Rebelión en las universidades y acampadas: ¿una primavera antisionista?

Sarah Babiker

Angela Davis habla a cámara. Sonríe: “Creo que los estudiantes siempre marcan el camino”, comenta sobre las acampadas en solidaridad con Gaza que han surgido en la Universidad de Columbia y muchos otros campus a lo ancho de los Estados Unidos. La histórica activista celebra que los manifestantes usen los conocimientos adquiridos en todas estas universidades prestigiosas para ayudar a construir un mundo mejor, y que “finalmente la lucha por la libertad del pueblo palestino sea abrazada en todo el mundo”. Deja otro mensaje: lo que pase ahora en Palestina determinará el futuro de todos.

Las redes sociales bullen desde hace dos semanas con imágenes de manifestaciones, acampadas, gente en asamblea debatiendo, escuchando discursos, bailando dakbe [danza tradicional palestina], policías reprimiendo brutalmente a estudiantes y profesores o sionistas intentando demostrar que no se sienten seguros en las movilizaciones a favor de Palestina. Todo esto pasa sobre el césped de numerosas universidades estadounidenses, siendo la de Columbia donde comenzó todo. Muchas de estas escenas recuerdan a otras vividas hace más de una década, en Occupy Wall Street, la primavera árabe o el 15M. Pero el objetivo de este ciclo de movilizaciones entre tiendas de campaña y pancartas es bien concreto: la solidaridad con el pueblo palestino y la lucha contra el genocidio.

Mientras, en Berlín, una acampada resistía durante dos semanas frente al Reichstag, hasta que fue desalojada el pasado viernes. En un contexto en el que se prohíbe organizar un congreso sobre Palestina, se impide a líderes europeos como el exministro de finanzas griego, Yanis Varoufakis, no solo entrar en el país, sino comunicarse por vídeoconferencia con personas dentro del territorio, o se veta el uso de lenguas que no sean el alemán o el inglés en las movilizaciones.

Tanto en Estados Unidos como en Alemania, así como en Reino Unido donde las manifestaciones son masivas, o en Francia, donde estudiantes de SciencePo de París organizaban una acampada el pasado miércoles rápidamente desalojada por la policía, se elevan las protestas en un clima hostil para la crítica al colonialismo israelí. En las universidades de la élite estadounidense, kufiyas y banderas palestinas toman el paisaje mientras personas de todos los orígenes charlan, participan en actos y discusiones, hacen cursillos de árabe, aprenden a bailar el dakbe y sobre todo denuncian el genocidio. Ilustres judíos antisionistas como Miko Peled, el candidato a presidente Cornel West, o políticas demócratas como Ilhan Omar o la actriz y activista Susan Sarandon, visitan las acampadas y se unen a las manifestaciones. Mientras, supervivientes del holocausto dan testimonio de lo que pasó y se niegan a que esta memoria sea utilizada para justificar otro genocidio.

El brutal desalojo de la primera acampada que comenzó el 16 de abril en la Universidad de Columbia, no ha hecho sino extender acampadas, hasta llegar a ser decenas y llegar incluso a universidades en Canadá. A las imágenes de los arrestos masivos de aquel día les han seguido otras que muestran la brutal represión contra estudiantes y profesores. El viernes 26, la policía desmantelaba la acampada frente al Reichstag, produciendo otra serie de imágenes que no hacen sino alimentar la indignación ante la represión a la que la policía está sometiendo a su propia ciudadanía para defender los intereses de Israel.

Circulan ejemplos en los que grandes cabeceras ofrecen un relato distorsionado de lo que acontece en estas protestas, como el artículo de The New York Post en el que se habla de “una estudiante judía apuñalada en el ojo con una bandera palestina” para mostrar un vídeo en el que nada parecido sucedía. Las continuas acusaciones de antisemitismo, o de defender a Hamás no están deteniendo la expansión de las acampadas, las universidades asociadas a la Ivy League como la propia Columbia, Yale o Harvard, que representan la reproducción de las élites del país, están pobladas de una nueva generación de estudiantes que no está dispuesta a perpetuar la complicidad de EE.UU. con Israel. El viernes, un vídeo mostraba a estudiantes tomando el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), la persona que compartía el post se preguntaba: “¿Estamos ante una primavera antisionista?”.

Desinversión, boicot académico, fin de la represión y amnistía para las personas detenidas, estas son las principales demandas de las acampadas desde que comenzaron en Columbia. Las actuaciones policiales tampoco están logrando el objetivo de disuadir a las persona que protestan, sino que refuerzan las movilizaciones: “Parece que la represión está empeorando cada vez más. Pero cuanto más nos repriman, más nos rebelaremos”, decía una integrante de Students for Justice in Palestine al medio estadounidense Democracy Now.  

La Universidad ha mostrado la misma división que la sociedad, mientras la mayoría del profesorado apoya a quienes protestan, sus élites llaman a la represión, expulsan masivamente a estudiantes y suspenden las clases. Por tanto, reciben las mismas acusaciones que los partidos: estar a merced del relato sionista porque dependen de la financiación de sus lobbies, una dependencia que estaría llevaría al macartismo de nuevo dentro de la universidad. El mismo Netanyahu se pronunciaba hace unos días sobre las acampadas en las universidades, reproduciendo el discurso de que son espacios antisemitas donde las personas judías arriesgan su vida y comparando los campus con los de la Alemania de los años 30. La intervención del mandatario israelí alimentaba la percepción de que Israel interviene en la política estadounidense, crítica condensada en el irónico término ‘Estados Unidos de Israel’. La interferencia sionista para que Estados Unidos reprima a sus estudiantes estaría amenazando algo que los estadounidenses consideran definitorio de su identidad nacional, la primera enmienda que garantiza el derecho a la libre expresión, a la libertad de prensa y de manifestación.

El movimiento en las universidades evidencia en Estados Unidos una ruptura generacional, las personas más jóvenes se muestran más cercanas a la lucha del pueblo palestino. Por otro lado, los movimientos interseccionales han recuperado una tradición anticolonialista desde la que deconstruir las narrativas israelíes, uniendo a colectivos racializados que enmarcan la cuestión israelí como una muestra más de colonialismo racista y supremacismo. Se tratan de movimientos y narrativas que preocupan fuertemente a los think tank sionistas, según se mostraba en el informe  Navegando paisajes interseccionales, realizado por el Reut Institute israelí y el Jewish Council for Public Affairs hace unos años. En el mismo, dedicaban una atención especial a los movimientos de judíos antisionistas y sus alianzas con otros colectivos. Por otro lado, las protestas también interpelan a la identidad estadounidense, conectando las protestas con el movimiento estudiantil en 1968 contra la guerra de Vietnam, desmontando el relato que las enmarca como algo extranjero y otro.

Mucho drama

Mientras el número de personas asesinadas por Israel desde el 7 de octubre en Gaza supera las 34.000, el mundo observa cómo cientos de cuerpos de niños, mujeres y hombres palestinos, algunos maniatados, otros enterrados vivos, son recuperados en fosas comunes cerca de los hospitales de Al Nasser o Al Shifa, o el ejército sionista asesina a símbolos como Shaima Refaat Alareer, la hija del llorado poeta, y su bebé, son múltiples los sionistas que insisten en las redes en su condición de víctimas de un sentimiento antijudío en los campus que recuerda al Holocausto.

La multiplicación de vídeos mostrando el supuesto antisemitismo en las movilizaciones llega al paroxismo: virales se han hecho un vídeo de una mujer judía “arriesgándose” a exponerse ante la acampada e interpelando a las personas presentes al grito de “soy judía, miradme a la cara”, sin que nadie le haga el menor caso, o el vídeo de otra mujer con su perro reportando que está rodeada de manifestantes y no se siente segura como mujer judía, mientras los activistas insisten en que puede ir donde le dé la gana, o del profesor de Columbia Shai Davidai, un conocido sionista y provocador —algunos medios relacionan a su familia con la fabricación de armas— denunciando antisemitismo y comparando la universidad actual con la Alemania nazi cuando le niegan la entrada en el campus temiendo enfrentamientos.

Davidai llamaría a los manifestantes judíos solidarios con Gaza Kapos, en referencia a los judíos que colaboraron con los nazis,  hechos por los que ha sido denunciado. Y es que por más que movimientos como Jewish Voice for Peace o Jews for Ceasefire estén entre los organizadores de las acampadas, y estas cuenten con la presencia continua de personas judías, esto no parece ser suficiente para desmontar la narrativa que confunde antisionismo y antisemitismo, una estrategia repetidamente denunciada desde estas organizaciones que señalan la instrumentalización del antisemitismo para justificar la represión del movimiento contra el genocidio.

Junto a la estrategia de autovictimización, la criminalización de quienes protestan es una parte fundamental del relato. El líder de la Liga Anti Difamación llegaba a calificar a las organizaciones Students for Justice in Palestine y Jewish Voice for Peace como proxies de Irán. Al mismo tiempo, se les acusa de estar a sueldo de Soros y Rockefeller.

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