en bailables y eventos culturales.

Le gustaba bailar, jugar canicas, volados, a la pelota y al toro. No tenía bicicleta pero como el patio de su casa era grande, muchos vecinos guardaban allí las suyas. Valentín y sus hermanos las usaban de a ratos.

Cursó la secundaria en la escuela Manuel Ávila Camacho. Al terminar, junto a uno de sus hermanos se mudó a Villa de las Flores, Coacalco, Estado de México, donde trabajó y estudió. Después se mudó nuevamente, ahora a la capital del país, para vivir en la casa de estudiantes de Puebla y estudiar en la Preparatoria Popular de Tacuba.

Para subsistir y cubrir sus gastos cuando era estudiante, Valentín Vendía libros: ponía un puesto en la Escuela Superior de Economía, entre otras instituciones académicas. Al mismo tiempo dictaba clases en la Preparatoria Popular de Tacuba.

Corrían los agitados años setenta cuando Valentín cursaba en esa prepa de ideas libertarias. El país padecía inflación creciente y estaba sumergido en una crisis que se dejaba ver en las calles: sólo en 1977, estallaron 399 huelgas, y en 1978 ya eran 512. Valentín era sensible a los problemas sociales, las luchas de obreros y estudiantes de esos tiempos.  

No fue indiferente, se involucró. Participó de movimientos populares del estado de Puebla como la unión Campesina Independiente y la Unión Popular de Vendedores Ambulantes. También en la capital fue miembro activo de la Casa de Estudiantes de Puebla, donde vivía. 

Fue dirigente estudiantil en el Consejo Nacional de Casas de Estudiantes de Provincia y uno de los líderes en la exigencia al gobierno de Puebla para que mantuviera los subsidios económicos que garantizaran funcionamiento, alimentos y mobiliario para los jóvenes que como él emigraban en busca de estudios y mejores oportunidades de futuro. 

Entre muchas protestas, participó de una huelga de hambre con la cual lograron que el entonces gobernador Alfredo Toxqui Fernández comprara el edificio de calle Ricarte número 580, colonia Lindavista. Consiguieron así estabilidad para los estudiantes de entonces pero también mantener una oportunidad de un techo y un alimento que aún persiste, que ha cobijado a cientos de estudiantes poblanos desde entonces.

A sus 25 años de edad, Valentín era militante social, estudiante y trabajador. Era docente en la Preparatoria Popular Tacuba al mismo tiempo que estudiaba la carrera de Antropología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. 

El 30 de septiembre de 1978, a las 11 de la mañana y por la fuerza, un grupo de hombres armados y vestidos de civil se llevó a Valentín de la casa de sus padres en Tecamachalco, Puebla, donde estaba de visita. 

Estaba sentado platicando con un albañil dentro de su casa ubicada en la avenida Juárez número 701 en la ciudad de Tecamachalco, Puebla, cuando entraron 2 hombres vestidos de civil. Uno de ellos preguntó “¿Vive aquí Valentín Fernández?” a lo que Valentín contestó “No aquí no vive”, ese mismo hombre dijo al otro “trailo”, hizo una señal y otros hombres que se encontraban un poco más afuera entraron con una persona que traían custodiando. El mismo hombre que preguntó por Valentín dijo en tono interrogante “¿él es Valentín?” y el otro remarcó con voz fuerte “¿es él?”, y la persona que llevaban contestó tímidamente “sí, es él”, esta persona se encontraba en estado demacrado, pálido, con la cabeza cabizbaja, dando seña de que estaba siendo obligado a contestar.

Entonces el hombre antes referido volteo hacia Valentín diciéndole “no que no eras” y le dijo “vamos a platicar allá afuera”, a lo que Valentín contestó “podemos platicar aquí adentro”, fue entonces cuando le dijo “nos acompañas” con un acento de orden, Valentín dijo “no” pero se acercaron a él y lo sujetaron de los brazos a la fuerza sacándolo de la casa, lo subieron a un carro negro que se encontraba estacionado frente a la casa y lo sentaron en la parte de atrás en medio de los dos primeros hombres que entraron. Enseguida metieron a la otra persona que llevaban a un carro rojo que estaba estacionado también frente a la casa e igualmente lo sentaron en medio, los demás hombres abordaron un carro azul que estaba adelante de los dos primeros.

Los perpetradores llegaron en tres autos modelo Impala, sin placas. Eran integrantes de la Brigada Blanca, grupo paramilitar que dependía de la Dirección Federal de Seguridad, la DFS, que a su vez dependía de la Secretaría de Gobernación.

Ese mismo día, a las 3 de la tarde, los hombres de la Brigada Blanca volvieron a la casa de la familia Fernández Zamora. Llevaban consigo a Valentín pero ya no estaba igual: tenía la cara hinchada, marcas de golpes en el rostro y las muñecas rojas, heridas. Su mano izquierda le colgaba, el hueso parecía zafado. Se tomaba el estómago con dolor. Era evidente que lo habían golpeado y torturado. 

“El dinero que les traía no era dinero mal habido, fue de nuestro trabajo, de mi hermano y mío”, alcanzó a decirles a sus padres antes de ser desaparecido. “No he hecho nada malo pero me llevan porque quieren que entregue a una persona que dicen está ligada con la Liga 23 de septiembre”. 

Semanas antes, Valentín Fernández Zamora había apoyado la huelga de hambre que el 28 de agosto de 1978 realizaron las madres y familiares de desaparecidos políticos. Valentín estuvo presente, participó en esa primera protesta en la historia de México para exigir por desparecidos. 

En el año 2001, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos concluyó que está debidamente acreditado que Valentín fue desaparecido por el Estado Mexicano. En su recomendación 26/2001 citó y reprodujo documentos oficiales que demuestran fue víctima de una detención arbitraria y posterior desaparición por parte de la Brigada Blanca, que en ese tiempo respondía a Miguel Nazar Haro. 

Ninguno de los responsables han sido juzgados, están impunes.  

Cuando se lo llevaron tenía 25 años de edad, ahora lleva 40 años desparecido.

Desde entonces Valentín nos falta todos los días.

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