“Cuando se empezó a hablar del paro nacional, empezamos a juntarnos, a mover a los varones, porque ya nos conocíamos del paro de 2019”, explica Miriam Soria, hierbatera de la comuna Tola Chica, en Tumbaco, periferia de Quito, que vende sus productos en el mercado San Roque, en el centro de la cuidad.
Miriam relata que son unas 30 mujeres las que trabajan juntas en el barrio, todas vendedoras de hierbas en el mercado. Organizaron una olla popular que todos los días cocinaba mil desayunos, otros mil almuerzos y mil meriendas a la noche. “Nos preguntan si no estamos cansadas. Claro que estamos, pero vamos a seguir”, dispara.
Cerraron la ruta y la policía las atacó con gases y palos, entraron al barrio y perdieron los víveres que habían acumulado de donaciones, les destruyeron las ollas y los materiales de cocina. Pero siguieron. “No nos hemos rendido”, sigue Miriam. “Vinimos a Quito a apoyar el paro, trayendo nuestras hierbas medicinales”.
Tumbaco es parte del valle que cobija el aeropuerto internacional de Quito, una parroquia de casi 40 mil habitantes donde quince comunas integran este vecindario semirrural tapizado de bosques de eucaliptos y depósitos de lava del volcán Ilaló. Los cortes de la carretera que conduce al aeropuerto, suelen ser reprimidos duramente por las fuerzas represivas.
Durante el paro hubo ocho heridos de estas comunas, que se suman a los siete muertos durante los 18 días de paro y a una cantidad imposible de contar de heridos, que pueden superar el millar. “Todos los derechos que tenemos es porque nos tomamos las calles”, dice Miriam. “Nosotras nunca tuvimos justicia, las vendedoras de mercados y calle, las empleadas domésticas, no tenemos nada”.
Conocimos a Miriam en el Museo de la Ciudad durante la Feria del Libro Insurgente, organizada por el colectivo Desde el Margen. Signo de los tiempos, la capilla del museo –de arquitectura barroca adornada de oros- que antes era el espacio de bodas y encuentros de la aristocracia, ahora recibe artistas de abajo, trans, gais y lesbianas, trabajadores sexuales y vendedoras ambulantes, además de la feria insurgente. ¿Qué dirá el Santo Padre?
En la feria de San Roque las hierbateras han creado hace más de cuatro décadas la Plataforma Central 1º de Mayo. Son unas 150 mujeres en un mercado que cuenta con más de 4.000 puestos de venta, en general familiares, pero la inmensa mayoría atendidos por mujeres. Son las warmis, mujeres de abajo organizadas, trabajadoras de todas las horas de todos los días, que durante los paros están en una primera línea de cuidados. Mujeres indígenas que desafían prejuicios y el eterno racismo de las clases medias y altas que, esta vez, salieron a las calles engalanadas de blanco para evitar que “los indios se tomen la ciudad”.
Tanto en Tumbaco como en los barrios ricos de Quito, comerciantes y vecinos sacaron sus armas para disparar contra los manifestantes, algo que los “medios corruptos” del sistema, como ellas los nombran, se empeñaron en ocultar. Mientras, repiten la monótona y mentirosa melodía del poder que dice que la CONAIE y los movimientos de abajo están “financiados por el narcotráfico”.
Miriam es hierbatera, sanadora, agricultora que cultiva y recoge manzanilla, ruda, romero y una gama de hierbas dulces que los clientes se afanan por comprar desde la madrugada. Como sus vecinas y compañeras, cultiva en tierras comunales que defienden de la garra de la especulación inmobiliaria, porque saben que es el modo de defender la vida en un sistema que desea despojarlas y, si pudiera, eliminarlas de la faz de la tierra.
Las hierbateras salen hacia la Plataforma 1º de Mayo hacia la medianoche, clasifican las hierbas y abren sus puestos mucho antes del amanecer y cuando el reloj anuncia las 8 de la mañana ya casi no les quedan productos que vender. Consideran que las hierbas medicinales son sus herramientas de lucha y son el centro de sus cuidados, con las que curan las muchas enfermedades que aquejan a las y los de abajo.
Su argumento es irrefutable: aunque nos dicen “vagos”, que no trabajamos, los ricos se alimentan de nuestros cultivos, porque ellos sólo se dedican al petróleo y la minería. Mujeres que esgrimen conciencia y combatividad, que se “paran fuerte”, como dice Miriam. “Seguiremos luchando por nuestros hijos, para que no sean como yo que no puede hacer la escuela”, sigue la hierbatera.
Aunque a la cultura hegemónica en la izquierda le cueste aceptarlo, ellas han sido el corazón de la rebelión que se extendió durante 18 días. A los varones que cortaron calles y rutas nunca les faltó comida cuando regresaron a sus barrios, donde las ollas comunitarias los alimentaron. Cientos de voluntarias de salud se ocuparon de los heridos. Pero también cortaron carreteras.
Ellas bendicen las marchas con sus hierbas dulces, que es también un modo de hacer cuidados, siempre en común, siempre en movimiento.
La importancia de las luchas urbanas o periurbanas está cobrando nuevo impulso. En levantamientos anteriores, el núcleo de la movilización eran las áreas rurales. Desde las comunidades, la población indígena se movilizaba hacia Quito, creando un poderoso imaginario de toma de la ciudad blanca que aterroriza a las élites y regocijaba a los pueblos.
Cindy Gómez de Wambra, medio de comunicación comunitario, sostuvo en la Feria del Libro Insurgente que ha habido “levantamientos en las comunas de Quito, pero eso lo ignoran los medios”. En efecto, las comunas periféricas de Quito, sobre todo de la zona sur donde arriban los migrantes andinos, son ahora baluartes de la movilización que han estado presentes tanto en el levantamiento de 2019 como en el que recién finaliza.
La comparación con la revuelta de 2019 aparece en todas las conversaciones, porque fue como un rayo que iluminó la vida del mundo de abajo. Dicen las personas que protagonizaron ambos momentos, que la de 2019 fue más espontánea, sorpresiva para el poder, lo que llevó al presidente Lenin Moreno a escapar a Guayaquil mientras los indígenas rurales y urbanos, y los movimientos, ocupaban la ciudad.
El paro de junio pasado, fue más estructurado, con bastante mayor participación (incluyendo marchas en la costa), pero el Estado ya estaba prevenido y desplegó un aparato represivo más sofisticado y con mayor poder de fuego contra la población.
En los dos levantamientos, las mujeres jugaron un papel destacado, como Miriam y sus compas hierbateras. Atesoran la memoria de las luchas, los saberes de la revuelta y de los cuidados colectivos que los traspasan de lucha en lucha, haciendo que la candela de la rebelión nunca se apague.