Ciudad de México | Desinformémonos. “Desde hace mucho tiempo nos dimos cuenta que ahí trabajaban gente de Corea y Taiwan. A las mujeres las veíamos pasar a diario cuando iban a comer, aquí en esta esquina las esperaban sus maridos. Conocí de vista a el velador más de 15 años, es chaparrito de unos 51 años, no sé si pudo salir de la fábrica pero todavía sigue aquí su camioneta estacionada”, señala Delia Mendoza Alcázar, de 57 años de edad y ama de casa vecina de la fábrica textil de Bolívar y Chimalpopoca, colapsada durante el temblor del pasado 19 de septiembre.
Delia y su familia acuden al acto político convocado por la Brigada Feminista para reivindicar a las mujeres que quedaron atrapadas bajo los escombros. Nadie sabe cuál es el número exacto de desaparecidas. Pero hay nombrarlas y por eso cientos de personas realizan un acto político y homenaje a las costureras caídas .
“Después de que tembló lo primero que hicimos fue a buscar a mi nieta, pensábamos que se había caído la escuela que está al lado de la fábrica, afortunadamente la pudimos encontrar en medio de una nube de polvo fuera de la escuela con muchos niños que lograron salir”, relata Delia. Ella vice en Chimalpopoca y desde su casa vio como el jueves, dos días después del temblor, empezó a entrar la maquinaria. “Toda la gente empezó a protestar y no permitió que entraran o salieran los vehículos pesados, lo que provocó un pleito entre policías y voluntarios. El gobierno se apresuró para quitar los escombros sin saber si había todavía personas atrapadas. No tomó en cuenta a toda la gente que desde un principio apoyó, pienso que se llevaron varios cuerpos entre los escombros”, dice.
Gabriela García, hija de Delia, explica que “el edificio era de cuatro pisos y los dueños rentaban cada nivel. En el primero estaban las costureras que le cosían a la marca Sasha, en el tercero vendían juguetes, y en los otros dos accesorios para auto y rollos de tela”.
“Mi papá, primos y vecino”, continúa Gabriela su relato, “fueron a ayudar a quitar los escombros, los aventaron dentro de la escuela porque no sabían qué hacer. Hubo más apoyo de los voluntarios que del gobierno, me tocó ver como sacaron a tres, una mujer en camilla y dos hombres que salieron caminando, uno de ellos traía una playera del Cruz Azul”.
Sobre la presencia y apoyo de los grupos feministas en el lugar para exigir que continuara el rescate, Gabriela García se adhiere a la demanda. “Estoy de acuerdo con las mujeres que vinieron a exigir que el predio se expropie y que sea un parque. Me gustaría que se hiciera un módulo deportivo, que se amplié la escuela o un centro cultural pero que sea de una sola planta, ya no queremos más edificios”.
Por su parte Janet Soto, de 31 años, comerciante y también miembro de la familia Mendoza, vecino de la calle de Bolívar, al lado de la escuela, cuanta que se tuvo que quedar tres días encerrado en su casa, porque “Protección Civil no nos dejaba salir, a pesar de que la parte trasera del edificio sufrió fracturas. Nos quedamos sin agua, sin luz y sin comida. Les pedimos a ellos que nos dieran comida y lámparas para ver dentro, pero no quisieron. Muchos vecinos tenemos hijos pero nos negaron la comida hasta para ellos, nos tenían secuestradas. Tuvimos que salir a escondidas para pedir alimentos en el parque que está en Fray Servando, solo algunos vecinos, como el dueño del gimnasio, nos llevó alimentos”.
Cesar Mendoza de 23 años y estudiante refiere que, “el 19, después del temblor, los vecinos y yo ayudamos a sacar los escombros con botes toda la noche, pero al otro día entró la federal y ya no nos dejó entrar. Dijeron que muchos voluntarios estaban robando, pero eso no es cierto. Cuando los militares llegaron, abrieron los carros que estaban estacionados aquí para robarlos. Los policías se llevaron máquinas de coser, rollos de tela, ropa y hasta audífonos que encontraron en el derrumbe y los subieron en carros particulares. Los de protección civil comenzaron a echar en cajas de cartón los víveres que traía la gente y se los llevaban”.
El padre de familia Adolfo García Méndez, de 53 años, de oficio mecánico, cuenta: “Vi como cayó el edificio, era pura polvadera pero fui a ayudar. Éramos como diez personas removiendo los escombros, varillas y todo lo que iba saliendo, trabajamos hombro con hombro, hicimos una valla entre mujeres, hombres y niños. No teníamos cascos ni herramientas pero empezamos a rascar hasta con nuestras uñas. Aquí nadie robó, como íbamos a hacerlo si el edificio quedó como acordeón, quién podría haber robado así. No existe un sentimiento para describir esto, ayudé sin pensar en que me dieran algún premio. Me dieron ganas de chillar pero tuve un razonamiento y fueron más las ganas de ayudar”, concluye Adolfo.
Al mediodía del domingo 24 de septiembre, grupos de feministas y colectivos anarquistas se concentraron en el terreno ya demolido para rendirle un homenaje a las costureras caídas en el temblor. Entre sus peticiones están exigir al gobierno una explicación por demoler el lugar sin agotar las últimas esperanzas de vida, la lista completa de las personas que laboraban en él, la no persecución de indocumentadas ni su repatriación, la investigación de las acciones que emprendió el gobierno contra los voluntarios en el rescate y la expropiación del inmueble para que sea un espacio libre para las mujeres entre otras.
En el transcurso del día hubo diferentes expresiones, desde pintas, protestas y ofrendas simbólicas en todo el terreno y anunciaron una marcha para exigir al gobierno una rendición de cuentas y fincar responsabilidades a su negligencia.