foto: José Raúl Concepción / Cubadebate
A Elina no la dejaron ir lejos de casa. La menor de la familia Hernández Galarraga quería tener las montañas por trinchera, ir “a la lucha armada con lápices y cartillas”. Un año antes, los barbudos habían bajado y la joven de 12 años soñaba con hacer sus propias proezas, “allí donde las nubes casi se tocan con las manos”, me dice.
No es necesario subir lomas para hacer historia y creo que ella lo sabe, aunque con osada humildad diga: “Mi experiencia fue distinta. Quien alfabetizó en el campo, quien tuvo el privilegio de vivir esa oportunidad, aprendió y cumplió, pese a las necesidades y estar fuera de su casa, comparado con lo que hoy puedo contarte, no tiene el mismo mérito”.
Sin embargo, “por llanos y montañas el brigadista” iba, porque no solo en las zonas rurales los gobiernos de turno habían dejado crecer la ignorancia. “El Jefe” –como ella le llama–, visionario y profeta desde el primer año de la Revolución, asignó la tarea: “liquidar el analfabetismo en todo el país” y la batalla se libró en el campo, pero también en la ciudad, convirtiendo a la Isla en una infinita escuela.
Tú vas a alfabetizar
Elina Hernández Galarraga aún conserva su voz de niña, dulce y cercana: “Fue una etapa preciosa. Estaba en secundaria básica, tenía 12 años y vivíamos ese fervor de los cambios que trajo la Revolución y vino el llamado, a todos los que estábamos estudiando y a todo el pueblo, y me sumé a la Campaña de Alfabetización.
“Vivía en Cárdenas y enseguida planteé a mis padres el deseo de incorporarme a las brigadas Conrado Benítez y por mucho que lloré, mi mamá me dijo que no, que era muy pequeña para ir. Entonces mi padre, Julio Hernández, me dijo: ‘Yo te voy a acompañar a buscar personas iletradas, vamos a incorporarnos al censo de analfabetos de Cárdenas, no te preocupes que tú vas a alfabetizar’. Y comenzamos a caminar por barrios que nunca había conocido. Le agradezco tanto que me ayudara a conocer a personas que desconocían tanto, que no sabían que había más allá de Cárdenas, pero de las cuales aprendí muchísimo”, asegura la alfabetizadora, 55 años después.
Su padre, negro y constructor, hizo hasta lo imposible por garantizarle la instrucción a sus tres hijos, “no quería que nosotros pasáramos tanto trabajo como él”, me dice esta señora, cuyas manos me recuerdan a las que un día me enseñaron a escribir.
En Campaña…
Elina fue una de los 121 mil alfabetizadores populares que se incorporaron a la primera movilización popular que hizo de Cuba un país más libre. “Primero, nos dieron seminarios, porque para enseñar había que seguir una metodología, no podíamos ir a improvisar. Nos entregaron el manual Alfabeticemos, donde venían las instrucciones para el manejo de la cartilla Venceremos, la que tenían que llevar los alfabetizados”, cuenta.
La niña de 12 años estaba llena de entusiasmo, sin embargo, contraer el compromiso de enseñar a leer y escribir le provocó “un cosquilleo, un miedo que tuve que superar. Siempre me gustó ser maestra pero tenía temores, porque tenía que enseñar a personas mayores que yo, pero era tan bonito. Sentíamos que estábamos cumpliendo un llamado de la Revolución. Entonces uno sentía la necesidad de dar el paso”.
La luz de la enseñanza
Llegó el primer día de clases y la casa de Elina estaba lista para ser templo de una obra de amor y buenas razones. “Recuerdo que fue después de Girón, preparamos las condiciones. Tenía mi espacio, nadie nos molestaba, aquellas horas eran sagradas”, rememora.
Aquella mañana, la muchacha de Cárdenas recibió, con el mejor vestidito, a sus tres alumnos y el hogar fue aula: “Estaba muy nerviosa, tenía miedo de que las cosas no me salieran bien”.
Elina no recuerda muchos detalles de aquella jornada, pero puede caracterizar minuciosamente, sin que la memoria se agobie, a cada uno de sus alumnos: “Uno era un joven de 18 años, Reinaldo García, despierto, que tenía más posibilidades de formarse, porque había podido ir en algunas ocasiones a clases. Con él me fue más fácil, porque asimilaba mejor los contenidos y aprendió más rápido.
“El otro fue un caso del cual nunca me olvidaré, un señor de 60 años, Pascasio se llamaba, negro acostumbrado al trabajo rudo. No quería alfabetizarse, pero mi papá lo comprometió, le dijo que tenía que alfabetizarse para ayudar a su hija, él vino solo para ayudar a la hija del amigo, mi papá.
“A veces teníamos que ir a buscarlo, porque faltaba a clases y decía que no podía, que era muy bruto. Las manos las tenía muy callosas, curtidas por el trabajo, tuve que enseñarle a agarrar un lápiz, se le partía la punta, pero aprendió. No te puedo decir que leía fluidamente, lo hacía con trabajo, pero poco a poco se fue acostumbrando, hasta que logró hacerle la carta a Fidel, que era el símbolo de que había aprendido a leer y escribir.
“La tercera, Natalia, era una señora que vivía cerca de mi casa, que lavaba y planchaba para la calle, con ella tenía más confianza, porque me conocía desde que nací”, cuenta esta alfabetizadora popular con el cariño y la pasión de quien atesora en su corazón un pedacito de cada uno de sus educandos.
La hija de Edilia y Julio hizo realidad el sueño, atrás quedaron los temores que dieron paso al júbilo y la recompensa del deber cumplido: “Tenía miedo que se acabara la campaña y que mis alumnos no lograran hacerle la carta a Fidel, me llevó hasta el mes de noviembre.
“Había como una emulación, todos estaban pendiente, ya en Melena del Sur se había izado la bandera –el primer municipio en declararse libre de analfabetismo–, y todos queríamos hacerlo. Finalmente fue un tío mío quien izó la bandera en Cárdenas, eso fue un día de mucha alegría”, asegura quien tuvo la generosidad de dedicarse a instruir a otros, en una etapa de la vida donde no alcanza el tiempo para aprender.
Aquí vive una alfabetizadora
Ocho meses después de la victoria de Girón, el 22 de diciembre de 1961, Cuba se proclama Territorio Libre de Analfabetismo. Jóvenes, obreros, maestros, dirigentes, educadores, alfabetizadores todos, instruyeron a 707 mil cubanos. Fidel estaba en la Plaza José Martí y les dijo:
Ningún momento más solemne y emocionante, ningún instante de legítimo orgullo y de gloria, como este en que cuatro siglos y medio de ignorancia han sido derrumbados.
Elina recapitula aquel día al que tantas veces ha regresado: “El 22 de diciembre vi a Fidel por la televisión. Toda la familia estaba reunida, era un acontecimiento. Había mucha euforia, alegría, fervor revolucionario. La Plaza comenzaba a ser un símbolo y cuando llegaban los alfabetizadores se abrazaban. A nosotros ese día nos pusieron en la casa una placa que decía: ‘Aquí vive una alfabetizadora’. Estaba muy orgullosa, oronda”.
Y se hizo Maestra
La joven alfabetizadora salió un día de Cárdenas y vino a La Habana: “Tenía ese bichito por dentro, siempre quise ser maestra, por lo tanto terminé mi preuniversitario y ya en el año 1966, con 18 años, vine y me hice maestra en el Varona. Estudié allí mi carrera y me quedé trabajando en el centro. Siento que el Pedagógico ha sido mi casa, me ha dado la satisfacción de ser maestra. Me jubilé en el año 2009, pero sigo vinculada con mi centro”.
Elina Hernández fue Decana de la Facultad de Educación Artística y responsable de la Dirección de Televisión Educacional de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona. Después de Pascasio, Natalia y Reinaldo, esta educadora formó a miles de jóvenes que hoy instruyen a otras generaciones.
“El magisterio tiene eso que tú sigues aprendiendo y aprendiendo. La carrera es muy linda, pero fue la alfabetización la que me reforzó la vocación, porque es una carrera sacrificada, y no te creas, la alfabetización también fue dura para mí, porque Pascasio no aprendía y lloré mucho”, dice la Maestra mientras dibuja una sonrisa en su rostro.
Dianet Doimeadios Guerrero: Graduada de Periodismo en la Universidad de Oriente / Cubadebate
Texto publicado en Cubadebate en el marco de los 55 años de la Campaña Alfabetizadora de 1961