Foto: La violencia es el tema que más motiva al escritor Hervé Le Corre. Lo trabaja mediante novelas policiacas que le permiten explorar sus orígenes, desarrollo, manifestaciones y consecuencias. ‘Después de la guerra’ se sitúa en una ciudad de Burdeos que aún sufre la resaca de la Segunda Guerra Mundial transcurrida una década desde su conclusión.
Suena raro escucharlo en boca de un escritor y profesor de Literatura en la universidad, pero tiene cierto sentido. Las novelas no sirven de nada, dice Hervé Le Corre (Burdeos, 1955) al ser preguntado por la utilidad de la ficción literaria a la hora de desvelar y dejar al descubierto los mecanismos que permiten la perpetuación de la violencia, en todas sus variantes, por parte del poder. Él asume que su respuesta es pesimista y también duda de que la literatura pueda ser un instrumento efectivo para la toma de conciencia.
En las páginas de su novela Después de la guerra, traducida ahora por Reservoir Books en la serie Roja & Negra, Le Corre toma fotos de Burdeos en los años 50 para narrar una historia en la que la violencia y el poder se entrecruzan en la ciudad, la comisaría, la casa y el campo de batalla. La guerra es siempre la guerra, la policía siempre está del lado de quien manda y nunca se cuestiona sus métodos, afirma el autor para explicar que, en el fondo, su intención era escribir un relato universal, más allá de la concreción local y temporal en la que lo sitúa.
El comisario de la Policía Judicial de Burdeos Albert Darlac, un fascista violento dentro y fuera de su jornada de trabajo; Daniel, un joven aprendiz de mecánico llamado a filas contra su voluntad para combatir en Argelia; y André Vaillant, un enigmático motorista que persigue venganza, son los tres personajes que protagonizan Después de la guerra. Un trío de viejas masculinidades con el que Le Corre ejemplifica la destrucción física y mental ocasionada por el ejercicio de la violencia.
Después de la guerra se publica ahora en España. ¿Es raro volver a hablar de un libro publicado originalmente en 2014?
Sí, es raro (risas). Siguen siendo temas muy candentes para mí. Evocar el Holocausto, la ocupación alemana en Francia, mencionar la guerra de Argelia,… son temas históricos que me interesan, me apasionan, me cuestionan y me impresionan.
¿Hasta qué punto hablar de una obra, hacer entrevistas, comentar, es parte del trabajo del escritor, algo que completa lo que es el escribir?
Es una pregunta que siempre me hago. Tengo la impresión de que el libro debería bastarse a sí mismo y que quien lo lee debería satisfacerse del libro y configurar su propia opinión solo y exclusivamente a partir del contenido literario del libro. Sin embargo, vivimos en una sociedad mediatizada y un autor se siente un poco obligado, por los servicios de prensa, por los editores, a hacer lo que llamamos un servicio postventa, es decir, acompañar la salida del libro. Pero idealmente debería existir solo el libro y el autor debería mantenerse al margen. A veces es excesivo el tema de la promoción. Hay autores que hacen realmente giras de promoción que son una locura, con centenares de fechas en librerías, y a mí eso me parece excesivo.
¿Qué aporta a la lectura de un libro el hecho de que su autor ofrezca sus opiniones?
Lo que aporta es un intento de explicar sus intenciones en el momento en que empieza a escribir el libro, cuál era su proyecto literario, qué personajes tenía en mente,… Y poner todo esto en perspectiva con el resultado. Se pueden tener muy buenas ideas al inicio, pero la escritura puede modificarlo y acabar arrojando un resultado distinto. Entre el punto a, la concepción del libro, y el b, el resultado, puede haber diferencias. Las buenas intenciones no acaban en una buena novela.
¿Cómo ves hoy este libro, Después de la guerra?
Para mí es un libro importante. Trata de temas que me preocupan desde hace tiempo, temas históricos que siempre me han implicado. Convertirlo en una novela que espero sea coherente, interesante, con suficiente profundidad, que no sea caricaturesca,… Haber conseguido realmente hacer un buen libro encaja con lo que quiero hacer. No clasifico mis libros en un ranking, pero este fue importante para mí. En Francia funcionó muy bien.
En el libro hay una advertencia de que los personajes son producto de la imaginación del autor y que cualquier parecido con personas vivas o muertas es una coincidencia. ¿Por qué hay que seguir haciendo explícito esto, no es algo obvio?
No, no es evidente en absoluto. En Francia, como supongo que también en España, hay leyes que prohíben que se utilice a personas vivas en una ficción sin su consentimiento. El personaje del policía, concretamente, lo fabriqué a partir de ejemplos que existieron y como es un personaje que, en ciertos aspectos, se podría llegar a reconocer a la persona real, un policía de Burdeos en los años 50, preferí protegerme a nivel jurídico con esta advertencia.
Estos temas como la ocupación alemana, la colaboración con los nazis o la guerra de Argelia no están cerrados ni apagados en Francia. Conllevan polémica, confrontación, son temas complicados. Lo hemos visto estos días con una de las últimas decisiones del presidente francés que ha provocado polémica en Argelia.
¿No debería estar ya capacitada la sociedad para asumir que el marco de la novela es un marco de ficción?
Creo que no lo está. Muchos lectores buscan en una novela ecos directos de la realidad, buscan reconocer, no solo leer, elementos que podrían identificar, a los que podrían aferrarse. Hay muchos lectores que se enfrentan así a las novelas, a la ficción histórica. Las leen como un documento en el que hay que discernir lo que es verdad y lo que no lo es y también verificar si el autor no está contando tonterías.
¿Escribir ficción es recordar lo que nunca pasó?
Es inventar cosas que no han existido en realidad… (duda) Es inventar personajes que nunca han existido pero que, sin embargo, son composiciones realizadas a partir de la verdad. Cuando escribes una novela realista o naturalista, la realidad se impone. Y es a partir de esa realidad que yo fabrico la ficción. Es como un escultor que trabaja a partir de una masa, un metal, una piedra… La piedra está ahí, existirá siempre, pero es él quien la conforma a su manera, en función de lo que quiere contar. Se establece un compromiso entre el trabajo artístico y la realidad bruta.
¿Qué historia quisiste contar en Después de la guerra?
Diversas historias. La de un joven que se va a la guerra de Argelia sin querer ir y que, sin embargo, al final va a encontrar un gusto, entre comillas, un cierto bienestar con el uso de las armas porque se convierte en tirador de élite. También quería contar la historia de un superviviente de los campos de la muerte en Auschwitz. Y también contar cómo la policía francesa participó en la deportación de los resistentes. Diría que estos son los tres ejes narrativos, tres historias distintas que intento hacer converger porque hay vínculos de amistad, y por los hechos, entre los personajes. Es lo que he intentado hacer, que personajes de ficción entren en la realidad tal como la tengo en mente, y que en función de esa realidad actúen y reaccionen.
¿Hasta qué punto son historias universales, que podrían estar ambientadas en el presente y no a mediados de los años 50?
Espero realmente que este libro se pueda leer más allá de la historia que cuenta de forma estricta, más allá de su marco histórico estricto. Creo que puede ser universal en la medida en que la guerra es siempre la guerra, se vive de la misma manera, con los mismos excesos, con los mismos elementos de opresión y de represión. Aquí hablamos de una guerra de independencia en Argelia, una guerra de represión militar que llevan a cabo los franceses.
Es universal también en la medida en que la policía, diga lo que diga, siempre ha estado del lado del poder, del más fuerte, y nunca se ha cuestionado sus propios métodos. Para la policía, el fin siempre ha justificado los medios, cuando la policía está a las órdenes del poder. Y deportará a los judíos cuando se le pide que deporte judíos, matará argelinos sin problema cuando se manifiestan en octubre de 1961. Y hoy reprimirá radicalmente manifestaciones en Francia, o en cualquier lugar.
Por lo que respecta al Holocausto, nos damos cuenta de que pensábamos que esto no se repetiría, pero continúa: sigue habiendo campos de concentración, se mantiene la idea de deshumanizar mediante la represión,… El Holocausto no ha sido una lección, desde entonces ha habido grandes masacres, exterminios —estoy pensando en Ruanda, por ejemplo—, y me temo que seguirá habiendo.
¿Hasta qué punto la novela, como género literario, puede servir para desmontar esos engranajes que permiten la brutalidad policial, la brutalidad del poder?
Voy a dar una respuesta un tanto pesimista. Creo que las novelas no sirven de nada, francamente. Las novelas tienen un papel de civilización en la medida en que plantean preguntas a los lectores, más que aportar respuestas. Aportan preguntas y podemos esperar que el lector se acabe planteando las buenas preguntas y que por sí mismo llegue a fabricar las respuestas que ayudarán a un mejor equilibrio social, a una justicia social. Pero las novelas son muy limitadas. No tengo ni ejemplos que pueda darte de novelas que tengan una utilidad clara. Los miserables de Víctor Hugo fue considerada en su época un retrato fantástico de la población francesa en 1830, pero creo que la novela es algo íntimo, intelectualmente íntimo. Cada obra literaria es una pequeña piedra que se añade a la humanización de las personas, pero no creo que funcione con respecto a la toma de conciencia.
Hablando del contexto espacial y temporal de tus libros, Bajo las llamas (Reservoir Books, 2020), una novela posterior a Después de la guerra, está ambientada en la Comuna de París en 1871. ¿Es un decorado en esa novela?
No, no. La Comuna de París es un acontecimiento global, civil, la única guerra civil que ha conocido Francia. Quería imaginar esta historia que se desarrollaba durante la Comuna, no podría haber situado la novela en otro lugar o momento. Fueron aquellos 72 días en París. No me impido situar otras intrigas en otros lugares pero en este caso la historia era la propia Comuna. Tenía esa limitación de tiempo. Fue un momento muy interesante, sobre todo los últimos diez días cuando la Comuna fue derrotada pero la gente siguió luchando con valor y desesperanza.
¿Podrías contar lo que cuentas en las novelas utilizando otros géneros literarios más allá de la novela negra o la ficción histórica?
Sí. Utilizo el género policiaco porque me parece más fácil. Lo primero que me interesa es la violencia, cómo se exprime y se manifiesta bajo todas sus formas, también la violencia simbólica, la injusticia… La novela policiaca trata de esa violencia, sus orígenes, consecuencias, desarrollo, pero es verdad que tengo ganas de escribir una novela que no sea para nada policiaca sino polifónica, coral. Estoy pensando en Amores perros de Guillermo Arriaga, me encantaría trabajar en ese tipo de construcción. Ahora estoy escribiendo una especie de western, una historia de persecución y de venganza.
¿Has recibido propuestas para llevar al cine tus novelas?
Tengo una propuesta respecto al último libro publicado, Traverser la nuit, pero es difícil. Los productores no quieren dar mucho dinero, dudan, y con la epidemia el cine francés está pasando por momentos de dificultad. No sé si se concretará. Me encantaría haber visto Después de la guerra adaptada en una serie de televisión, creo que es una historia potente que se puede contar en capítulos. Pero creo que sería demasiado caro y ahora mismo lo que se quiere son películas baratas, con pocos personajes y actores muy conocidos que puedan garantizar una cierta rentabilidad.
Después de la guerra ganó varios premios en Francia. ¿Qué son los premios literarios, más allá de una parte más de ese engranaje promocional del que hablábamos antes?
Es algo que te complace, te satisface y muestra que igual no te has equivocado demasiado, que has trabajado bien. Respecto a la promoción del libro, no sirve mucho. Recibir un premio es realmente el placer que obtienes por ese reconocimiento, nada más.
Publicado originalmente en Desde Abajo