Pensar el subdesarrollo desde el género

Lucía Sánchez

Economía, mujeres y feminismo: cifras y propuestas para que las actuales diferencias que se viven en América Latina sean superadas.

Casi tres cuartas partes del mundo habitan en países no desarrollados y el 70 por ciento de la pobreza mundial es femenina o disidente. Existen regiones que concentran un mayor número de países no desarrollados, como América Latina y el Caribe, donde la tasa de pobreza es de aproximadamente 30 por ciento, y África, cuya proporción de gente que vive por debajo de la línea de pobreza, sobre el total de habitantes, es de alrededor de 40 por ciento. Hay que recordar que la tasa de participación laboral formal de las mujeres en América Latina y el Caribe alcanza 49,7 por ciento, en contraposición a la tasa de los varones que logra un 74,6 por ciento. Apenas el 38 por ciento de la riqueza en capital humano de la región es producto de las mujeres.

El caso de Bolivia

Bolivia tiene una población rural del 32,7 por ciento, ubicando dicho porcentaje por encima de otros homogéneos latinoamericanos y solo superado por Paraguay, con el 40 por ciento de los y las habitantes en áreas rurales.

Bolivia tiene el mayor empleo “femenino” rural (71 por ciento) de América del Sur y, junto con Guatemala, es el país con el porcentaje más elevado de niñas y adolescentes menores a 15 años empleadas en la agricultura. También, es la primera nación con mayor número de mujeres y ancianas mayores empleadas en trabajos rurales. En efecto, si la brecha de género es elevada en las urbes (en términos de mercado laboral, el 50 por ciento de las mujeres tiene una participación, mientras que el porcentual de los hombres se eleva hasta el 71 por ciento), en áreas rurales es mucho más acentuada: existencia de elevados índices de analfabetismo (en Bolivia, el 45,8 por ciento de las mujeres en la agricultura no están alfabetizadas), predominio de trabajos temporales y de extensas jornadas laborales, especialmente en las mujeres; reducido cumplimiento de legislaciones; una acentuada diferencia entre mujeres y hombres con ingresos propios (de las mujeres rurales, el 38 por ciento no cuenta con ingresos propios); una participación económicamente activa de las mujeres casi 20 por ciento menor a la de los hombres en las zonas rurales.

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La sexualización del cuidado

Hasta acá, nos centramos en el aspecto “remunerado” y “reconocido como productivo”. ¿Qué sucede en toda la esfera de trabajos no remunerados ni reconocidos como productivos? En promedio, las mujeres y niñas rurales tienen cargas laborales no remuneradas (muchas veces no reconocidas) más elevadas que las mujeres que viven en ciudades. Y es que aquí parece ser poco discutible que los servicios de salud y educación de las zonas rurales son escasos en términos cuantitativos, reducidos en lo que refiere a la cualidad y alejados geográficamente.


El cuidado es el destino primero del tiempo que las mujeres avocan a trabajos no remunerados (eventualmente no reconocidos): el 74 por ciento de las mujeres bolivianas se encargan exclusivamente de las tareas de cuidado y dedican a partir de seis horas diarias a este tipo de trabajos. Los números se agravan en áreas rurales: en relación a la economía mal llamada doméstica, las mujeres rurales son las responsables de las “actividades reproductivas y agrícolas” (cuidado del ganado, corral, post-cosecha, recolección de granos); recorren grandes trayectos en búsqueda de agua y leña; muchas veces, la falta o poco acceso a la electricidad hace que deban invertir más tiempo en tareas “domésticas” (por ejemplo, lavar la ropa).


Por otra parte, con referencias a la economía feminista, se puede hacer mención a las redes de cuidado que aluden a una sucesión de encadenamientos que gestionan las actrices (¿y actores?). Las cadenas globales de cuidado, entonces, suponen una doble crisis: la crisis del país que demanda aumento de los cuidados -que inherentemente significa inmigraciones- y la crisis del país que oferta dicho cuidado -emigración-. Es acá donde se entrelazan las teorías del desarrollo y la economía del cuidado: las mujeres que migran a suplir las insuficiencias del cuidado de países desarrollados son originarias de países subdesarrollados. Si bien las responsabilidades de cuidado quedan derivadas en otras mujeres o miembros ancianxs de la familia, la realidad es que las y los principales receptores del cuidado de los países de origen quedan desprotegidos. En el caso de Bolivia, del total de las mujeres bolivianas que migran, el 63,3 por ciento se encuentra en el país de destino en el servicio doméstico y/o trabajo familiar.

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Una propuesta para reducir la brecha de género y garantizar una alta calidad de vida en los países de origen es invertir el análisis de los cuidados. En el caso específico del Estado Plurinacional de Bolivia, la misma Constitución establece a la familia como destinataria de la protección del Estado y es, entonces, donde surgen dos cuestiones interesantes: en Bolivia, existe una fuerte impronta a “la familia tipo” (jefe de hogar masculino, cónyuge de sexo femenino e hijas e hijos); y, con indiscutidos avances, aún se ejecutan políticas de transferencias donde las mujeres son “receptoras” y deben rendir cuentas relacionadas a la maternidad, donde se evidencia una clara asignación de “roles”. Algunas de las propuestas de la CEPAL para disminuir la brecha de género, desplazar la idealización de familia re-productora y colaborar en una libertad más plena de las mujeres, son reforzar el pago de pensiones alimentarias, equiparar la tenencia de hijas e hijos entre madres y padres, establecer licencias por maternidad y paternidad, y por enfermedad de hijas e hijos, realizar estadísticas con perspectiva de género (estadísticas desagregadas por sexo e indicadores de género).

Se entiende que la existencia de países subdesarrollados es la garantía de existencia de los países desarrollados. Esto implica que la existencia de países subdesarrollados con necesidades fuertemente económicas permite satisfacer las necesidades sociales de los países desarrollados. O lo que es lo mismo: las cadenas globales de cuidado solo pueden verse sostenidas por polos económicos opuestos. Mucho se ha esbozado sobre cómo mantener la inflación en índices “moderados”, aumentar el PBI o estabilizar la balanza comercial, pero es, tal vez, hora y momento de pensar un modelo económico viable, cuyo foco sea la sostenibilidad de la vida.

 

Publicado originalmente en La tinta

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