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Querétaro vs Atlas, ¿será el Pacaembu-95 de los mexicanos?

Raphael Sanz*

Autoridades mexicanas reaccionan contra las hinchadas con medidas que no funcionaron en Brasil y, por el contrario, aumentaron la violencia.

La pelea campal entre hinchas de Atlas y Querétaro, el día 5 de marzo en el estadio La Corregidora, ya ha dejado, además de los 26 lesionados registrados oficialmente, su “legado” para el fútbol mexicano. Tras la junta de propietarios que se llevó a cabo el martes (8) después de la tragedia, salió a la luz el paquete de medidas contra la violencia y castigos a los violentos de la Liga MX. El club Querétaro, contrario a lo ventilado, no fue desafiliado.

Se decidió que la barra brava Resistencia Albiazul, de Querétaro, será suspendida por tres años en el Estadio La Corregidora y por un año en los demás estadios. Por su parte, la Barra 51, de Atlas, tiene prohibido asistir a partidos como visitante durante seis meses, medida que se extiende a todas las barras y aficionados visitantes. Además, todos los clubes de la Liga MX deben identificar sus barras y no podrán apoyarlos económicamente de ninguna manera ya que pueden perder el derecho de jugar en sus estadios si lo hacen.

Para la temporada 2022-2023 deberá haber una especie de “ID para barristas” y un sistema de reconocimiento facial para acceder a los estadios, además de una prohibición total de banderas y distintivos. “Los grupos de animación que quieren venir a animar, que se identifiquen. Los aficionados que no quieran dar su identidad, solos se van a descartar [de los registros online y no podrán ingresar a los partidos]”, dijo el presidente de la Liga MX, Mikel Arriola, a la prensa mexicana.

Son castigos que nos recuerdan lo ocurrido en Brasil en 1995, dadas las debidas proporciones, cuando hinchas de Palmeiras y São Paulo protagonizaron una batalla campal en el estadio de Pacaembu tras una final de la división juvenil, que dejó 101 heridos y un hincha muerto. En consecuencia, se adoptaron aquí prohibiciones y medidas similares a las que vemos hoy en México que, como veremos a continuación, está lejos de resolver el problema.

Repercusión en México

Todavía buscando castigar a los responsables, las autoridades mexicanas detuvieron, hasta el lunes 14 de marzo, a 25 personas acusadas de participar en la pelea. Según la prensa mexicana, se emitieron 26 órdenes de allanamiento e incautación de hinchas acusados de participar en la pelea, de las cuales solo falta ejecutar una.

Además, el presidente de la Federación Mexicana de Fútbol (FMF), Yon de Luisa, y de la Liga MX, Mikel Arriola, fueron invitados por la Cámara de Diputados para brindar aclaraciones sobre el incidente y las medidas que han adoptado sus instituciones: el tono es de una invitación a trabajar juntos, no un interrogatorio. También fueron convocados los presidentes de los 18 clubes de primera división, pero aún no había, confirmado su presencia. Los parlamentarios buscan conformar una mesa de trabajo para tratar el tema.

El sábado pasado (12) en el Clásico Nacional, entre Chivas, de Guadalajara, y América, de la Ciudad de México, los equipos con más aficionados del país, el Estadio Akron, casa de Chivas, contó con 600 agentes para garantizar la seguridad del clásico, y tuvo un acceso limitado al 85% del aforo. Y solamente hinchas locales, por supuesto, sin visitantes.

El partido terminó con empate a cero y, en el minuto 18 del segundo tiempo, cuando comenzó la pelea una semana antes en La Corregidora, los jugadores de los dos clubes más populares del país se abrazaron en el centro del campo mientras los hinchas encendieron sus celulares, encendedores y otros objetos luminosos pidiendo paz en el fútbol.

La acción fue parte de las campañas “Unidos Somos más fuertes” y “Grita por la Paz”, impulsadas por la Liga MX y los clubes, y que incluirán más acciones como esta en otros partidos importantes.

Pero a pesar de que la prensa deportiva mexicana celebre la “exitosa” acción, no todo es lindo. La Barra Insurgencia, de Chivas, publicó un comunicado en sus redes sociales asegurando que no recibe ningún tipo de financiamiento del club y que, por lo tanto, seguirá incorporándose a los partidos de su equipo, contrario a lo que dictan las restricciones. Como cuestionando el propio concepto de ‘unión’ de la campaña oficial, ya que está excluida de la campaña, y recordando su trayectoria, finaliza el comunicado con las siguientes palabras: “Nos vemos en la tribuna popular, de la cual nunca nos podrán sacar”.

Además de ellos, tras el anuncio de las sanciones el pasado 8 de marzo, alrededor de 3.000 hinchas del Atlas salieron a las calles de Guadalajara y marcharon pacíficamente hacia el Estadio Jalisco, exigiendo justicia y denunciando a las autoridades encargadas de la seguridad del partido del 5 de marzo como corresponsables de la tragedia. En aquel momento, los hinchas del Atlas acusaron a las fuerzas de seguridad del estadio La Corregidora, en Querétaro, de colaborar con la barra Resistencia Albiazul, del club local. En las protestas no fue diferente, y los carteles con las palabras “FMF asesina” eran comunes.

Hinchas del Atlas protestan contra medidas de la LiGA MX y denuncian compañeros desaparecidos tras la pelea de La Corregidora. Créditos: Twitter.

Otra grave denuncia de la protesta por parte de los hinchas del Atlas se refiere a los hinchas desaparecidos. “Exigimos la verdad”, “Faltan rojinegros” y “Gallo asesino” reflejan la desconfianza con los datos oficiales -que dicen que no hay muertos- y la falta que sienten de sus compañeros de tribuna, quienes, según denuncian, no han vuelto a casa desde ese día. Una desconfianza hacia las autoridades por parte de los hinchas que trae aún más relaciones con el episodio brasileño de 1995.

Pacaembu 95: modelo inglés en Brasil

Como ya sabe el hincha brasileño, Palmeiras y São Paulo se enfrentaron en la final de la Supercopa São Paulo de Juniores el 20 de agosto de 1995, en Pacaembu y, tras la victoria del equipo albiverde por dos a uno, con un Gol de Oro en la prórroga, se produjo una batalla campal entre las hinchadas que dejó 101 heridos y un hincha muerto, Márcio Gasparin da Silva, de 16 años. Semanas antes, en la final del Campeonato Paulista de 1995, en Ribeirão Preto [ciudad del interior del estado de São Paulo], entre Palmeiras y Corinthians, ya había habido una gran pelea, incluso televisada.

Como tal vez el hincha mexicano no sepa, Palmeiras, Corinthians y São Paulo son los tres grandes clubes de la ciudad de São Paulo, la más grande de Brasil –un poco más pequeña que Ciudad de México. Son tres de los gigantes de Brasil. Sus principales torcidas organizadas [barra bravas] son la Mancha Verde (MV, Palmeiras), la Gaviões da Fiel (GdF, Corinthians) y la Torcida Tricolor Independente (TTI, São Paulo).

Tras la Batalla de Pacaembu, como quedó registrada la pelea en los medios de in-comunicación brasileños, la primera medida adoptada por presiones del entonces fiscal público Fernando Capez – y luego parlamentario – fue la extinción de las barras Mancha Verde y Independente, involucradas en el conflicto. El propio Capez reconoció el fracaso, pues los grupos comenzaron a reunirse bajo otros nombres. Además, a petición de la Policía Militar (PM), a quienes les resultó difícil identificar a los grupos organizados, ya que no utilizaban su material y se encontraban en grupos más reducidos, se levantó la prohibición. Pero la solicitud de la PM vino con un registro obligatorio de todos los miembros de barras organizadas.

En entrevista exclusiva para esta nota, Bernardo Buarque de Hollanda, profesor e investigador del Centro de Investigación y Documentación de la Historia Contemporánea de Brasil, del Departamento de Ciencias Sociales de la Fundação Getúlio Vargas (FGV-RJ) y uno de los principales investigadores brasileños sobre barras organizadas y violencia en el futbol, señaló que desde un punto de vista general, incluyendo el caso mexicano, existen básicamente dos tipos de actuación de las autoridades. Uno más punitivo, como vimos en Inglaterra después del desastre de Hillsborough en 1989, que, como en Brasil, también acompañó cambios en la infraestructura de los estadios; y otro modelo, adoptado en Alemania, que buscaba preservar las asociaciones de aficionados, mientras desarrollaba un programa de resolución de conflictos entre los grupos.

“Cuando vemos, por ejemplo, la ‘pared amarilla’ del Borussia Dortmund, sabemos que detrás hay una concepción de que es necesario continuar la presencia de la afición con su efervescente y multicolor aparición en los estadios, incluso para oponerse a la idea de una hinchada organizada (o una barra) que se dedica meramente a la confrontación. En cambio, el modelo inglés, que fue el que más se adoptó, y que es más fácil de adoptar, es precisamente crear más restricciones, castigos, hacer que la sanción duela en el club, hacerlo corresponsable. Por lo que he visto en México, se adoptó esta segunda estrategia, como en Brasil. Entonces, usted prohíbe la entrada de aficionados a los estadios, que están cerrados durante tanto tiempo para el equipo de casa, impide la existencia de aficiones visitantes durante tanto tiempo, en fin, son medidas normativas generales, válidas para todos, no necesariamente para los que causan los incidentes, y, como el maestro Maurício Murad diría, “quien castiga a todos, no castiga a nadie’”, dice el investigador.

Pared amarilla de Borussia Dortmund en Westfalenstadion. Foto: BorussiaDortmund.net.br

Histórico de las ‘Torcidas organizadas’ de los años 90 en São Paulo

A principios de la década de 1990, hubo una gran expansión de las barras o torcidas organizadas en Brasil, que pasaron de dos o tres mil afiliados, hacia 20, 30 o incluso 50 mil afiliados, lo que, según Luizinho Floripa -hincha de Palmeiras, presente en el fatídico episodio de 1995- generó conmoción en la sociedad, especialmente en las autoridades, que entonces querían poner límites al poder de los hinchas. “En ese momento, las torcidas organizadas estaban tomando proporciones muy grandes, todas ellas, no solo Mancha Verde, sino también Gaviões e Independente. Mancha, en particular, tenía incluso un proyecto de plan médico para asociados”, ejemplifica para que tengamos una idea de cuánto estaban inmersas en la sociedad.

En todo caso, se sentó el precedente del castigo colectivo. En un artículo del Estadão con motivo del 15º aniversario de la Batalla de Pacaembu, Capez celebraría como una victoria la creación de un Tribunal para juzgar casos relacionados con el fútbol y luego el del Estatuto del Torcedor, en 2003, como formas de reducir la violencia en estadios. En el mismo artículo no oculta su interés por acabar definitivamente con la afición organizada, objetivo que, según el expromotor y exdiputado, es más fácil de conseguir con la contrucción de los nuevos estadios, después del mundial de 2014, lo que lógicamente lo sitúa como representante del modelo inglés. “Hay que empezar a colocar a los hinchas en los lugares exactos que están marcados en los boletos, para evitar la aglomeración de los organizados en un mismo sector y desmontarlos”, declaró en 2015.

El rápido crecimiento de los clubes en los años 90 se reflejó en los estadios y en las calles. Y los problemas también comenzaron a aumentar, escalando al uso de bombas caseras y artefactos explosivos en general.

El 23 de enero de 1992 ocurrió el primer caso de un hincha asesinado por una “barra” rival dentro de un estadio en Brasil. En ese momento, el Corinthians y el São Paulo se enfrentaban en el Estadio de Nacional (Nicolau Alayon, en el barrio de Barra Funda, en São Paulo), por la Copa de Fútbol Junior de São Paulo, cuando una bomba casera fue lanzada, probablemente por los hinchas de São Paulo, y cayó sobre Rodrigo de Gasperi, del Corinthians, de tan solo 13 años. El niño murió seis días después. En respuesta, la FPF (Federación de Fútbol de São Paulo) anunció la primera prohibición de banderas con astas, instrumentos musicales y fuegos en los estadios.

“Después de que lanzaron esta primera bomba sobre la afición corinthiana, las peleas comenzaron a volverse cada vez más violentas. Lo que antes eran peleas ‘a la mano’, cosas de pibes desordenados, empezó a tener cierto estatus en la ciudad, sobre todo en la periferia. Entonces cuando uno dice: ‘Soy de Gaviões, soy de Mancha, soy de Independente’; esto empezó a generar mayores consecuencias, que en cierto modo asustaron a las autoridades, lo que culminó en 1995 en la trampa en la que cayeron las aficiones”, argumentó el hincha del Palmeiras.

Cuando se le preguntó por qué la pelea de Pacaembu fue calificada como una “trampa”, Luizinho argumentó que el estadio estaba en construcción, con muy poca policía y con dos equipos que vivían un momento de gran rivalidad. Serían razones suficientes para que el Pacaembu fuera considerado una trampa y las autoridades deberían tener algún plan para evitar una tragedia. Además, también defiende la tesis de que los são-paulinos vivían un momento de crecimiento y afirmación de identidad, luego de las conquistas internacionales de la era Telê Santana, lo que habría avivado los ánimos “del otro lado”.

Hinchas de São Paulo y Palmeiras pelean en el estádio de Pacaembu, en São Paulo, en agosto de 1995. Créditos: Reproducción pública.

“¿Cómo podrían las autoridades no relacionar una cosa con la otra y vaticinar que algo podría salir mal? ¿Por qué no había policías en un clásico, el domingo al mediodía, televisado? Es difícil creer que no fue intencional», cuestiona el hincha palmeirense.

El día de la Batalla: relato del hincha de Palmeiras

La noche anterior, el 19 de agosto de 1995, hubo la última pelea de Mike Tyson antes que saliera de la cárcel. Me acosté tarde después de ver la pelea y no iba al juego, que sería en la mañana. Tenía 19 años y bueno, me desperté a las 9 de la mañana con un amigo en la puerta que me pedía que fuera al juego en auto con él.

Yo vestía uniforme azul de Palmeiras, en sudadera porque hacía frío, y en la subida a Avenida Rebouças vimos muchos são-paulinos con palos en las manos, era un clima muy hostil ya en la subida a Pacaembu. Paramos el coche cerca de la FAAP [universidad cerca al estadio] y nos dirigimos a la Praça Charles Miller, donde está la entrada principal del estadio, por donde entraban los hinchas del Palmeiras.

La gente de AOA [grupo de primera línea de la Mancha Verde] estuvo la noche anterior en una fiesta de graduación y muchos no fueron a ese partido, tanto que en la pelea de Pacaembu podemos ver algunas figuras conocidas de la MV, pero más viejos, muchos de los muchachos de la línea de frente no estaban presentes. Por el contrario, la afición são-paulina tenía allí toda su primera línea.

Cuando llegamos a la plaza Charles Miller, a ambos lados del cerro y de las escaleras, había lapidaciones: los são-paulinos tiraban piedras desde arriba y los hinchas del Palmeiras abajo se cubrían. La Mancha Verde aún no había llegado al estadio, llegaría tarde ese día, con el partido ya en marcha. En el inicio de la pelea, antes del partido, ya no había policías en el lugar. Entramos a Pacaembu bajo las rocas.

Praça Charles Miller y entrada principal de Pacaembu. La entrada de la plaza lleva detrás de un gol y está en un valle; las laterales del estádio están construídas sobre dos cerros – los hinchas de São Paulo entraran por la lateral a izquierda de esta foto y según el relato, desde arriba tiraban piedras antes del partido. Crédito: Marilane Borges / Commons Wikimedia – Creative Commons.

Me acuerdo del partido, de la entrada de La Mancha al estadio, de todo. La final se fue a la prórroga en muerte súbita y el Palmeiras marcó. Game over y la multitud entró al campo para celebrar.

Yo, que era un niño, vi entrar a la multitud y pensé ‘yo también voy a entrar, voy a disfrutar la victoria’. Pero yo no había pasado el área, hacia el medio campo y vi a los hinchas del Palmeiras corriendo hacia atrás, luego empecé a ver a la gente de São Paulo saltando al Tobogã [sector detrás del gol contrario a la entrada principal, que hoy día no existe tras la privatización del Estadio] donde estaba todo el material para la obra del estadio, recogiendo palos y piedras, y pensé: ‘eso no va salir bien’ (o bicho vai pegar, en portugués).

En ese momento vi un movimiento contrario de nuestro lado, de los mayores de Mancha, entrando por el centro del campo para intentar aguantar a la afición. Corrí al canto de la cancha, a la pista de jogging y observé desde lejos. Imagínate el sonido de una batería de petardos explotando a tu lado, como en Año Nuevo, era el sonido de rocas volando y golpeando a los chicos en la cabeza. Y humo, prisa, guerra. Entonces pensé: ‘No puedo, no voy a meter la cabeza ahí’, y salté a la tribuna lateral (‘numerada’, en Brasil).

En la pista de jogging, donde estaba antes, fue justo donde mataron al hincha del São Paulo, minutos después que salté a la numerada. Pero no vi que eso sucediera, en ese momento estaba preocupado por cómo salir de allí. Recuerdo que fue muy tenso salir, porque aún quedaba un partido de otro rival [Corinthians] más tarde. Había esta tensión de una posible segunda pelea, con una tercera afición involucrada.

Fue la coartada que encontró el sistema para criminalizar a las torcidas organizadas.

Liderazgos “en polvo” y aumento de la violencia

“En Brasil, si el perro tiene pulgas, en vez de tratar la pulga, matan al perro para solucionar el problema”, se ríe Luizinho en relación a las medidas de castigo y prevención impulsadas en su momento y que parecen influir hoy en las autoridades mexicanas.

“Con las prohibiciones de hinchas organizados, banderas, fuegos etc, lograron acabar con la fiesta del fútbol pero no acabaron con la violencia. Terminaron el espectáculo, que fue lo que hizo que un niño como yo, y muchos otros, amaran el deporte aún en los años 80, incluso antes de entender las reglas del juego”, dice el aficionado.

Luizinho tiene una percepción muy común a otros hinchas del Palmeiras que escuchamos, de La Mancha o no, que se creó un ambiente para que esta violencia escapara al control de los propios hinchas organizados. Cuando fueron prohibidos, también se habría descartado el diálogo con sus líderes más tradicionales. Y eso, sumado al crecimiento en el número de socios, hubiera fortalecido el poder de las subsedes de las Torcidas Organizadas de barrios de la capital y ciudades del interior, que pasaron a asistir a los partidos sin pasar por la sede central de la afición, lo que, en la práctica, habría descentralizado el comando y extendido las peleas por la ciudad, ya no restringidas al entorno del estadio.

“Recordemos que en ese proceso de judicialización de los hinchas, en 2003 se crea el Estatuto del Aficionado (Torcedor) y toda esa perspectiva legal empieza a ganar atención, en el caso del estado de São Paulo, siendo el Ministerio Público (Fiscalía) el protagonista a través de la figura de Fernando Capez, junto a los policías que se encontraban dentro de los estadios. Uno de los efectos inversos de esto fue precisamente la migración y dispersión del foco de hinchas dentro y fuera de los estadios. Pero recordemos también que además de la prohibición, el crecimiento exponencial de la membresía también fortaleció este proceso de descentralización”, pondera Bernardo Buarque de Hollanda.

Según el investigador, uno de los principales factores de resiliencia de las torcidas organizadas de São Paulo, responsable de su supervivencia después de ese período de persecución pública, fue el advenimiento de las Escuelas de Samba. Los desfiles de carnaval en Brasil son algo gigante, incluso en términos financieros.

Desfile de la Mancha Verde en el Carnaval de São Paulo, en 2019 – los albiverdes fueron primeros en este carnaval. Crédito: Escola de Samba Mancha Verde.

Además, también vale la pena señalar, aunque no profundicemos más en el tema, que otro efecto inverso de esta descentralización hoy es la generación de nuevas formas de violencia, incluyendo peleas entre miembros de una misma multitud por disputas o afirmación de poder, como recuerdan tanto el hincha Luizinho como el científico social e investigador Bernardo Buarque de Hollanda.

“Pulverizaron a los líderes, les dieron poder de decisión a cada bonde [pequeño grupo; jerga] en cada quebrada [barrio o localidad; jerga], y eso generó mucha discordia y más violencia. Y la forma en que pensaron remediar llegó al punto que hoy día no tenemos fiestas, banderas, visitantes en clásicos, fuegos, nada. Pero a pesar de la elitización y ‘sanitización’ que hicieron en las tribunas, la violencia no hizo más que aumentar”, reflexionó el hincha.

¿Hay una solución para Brasil y México?

Con la información que hemos recopilado hasta el momento, podemos observar que los casos de Brasil (Pacaembu 1995) y México (La Corregidora 2022) se relacionan en tres aspectos. El primero es sobre la historia de la escalada del conflicto entre hinchadas antes del evento central. El segundo aspecto se refiere a la dimensión mediática que los hechos centrales tuvieron cada uno en su momento y lugar. El tercero está vinculado a las medidas de mitigación de la violencia señaladas por las autoridades, que guardan relación con el modelo inglés desarrollado tras el Desastre de Hillsborough y, lógicamente, no otorgan un papel central a los intereses de los aficionados, organizados o no, que en mayoría no participa en episodios de violencia.

En el caso brasileño, la aplicación de castigos al estilo inglés también contribuyó al refuerzo de la mentalidad violenta de los hinchas debido a la descentralización de su mando, provocando que se multiplicaran los casos de agresiones en lugares distintos al propio estadio, o más bien, para cualquier Primera, ya que están alimentadas por intolerancias que, según Hollanda, van mucho más allá de la rivalidad futbolística, están arraigadas en la sociedad. Sopesando tantas correlaciones y similitudes, parece que México seguirá el mismo camino que Brasil: sin fiesta y con violencia.

Para el investigador Bernardo Buarque de Hollanda no existe una fórmula lista para resolver un problema complejo como este. Sin embargo, empezar a pensar en soluciones desde puntos de vista distintos al convencional, como hicieron los alemanes, puede señalar el camino.

“La situación se está volviendo cada vez más compleja y no hay una solución que resuelva todos los problemas. Tenemos que tomar en serio esta complejidad si queremos encontrar una forma de enfrentar este problema, lo que implica articular las dimensiones estructural y coyuntural, represiva y preventiva. En ese sentido, delegar a la policía o la Fiscalía la resolución de este problema es una solución cómoda, y basta ver cómo se comportó la policía en el último partido entre el Corinthians y el São Paulo, en São Paulo, cuando hubo un enfrentamiento en la estación Primavera-Interlagos, no exactamente en el entorno del Estadio de Morumbi, donde se jugó el partido. Llegó con gases lacrimógenos y golpes, simplemente dispersando todos los que encontraba. No hay un pensamiento, una acción coordinada, inteligente y preventiva detrás, que anticipe, prevenga o genere diálogo. Nada así. Además, es necesario combinar este nuevo modus operandi con la reeducación, que aún se trata como un horizonte utópico debido a las rivalidades futbolísticas. La cuestión es que nada se va a resolver llamando a la policía, por eso me gusta sacar a la luz el ejemplo alemán, donde se valoraron otros ámbitos para abordar el tema, como los servicios sociales y todo un conjunto de actores que no están restringidos a policías y hinchas organizados/barras”, evaluó.

*Raphael Sanz es periodista brasileño, editor de Correio da Cidadania y reportero independiente.

Esta nota fue publicada en portugués en Brasil de Fato. Es la segunda parte de la cobertura hecha sobre la pelea entre hinchas de Atlas y Querétaro para el medio brasileño.

Lea la parte 1: Querétaro x Atlas: México entra no mapa da violência no futebol.

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