En pleno desierto de Chihuahua, yace Juárez, ciudad azotada no sólo por la histórica presencia de cárteles y narcotráfico, sino por la corrupta maquinaria del Estado que protege a los poderosos, a las multinacionales, a las grandes familias.
Aquí, en Juárez, lo único verdaderamente claro y real es la impunidad gestada desde el ficticio estado de derecho que parece haberse apoderado de cada rincón de la urbe hace ya más de dos décadas.
Desde entonces, son más de 500 las mujeres, en su gran mayoría de origen humilde, que han sido asesinadas y cuyos cuerpos fueron encontrados con signos de tortura y violación. A ellas se suman las muchas otras que fueron declaradas como desaparecidas y cuyos casos han sido olvidados. ¿La razón? Ser pobres, ser trabajadoras de la maquila, ser nadie.
Más aún, desde la llegada de los militares a Ciudad Juárez para emprender la supuesta “guerra contra el narcotráfico” promovida por el gobierno federal, un promedio de diez víctimas por día mueren en las calles de la metrópoli, muchas veces, a plena luz del día.
Los jóvenes no son inmunes a la terrible violencia que impunemente se ha adueñado de este lugar. A finales de enero pasado, en el Fraccionamiento Villas de Salvárcar, 16 estudiantes fueron asesinados durante una fiesta y el jefe del ejecutivo, Felipe Calderón Hinojosa, minimizó el hecho refiriéndose a ello como “un pleito entre pandillas”.
Eduardo Correa Senior, catedrático de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y experto en derechos humanos, advierte que en México, y específicamente en Ciudad Juárez, se vive un fenómeno de criminalización a la sociedad en su conjunto, el cual justifica la violencia y el asesinato
Y es que, vivir en Ciudad Juárez es razón suficiente para ser criminalizado. Cualquiera que camine por sus vías y avenidas – repletas día y noche de militares y efectivos de la Policía Federal Preventiva – es sospechoso de traficar armas o distribuir droga y ser joven, no hace más que aumentar ese estigma de delincuente, sobre todo en un lugar donde la falta de oportunidades ha orillado a muchos menores a dejar la escuela y donde encontrar trabajo es una tarea complicadísima.
Sin duda, la compleja problemática de la desocupación juvenil no tiene solamente una causa, pero Beatriz Lozoya, psicóloga social que trabajó en el Departamento de Orientación y Bienestar Estudiantil de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, señala que muchas veces los jóvenes desertan por falta de recursos económicos. “La universidad de Juárez es una de las universidades públicas más costosas del país (…) Te cuesta mínimo 3500 pesos el semestre y muchos de los estudiantes no pueden pagar esa cantidad”, explica.
Tavo, Mikey, Elías y Carlos (Leches) conocen bien la discriminación de la que son víctimas por el hecho de no tener muchos años cumplidos y no trabajar, ni ir a la escuela. Pero junto con otros chavos de su colonia han formando el grupo de pintura Jóvenes y filantropía, con el cual buscan ocupar su tiempo, explotar su creatividad, ganar el reconocimiento de la gente y porqué no, quizá hasta encontrar una forma de ganarse el sustento.
Erick Orozco, psicólogo juarense y uno lo de los coordinadores del grupo cuenta: “Conocí a los chavos en noviembre del 2008 durante un proyecto de apropiación de espacios públicos que consistía en reunir diez grupos con la intención de pintar murales en la zona del Arroyo del Indio. Algunos de los grupos se han desintegrado, pero los chavos que quedan están muy interesados y, siendo perseverantes, han logrado darle continuidad al proyecto.”
Explica Erick que iniciaron con un taller de técnicas de graffiti al cual siguió un proyecto de serigrafía, con la intención de organizar a los chavos de manera autogestiva para que después pudieran tener un empleo.
Empezaron de cero, utilizando equipo prestado y un manual donado por chavos de otro colectivo. “Yo tampoco sabía mucho de serigrafía –reconoce Erick –fuimos aprendiendo juntos y sobre la marcha.” Después, la asociación Ciudadanos Comprometidos con la Paz (COMPAZ) los apoyó económicamente para que pudieran comprar material y seguir trabajando.
Los primeros murales se pintaron con chavos de diversos grupos; es decir, se pudo integrar al proyecto a metaleros, skatos o patinetos y cholos, que por lo regular no se llevan entre sí. De esta manera se logró, no sólo el reconocimiento de la comunidad al trabajo artístico de los jóvenes, sino el reconocimiento al interior de los propios grupos. Ahora los patinetos pueden patinar a gusto porque conocen a los otros. Los jóvenes han aprendido a reconocer las capacidades y habilidades que comparten.
“A mí me gusta pintar angelitos y caricaturas de mí mismo”, cuenta Leches, quien con dieciséis años es el más joven del grupo y el único que asiste a la escuela y continúa: “Quiero que sepan que soy un niño bueno, estudioso y trabajador.” A Mikey, por otro lado, le gusta pintar hongos; no sabe exactamente por qué, “me llaman la atención”, dice.
En la segunda etapa del proyecto, la Fundación del Empresariado Chihuahuense (FECHAC), junto con el consulado de Estado Unidos, invitó al grupo de jóvenes a participar en otro proyecto de murales. La artista plástica Michelle Ortiz y la poeta Julia López les impartieron también algunas clases.
Sin embargo – aclara Erick – cuando los chavos participaron con esta fundación, les permitieron únicamente expresarse a medias. El mural que hicieron fue guiado: la temática fue propuesta por la institución.
“Nos dijeron qué hacer, qué pintar. No dejaron que pintáramos lo que queríamos. Escogimos el tema de la corrupción para pintar un mural, pero nos dijeron que no porque es una anti-valor y tuvimos que hacer otra cosa”, afirman los chavos del grupo.
En busca de mayor libertad de expresión y autonomía, se han alejado de la fundación y en sus nuevos proyectos participan directamente como creadores. Se les ha dotado de material y recursos técnicos para el diseño, y a nivel individual ha habido cambios notables en los chavos. Tiene más confianza en sí mismos, pues al principio eran muy tímidos.
Al respecto comenta Erick: “A los chavos históricamente se les han limitado los medios de expresión y cuando se les da la oportunidad de expresarse, no saben ni por dónde empezar. Es algo impactante para ellos. Tavo, por ejemplo, en su primera participación se mostró muy cohibido a pesar de ser el que más bocetos tenía; ahora él es quien sostiene el proyecto, el que gestiona que se den las cosas, el que mueve a los demás.”
Dice Tavo: “Estamos trabajando en un boceto para un mural que simbolice la unión, porque estar unidos es lo que necesitamos en esta ciudad.”
Los chavos del grupo de pintura, tuvieron también una mala experiencia con la Policía Federal. Cuenta Erick: “Los talleres de graffiti se daban al aire libre, y de ahí cada quien regresaba a su casa, llevando consigo latas y material para hacer stencil. En una ocasión al salir del taller, los chavos fueron interceptados por federales. Los detuvieron y los llevaron a una zona despoblada. Los torturaron y trataron de involucrarlos en delitos como asaltos a tiendas e incluso asesinatos. A uno de ello le pusieron una bolsa en la cabeza y lo golpearon varias veces en el abdomen, querían que declarara haber cometido algún delito.”
“Dijeron que olíamos a mota. Nos llevaron a un túnel, nos golpearon hasta que quisieron y luego nos rayaron la espalda; nos quitaron dinero, celulares, los tenis. A uno trataron de ahogarlo con una bolsa y le pegaron con un pedazo de llanta (…) ¡No somos ladrones, son mentiras lo que dice (Felipe) Calderón!”, señalan los chavos de Jóvenes y filantropía. “Lo único que queremos es que nos den más espacios para rayar.”
Otra de las actividades que se realizaron para la apropiación de los espacios, fue un torneo de fútbol rápido en febrero del año pasado y, en plena final, recibieron la visita de los militares. A un joven lo sometieron por la espalda y se fue de boca lastimándose la cara. “Como no le encontraron nada, se fueron contra nosotros – recuerda Erick – en esa ocasión, yo era el árbitro del partido y tuve que detenerlo. Dijeron que tenían que catearnos por una denuncia anónima por venta de drogas.”
“Siempre critican a los jóvenes de esta colonia, dicen que somos drogadictos o que andamos de rateros, pero no es cierto. Por eso el reconocimiento de la comunidad es muy valioso para nosotros, se siente bien padre”, comenta Elías.
Una de las cosas más positivas del rollo de la pintura ha sido la valoración que le dio la comunidad a los chavos. Pasaron de verlos como los que destruían cosas, a admirar su trabajo. Se dieron cuenta que los jóvenes también podían hacer cosas bonitas y al mismo tiempo los chavos adquirieron una oportunidad para expresarse y decir “aquí estoy”.
“Nos juntamos con la comunidad, les preguntamos qué es lo que quieren ver y a partir de eso pintamos un mural”, comenta Tavo.
La creación de los murales ha permitido que los adultos y los jóvenes interactúen y que se valore el trabajo de estos últimos. Al mismo tiempo, los chavos han aprendido a conocer sus potencialidades y a organizarse para hacer cosas. Por otro lado, se cumplió uno de los objetivos principales del proyecto: los chavos y la comunidad del Arroyo del Indio, cuidan y respetan lo que se hizo.
Publicado el 01 de Mayo de 2010