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«Y queriendo ser república, aprendimos a ser pueblo»

David Fernández

Al precio infame de la brutalidad del Poder. Ante todas las vergüenzas del Estado. Y frente el mayor grado de violencia institucional y delirio represivo visto en mucho tiempo. Hace sólo cinco días, la inteligencia colectiva, la autodeterminación social y la dignidad democrática pararon el(s) golpe(s) de estado urdidos contra la razón democrática de la libertad política catalana. La derrota, a pesar de que la vendan cínicamente como victoria desde su arrogancia impotente, ha sido severa. Porque no fue sólo una: como mínimo, fueron seis. Seis derrotas condensadas en una. En tiempos difíciles, autodeterminados frente una mala violencia de persecución y desde la humilde decisión compartida de no retroceder, dos millones de personas supieron impugnar –anular, desobedecer, desbordar– la siempre siniestra razón de Estado.

Derrota logística. Que la protección clandestina de las urnas renaciera en Elna –Cataluña Norte, ocupada por el Estado francés–, a la cuna de la memoria de nuestro exilio republicano, al otro lado de la frontera, no es sólo metáfora política y justicia poética. Evidencia que una red paralela y silenciosa, sólida y tenaz, supo burlar el asedio, en sabia discreción, de quienes querían secuestrarlo todo. 1-O: uno a cero, también. Imposible olvidar. Insomnios, desvelos y las cinco de la madrugada. Llamada a la puerta de cada colegio electoral donde dormíamos al raso y una voz cálida anónima con la señal: «llevo el almuerzo». Los repartidores de sueños. Los repartidores de urnas.

Derrota policial-militar. Sobre el terreno –las calles–, desde primera hora y recibiendo todos los golpes, miles de personas –cuerpos contra porras, paciencia contra intransigencia, calma contra ensañamiento– neutralizaron la violencia de asalto, de diseño militar, que pretendía multiplicar el miedo y que intentó perseguir cada colegio, cerrando salvajemente sólo algunos. El Estado fallido fue absolutamente incapaz de impedir el referéndum y el ejercicio de la soberanía popular. Aquel ‘A por ellos’ –que ya es un elemento hooligan de la política de Estado por orden borbónica, patentizada en cada urna requisada como trofeo de cacería– fue desbordado por una sociedad demasiada consciente del que nos jugábamos. Hay días que durarán años, cantaba Ovidi Montllor, y gestos infinitos que nos acompañarán por siempre jamás. Las viejas consignas, de cuando estábamos sólo, revisitadas: sí que se puede, nunca más solas, juntas –sólo juntas– es cuando podemos. Y sí: hay un antes y uno después irreversible. Nada será igual ni nosotros somos ya los mismos. En la dialéctica insalvable entre el mejor de la gente contra el peor del Estado.

Derrota cibernética. Que nuestros ‘hackers del imposible’ –mil gracias, un golpe más– ganaran la difícil batalla tecnológica, siempre desigual, para poder mantener vive el censo único durante todo el día, bajo esquemas de software libre y encriptación, da para pensar. Y mucho. Ni en analógico ni en digital: el Estado-Grande Hermano no pudo salirse con la suya, a pesar de estuvo toda la jornada reventando servidores, rompiendo IPs y saboteando dominios. De la misma forma que reventaba puertas, rompía cabezas y saboteaba.

Derrota político-social. En el dilema entre democracia y demofóbia, queda la hemeroteca entera. Va, Soraya, que dijisteis que no habría referéndum, ni urnas, ni papeletas, ni campaña, ni votantes, ni nada. Y las hubo. Con toda la dignidad y gracias a la gente, en una impresionante lección de autotutela social, autoorganización popular y autodefensa democrática en cada colegio, de cada urna y a cada voto. Y más todavía. Todavía más: martes precipitaron la mayor huelga general –por las libertades, contra la represión– y la mayor parada sociopolítica conocida desde el final de la dictadura. Estibadores, bomberos, tractores del campesinado, escuelas, estudiantes, sindicalistas, pequeño comercio y mediana empresa y, especialmente, la grandeza de nuestra gente mayor, de cada abuelo y cada abuela. Los rostros de una dignidad granítica, con las melodías –la revuelta de las cazuelas, también, retumbando en los atardeceres– de una comunidad política en resistencia. Que es el que somos. Hoy, ahora, aquí.

Derrota mediática. Ficción contra realidad, la autarquía informativa del régimen del 78 ha sido inversamente proporcional a la viralidad global de la brutalidad, a la estupefacción internacional y a las impagables solidaridades de cada rincón de mundo. Fragilidad y esperanza, me quedo con una: el comunicado de apoyo de las mujeres libres del Kurdistán de Rojava. La urna como gramática política internacional de la anomalía autoritaria española y el conflicto democrático catalán es ya inexpugnable. Un tuit tempranero de Jordi Évole, escrito a primera hora desde Mosul, lo anunciaba y denunciaba: «Los que idearon este plan para evitar el referéndum, igual no saben que lo que han provocado es que hoy Cataluña se vaya definitivamente».

Derrota ética-moral. Para los que venimos de los movimientos sociales de base y del cooperativismo, allá donde lo hemos aprendido todo, hay una última derrota, la más fundamental, que aún hoy nos hace enmudecer –y llorar, digámoslo todo. Que la ética de la desobediencia civil, pacífica y no violenta –y su potencial social, humanista y transformador– haya sido la herramienta decidida en común para resistir, dice demasiado. Que el feminismo –nuestros cuerpos, nuestras urnas–, el antimilitarismo –desarmar las armas– y la cooperación –sólo la unión hace la fuerza– haya sido nuestro refugio, lo dice todo. Y deja sin palabras.

Hoy empieza todo otro golpe. De nuevo. Sí. Pero desde hace cinco días empieza ya en otro lugar. Cómo si viviera a la Dovela, la escuela del Clot que en 48 horas de vida me lo ha vuelto a enseñar todo: razón, memoria, imaginación, compromiso. Y la dignidad zapatista de los de abajo. No hay dudas, habrá que pensar y repensar mucho más y entre todas y todos como preservar tantas resistencias íntimas convertidas en dignidad colectiva del 1-O. Aquella será la piedra angular: avanzaremos, si sabemos mantenernos en ella y ampliarla. Porque bastante sabemos que el Estado español –Estado Revancha, también– ha puesto precio a la libertad política catalana. Afónico, es lo primero que escribo desde domingo, porque había enmudecido de tanta dignidad ante tanta brutalidad. Pero si tuviera que concluir algo, diría, paradójicamente, que queriendo ser república hemos aprendido a ser pueblo. Y que todavía no tengo palabras para agradecerlo, proyectarlo y descodificarlo. Gracias por todo. Gracias por lo tanto. Seguimos. Seguiremos.

Artículo publicado originalmente en catalán en el portal La Directa

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