Foto: Antigua estación del tren en Izamal (Haizel de la Cruz)
Hay quienes quieren comparar al presidente López Obrador con Luis Echeverría, pero considero que aún hay grandes diferencias entre ellos. Para empezar, Echeverría es (pues aún vive) un asesino serial y masivo, un monstruo humano, y AMLO —para nuestra buena fortuna— dista mucho de serlo. Sin embargo, como presidente mexicano el Sr. López tiene el potencial de ser un agente de destrucción masiva, y hacia allá está apuntando.
Hay también quienes hoy consideran, con razonamientos capitalistas decimonónicos, que el ferrocarril es sinónimo de progreso y desarrollo, pero olvidan los enormes desastres sociales y ambientales que acarreó la expansión de los trenes a partir de la segunda mitad del siglo XIX: en Estados Unidos significó el casi exterminio de los pueblos originarios, así como la casi extinción del bisonte americano y de bosques y praderas, con todos los desbarajustes ecológicos y sociales que se manifestaron algunos años después, cuando en la década de 1930 el medio oeste norteamericano se erosionó brutalmente, originándose enormes tormentas de polvo que provocaron una emigración masiva de agricultores empobrecidos y sin futuro hacia las ciudades.
En México, el dictador Porfirio Díaz promovió el ferrocarril con todas sus ganas y toda la ambición de sus cómplices, abriéndole la puerta a voraces compañías extranjeras (principalmente británicas) y agudizando y llevando a su máxima expresión la esclavitud y el saqueo de tierras y riquezas de los pueblos originarios, lo que finalmente desembocó en la Revolución Mexicana (“¡Tierra y Libertad!”), una de las guerras civiles más sangrientas de todos los tiempos.
En el Yucatán porfiriano, el tren se usó no sólo con fines económicos y de saqueo de riquezas naturales, sino también con objetivos militares: el tendido de las vías del ferrocarril (usando mano esclava) hacia Peto y Noh Kah Santa Cruz Balam Nah (hoy Felipe Carrillo Puerto) significó el fin del territorio maya autónomo (que había sido ganado a sangre y fuego durante la llamada “guerra de castas”, 1847-1902), y su consecuente conversión (a manera de botín de guerra de los militares) en el “territorio federal” de Quintana Roo.
Así pues, lo que para las clases privilegiadas en todo el mundo fue una herramienta de “progreso y desarrollo”, para los pueblos originarios y para la ecología mundial fue una auténtica maldición.
Por otro lado, volviendo a la comparación entre el Sr. López y el asesino Echeverría, a éste no sólo se le recuerda por sus cobardes e inhumanas masacres, sino también por su “genial idea” de hacer un polo de turismo masivo “totalmente planificado” en el Caribe mexicano, que hoy se ha convertido en otra de las monstruosas caras del ex presidente: Cancún, paradigma de lo peor que le puede suceder a un desarrollo urbano, plagado de crímenes, de demonios (como los nombrara la valiente periodista Lydia Cacho), de miseria, de desastres ecológicos y de turismo drogadicto y vicioso. Pero recordemos quién fue el encargado de “crear” Cancún: ni más ni menos que FONATUR, el mismo que, sin cambiar de nombre ni de intenciones, pretende hoy vendernos las mismas mentiras, estupideces y simulaciones con su mal llamado “Tren Maya”.
EL FONATUR del presidente López Obrador se parece muchísimo (empezando por su director, Rogelio Jiménez Pons) al FONATUR del sicópata Luis Echeverría, pero con el agravante de que se trae entre manos un proyecto con el potencial de convertirse en algo mucho más grotesco que Cancún, pues entre los planes del “Tren Maya” está el de crear varios “polos de desarrollo turístico”, es decir, varios Cancunes. Y para acabarla de fregar, se quiere implementar en una Península de Yucatán donde desde hace varios años se está dando un proceso de saqueo del territorio maya por parte de megaproyectos (eólicos, solares, porcinos, cerveceros, de bienes raíces y demás) que el gobierno de López Obrador aún está muy (muy) lejos de poder revertir. Al contrario, el proyecto de “Tren Maya” (que es más bien el “Tren de AMLO”) está significando una aceleración y empeoramiento de dicho saqueo territorial, pues los ladrones de tierras cuentan con multitud de cómplices gubernamentales (que aún ejercen en total impunidad) y con todo un esquema de simulaciones legaloides que hasta el momento les sigue funcionando.
En resumen: tal vez el Sr. López Obrador no sea el tipo de presidente que fue Luis Echeverría, pero tiene el potencial (y hacia allá está apuntando) de ponerse a su altura como promotor de desastres sociales y ecológicos que marcarían época. (JCFM, Jo’, Yucatán, 10 de diciembre de 2019)