Muriel Box, la figura invisible

Tania López García

A menudo, el conocimiento de las cosas suele venir paulatinamente, tan suave y sutilmente que no te das cuenta de ello.

Hace un poco más de un año asistí a la conferencia y el curso que dio Laura Mulvey en el ámbito de Filmadrid. Allí aprendí sobre la revisión de cine en clave psicoanalítica, y un año más tarde me he dado cuenta de que aquel análisis gritaba no solo por la ausencia de la mirada no contaminada por el patriarcado, sino también por la inclusión de las mujeres en cuanto a autoras de cine.

Por eso hoy quería hablaros de Muriel Box, recientemente reconocida y premiada por el festival de cine internacional de San Sebastián.

Muriel Box nació en 1905 en Surrey (Reino Unido). Hija de un ferroviario, se empezó a aficionar al cine durante la guerra y fue por una casualidad que conoció a Joseph Grossman —gerente de una sala de cine— en un viaje de tren, quien la ayudó a introducirse en el mundillo de la imagen, donde encontró un refugio y un trabajo.

Muriel comenzó a trabajar en la industria del cine en 1920, ergo no era pionera en el estricto sentido de la palabra, aunque llevara desde esa fecha en el mundillo. Muriel perteneció a una generación intermedia, por lo que fue sepultada por las primeras y las últimas.

Su trayectoria —similar a la de Ida Lupino— pasó completamente desapercibida y aún hoy es difícil encontrar sus filmes en internet. Hasta hace poco, si alguien quería disfrutar de alguno de sus clásicos, como To Dorothy, a Son tenía que acercarse a verla al Instituto Británico de Cine de Tottenham Court Road en Londres.

A raíz de la producción de películas de manera barata y rápida con tintes intimistas y cómicos, consiguió poner encima de la mesa una serie de cuestiones que hasta entonces concernían al ámbito femenino y que eran incluso tomadas como tabú, ya fuera la independencia e independización de la mujer, la problemática conyugal en el matrimonio o hablar sobre aborto y sexualidad de la juventud, amén de otros problemas, como había hecho la pionera Lois Weber años antes.

Esto me recordó a lo que nos había explicado Mulvey en la conferencia y cómo mediante esta utilización de la comicidad y/o el melodrama era posible introducir una serie de cuestiones que estaban vedadas en la sociedad y que solo son percibidas subterráneamente por el espectador.

Así en Para Dorothy, un hijo, cuestiona el rol de género de cada uno de los de los íntegrantes de la pareja, e incluso llega a conseguir que la ex y la pareja actual terminen siendo amigas y no rivales, algo bastante inaudito en la ficción de la época. En el documental Street Corner expuso la situación de las mujeres en el cuerpo de policía.

Desde el punto de vista más técnico, Muriel se enfrentaba a una serie de contingencias importantes, como un presupuesto bajísimo y, por ende, una limitación constante en todo lo demás.

Sin embargo, consigue suplir con su talento y su manera de tratar los temas lo prosaico, a priori, de las tomas.

Así, bajo el aspecto de la comedia Muriel introduce diálogos como estos en su película La verdad sobre las mujeres (1956).

— La verdad sobre las mujeres de hoy en día es que no quieren ser mujeres, quieren ser hombres.
— Oh no, estás muy equivocado. Las mujeres de hoy en día están bien, lo que ocurre es que ellas tienen una concepción distinta de lo que significa: para ellas significa pasión, significa buscar un compañero igual para compartir su vida, alguien que les convenga.
— Le diré una cosa sobre las mujeres: es un infierno vivir con ellas, pero sin ellas este lugar estaría vacío.

Quizá hoy en día estos diálogos no nos parezcan gran cosa, pero teniendo en cuenta que la película es de 1956, en una década particularmente machista en la representación de los roles de mujer y hombre en el ámbito occidental, nos da cuenta de la natural intrepidez de Muriel Box, que llegó a ganar un Oscar junto a su marido por una de las primeras películas que trata en profundidad la psiquiatría: El séptimo velo.

Después de su divorcio, Muriel Box siguió trabajando en otras cosas: fue cofundadora de Femina, la primera editorial feminista británica, y se convirtió en activista de los derechos de las mujeres, trabajando con su amiga Edith Summerskill, de The Political Labor, para reformar las leyes de divorcio británicas. Murió el 18 de mayo de 1991.

 

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