Foto: Diego Izquierdo
Un modelo se transformó en una política de Estado en sintonía con los intereses empresarios y es uno de los factores de la crisis climática. El otro modelo se basa en la agroecología y la cultura del Buen Vivir, y es impulsado por los pequeños productores, movimientos sociales y consumidores conscientes. ¿No es una falsa propuesta la convivencia?
El agronegocio y la Soberanía Alimentaria no pueden coexistir. Eso es inviable e imposible de sostener. ¿Por qué? Porque son dos modelos opuestos en esencia.
El modelo de los agronegocios se basa en la quema de ecosistemas y en el desmonte para «cultivar» commodities o criar animales de manera industrial. En el último año se quemaron más 30 mil hectáreas sólo en el norte de Córdoba. Si ampliamos a todo el mapa, veremos que perdimos, en manos de ese modelo ecocida y, sólo en 2020, cerca de 350.000 hectáreas de ecosistemas de bosques nativos y humedales. Por causa de estos incendios, intencionales, se vieron afectadas más de 1 millón de hectáreas en todo el país, desde 2020 hasta la fecha.
El agronegocio es una política de Estado, o sea, promovida por un gobierno nacional que sostiene un Estado empresarial. Los gobiernos provinciales, las empresas y la tecno-ciencia también están al servicio del capital. Un modelo que quema para desmontar, porque necesita mas tierra para ampliar sus negocios, y contamina para facturar, empobreciendo en su camino territorios, culturas y ecosistemas. El modelo del agronegocio es una de las principales causa de la crisis climática y acelera el punto de no retorno.
¿Cómo es el modelo de la Soberanía Alimentaria? Se basa en la agroecología y en las agriculturas naturales y ancestrales. Es una política implementada desde la comunidad, o sea, promovida por productores y consumidores agroecológicos, movimientos socioambientales, y la agricultura campesina e indígena. Siembra para alimentar, cuida la tierra para poder habitarla y sostiene o recupera memorias y culturas para el Buen Vivir. También equilibra el clima y puede mitigar algunas de las consecuencias de la crisis climática.
Estos dos modelos son opuestos y su coexistencia es inviable e imposible, aunque la convivencia entre ambos sea la falsa propuesta que nos plantean el gobierno nacional, los empresarios como Gustavo Grobocopatel y funcionarios como Fernando «Chino» Navarro. El Gobierno ningunea la agroecología tanto en los encuentros internacionales como en las cumbres mundiales alimentarias y promueve nuevas leyes para fomentar y facilitar más monocultivos, transgénicos y agrotóxicos.
Los Grobocopateles y Navarros le lavan la cara al agronegocio. Hablan de inclusión, agroecología de exportación —para cooptar el concepto y llevarlo a los negocios— y donan soja transgénica contaminada para comedores populares y escuelas, haciéndole así el juego al poder y a quienes empeñan nuestro futuro. Mientras cada uno saca su tajada de la torta del agronegocio, las comunidades se enferman y las infancias siguen padeciendo altos índices de malnutrición y desnutrición.
Entonces no, no se puede convivir. Para avanzar con la agroecología hay que hacer retroceder los agronegocios. No es posible construir si nos van a quemar y envenenar todo. Si el modelo ecocida sigue avanzando pueden destruir todas las propuestas que desde las comunidades se vienen desarrollando y que, encima, son las que en verdad prometen un escenario en el que las futuras generaciones tengan acceso a tierra, alimento y agua.
Es tiempo de descuento y tenemos que elegir qué modelo vamos a alimentar, apoyar y legitimar. No puede haber medias tintas porque en el medio, y mientras esperamos la carroza, nos prenden fuego todo.
(*) Integrante del Frente de Lucha por la Soberanía Alimentaria
Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva