Tepoztlán, Morelos | Desinformémonos. Su casa se llenó de flores, velas y consignas. “¡Osbelia Vive!”, gritaron, entre sollozos, durante la misa de cuerpo presente celebrada por el padre Alfonso Leija Salas, acompañante de las causas justas de los pueblos. A los 85 años, dormida, encontró la muerte a Osbelia Quiroz González, luchadora hasta el último suspiro, defensora del territorio y la naturaleza, maestra de decenas de generaciones de su natal Tepoztlán.
“La vimos desfilar y caminar con la fortaleza del corazón joven. ¿De dónde sale esa energía, ese querer buscar justicia para su pueblo?”, se pregunta el padre Alfonso durante la homilía. Y se responde: “Osbelia era una compañera de lucha, no de resignación ni de estar sentada. Era una persona que se levantaba con sus pies cansados y la veíamos caminar y desfilar, protestar, levantar la voz y no quedarse callada. En la lucha contra la ampliación de la carretera ella agarraba su cartel, lo levantaba y decía «No». La defensa de la naturaleza era parte de su compromiso”.
La maestra Osbelia, integrante del Concejo Indígena de Gobierno (CIG) que acompañó a María de Jesús Patricio en la búsqueda de la primera candidatura indígena a la presidencia, fue parte de las luchas de por lo menos los últimos 60 años de Tepoztlán. Luchó en la emblemática batalla contra la construcción de un campo de golf y desde hace doce años contra la ampliación de la carretera La Pera-Cuautla, que destruiría la flora y fauna a su paso.
“Cuando una persona quiere destruir la naturaleza, por supuesto que tenemos la obligación, tenemos el mandamiento de luchar contra quien sea por preservar la naturaleza. Ella nunca se rindió, sintió constantemente la lucha y el trabajo colectivo”, resume el padre en la misma homenaje de cuerpo presente, donde ella luce tranquila, en paz, ataviada con su blusa azul floreada que usaba en ocasiones especiales. La gente del pueblo la acompaña. Sus hijas, hijos y nietas no se de despegan. A pesar de su edad, no se esperaban su muerte, pues hace apenas unas semanas caminaba por el pueblo como si nada. “Estoy lista para lo que sigue”, dijo a esta reportera apenas en diciembre pasado.
Un pedazo de tronco esculpido con un puño en alto está en la puerta de su casa. Es parte de uno de los tres mil árboles que talaron el 20 de mayo de 2017 para la ampliación de la carretera. “Fue un crimen ambiental para el que no tienen permiso”, explicaba Osbelia. La autopista, decía “es totalmente ilegal divide a nuestro pueblo, atraviesa nuestros lugares sagrados y arremete contra el medio ambiente”.
“No tengo miedo a la represión”, dijo en la entrevista contenida en el libro Flores en el desierto. “Si me encarcelan, ahí puedo estar, y si tengo la oportunidad de seguir leyendo, leeré lo que han hecho nuestros antepasados, lo que por derecho nos corresponde: nuestro territorio… No hay descanso, y menos tiempo”.
Osbelia muere dos días antes del Día Internacional de la Mujer. Un ramo de flores rojas y un moño violeta fue colocado junto a su nombre en las murallas que protegen el Palacio Nacional. A continuación compartimos su pensamiento (también contenido en Flores en el desierto) sobre la importancia de la lucha de las mujeres:
En esa lucha, como en todas las que ha librado Tepoztlán, la participación de las mujeres ha sido vital. “Las mujeres nos estamos abriendo el paso, y estamos ocupando el primer lugar, pero no descartamos el lugar de los hombres”, afirma la maestra, quien está convencida de que “ellos van a ir a los lados, nuestros jóvenes y nuestros niños, porque la lucha ya es de todos”. Los hombres, continúa, “ya estuvieron en el poder e hicieron mal su trabajo, abusaron, es hora de que entiendan, que reflexionen que es tiempo de la participación de la mujer, de querer a nuestra Madre Tierra”.
Las mujeres, dice Osbelia con su experiencia, “sabemos cuál es el temor, sabemos controlar el miedo”. Por eso, insiste, “ya es tiempo de que participemos bien, pues en la lucha política somos un punto clave porque no nos dejamos engañar y actuamos con honestidad. Ya hemos convencido a nuestros compañeros, nuestros hijos, nuestros hermanos, de que participemos las mujeres. Es hora de que nos unamos, que se acabe ese machismo y el patriarcado. Que ellos ayuden en la cocina, mientras las mujeres salimos al frente. Tenemos que distribuir bien nuestros tiempos”.
En estos tiempos, reflexiona esta mujer octagenaria, “se necesita la fuerza de la inteligencia y su fortaleza”, sin descartar al hombre “pero sin que nos descarte a nosotras”. Ella era fuerte desde niña. Todo le ha costado y todo se lo ha ganado. La palabra es lo suyo, platicadora era desde pequeña, cuando caminaba descalza por el rancho de sus abuelos, en Tecmilco. Los huaraches se los puso por primera vez a los siete años, cuando la inscribieron en el primer año de primaria.