Fotos: Nazaret Castro
«En la Costa Sur de Guatemala saben bien lo que es el modelo del agronegocio. Es la región de Guatemala donde se concentra la producción de caña de azúcar, en un país donde el 10% de la tierra cultivable está plantada con caña. Y, después de décadas de monocultivo, las comunidades indígenas y campesinas saben bien qué deja esta planta amargamente dulce: sed.»
La laguna de Jocotá
Sed en el Caserío de Jocotá
De las comunidades que visito en la costa, esta es, probablemente, la más pobre. Dependen absolutamente de la laguna de Jocotá para sobrevivir: ella les provee agua, alimento y también recreo. O lo hacía, hasta que llegó la caña de azúcar, hace unos tres años: desde entonces, el nivel del agua ha descendido varios metros, y los pozos artesanales de la comunidad se han secado. Afectada la laguna, falta también el alimento: “Antes ibas a pescar y en dos horas tenías el jornal; hoy estás el día entero y no sacas casi nada”, nos dicen. Para rematar, el ingenio El Pilar no ha empleado a nadie de la comunidad, compuesta por 75 familias que viven en tal precariedad que carecen de cédula, una exigencia del ingenio para contratar personal.
La situación es acuciante, extrema: están sin agua y sin comida, porque, cuando llegó la caña, no pudieron seguir cultivando milpa (maíz) en las tierras arrendadas que se tomó la caña. Y los que todavía pueden cultivar sufren la escasez de lluvias. Por eso, aunque temerosos de las represalias de los poderosos, están dispuestos a resistir: “Esto que tenemos es un tesoro”, dice uno de los líderes comunitarios mirando la laguna, y añade: “Sé que nos pueden desaparecer, pero prefiero que me maten a mí y vivan mis hijos”.
En Jocotá, la pobreza se siente en las ropas, en las sencillas viviendas de palos. Pero ellos no piden dinero: ni siquiera demandan agua potable en las casas, o recogida de basura que les evite tener que quemarla en sus patios. Sólo piden que no les roben el agua. Que les respeten su laguna, ese gran tesoro del que, hasta ahora, tan bien han sabido cuidar.
“El Ingenio le ha cambiado la mentalidad a la gente”
El último tramo del trayecto corresponde al tercer departamento de la Costa Sur guatemalteca: la comunidad Conrado de la Cruz, en el municipio de Santo Domingo, departamento de Suchitepéquez, Costa Sur. Este departamento cambió el 40% de sus tierras cultivables para sembrar caña, según un estudio de la socióloga Katja Winkler. Al contrario que en Jocotá, aquí el modelo del monocultivo está muy instalado y existe división en las comunidades: quienes trabajan en las plantaciones, tienden a tener mejor impresión de los monocultivos, porque es su única vía de sustento.
En Conrado de la Cruz viven 380 familias, unos 1.400 habitantes. Uno de los líderes comunitarios, Felipe, de unos cincuenta años, resume el cambio que ha vivido la comunidad: “Yo alimenté a mis hijos cazando, pescando y arrancando yerbas silvestres. No fue por haragán, sino porque no tenía más de adónde. Y fui feliz, aunque era extremadamente pobre. Pero hoy escasea el agua y el alimento, y la contaminación de los agrotóxicos provoca enfermedades. Hoy ya no hay peces, ni patos, ni yerbas silvestres. Hoy el pobre, si no trabaja, no come”.
Una dura anécdota, en boca de Juan, otro de los líderes de la comunidad, sintetiza la difícil coyuntura de los campesinos guatemaltecos: “Hace años, tuve la oportunidad de aconsejar a una chica de 16 años que se había metido con un don casado, le dije que lo dejara, y ella me respondió: Señor, yo ya me cansé de pasar hambre en mi casa. ¿Usted me va a mantener? Porque entonces, lo dejo a él. Y yo me callé”. Lo que Guatemala necesita, concluye Juan, es una reforma agraria. Que la gente tenga tierra que cultivar. Todo lo demás son parches que no resuelven los problemas de fondo de un país atravesado por la violencia colonial y patriarcal, el machismo y el racismo.
“Nos engañan con cualquier cosa por falta de conocimiento. La gente tiene miedo a perder su trabajo, y no entiende que, si tuviéramos tierras, no tendrían que trabajar allí”, afirma una campesina. “Las mujeres somos las más afectadas, psicológicamente, porque estamos preocupadas por qué les vamos a dar de comer y de beber a nuestros hijos”, añade. A su lado, otra mujer matiza: “Tratan mal a las mujeres. Les gritan: ¡Viejas hijas de la gran puta, dejen de hablar! Las humillan. Un hombre necesita de una mujer para nacer, y sin embargo, así nos tratan”.
“El Ingenio le ha cambiado la mentalidad a la gente: ya no son indígenas, sino ladinos” -es decir, blancos o mestizos-, y a las empresas “no les importa, por su amor al dinero, ver a a la gente muriendo de desnutrición o de enfermedades raras. Dios nos dio una vida en abundancia, y unos pocos la están destruyendo, y nosotros colaboramos consumiendo lo que no debemos”, dice una de las líderes de la comunidad. Sólo queda resistir, y aquí son las mujeres las que toman la iniciativa. Desde la organización Madre Tierra, proponen huertos agroecológicos para garantizar la soberanía alimentaria de las comunidades.
Una de esas mujeres guerreras narra su experiencia: “Yo, cuando la guerra, tuve que huir a México y pasé 15 años en Chiapas. Viví lo que era la estrategia de tierra arrasada, cuando el Estado acababa con pueblos enteros. Hoy no es una guerra con bombas y secuestros, pero sí hay desplazados internos, hambre y sed”. Por eso siguen luchando pese a las amenazas. Como zanja Felipe: “Prefiero morir yo y que vivan mis hijos y mis nietos”.
Desiertos verdes para alimentar automóviles.
Extracción de agua para la caña en Conrado de la Cruz.
La caña azucarera cubre 2.687 kilómetros cuadrados en Guatemala, el 10% del área cultivada y un 3% del territorio total. Esta industria supone el 3% de la economía guatemalteca, con 1.900 millones de dólares al año. En la principal región azucarera, la Costa Sur, una docena de ingenios “cogobiernan con un poder paralelo al de medio centenar de municipalidades” y sustituyen al poder estatal, según La tierra esclava, una investigación periodística del diario salvadoreño El Faro, en colaboración con eldiario.es. Gracias a los papeles de Panamá y al exhaustivo trabajo de los periodistas, se desveló como el Grupo Campollo, dueño del ingenio Madre Tierra -responsable del 7,2% de la caña molida que se produce en Guatemala-, creó 121 empresas offshore a través de la firma panameña Mossak Fonseca. No es el único caso: se han encontrado vínculos con offshore en otros nueve ingenios. Este entramado revela los vínculos entre el sector azucarero y el poder político, en un país con la menor recaudación fiscal de América Latina.
El sector azucarero guatemalteco se caracteriza por su alto grado de concentración. Nueve ingenios se reparten el pastel; el mayor de ellos es Pantaleón Sugar Holding, que acapara el 19% de la producción. Le siguen Magdalena (17%), Santa Ana y La Unión (11% cada una). Detrás de cada uno de esos grupos empresariales, hay familias que detentan el poder en Guatemala, como los Herrera, los Leal, los Campollo o los Boltrán.
Las prácticas ilícitas no frenan el apoyo de los organismos supranacionales a estos grupos empresariales. Así, Pantaleón, cuya matriz está en las Islas Vírgenes, y cuyos dueños están vinculados a ocho empresas en Panamá según la investigación de El Faro, recibió, entre 2008 y 2010, dos préstamos del International Finance Corporation (IFC), entidad del Banco Mundial, a través de su matriz en las Islas Vírgenes, por 130 millones de dólares. En otras palabras: el Banco Mundial otorgó un crédito a una sociedad en un paraíso fiscal, dejando claro que esta entidad supranacional, como también el Estado guatemalteco, antepone la expansión del agronegocio por encima del bienestar de los ciudadanos.
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