Mientras sus vecinas se van sentando a su alrededor, a la sombra de una casita de barro cocido, Shaila Shikrant, vestida con un sari naranja, llena los cuencos de cereales y de legumbres: arroz, trigo, maíz, guisantes, cacahuetes, semillas de sésamo, garbanzos, lentejas, fenogreco… A decir por su sonrisa, se trata del fruto de su trabajo –aunque también el de una pequeña revolución–.
Estamos en Masla, un pueblo de unas 800 familias situado en el corazón de Marathwada, en el estado de Maharashtra, a cinco kilómetros al este de la capital, Bombay. La región, que sufre olas de calor extremo, es el epicentro de una grave crisis agrícola: más de 6.000 campesinos se han suicidado allí durante estos dos últimos años, llevados a la desesperación por las sequías sucesivas y un endeudamiento crónico. El fenómeno ha adquirido magnitud nacional: según cifras presentadas por el Gobierno en la Corte Suprema en mayo de 2017, desde 2013 se suicidan en la India 12.000 campesinos cada año.
Los expertos apuntan también a una estrategia agrícola fallida: desde hace diez años los cultivos alimenticios se han ido sustituyendo progresivamente por cultivos comerciales, uno de los cuales es la caña de azúcar. Se trata de una planta ciertamente más rentable pero que necesita muchísima agua. Según el Gobierno, la superficie de tierra destinada para su cultivo ha pasado, entre 2004 y 2014, de 300.000 hectáreas a 1 millón de hectáreas, y consume el 70% del agua de riego de la región.
“Teníamos cinco hectáreas de terreno y solo producíamos caña de azúcar”, cuenta Shikrant. “Así que cuando nos faltó el agua lo perdimos todo: nos quedamos sin dinero para comer”, cuenta esta agricultora mientras hunde los dedos en los cuencos de legumbres, que mezcla y después desgrana con un gesto lleno de ternura.
Las mujeres sentadas a su alrededor la escuchan atentamente. Desde la oleada de suicidios que sacudió la región en 2014, todas ellas han seguido el ejemplo de esta pionera de la agricultura sostenible.
“Le pedí a mi marido que me dejara una hectárea de tierra para cultivar una veintena de plantas que no necesitaban mucha agua. Quería tener algo con que alimentar a mi familia en caso de que el cultivo de la caña de azúcar fracasara, y quería también retomar las prácticas agrícolas tradicionales, utilizando fertilizantes naturales. Al principio se mostró escéptico, pero acabó accediendo. Un año después, cuando vio los resultados, decidió dejarme gestionar la mitad del terreno”.
Las cosechas en seguida superaron sus expectativas. No solo le permitieron dar de comer a su familia sino que, gracias a la venta de las excedencias, pudo duplicar los ingresos anuales de su hogar, que actualmente ascienden a 6.000 euros. Esto representa casi el cuádruple de los ingresos de los agricultores de este estado, que se sitúan en una media de 1.600 euros anuales. Desde entonces, esta mujer de 38 años no ha dejado de diversificar su actividad, adquiriendo ganado, que le proporciona fertilizante, y vendiendo semillas orgánicas en Bombay. Última etapa superada: registrar su propia empresa agrícola. “¡Todo a mi nombre!”–puntualiza ante una mirada de admiración de sus vecinas–.
Gracias a los consejos de Shikrant, ellas también han adquirido un nuevo estatus en el seno de sus familias. Una de ellas todavía no acaba de creérselo: “Cuando les dijimos a nuestros maridos y a nuestras familias políticas que queríamos ocuparnos de una parte del terreno, se rieron de nosotras. ¡Pero ahora que ganamos más que ellos, nos miran con otros ojos!”.
En Maharashtra, al igual que en el resto de la India, las mujeres representan más de la mitad de la mano de obra agrícola. Pero la gestión está mayoritariamente en manos de los hombres, que son propietarios del 80% de la tierra cultivada. Se trata de una tradición patriarcal que Shikrant y sus amigas han decidido romper –y no son ni mucho menos las únicas–. Según la ONG Swayam Shikshan Prayog (Experiencia de Autoaprendizaje, SSP), en el seno de los 2,3 millones de familias rurales que viven en Marathwada, 40.000 mujeres han asumido el control de al menos una hectárea de terreno para el desarrollo de cultivos destinados a la alimentación, a menudo abandonados por los hombres.
Algunas han sido previamente formadas por una agencia de gestión agrícola y tecnológica del Gobierno indio, la Agricultural Technology Management Agency (ATMA), en colaboración con diversas ONG, entre ellas SSP. Pero el movimiento se está expandiendo por sí solo gracias a la creación de miles de grupos de mujeres agricultoras (women farmers groups), unos grupos de ayuda mutua cuyos miembros comparten sus conocimientos así como una parte de sus ahorros. Desde las horticultoras de Uttar Pradesh hasta las arroceras de Tamil Nadu, estos grupos se han convertido en uno de los pilares del desarrollo local en toda la India y están recibiendo un apoyo cada vez mayor por parte de universidades, ONG y gobiernos locales.
Las mujeres reforman la economía local
En menos de dos años, en el pueblo de Chivuri, a 40 kilómetros de Masla, el Delta Sakhi Farmer’s Group también ha puesto más de 1.300 euros en una cuenta común. Esto es una bendición para sus 25 miembros, cuyos maridos en el pasado tenían que endeudarse recurriendo a temibles prestamistas de empeño que les aplicaban unos intereses de hasta el 12%. Ahora, cuando las mujeres necesitan financiar un proyecto, acuden a su grupo, el cual puede conseguir un préstamo en un banco local. Los prestamistas, por su parte, han tenido que cerrar su negocio.
“Los hombres son más individualistas: trabajan sus propios terrenos, van cada uno por su cuenta, mientras que nosotras trabajamos en equipo”, explica Vanita Balbhim, presidenta del grupo, al cual recibe en su casa para celebrar una reunión semanal. “¡Y, sobre todo, gestionamos mejor el dinero!”, sostiene su amiga Lakshmi Brirajdar, provocando las risas de sus compañeras. “¡Nosotras, si hace falta, regateamos por 10 rupias (0,12 euros)! ¡Y cuando tenemos sed, nos tomamos un té en casa, en lugar de malgastar el dinero en alcohol!”.
El pueblo de Chivuri está conectado al resto del mundo por un simple camino de barro pedregoso, pisoteado por rebaños de cebús esqueléticos, entre campos pelados a perder de vista. En medio de las casas con techos de chapa se erige un templo hindú en forma de cono, una acacia catecú cuya sombra sirve de ágora para los mayores, y una pequeña edificación sin puerta desde cuyo interior se escuchan voces de niños recitando el alfabeto. En estos pueblos apartados, donde el 30% de las familias vive por debajo del umbral de la pobreza, los grupos de mujeres agricultoras están reformando la economía local, garantizándoles una autonomía alimentaria y el acceso a microcréditos –dos recursos vitales en tiempos de crisis–.
Así pues, desde que Balbhim puso en marcha su producción de fruta y verdura orgánica hace dos años, ha podido alimentar a su familia, añadiendo además más de 990 euros a los 800 euros de ingresos anuales del hogar. Estos ahorros le han permitido instalar un nuevo tejado y una nevera y, más que nada, sufragar la educación de sus cuatro hijas. “Estoy tan orgullosa de ella”, confiesa con emoción Supriya, la mayor, que está estudiando Informática. “Decidió salir de casa para ir a cultivar su campo, y ahora preside un grupo de agricultoras… ¡Aquí ninguna mujer había hecho eso nunca!”.
A consecuencia de la masiva migración de hombres hacia las grandes ciudades, las mujeres están desempeñando un papel cada vez más importante en las explotaciones agrícolas de la India.
Pero sin estar reconocidas como agricultoras por derecho propio. “Cuando el marido se marcha a buscar trabajo a la ciudad, o si se quedan viudas, ellas ya están al mando. Pero al carecer de reconocimiento jurídico, no pueden acceder a los recursos necesarios, es decir préstamos bancarios, seguros o subvenciones del Gobierno”, se exaspera Soma Parthasarathy, una de las fundadoras de Mahila Kisan Adhikaar Manch (Makaam), una red de asociaciones que aboga por los derechos de las mujeres agricultoras.
La enmienda de 2005 de la ley hindú sobre sucesiones garantiza actualmente a las mujeres indias los mismos derechos que los de sus compañeros, pero es una ley que se sigue aplicando poco. “Las condiciones sociales no han cambiado mucho: las hijas raramente reivindican su parte de la herencia, puesto que se les anima a que se la cedan a los hombres de la familia”, explica esta feminista sexagenaria en un ruidoso café de Nueva Delhi. “Seguimos viviendo en un mundo patriarcal en el que los hombres siguen controlando los recursos para controlar así a las mujeres. Tenemos que hacer mucho más para impedírselo…”.
Makaam milita, junto a la ONG Oxfam, a favor de la adopción de una legislación presentada en mayo de 2012 ante la Cámara Alta del Parlamento por Monkombu Sambasivan Swaminathan, el padre de la “revolución verde” de la India. Esta ley permitiría a las autoridades municipales acordar con más facilidad el estatus de agricultoras a las mujeres que arriendan y trabajan la tierra, e invalidaría los títulos de propiedad que no mencionen el nombre de la esposa. Multitud de agricultoras venidas de todo el país –entre ellas numerosas viudas de agricultores que se suicidaron– han reiterado esta reivindicación durante una gran manifestación campesina que tuvo lugar frente al Parlamento los días 20 y 21 de noviembre de 2017.
“Cada catástrofe es una oportunidad para avanzar”
Mientras tanto, la emancipación de las mujeres de las zonas rurales está avanzando a distintas velocidades, en función de las particularidades de cada estado. En las regiones donde la crisis agrícola empuja a los hombres a migrar hacia las ciudades o a quitarse la vida, la emancipación surge más que nada como una necesidad. “Cada catástrofe es una oportunidad para avanzar: las mujeres han aprovechado las adversidades de los largos períodos de sequía para persuadir a sus familias de que podían desempeñar un papel de líder”, señala la jefa de proyectos de SSP, Naseem Shaikh, en su oficina de Osmanabad (Maharashtra).
Desde hace tres años, esta ONG está haciendo de intermediaria entre el gobierno local y los grupos de agricultoras, a las que facilita el acceso a formaciones y subvenciones. “El trabajo de las mujeres habla por sí solo: a medida que el dinero empieza a entrar, ellas van adquiriendo poder de negociación. La obtención de una cuenta bancaria y de un pedazo de tierra se produce de manera natural, sin necesidad de forzar las cosas”.
Anup Shengulwar, uno de los jefes administrativos del distrito, comparte su entusiasmo: “Teniendo en cuenta el número de mujeres propietarias, seguimos estamos atrasados con respecto a los estados del sur, como Telangana o Andhra Pradesh, pero la situación está cambiando. Aquí hemos sufrido mucho a causa de la sequía. Los hombres están perdiendo el interés por el trabajo agrícola, mientras que las mujeres siguen queriendo cultivar la tierra. Así que nosotros intentamos formarlas en la medida de lo posible. Y en los pueblos se está constatando un aumento del nivel económico”.
Una tercera parte de las agricultoras censadas por SSP poseen actualmente una parte del terreno familiar. Pero lo que han adquirido sobre todo es una identidad social.
“Antes nadie me respetaba”, declara Rekha Shinde en el pueblo de Hinglajwadi. “Si quería 10 rupias, tenía que mendigar durante cinco días, y no tenía derecho a salir de mi casa. Ahora traigo 10.000 rupias al mes (123 euros) a mi familia, y estoy ayudando a 40 mujeres a crear su propia empresa”.
El grupo de ayuda mutua que Shinde preside dispone ahora de una sala de reuniones construida por el ayuntamiento en el centro del pueblo, lo que sin duda demuestra la importancia que estas mujeres han adquirido en el seno de la comunidad.
Los hombres son quizás los primeros beneficiarios de este nuevo equilibrio: en los hogares donde las mujeres han tomado las riendas no se ha señalado por ahora ningún suicidio. “Antes, durante la sequía, me sentía verdaderamente agobiado”, cuenta Vishnu Kumbhar, un quincuagenario con el rostro curtido por el sol.
Con sus 720 euros mes y un premio nacional de desarrollo de microempresas, su esposa Kamal se ha convertido en una celebridad en el distrito de Osmanabad. Hija de un jornalero, y criada en la pobreza, Kamal ha transformado seis hectáreas de terreno a la salida de Hinglajwadi en una granja experimental, y va cada día al trabajo en moto. Depósito de agua, segadora eléctrica, charca de algas para alimentar a sus animales: a esta madre de dos hijos nunca le faltan ideas.
Su último apuesta: la importación desde el estado vecino de Madhya Pradesh de 500 pollos kadaknath, una especie codiciada por su valor nutritivo, a los que alimenta bajo la mirada curiosa de los niños del pueblo. “Ahora yo sigo sus consejos”, dice Kumbhar sonriendo, mirando a su esposa. “Tengo la impresión de que, con mi apoyo, no existe límite a lo que puede hacer”.