Hace seis años, mientras hojeaba la nota roja, Manuel Solís se encontró con la fotografía de un hombre con el rostro desollado; desde entonces esa imagen lo ha perseguido. “Comencé a dibujarla intentando procesar el sentimiento que me dejó y buscando entender por qué alguien llega al extremo de arrancarle su identidad al otro. Me pareció estar ante una metáfora del México actual”.
Desde entonces, el joven comenzó a crear un conjunto de obras plásticas en las que retrató diferentes facetas de la violencia, las cuales serán expuestas —del 24 de abril al 16 de mayo, bajo el nombre de El imperio de lo atroz— en la galería Luis Nishizawa de la Facultad de Artes y Diseño (FAD) de la UNAM.
Aunque en el imaginario mexicano el seis tiene un peso específico y por eso tendemos a hacer cortes de caja cada sexenio, en el caso de Manuel no fue así. “Hice un alto tras seis años por el bien de mi psique. No podía lidiar más con el tema y comencé a tener pesadillas. Ya era un asunto de salud y exhibir todo esto me es terapéutico; sacar a la luz lo que te agobia a veces sirve de exorcismo”.
Fue en los últimos meses de la administración de Felipe Calderón cuando Solís Mendoza comenzó a hacer dibujos, pinturas, collages y grabados en donde plasmaba algún tipo de violencia, pero sin considerar aún que esto terminaría por integrar un proyecto.
“Todo era producto de mi lectura de diversos periódicos, tanto digitales como de nota roja. Con frecuencia la imagen de ese hombre sin rostro me venía a la mente y comencé a representarla de distintas maneras y valiéndome de diversas técnicas. Así inicié con esto”.
Entre lo delicado y la crudeza
El Guernica es un óleo de 3.49 por 7.77 metros en el que Picasso retrató el bombardeo contra ese poblado vasco el 26 de abril de 1937. Se cuentan muchas historias sobre el cuadro y una tiene que ver con su falta de color, pues el malagueño empleó blancos, negros y grises para emular la paleta cromática de los periódicos de la época y su forma de consignar, a ocho columnas, los horrores de la violencia.
En la obra de Manuel Solís se aprecia una intención parecida, pues algunas de sus piezas constan de recortes de diario salpicados con pintura bermeja, cabezales de noticias pegados al lienzo con engrudo o escenas que parecen sacadas de la sección deportiva, internacional o policíaca de cualquier tabloide.
“Jamás pensé en copiar a Picasso, más bien resultó inevitable que en ciertas obras se deslizara la tipografía de determinado diario, que en otras se hiciera evidente la estética de la nota roja y que las texturas pictórica y física de los periódicos fueran algo interesante de explorar. Además, los contenidos también dejaron su marca, pues leer que 2017 fue el peor año para México en cuanto a feminicidios, con mil 844 casos, me cimbró y me llevó a dedicar una sección entera de El imperio de lo atroz sólo a las mujeres”.
Con esto, el pintor hizo referencia a su serie Obra negra, que consta de 15 lienzos en los cuales hace aparecer siluetas femeninas incrustadas en un fondo oscuro para luego desaparecerlas con pinceladas que, a momentos, parecen puñados de tierra arrojados con descuido en una fosa.
“Se trata de un tema delicado que quise tratar con la mayor delicadeza posible. Ésta es una de las puertas que nos abre el arte; sólo él sabe mediar entre lo bello y lo grotesco”.
El arte como herramienta de denuncia
El nuevo disco de Café Tacvba arranca con una canción cuyo coro dice: “Un, dos, tres, cuéntalos bien y si sigues tal vez llegues a los 43, mas no es justo detenerse ahí pues son más, muchos más, muchos más”, en alusión a los miles de desaparecidos en México.
Para Solís Mendoza, el que cada vez más creadores denuncien esta situación —sean músicos, pintores, cineastas o escultores— es inevitable, porque para crear se necesita empatía y dicha actitud es un antídoto contra la indiferencia.
“Y no hay que desdeñar esto, pues el escenario es angustiante. Si yo pidiera a alguien tomar en una mano 43 objetos —tantos como los estudiantes de Ayotzinapa— se daría cuenta de la magnitud, pues no podría sostenerlos en la palma sin tirarlos. Ahora subamos esta cifra a 72, como los inmigrantes ejecutados en Tamaulipas en 2010, o escalemos a los 120 mil asesinados tan sólo en el sexenio de Peña Nieto. Estas cantidades dan una idea de lo preocupante del asunto”.
No obstante, argumentó, abundan los mexicanos anestesiados que sólo ven en esto números sin significado. Esta indolencia se deriva, quizá, del torrente de imágenes y noticias hostiles proveniente de los medios de comunicación y de la violencia glorificada que, culturalmente, se nos inculca desde la infancia.
Por esta razón, otra de las series que integran El imperio de lo atroz lleva por título Sobre la guerra y la rebelión y contiene cuadros donde soldaditos de plástico verde dan batalla en ciudades tapizadas de orificios de bala, así como paisajes de urbes bombardeadas y en ruinas que, al igual que el hombre sin rostro, carecen de identidad, pues quedaron irreconocibles tras una serie de embates violentos y lo mismo podrían estar en Palestina, Afganistán, Irak o Siria.
“Es sorprendente cómo desde niños nos enseñan que la violencia es lúdica y que las armas pueden ser juguetes que parpadean y hacen sonido. Como sociedad deberíamos replantearnos muchas cosas”.
La última serie lleva por título Cuadrilátero y consta de imágenes de boxeadores y edecanes, lo que a decir de Solís Mendoza pone en evidencia la cosificación de ambos géneros, pues mientras el púgil entretiene a medida que su cara se hincha por los golpes, la modelo es reducida a un objeto ornamental que realiza una acción tan sin sentido como levantar una cartulina y pasearse en bikini por el ring, mientras es sometida al escrutinio de miles de miradas lascivas.
“Estamos inmersos en este infierno porque nos hemos desensibilizado. Me impresiona ver cómo nos venden cada mañana periódicos de nota roja y los leemos mientras desayunamos. Estamos tan anestesiados que nada nos sorprende ni conmueve”.
La última estrofa de la canción de Café Tacvba reza: “Un, dos tres, cuéntalo así y si sigues tal vez llegues a más de 100 mil. Si lo piensas un poco dirás ¿cuántos más, cuántos más, cuántos más?”. ¿Entonces, puede el arte despertarnos de este marasmo y ser detonante de una conciencia social?, se le preguntó a Manuel Solís.
“Sí, pues más allá de lo estético, lo artístico es con frecuencia una invitación a abrir los ojos y a reflexionar y eso, por sí solo, representa ya un gran paso”.
Este material se comparte con autorización de UNAM Global
Muy interesante. Deja mucho para reflexionar. Felicitaciones por el esfuerzo que hace el periodismo independiente para acercarnos este tipo de información.