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Positividad: cuando lo bueno se convierte en tóxico

Iván Cabrera

En algún momento de la vida, hemos conocido a alguna persona que siempre ve el lado positivo de la vida. Aunque al principio resulta reconfortante, después se convierte en algo difícil de tolerar; incluso se le comienza a señalar como poco auténtica o totalmente artificial. Es que no puede estar todo el tiempo feliz… En todo caso, ¿tiene algo de malo ser así?

Como todo en la vida, lo importante es mantener el equilibrio. Los extremos no ayudan en nada, al contrario, cierran la visión, no contemplamos el mundo como es e, incluso, podemos ponernos en riesgo al no mirar desde una óptica completa. Cuando hablamos de las emociones, es necesario saber cómo gestionarlas y de qué manera podemos aprovecharlas al máximo en nuestro beneficio.

Eso implica no sólo hacer caso de las emociones positivas, sino hacer un espacio igual de valioso para las negativas. Ambas nos permiten descubrirnos y nos ayudan a hacer frente a las situaciones que vivimos y a las decisiones que tomamos. Es lo que se conoce como inteligencia emocional, entendida como la capacidad de aceptación y la gestión consciente de las emociones, entendiendo la importancia que tienen para nuestro andar por este mundo.

Desde hace algunas décadas, la psicología positiva ha tenido un lugar primordial en el escenario, como la disciplina que busca el bienestar de las personas, a través de una mirada de las potencialidades que tiene el ser humano, así como estrategias para alcanzar un nivel óptimo o pleno. También han surgido grupo de optimistas que aspiran a liberar del yugo de la tristeza a las personas. Ahora hay gobiernos, como el de Bután, que miden la felicidad de su población, y cada vez más se consulta a las personas sobre cómo se sienten. De ahí que existan mediciones como los países más y menos felices del mundo.

Sin embargo, se ha malentendido la idea de buscar el bienestar y la felicidad y se ha ido al extremo de suprimir las emociones negativas. Es en este momento que surge la positividad tóxica, que pondera la capacidad, artificial o verdadera, de asumir una postura optimista sin importar la situación, lo que impide la libre determinación del ser humano respecto a sus emociones.

Todo en exceso es malo

Para la Dra. Ana Lilia Villafuerte, académica del Departamento de Psicología de la IBERO, una de las cosas más importantes es darnos cuenta y hacernos conscientes de que las emociones positivas y negativas viven dentro de nosotros. “Cuando las personas sólo se enfocan en ver el lado positivo, de alguna manera están no sólo negando la experiencia completa, sino descuidándose”.

Agrega que las malas experiencias nos ayudan a protegernos, tomar distancia y poner límites. Entonces, cuando las personas sólo ven el lado positivo se están poniendo en riesgo, además de que no es una experiencia real, pues se debe entender cuando sólo estamos viendo uno de los dos lados, empezamos a polarizar, perdemos perspectiva y riqueza, y uno se vuelve de pensamiento más rígido”.

En este sentido, la Mtra. Teresa Valenzuela, profesora del Departamento de Reflexión Interdisciplinaria de nuestra institución, refiere que “el exceso de positivismo puede ayudarnos a olvidar el poder que tiene para nosotros conocer nuestras vulnerabilidades. Es un trabajo de humildad importantísimo para la vida humana. Pues la grandeza de nuestro desarrollo se encuentra vinculada en nuestro autoconocimiento con todo y nuestras vulnerabilidades”.

Por ello, la positividad excesiva, expresa la Dra. Silvia Sánchez Ochoa, académica de la Maestría en Desarrollo Humano, implica anular los sentimientos desagradables como la tristeza, el enojo, la frustración, la insatisfacción o el miedo. Sin embargo, un estado positivo bien encausado tiene beneficios para la salud. “Los sentimientos positivos como la gratitud, la esperanza, el optimismo, nos ayudan a alcanzar un mayor bienestar cuando son auténticos y congruentes con lo que estamos viviendo”.

En su libro La sociedad del cansancio, Byung-Chul Han señala que “la progresiva positivización de la sociedad mitiga, asimismo, sentimientos como el miedo o la tristeza, que se basan en una negatividad, es decir que son sentimientos negativos”, y que al descartarlos, nos lleva a convertirnos en máquinas. En cierto sentido, los opuestos nos permiten hacer un alto y poder mirar posibilidades, salirnos de la unicidad del pensamiento o la acción sin freno.

Sostiene la Dra. Villafuerte Montiel que “el problema del pensamiento rígido es que no nos permite resolver las cosas de manera creativa, tal vez encuentras una solución o tal vez necesitas algo diferente para poder solucionar algo. Pero si sólo estás viendo lo bueno o lo malo no llegas a ningún lado”, y además nos desprotegemos porque no vemos las señales de riesgo, y al no hacerlo no ponemos límites.

Miedo a atraer lo negativo y la anulación de las emociones

¿Por qué nos condicionamos a no caer en lo negativo ni siquiera con el pensamiento? Porque “hay una gran presión externa para ser positivos”, explica la Dra. Sánchez Ochoa, especialista en autoestima, comunicación e inteligencias múltiples. En la necesidad por atraer lo bueno y alejar lo malo, las personas comienzan a distorsionar su realidad y evitan mostrarse vulnerables, lo que puede afectar la salud.

“Si constantemente estamos evitando sentirnos mal, aunque las circunstancias que estamos viviendo sean negativas, podemos afectar nuestra salud. Esto sucede porque los sentimientos desagradables no desaparecen por el sólo hecho de no sentirlos, sino que se van acumulando dentro de nuestro cuerpo, como el vapor en una olla exprés. Y de repente, estos sentimientos acumulados, van a salir en forma desproporcionada o bien, se van a manifestar a través de una enfermedad física. La única manera de transformar una situación, es siendo consciente de ella”.

En palabras de la Mtra. Valenzuela Gorozpe, especialista en teología y religiones: “Debemos recordar que nuestros grandes maestros son los errores. Silenciar lo negativo nos lleva a tratar de encapsularlo y no a enfrentarlo, corregirlo o vivificarlo”.

La Dra. Ana Lilia, experta en terapia de arte e hipnosis, el hecho de poder vivir las emociones nos hace personas más completas y “nos permite identificar estos chispazos de felicidad, la felicidad que podría ser la meta de la vida, no es un estado perpetuo. La felicidad o tener satisfacción son chispazos de la vida. Si no tenemos la contra, los momentos difíciles, la frustración, los miedos, no disfrutaríamos los éxitos. Entonces, ambas emociones se necesitan”.

Sobre las personas positivas tóxicas, la investigadora del Departamento de Psicología afirma que pueden llegar a ser violentas. ¿En qué sentido? Cabe recordar que la violencia no sólo es la agresión física o verbal, sino también actitudes. Se trata de la anulación de las emociones y sentimientos del otro o de la otra, de restar interés por el mundo interno del interlocutor(a).

“Cuando el otro(a) les está contando una situación triste o dolorosa o de enojo, y la otra persona está diciendo ‘no, tú ve lo positivo’, lo que sucede es que estoy invalidando la experiencia del otro(a), y el otro se vive agredido(a). Yo no voy a estar nunca cerca de alguien que no me permite expresarme, que con su forma de tratar de ayudarme, me está lastimando. Entonces, no sólo es ‘no quiero a esta persona’, sino esta persona no respeta lo que yo estoy sintiendo, me violenta”.

Un motivo por el que las personas pueden actuar así o buscar una solución desde la positividad tóxica es por enfrentarse a situaciones de vulnerabilidad, de amenaza, de momentos incómodos donde no se sabe cómo actuar. Entonces, de forma inconsciente, lo más fácil es querer cerrar el capítulo, poner una sonrisa y seguir con la vida.

“A la gente no les gusta ver que nos enojamos, y nos dicen ‘déjalo ir’, ‘ya pasó’. En realidad es que no nos gusta de manera natural las expresiones aversivas emocionales de otros(as). Cuando ves a alguien enojado(a) quiero calmarlo(a); cuando ves a alguien llorando, que está muy triste, le das lo que sea con tal de que se calle. No nos dejan tener esas emociones feas, aunque éstas cumplen funciones”, señala Villafuerte Montiel.

Por ejemplo: La emoción de enojo nos permite quitar obstáculos y nos da energía; la tristeza nos da un momento de letargo donde puedo reflexionar; la alegría me da bienestar y tener una óptica positiva de las cosas; la repugnancia me aleja de lo que me hace daño; el miedo sirve para protegerme. Es decir, las emociones son elementos activos del ser humano.

Los extremos no sirven, ¿cómo equilibrar la balanza?

La Mtra. Tere Valenzuela, haciendo referencia al taoísmo, apunta que tener una vida armónica pasa por aceptar las cosas como son, y configurar nuestra existencia desde la profundidad y la libertad interior. De acuerdo con esta postura, “el ser humano debe dejar actuar en sí mismo la Realidad máxima, camino de la vida”, de tal forma que tanto lo positivo como lo negativo coexisten en armonía y beneficio de las personas.

En el caso de la doctora Villafuerte, hay cuatro elementos a considerar para tener un equilibrio de nuestras emociones y sentimientos: tener respeto a la vivencia completa tanto de nosotros(as) como de las y los otros; tomarnos el tiempo de vivir las emociones; validar lo que otros y otras pueden sentir; y entender que no somos la medida de las cosas.

La doctora Silvia Sánchez recuerda que en la mayoría de los países occidentales, incluyendo México, nos han educado para ver lo que hace falta y no lo que tenemos o lo que está bien. Durante siglos, nos hemos centrado en todo aquello que está mal, en lo desagradable, sin embargo, en los últimos años ha llegado un movimiento de “extrema positividad, sobre todo en las redes sociales, que nos empuja a ser positivos con frases como todo va a estar bien, el tiempo lo cura todo o todo sucede por algo”.

Agrega: “La realidad es que, para la mayoría de nosotros, la vida no es color de rosa ni tampoco es completamente oscura; sino que tiene momentos felices y otros desagradables.  Podemos estar bien el día de hoy y mañana, sentirnos derrumbados. Cuando estamos pasando por situaciones difíciles, tenemos que darnos la oportunidad de experimentar esas emociones desagradables y aceptarlas. Ese es el camino para volver a alcanzar un estado de mayor bienestar”.

Para facilitar este proceso, la doctora Sánchez Ochoa nos ofrece los siguientes tips:

  1. Reconoce el sentimiento o emoción y dale un nombre (hay listas de sentimientos en internet).
  2. Comprende qué es lo que está generando esa emoción: “estoy frustrada porque…”, “estoy desalentado porque…”. Califica con qué intensidad se está presentando esa emoción en el momento presente en una escala del 1 a 10, siendo 1 lo más leve y 10 lo más intenso. 
  3. Expresa la emoción: Comparte tus sentimientos con las personas más cercanas a ti. Es la mejor manera de practicar, poner las emociones en palabras, una habilidad que nos ayuda a sentirnos más cerca de amigos, novios o novias, padres y madres, maestros(as), entrenadores(as), cualquier persona que nos rodee. Haz que el compartir sentimientos con un amigo(a) o miembro de la familia sea una práctica diaria.

Si la emoción es muy fuerte y no hay alguien cerca, puedes hacer lo siguiente:

  1. Respira, inhala a la cuenta de cinco y exhala a la cuenta de ocho.
  2. Muévete: toma unos minutos para salir a caminar: El movimiento suave, te ayudará a relajarte. Respira mientras caminas.
  3. Escribe cómo te sientes y la situación por la que pasaste; la escritura es una forma de dialogar con nosotros(as) mismos(as) y nos ayuda a tomar distancia de la situación.

Con relación a los demás:

  1. Observa y atiende: Desarrolla tu sensibilidad hacia las emociones y sentimientos que se ponen de relieve en los rostros, las voces y los gestos de las y los demás. 
  2. Establece una conexión emocional: La mayoría de nosotros(as) estamos dispuestos(as) a escuchar y acompañar. Si observas a un amigo(a), a tu hermano(a) u otra persona significativa y detectas que no está bien, pregúntale, describiendo su conducta: “Me respondiste que estás bien, pero te veo triste, ¿me quieres contar?”. Si la respuesta es no, no insistas.
  3. No juzgues ni censures la forma en la que se sienten otras personas. 
  4. Escucha y acompaña. Con eso es suficiente. No busques disminuir el malestar del otro(a) y mucho menos darles un consejo para solucionar la situación. Evita decir que las cosas van a estar mejor. Es suficiente con hacerle saber que estás ahí para escucharlo(a).

Este material se comparte con autorización de la IBERO

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