En el centro clandestino de detención Magnacco se ocupaba de que nacieran los niños, de la separación física de sus madres. Cortar el cordón era el acto mismo de secuestro. Cortar el cordón era también el paso necesario para que esas mujeres fueran luego asesinadas. Magnacco fue el eslabón central en secuestros que se prolongarían por años, en este caso, por 40, aunque en el momento en que el médico tomaba los cuerpos de esos recién nacidos sintiera que iba a ser para siempre, que su poder era total, al igual que su impunidad.
Magnacco fue detenido en 2000 por su participación en la apropiación de bebés, hijos e hijas de desaparecidos. En 2005 recibió una condena a diez años por el caso de Guillermo Pérez Roisinblit. También fue juzgado por las apropiaciones de Javier Penino Viñas y Evelin Karina Bauer y, en el último juicio de la ESMA, fue condenado a 14 años por otros siete robo de niños. Los jueces unificaron la sentencia con las anteriores, lo que derivó en una pena de 24 años. Como estuvo detenido 17 años pudo pedir la excarcelación. Aunque fue condenado hace un mes, Magnacco está libre.
La libertad de Magnacco está dentro de los “parámetros legales”, aunque los jueces no tuvieron en cuenta que había violado su arresto domiciliario para salir de compras por Barrio Norte. Aunque catorce años para siete niños robados parezca nada luego de años de impunidad. Sobre todo, los jueces no tuvieron en cuenta que Magnacco sigue cometiendo sus crímenes, porque hay niños apropiados en la ESMA, cuyos partos asistió, que siguen secuestrados. El podría dar información para que esos delitos cesaran y no lo hace. Como él, muchos otros represores se niegan a decir dónde están esos niños, hoy cuarentones. Y dónde los huesos de los desaparecidos. El silencio es asesino. Pero con cada encuentro las Abuelas perforan un poco ese casi impenetrable pacto de impunidad.
Los organismos de derechos hicieron en estos 34 años de democracia una tarea enorme para afianzar las instituciones en la Argentina. Conseguir justicia por estos crímenes, desandar las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y los Indultos fue parte de ese trabajo, así como también usar para eso las leyes y los tribunales existentes, aunque a veces resulten decepcionantes. Pero la mayor victoria de las Abuelas no está en los tribunales, sino en cómo se moviliza la sociedad cada vez que un nuevo nieto o nieta recupera su identidad. El ritual de la celebración compartida por esa noticia, la alegría inmensa que invade a una gran mayoría de ciudadanos es lo que da esperanza y cierta garantía de la no repetición de estos crímenes.