Brígido Pérez, un pintor desconocido
Conocí a Don Brígido Pérez por el año de 1986, cuando yo era estudiante de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Guadalajara, pero primero conocí a José Hugo, su hijo quien fue mi compañero de estudios de escultura en la misma escuela.
A primera impresión Don Brígido me pareció un hombre serio y algo huraño, pero pronto me di cuenta de mi error cuando empecé a conocerlo. Su trabajo en esa época era el de un técnico especializado en reparar y dar mantenimiento a órganos Hammond, Yamaha y otras marcas. Se había ganado un gran prestigio en la ciudad con ese oficio, por ser de los pocos técnicos que sabían qué les dolía a los viejos órganos de la Catedral de Guadalajara, de la Basílica de Zapopan, y de otras catedrales o templos del país. A esto se dedicó durante gran parte de su vida. Pero a mediados de los 90’s fue dejando el multímetro y las herramientas por los pinceles y los bastidores.
La decisión no fue casual, de niño estuvo cerca de los pinceles, trabajando con su familia y sus parientes, decorando ollas de barro, actividad que combinaba con la de vaquero y chivero, pues contaba que de niño llevaba a las chivas a pastar a los campos, y en otros tiempos ayudó a sembrar y cosechar maíz y frijol. Conocía muy bien las labores del campo. Algunas imágenes de infancia las refleja en su pintura.
Lleno de curiosidad fui a su casa a ver sus pinturas y a platicar con él. Lo vi relajado, contento, conversador. Platicamos mucho. Él me platicó de su infancia y yo le platiqué de mi regreso de la selva de Chiapas y sus frondosas ceibas y ríos. Meses después nos volvimos a ver y me dijo: “Mira ¿te acuerdas de lo que platicamos?”
Era un cuadro muy alegre, de un paisaje con mujeres, niños, un río, perros y el campo muy verde. “Es un cuadro hecho del recuerdo de la plática de aquel día. A mi manera imaginé lo que me contaste de Chiapas y lo mezclé también con mis recuerdos. Yo pinto así de fácil, nada se me complica”.
Sin embargo, estaba un poco preocupado o inquieto por saber si valía la pena lo que estaba haciendo. Quería aprender. Hugo le había llevado un montón de libros de arte y algunos catálogos.
En mi caso, trataba de ser cuidadoso cuando platicaba con él, ya que sólo requería reforzar la confianza en el camino que había tomado. “Y eso de la composición, ¿cómo lo ves? ¿Aquí hay de eso?” Me preguntaba mientras me mostraba sus cuadros colgados. “Si claro, la composición es como una báscula, hay figuras de un lado y del otro. Pero a veces, eso no importa mucho”. Le respondía mientras mirábamos libros y revistas sobre Picasso, Chagall y Rodolfo Morales.
Del contacto con esos libros y revistas, salieron cuadros con mucho colorido, figuras de hombres y mujeres desnudas, ya muy sueltos, grandes y chicos; libres y deliberadamente deformados. Sin preocuparse si estaban bien dibujados. Picasso, Chagall y Morales, habían sido sus maestros que le ayudaron inconscientemente a quitarse el miedo y a ponerle más color a la tela.
La pintura era para él un trabajo con horario como cualquier otro. Se levantaba, desayunaba y se ponía a pintar. A media tarde comía con su familia y volvía al caballete, hasta que la luz del día se apagaba. “ Yo trabajo de sol a sol, aun en los días nublados”, decía.
Sergio, otro de sus hijos, cuenta que: “ una mañana al subir y bajar las escaleras de su casa, se dio cuenta que ahí faltaba algo y pintó una virgen a la cual llamó la “Virgen de la escalera”. Esto para él era muy serio, tan serio que cada mañana que bajaba la escalera, la miraba con respeto y se persignaba“
Don Brígido Pérez fue un pintor desconocido para la comunidad cultural y artística de Guadalajara y del país. Vivió intensamente sus últimos 20 años pintando mucho, pintando con pasión, buscando cómo dejar plasmados sus recuerdos, sueños y alucinaciones en telas y otros objetos.
A sus casi 90 años no se quedaba quieto y decía: “Yo quiero morir como Chagall, pintando”.
Murió la madrugada del 25 de diciembre de 2013. Apenas unos días antes había terminado un extraño cuadro que tituló “Dos culturas en uno.” La cantidad de obra realizada no está totalmente catalogada, pero se estima que andarán por los 700, entre bastidores, obra en papel, en costales de yute, en lonas plásticas, jarrones y platos de cerámica.
A diez años de su ausencia física, Don Brígido Pérez vuelve y está con nosotros a través de su maravillosa y mágica obra. Quién mejor que El Tunal para darlo a conocer, qué mejor que sea en familia y qué privilegio que sea en Fresnillo, Zacatecas.
Ciudad de México, 9 de enero 2024