Desde el gobierno de Leonel Godoy, más de mil 200 familias se han contratado como jornalero
Morelia, Mich., 27 de julio. Habitan- tes de las regiones Meseta y Cañada de los Once Pueblos llaman Los Santos o Tierra Santa a las comunidades de San Antonio, San Isidro, San Benito, Santa Rosa, San Luis, San Marcos y San Martín, ubicadas en la parte más alta de la serranía del municipio de Los Reyes. Son los últimos pueblos purépechas que conservan idioma, cultura y costumbres, pero también los más marginados. La falta de agua les impide cultivar sus tierras, principalmente en la época de estiaje, al grado que a veces no tienen líquido ni para beber. Por si fuera poco, el pasado gobierno estatal, que encabezó Leonel Godoy, no concluyó las obras de agua potable, por lo que familias enteras se ven obligadas a emigrar temporalmente a otros campos de cultivo de Michoacán, otras entidadades y Estados Unidos. El titular de la Secretaría de Pueblos Indígenas estatal, Alejandro Avilés Reyes, informó que han habido varios intentos para obtener agua mediante la perforación de pozos, pero sin resultados. Explicó que por ese motivo se requiere introducir desde Pamatácuaro una tubería que rodee una parte de la sierra; dichos trabajos, afirma, se iniciaron en la gestión de Godoy Rangel, pero no fueron concluidos. Expuso que la situación en la región es crítica, debido a que con tiempo se han perdido hectáreas de bosque y prácticamente ya no hay manantiales. El funcionario aseguró que en el presente año la administración del priísta Fausto Vallejo realizará trabajos en esa zona purépecha para que los aproximadamente 10 mil habitantes tengan agua potable. En los poblados Los Santos o Tierra Santa no hay fuentes de empleo. Los aserraderos quedan cada vez más lejos, por lo que desde hace algunos años sus habitantes migran al Valle de Zamora, Huetamo y otras zonas de Michoacán para contratarse como jornaleros agrícolas.
Nos duele dejar la tierra y a la gente mayor para buscar el sustento en otra parte, dice Antonio José Domínguez, ex autoridad comunal de San Isidro. Comenta que se van varios meses al año y a veces regresan con los hijos o la mujer enferma,
pero no hay más: aquí la poca labor que había ya se acabó. Ha trabajado en la pizca de hortalizas y de fresa en el valle de Zamora, y en la de melón en Huetamo, pero dejó de ir a los campos por cuidar a su madre enferma y atender su pequeño rebaño.
Por la crisis económica y el agotamiento de los recursos forestales, más de mil 200 familias se han visto obligados a emigrar temporalmente a los campos agrícolas de Zamora, Tanhuato y Yurécuaro, refiere Juan Carlos Anselmo Martínez, quien fungió como enlace de dichos poblados con el gobierno del estado. En 2002 se perdieron más de mil hectáreas de pino en un incendio en Cerro Grande, aunado a la tala clandestina y la sobrexplotación de los bosques.
Ahora sólo nos quedan 700 hectáreas que tenemos que conservar por el futuro de nuestros hijos, alerta Anselmo. “Lo más preocupante para las autoridades indígenas de Los Santos –abunda– es que los niños y adolescentes abandonan las escuelas por temporadas y se malean porque regresan con vicios que aquí no se conocían”. Al respecto, Abelardo Torres, líder de Nación Purépecha Zapatista, señala que muchos pobladores
regresan enfermos después de trabajar fuera cuatro o cinco meses, debido a que beben agua en canales de riego, se alimentan mal viven en hacinamiento. Los que se quedan A 20 kilómetros de Charapan está la entrada a Los Santos. La primera comunidad es San Antonio. Las trojes (tradicionales casas de madera) se ven bien alineadas sobre el pequeño valle. Parece un pueblo abandonado; sólo algunos ancianos, mujeres y niños se asoman por las puertas entreabiertas. Juana Lorenzo vive en una pequeña choza con piso de tierra, donde hay una cama de tablas y un fogón en el que hace tortillas. Su suegra está fuera del jacal, sentada en una piedra, tomando el sol. Su esposo y dos hijos acostumbran ir al corte de caña en los primeros días de octubre al ingenio de Santa Clara, en el mismo municipio de Los Reyes. Como otros jornaleros, regresarán en diciembre, y con lo que ganen tendrán dinero para comer hasta marzo, cuando haya otra cosecha. Hace cuatro décadas el agua comenzó a escasear; la falta de árboles acelera los escurrimientos, ya no hay con qué regar hortalizas y vegetales; antes había pinos para fabricar artesanías y muebles, recuerda el purépecha Abundio Marcos Prado.
Siempre ha habido pobreza, pero nunca faltaba qué comer, subraya.
Cuando la Tierra Santa tenga agua suficiente cambiará la vida de la gente, y tal vez no tengan que irse, comenta, a su vez, Juan Carlos Anselmo.
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