En el marco del Día de les Trabajadores, tres claves sobre el derecho a cuidar y a ser cuidadas: el agotamiento que producen estas tareas desde la psicología feminista, el cuidado comunitario desde la experiencia de una trabajadora del Centro Vecinal Alberdi y la presentación del “Mapa de los cuidados” de Córdoba, una herramienta interactiva para analizar la distribución de las infraestructuras de cuidado en la ciudad.
Cuidar no es fácil: concentra una infinidad de tareas, no admite fines de semana ni feriados, implica cubrir necesidades exigentes y agobiantes, requiere mucha -muchísima- paciencia y, a veces, conlleva frustraciones, angustia y ansiedad lograr hacerlo. Todo eso mientras sostenemos nuestra propia existencia.
Es un montón.
A su vez, es la trama que nutre y sostiene el flujo de la existencia: el cuidado es el trabajo esencial que sostiene la vida, pero su distribución no es equitativa ni su realización es remunerada. Históricamente, las tareas de cuidados han sido adjudicadas a las identidades feminizadas por mandato inapelable. La persistente división sexual del trabajo organiza el mundo destinando a los varones al mundo social, público y productivo, y a las mujeres al ámbito domiciliario, privado y doméstico. Esta situación profundiza las desigualdades de género y restringe la autonomía de las mujeres: la gran cantidad de tiempo que destinan a estas tareas -más del doble que los varones- no les deja margen para estudiar, descansar, trabajar, generar ingresos, sostener vínculos sociales o lo que sea que deseen hacer con su tiempo.
Según datos de Ecofeminita y OXFAM en su campaña #NosUneElCuidado, a nivel mundial, la brecha salarial entre hombres y mujeres alcanza el 24%, mientras que se acentúan la feminización de la pobreza y la masculinización de la riqueza. El 19,9% de las mujeres no se desempeña en el mercado laboral ni estudia debido a que se dedican al trabajo del cuidado, mientras que, para los hombres, ese porcentaje es del 1,2%. Además, el 27,7% del total de mujeres trabajadoras de América Latina y el Caribe se concentran en sectores que reproducen actividades fundamentales para la sostenibilidad de la vida -enseñanza, salud, servicio doméstico, asistencia social-, trabajos que no sólo mantienen a las mujeres en el rol de cuidadoras, sino que han sido históricamente poco reconocidos, presentando bajos salarios y mayor informalidad y precariedad laboral.
Desde hace años, el feminismo viene poniendo en agenda la persistente desigualdad de la organización social de los cuidados, la falta de reconocimiento y remuneración de este trabajo que es invisibilizado como tal, y la necesidad de amparar a quienes lo ejercen bajo políticas y sistemas integrales con perspectiva de género: las mujeres e identidades feminizadas sostienen el trabajo doméstico, de cuidados y de gestión al interior de los hogares y en sus barrios, sosteniendo también la vida comunitaria.
Autocuidado y cuidado colectivo
La gestión del cuidado al interior del núcleo familiar -infancias, adolescencias, adultes mayores, personas que requieren cuidados especiales- es asumido, en la mayoría de los casos, por identidades feminizadas -ya sea su realización directa o la solicitud/contratación de alguien más que lo haga- e implica garantizar la comida y el aseo diarios, mantener el orden y la limpieza, abastecer la casa y resolver traslados, apoyar la educación, atender la salud, acompañar y contener, entre muchas otras.
La sobrecarga de tareas de cuidados -especialmente destinadas a adultes mayores que atraviesan una enfermedad- conlleva un agotamiento físico, mental y emocional que muchas veces no es identificado como consecuencia de esta. Se puede expresar en ansiedad, estrés, falta de energía, angustia, fatiga, depresión, enojo y hasta culpa por invertir tiempo en sí misma en vez de estar con la persona que se cuida.
Desde su experiencia como psicóloga feminista, Mara Nazar cuenta que algunas mujeres que se acercan al consultorio, sobrepasadas por las tareas de cuidados a su cargo, “están tristes, sin ganas de proyectar, pero no lo asocian directamente con su rol de cuidadoras. Se ha naturalizado tanto que las mujeres hacen todo ‘por amor’ que no se lo preguntan. Temen más al desamor que al abuso, sienten culpa de no estar a la altura de las circunstancias… Hasta se cuestionan que no pueden ocuparse de su autocuidado, se nombran como ‘descuidadas’”.
Como terapeuta, destaca la importancia de “leer situaciones y no solamente síntomas”, para poder reconocer la sobrecarga en tareas de cuidados como causa del deterioro de la salud. También, invita a las cuidadoras a “pensar y nombrar de manera diferente lo que les pasa, con una mirada más social. Ponerle nombre a las situaciones desde su historia y no desde el lugar que las prepararon para ocupar. Hay avances y retrocesos en esto de cumplir, resistir, crear nuevos modos de vincularse, pero el movimiento alivia, son las situaciones rígidas y eternas las que causan dolor y angustia”.
Más allá de identificar lo que nos pasa cuando cuidamos y poder desarrollar prácticas de autocuidado, Nazar asegura que no es solo una problemática de las mujeres y las familias: “En la agenda feminista, venimos trabajando hace décadas el tema de los sistemas integrales de cuidado, que garantizarían autonomía a les cuidadores y les permitiría vivir con más libertades y protagonismo, dos variables indispensables en la ‘salud mental’. Entonces, ¿cómo lograrlos? Colectivizando los cuidados. Debemos pensar en compartir responsabilidades, rotar en los lugares más complejos, crear infraestructuras de cuidado próximas, reconocer los trabajos de cuidado con los derechos laborales de otros trabajos y seguir socializando estas formas de pensar y pensarnos”.
Cuidar al barrio, cuidar en comunidad
Pero el cuidado no es solo puertas adentro: cuando la crisis golpea y el Estado se ausenta, son las mujeres las que sostienen los barrios. Los cuidados comunitarios son vitales para hacer frente a necesidades básicas como el alimento, el abrigo, la salud y la educación, pero, sobre todo, son espacios de contención, cooperación y ayuda mutua. Muchas de estas mujeres afrontan una triple jornada laboral: la del cuidado en sus hogares, la del trabajo en el mercado formal o informal, y la de los cuidados comunitarios.
Yasmín Sarmiento Félix tiene 28 años y, junto a otras compañeras, lleva adelante el espacio de apoyo escolar del Centro Vecinal Alberdi, barrio en el cual vive. “Hace tres años, me acerqué a colaborar en lo que era el merendero o la olla popular del barrio, y me enteré que se dictaba un apoyo escolar con profes voluntarios. Me llamó la atención y me acerqué en busca de poder trabajar e interactuar con niñes desde otro lugar”.
El grupo de profes voluntarias que cada sábado desarrolla el apoyo escolar para las infancias del barrio está conformado por mujeres de entre 20 y 35 años en su mayoría. Algunas tienen hijes, algunas estudian y casi todas tienen otros trabajos por fuera del apoyo escolar, como asesoras de call center, docentes, niñeras o con changas que van consiguiendo de manera informal. También hay una maestra jubilada.
Yasmín destaca que la importancia del centro vecinal es que nuclea al barrio, un punto de encuentro que excede lo que es ofrecer un servicio: “Son actividades por y para las vecinas y vecinos del barrio. Es un ida y vuelta, hay una confluencia recíproca. Promueve cooperación comunitaria, actividades de aprendizaje, de colaboración, de escucha abierta y puertas abiertas a todos. Es sumamente hermoso poner en juego las disparidades, las diferencias de opiniones y tratar como todos de confluir amablemente en algo que sea para seguir adelante y propugnar por eso para que siga funcionando. Y creo que, en todas las actividades que propone el centro vecinal, hay algo así, no sólo en lo que es el apoyo escolar, sino en la olla popular para adultos mayores, en el aprendizaje de ajedrez, en el taller de Educación Sexual Integral”.
Recientemente, La Poderosa presentó un proyecto de ley en el Congreso de la Nación para que se otorgue un salario formal que reconozca el trabajo que realizan las cocineras comunitarias, que sostienen los comedores y copas de leche que alimentan a unas diez millones de personas. En este sentido, Yasmín destaca la necesidad de que el Estado reconozca todos los trabajos comunitarios “que surgen a partir de la organización barrial porque hay una falta, una carencia o una necesidad de acompañamiento. Justamente, es un trabajo, como la palabra lo indica, y conlleva planificación, traslado, realización, invertir tu tiempo y, a veces, recursos… Tiene que ser reconocido. Además, eso va a posibilitar que más personas se sumen a dar una mano y a seguir trabajando en comunidad”.
El Mapa de los cuidados, una herramienta para visualizar la desigualdad en los territorios
Además de los centros vecinales y espacios comunitarios, otro de los dispositivos esenciales hacia una colectivización de los cuidados son los servicios e infraestructuras de cuidados. Contar con centros de salud, centros educativos, espacios de recreación, acompañamiento y participación ciudadana en el propio barrio, próximos a los hogares, contribuye a redistribuir la carga que recae sobre las mujeres. ¿Cómo es la distribución de estas infraestructuras en Córdoba? ¿Hay suficientes? ¿Quiénes acceden a ellas?
Desde la ONG local CISCSA Ciudades feministas, un equipo interdisciplinario desarrolló un mapa interactivo para identificar los servicios e infraestructuras de cuidados, públicos y privados, destinados a infancias menores de 3 años y a personas mayores de 65, en la ciudad de Córdoba. Emilia Balacco y Rocío López Arzuaga, dos de las arquitectas que trabajaron en el Mapa de los cuidados, explican que su mirada parte de entender “el desarrollo de las tareas de cuidados desde un marco territorial. Nos interesa conocer si en los barrios de nuestra ciudad existen servicios, instituciones, infraestructuras y equipamientos que estén destinados a cuidar a las diferentes poblaciones: jardines de infantes, espacios de recreación para adolescentes, hogares de larga estadía para personas mayores, entre otros. La ausencia -o escasez- de estos espacios de cuidados en los territorios, próximos a los barrios, limita las posibilidades de las mujeres para desarrollarse en otros ámbitos porque, si no existe un servicio asequible al cual acceder, el cuidado de esas personas seguramente recaerá sobre su responsabilidad de manera no remunerada, impactando directamente en su disponibilidad de tiempo y su situación económica”.
En el mapa, se puede visualizar la geolocalización de diferentes infraestructuras de cuidado, según cinco categorías: Educación (jardines de infantes públicos y privados, escuelas municipales, Salas Cuna); Recreación (equipamientos municipales destinados a la capacitación, participación y encuentro, como Centros de Día para personas mayores y Parques Educativos); Residencia (equipamientos privados de larga estadía para personas mayores, también denominados geriátricos); Participación ciudadana (equipamientos destinados a la administración, participación y capacitación, como los CPC y los Centros Vecinales); y Salud (Centros de Salud y hospitales municipales). También se pueden visualizar los servicios privados, con el propósito de poder hacer una comparación situada entre la oferta pública del Estado municipal y la oferta privada del mercado.
Además, el mapa permite ver diferentes capas de análisis que muestran las realidades poblacionales de la ciudad: “Seleccionamos algunas variables específicas que nos permitieran entrecruzar información acerca de las desigualdades (económicas y sociales) con la presencia de jefaturas femeninas, de infancias entre 0 a 3 años y personas mayores de 65 años de nuestra ciudad. Toda esta información conforma la base de nuestro mapa de cuidados y permite conocer en qué sectores existe mayor presencia de mujeres como jefas únicas de hogar, en cuáles el hacinamiento es mayor o en qué sectores hay mayor cantidad de infancias de entre 0 y 3 años, o de personas mayores de 65 años”, agregan. También se elaboró el Índice de Vulnerabilidad Territorial, que sintetiza las diferentes variables sociodemográficas y socioeconómicas, para poder dar cuenta de las condiciones situadas de los territorios en los cuales habitan las mujeres cuidadoras, la complejidad del territorio en relación a carencias urbanas y socioeconómicas, y las desigualdades que existen en la ciudad de Córdoba.
“Las características del territorio nos permiten comprender los diferentes niveles de desigualdad existentes y, sumando la geolocalización de estas infraestructuras de cuidado, podemos obtener una fotografía temporal de cómo se distribuyen estos servicios, hasta dónde llega la oferta pública, qué territorios tienen menor acceso a estas infraestructuras. El entrecruzamiento de estas variables es clave para pensar en políticas públicas focalizadas que atenúen la brecha de acceso a servicios de cuidado y atiendan a mejorar las autonomías de las mujeres cuidadoras”, aseguran Rocío y Emilia.
En relación a las infraestructuras de cuidado de infancias existentes en la ciudad, el Mapa muestra que “son escasas o nulas en los sectores de mayor vulnerabilidad territorial, que coincide con las áreas de la periferia o bordes de la ciudad. Es en estos sectores en donde hay mayor porcentaje de infancias de 0 a 3 años, más necesidades económicas insatisfechas, mayor cantidad de hogares con mujeres únicas responsables y con mayor número de dependientes. De esta manera, la lectura territorial nos habla de fragmentos urbanos con condiciones críticas en oferta de servicios públicos de cuidado que, a su vez, se agudiza ante la carencia de servicios básicos como agua potable, luz, cloacas, frecuencia en el transporte público. La mayor concentración de servicios públicos de cuidados se encuentra concentrada en áreas consolidadas de la ciudad, es decir, donde habita la población con ingresos medios y altos, y con menor número de infancias”.
Por ejemplo, las arquitectas explican que la mayor cantidad de jardines de infantes públicos se localizan en zonas de baja o media vulnerabilidad territorial, mientras que la mayor cantidad de jardines de infantes privados se ubican en zonas de condiciones socioeconómicas medias y altas, superando a la oferta pública: “Estos resultados dan cuenta de una mercantilización de los servicios de cuidados infantiles, de acceso restringido para sectores de mayores carencias económicas donde son las mujeres las mayores responsables de responder a este trabajo”.
En cuanto a las personas mayores de 65 años, el Mapa del cuidado muestra un amplio desequilibrio en la relación de oferta de servicio de cuidado público y privado. “Por nombrar algunos datos, encontramos 15 hogares de día de gestión municipal por sobre 178 geriátricos privados. Cabe aclarar que los hogares de día ofrecen actividades diurnas, pero no responden a soluciones de vivienda permanente para esa población. La ubicación de la oferta pública, una vez más, se concentra en mayor medida en zonas centrales y pericentrales de la ciudad, coincidiendo con baja o media vulnerabilidad territorial. En lo que refiere a la oferta privada, se evidencia una amplia mayoría de servicios los que se geolocalizan en áreas centrales, también, y una fuerte presencia de estos en el sector noroeste de la ciudad, en superposición con los fragmentos de condiciones socioeconómicas altas. Es decir, al igual que ocurre con las infancias, el acceso a servicios de cuidado para adultes mayores de 65 años está dominado por el mercado y acceden a ellos quienes pueden pagarlo. Una vez más, se evidencia que el cuidado, también para estas poblaciones dependientes, recae en las mujeres y, por sobre todo, en las de sectores de mayor pobreza económica y urbana”, concluyen.
Podés mirar el Mapa de los cuidados aquí.
Imagen de portada: CISCSA.
Publicado originalmente en La Tinta