Por nuestra antropología por-venir. La ENAH resiste

Mauricio González González*

Foto: Cuartoscuro

La trama que constituye a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) es una consolidada por insignes arqueólogos, antropólogos, lingüistas e historiadores que han participado dentro de la misma institución, pero en mucho de la vida nacional. Su fundación remite a sus prolegómenos como Departamento de Antropología de la Escuela de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional, en 1938, cuya cepa culturalista norteamericana siempre se vio enriquecida y tensionada por la crítica marxista y la inmensa diversidad a la que se enfrentaron en cada una de las tareas de investigación, conservación, difusión y enseñanza que, en 1946, asumió como parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia. La experiencia en el norte y sur del país, con trabajo de campo comprometido e instituciones públicas que lo respaldaron, dieron poco a poco ese tamiz de una antropología singular con aportes profundamente relevantes al acervo y la experiencia humana: una práctica de conocimiento co-creada al fuego de los pueblos de Aridoamérica y mesoamericanos, así como de no indígenas marginalizados. Y si bien no todo en antropología es digno de resaltar, siendo hija del colonialismo que aún conserva espacios, métodos y relaciones propias de innoble cuño, también se ha mostrado como una de las más generalizadas armas de los pueblos, y en eso México es ejemplar. No son pocos los eventos que dan muestra de ello: desde finales de los años 60 hasta la actualidad, podría afirmarse que no ha habido movimiento social alguno en que mujeres y hombres integrantes de la ENAH no hayan participado de alguna y varias maneras. La sensibilidad política, la solidaridad y la fertilización de pensamiento crítico, creativo, insumiso, son baluartes de su formación, de la transmisión que opera en esa entrañable universidad pública.

El inicio de año nos despertó con el riesgo, una vez más, de perder la ENAH, denunciado esta vez por medio de la publicación de una carta de su actual director, Hilario Topete, que afirmaba la impotencia operativa frente a un nuevo recorte presupuestal que impedía la recontratación de los ya precarizados trabajadores eventuales. Es paradójico pensar que la pauperización de nuestra institución iniciada por los gobiernos neoliberales décadas atrás se consolide hoy con la austeridad y menosprecio al trabajo académico que muestra el actual gobierno. En una administración que edulcora las historias oficiales como no oficiales, que ostenta funcionarios indígenas que han dado y dan la espalda a los interlocutores históricos y contemporáneos de las demandas indianas insumisas a proyectos afines, que interviene la vida académica de instituciones públicas desde caprichosas declaraciones presidenciales, difícilmente una universidad como la ENAH podía salir indemne. Si el indigenismo posrevolucionario se valió de cuadros de antropólogos para la integración nacional, el neoindigenismo de cuarta prescinde de ellos bajo la mascarada multicultural de respeto e inclusión autoritaria, indolente, vertical. Variantes estructurales de desprecio, despojo y etnocidio.

Nuestra escuela es plural, lo cual complica una mirada justa, pues también adolece de vicios propios a las inercias universitarias, con académicos acomodados a su beneficio curricular o a las estructuras del mínimo esfuerzo, con arribismo, grupos paragubernamentales y burocracia esclerotizante. Mas en sus venas, en su cotidianidad, como tantas buenas cosas, florecen relaciones y pensamiento libre, generoso, indomable. Basten pequeños ejemplos: un vistazo a las mesas del IV Congreso de Etnografía Contemporánea del Estado de Puebla, a celebrarse del 21 al 25 de febrero de este año en la Universidad de las Américas Puebla, constata con buen número el papel actual de sus egresados en la generación de conocimiento desde diversas instituciones en las cuales participan. Pero como adelantamos, la ENAH es más que un centro de investigación y docencia, es semillero. La investigación, documentación y acompañamiento a diferentes colectivos de familiares de desaparecidos, en brigadas de búsqueda, en las redes de atención y apoyo, son parte ordinaria y dolorosa de nuestro oficio. Asimismo, podría afirmarse que no hay defensa territorial, contra mineras, hidroeléctricas, petroleras, agroindustrias, eólicas, empresas turísticas o cualquier megaproyecto transnacional o desarrollista gubernamental, que no cuente con el brazo antropológico en sus filas. Y todavía más: en un mundo que hace agua por las condiciones climáticas y el deterioro ambiental, en una época en la que la humanidad devino fuerza geológica, en el Antropoceno, la etnografía consigna las mejores fuentes cosmopolíticas para mostrar cómo la gente que perdió el mundo hace más de 500 años sigue viva y luchando, ofreciendo las enseñanzas más generosas para sobrevivir en un planeta herido. Estamos en las universidades e institutos de investigación –públicos y privados–, pero también en las sierras, en las costas, en las milpas, en las radios comunitarias, en los barrios, en las calles, en territorios autónomos, en las casas y fogones de la gente más subversiva, la que germina esperanza, la gente común. Hay muchas razones por las cuales desmantelar una universidad como la ENAH, sin duda, pero muchísimas más por las cuales defenderla, por las que hay que resistir. ¡Revolución, insurgencia y rebeldía!


*Egresado de la ENAH, director académico del Colegio de Psicoanálisis Lacaniano, profesor de la UNAM, asesor del Centro de Estudios para el Desarrollo Rural (CESDER).

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