Mujeres y autogestión

Carla Carpio Pacheco*

Foto: Mercadita Vassincelos

“Son mujeres ocupando y trabajando

porque en la casa la papa ya no alcanza

son mujeres que van gritando y luchando

porque es sólo en comunidad como la cosa avanza”

( Fragmento de Merkada, en Fanzine La mercadita Vassincelos)

La Jornada Mujeres en la Autogestión tuvo lugar el 6 de octubre pasado al sur de la Ciudad de México en la cooperativa Las 400 voces. Chocolatería solidaria. Asistí como parte de la investigación que realizo actualmente sobre las protestas contra la violencia económica, también conocida como mercaditas, ya que justamente la Mercadita Vassincelos fue una de las colectivas convocantes.

Durante la jornada se presentaron diversos proyectos individuales y colectivos de mujeres que durante el conversatorio respondieron algunas preguntas previamente planteadas acerca de su experiencia en los proyectos autogestivos que llevan a cabo. Entre las invitadas estuvieron Clandestina, librería independiente y “espacio de encuentros”, Morras chambeando, “espacio radial”, Ciara, cosmética natural, Las parias argüenderas, así como proyectos de gráfica y grabado como Flor de perro y las Hijas de la Luna.

Las ponentes coincidieron en que la autogestión significa encontrarse con otras, crear sus propias herramientas y productos, compartir su conocimiento y aprender a hacer aquello que no imaginaban hacer, desde aprender a cocinar hasta conectar los cables de bocinas y micrófonos, usar software y servidores. La autogestión plantea retos, uno de ellos desvanece las fronteras entre trabajo intelectual y trabajo manual, así como la división sexual del trabajo. Se trata de hacer lo necesario para sostener la reproducción de la vida en su conjunto, y bajo esa premisa cambia el sentido del trabajo y de la economía.

De lo mencionado en el conversatorio quiero recuperar cuatro puntos centrales porque considero que estuvieron presentes a lo largo de las intervenciones y desde mi punto de vista nos ayudan a entender por qué la necesidad de hablar específicamente de las mujeres en la autogestión.

“Todas las mujeres tenemos siempre algo que decir”

Morras chambeando plantea abrir el micrófono para compartir ideas y escuchar lo que las mujeres tienen que decir sobre los distintos proyectos donde están participando. Algo tan básico como ser escuchadas y reconocidas, pero que a lo largo de la historia se ha negado a grandes sectores de la población, sobre todo sujetos feminizados, racializados y precarizados.

En las movilizaciones feministas actuales se ha utilizado mucho el término separatismo para referir este tipo de espacios exclusivos de mujeres. Aunque cabe señalar que en la práctica se trata de espacios que privilegian la organización entre mujeres sin intervención de varones, la mayoría de las veces se vinculan con éstos de diversas formas. En ese sentido, como señala De la Cerda (2020) sería más preciso hablar de espacios no mixtos, pues el separatismo implica la no convivencia con varones en todos los ámbitos de la vida.

En sus inicios, la mayoría de los proyectos que se presentaron en el conversatorio no se plantearon como exclusivos de mujeres, ni tampoco explícitamente feministas. Lo que las incentivó a trabajar de esta manera fue la experiencia compartida de no sentirse escuchadas o sentir que su voz no tenía la misma validez por el hecho de ser mujeres en colectivos mixtos.

Si bien  la “no mixticidad” es un rasgo común en muchas de las colectivas que se movilizan actualmente, por ejemplo en las marchas feministas, esta es un práctica que comenzó a realizarse desde la década de 1970 cuando algunos grupos de mujeres organizadas se dieron cuenta de que “estando solas, la palabra surgía más fácilmente y el hecho de haber vivido los mismos problemas, resultado de una situación común de opresión, ayudaba a la expresión de solidaridad”(Picq, 2008:73, citado en Mingo, 2019:13).

En las intervenciones del conversatorio, el denominador común que narraron las participantes a partir de sus propias experiencias en el activismo era que, aún en espacios que se asumen críticos y de izquierda, prevalecen prácticas machistas que dejan fuera a las mujeres en el uso de la palabra o demeritan la incidencia que tienen en la toma de decisiones dentro de esos grupos. Además de esto, y aunque no lo mencionaron en esta ocasión, es sabido que en estos espacios ha habido también denuncias de otro tipo de violencias como el acoso y el hostigamiento sexual.

De modo que, el hecho de generar espacios exclusivos para mujeres es un posicionamiento político a partir de lo cual se generan una serie de prácticas que van modificando también la forma de hacer activismo, incluso cuando de entrada no se hayan planteado feministas. En primera instancia porque se generan una serie de actividades a partir del reconocimiento de problemáticas y opresiones comunes, como mujeres, pero también como habitantes de las periferias y en condición de precariedad laboral y económica. Entonces surgen prácticas de autoformación y puesta en común de saberes que van desde aprender diversos oficios, hasta la realización de talleres, proyecciones, charlas y círculos de lectura conjunta. Todo ello genera espacios seguros, que permiten el acompañamiento y la gestión de diversos tipos de violencia en un proceso de autonomía integral, que va más allá de la obtención de recursos económicos y prefigura formas políticas de acción.

Desde las aulas, pero más allá.

Algunas de las participantes del conversatorio mencionaron que el inicio de su activismo se puede ubicar como parte de movimientos estudiantiles, pero también subrayaron la necesidad de ir más allá. En efecto, la mayoría de quienes tomaron el micrófono provienen de diversas licenciaturas o formaciones académicas profesionales, como biología, filosofía y artes, sin embargo, decidieron en algún momento que no querían seguir una carrera académica, así que interrumpieron o terminaron la escuela, pero buscaron su propio rumbo fuera.

¿Qué incidencia tiene este hecho en las formas y contenidos que adoptan los proyectos autogestivos que llevan a cabo? En algunos casos la relación es casi orgánica, como por ejemplo en el caso de la cosmética natural que está relacionada en gran medida con los conocimientos de biología que su creadora aprendió en la carrera. Lo mismo ocurre con las habilidades que la carrera de artes brinda para poner en práctica el grabado, el bordado o la pintura en las piezas que se desarrollan de manera autónoma.

Pero más allá de esas herramientas existe un fuerte componente de crítica social y política que las ha llevado a participar en diferentes formas de activismo estudiantil pero también más allá de la universidad, en las calles o en proyectos autónomos donde la centralidad de las decisiones recae en las mujeres que cuestionan las prácticas clasistas y machistas que tienen lugar tanto en los movimientos de izquierda como en las aulas universitarias.

Entonces cabe preguntarse ¿cómo entender esta relación tensa entre la academia y el activismo? es una pregunta para la que aún no tengo respuesta pero que sale a la luz a partir de las experiencias compartidas por estas mujeres. Como mencionaron algunas de ellas, se rebelan frente al hecho de ser “las musas” en el arte y también han renunciado a las posibilidades de reproducir los conocimientos y habilidades de sus disciplinas en esferas que consideran elitistas y privilegiadas.

Intuyo que haber atravesado por las aulas configura una forma de activismo particular, que además entre las más jóvenes está permeada por las movilizaciones feministas dentro y fuera de las universidades en los últimos años. Se podría decir que la conjugación del bagaje cultural y político aprendido en los recintos educativos es resignificado, puesto en práctica y compartido para generar espacios autónomos que, como mencionó una integrante de Morras chambeando, se fundamentan en valores “anticapitalistas, antirracistas, anticoloniales y antipatriarcales”.

“Venimos fuertes las periferias”

Un elemento que nos ayuda a pensar la autogestión como forma para reproducir la vida en un sentido amplio tiene que ver con la procedencia de las participantes, que aunque llevaron a cabo sus estudios y buena parte de su activismo en las zonas céntricas de la ciudad, proceden de las periferias y vuelven a ellas. Varias de ellas son oriundas del municipio de Nezahualcóyotl en el Estado de México y otras mencionaron las alcaldías de Tláhuac y Milpa Alta al sur oriente de la Ciudad de México como sus lugares de origen y donde también han puesto en práctica diversos proyectos políticos en apoyo a causas feministas y en defensa del territorio.

En sus intervenciones plantearon la necesidad de regresar los conocimientos adquiridos a los barrios y a su vez investigar la forma en que otras mujeres se están organizando en las periferias, en sus propias formas y contextos, es decir, un intercambio de saberes teóricos y prácticos. Por medio de encuentros, rodadas, mercaditas y otros eventos que realizan de forma conjunta con colectivas que están activando y resistiendo desde diversas geografías, han contribuido a descentralizar estas formas de organización.

Se manifestaron por la necesidad de descentralizar el movimiento feminista, inclusive dejando de asistir a marchas que se llevaran a cabo en el Centro de la Ciudad de México. Tal es el caso de Gitana periferia, quien habló en nombre de Las parias argüenderas, una colectividad de mujeres que hace comida vegana, vende pulque, realiza talleres filosóficos, organiza rodadas de “morras” y gestiona un albergue donde esterilizan a las jaurías de perros de la sierra de Santa Catarina y los dan en adopción. A partir de ello se han vinculado con otros grupos organizados de mujeres autogestivas en Tláhuac, Xochimilco y Milpa Alta, que suelen ser poco conocidos, en su opinión, debido a que no están mediadas por las redes sociodigitales. En agosto del año pasado realizaron el Primer Encuentro de Mujeres Periféricas en Milpa Alta, donde hubo diversos talleres, música, poesía, cine y mercadita, al cual llegaron en rodada conjunta de bicicletas 150 mujeres procedentes de diversos lugares de Chalco, Chimalhuacán, Naucalpan, Iztapalapa, Tláhuac, Xochimilco, etc.

Entonces vino la pandemia…

Como se ha documentado, la crisis social y económica mundial a raíz del confinamiento ocasionado por la pandemia de COVID-19 recrudeció la violencia hacia las mujeres, dentro de los hogares, y también afuera, puesto que se perdieron muchos empleos y otras fuentes de ingresos económicos. Además, frente al temor al contagio, los espacios de encuentro en general se fueron vaciando y con ellos también las formas de organización social y política, que continuaron por medios digitales, aunque no con la misma intensidad. Sin embargo, este clima adverso que configuró “geografías del miedo” y después “de la ausencia” por todo el globo, también incentivó el caldo de cultivo para que algunos grupos de mujeres pusieran en práctica, o intensificaran procesos autogestivos que venían desarrollando, pero ahora en colectivo.

Tal es el caso de quienes comenzaron agruparse como mercaditas en distintos puntos de la ciudad, como las estaciones de la red de transporte del metro o en plazas públicas como la Alameda Central. Las mercaditas son grupos de mujeres que venden e intercambian productos, que en muchos casos ellas mismas producen. Desde el principio se plantearon como una protesta contra la violencia económica y de ese modo se desmarcaron de ser un tianguis o un bazar más de los que abundan en la ciudad. Comenzaron a “tenderse” en diversas estaciones del metro desde finales de 2020 pero debido a la constante persecución policial en la red del transporte colectivo, así como la tensión con grupos de vendedores ambulantes de ese lugar, muchas de ellas se fueron organizando para tomar algunos espacios en plazas públicas de la capital.

Si bien los proyectos que expusieron en el conversatorio provenían casi todos de antes de la pandemia, algunas de ellas encontraron también un punto para generar comunidad entre mujeres autogestivas en los espacios de las mercaditas que surgieron durante ese periodo. La Mercadita Vassincelos fue parte de la organización de la jornada de Mujeres en la Autogestión, donde tomaron el micrófono algunas de sus integrantes.

La Mercadita Vassincelos se compone de aproximadamente veinte mujeres con proyectos autogestivos propios y que en algunos casos participan también en otras colectivas, como Mujeres productoras. Algunas de sus integrantes comenzaron en el metro o en Bellas Artes con la colectiva Autogestión feminista. Desde hace dos años se tienden todos los sábados a lo largo del muro que delimita la entrada hacia la biblioteca José Vasconcelos, de ahí su nombre, que es un juego de palabras que alude al deseo de tener relaciones sin celos.

Además de la producción autogestiva de productos, comparten saberes por medio de talleres y otras actividades culturales que realizan abiertas al público femenino, lo cual considero ha demarcado un espacio con identidad propia, así como una manera constante de manifestarse pacíficamente frente al sistema patriarcal y capitalista.

Es significativo el hecho de que estas redes de acompañamiento se hayan tejido durante un periodo de aislamiento social como fue el confinamiento por la pandemia. Esto comprueba, por un lado, que las movilizaciones feministas no sólo continuaron, sino que se adaptaron a las nuevas condiciones sociales mediadas por la tecnología ya que comenzaron a convocarse por medio de redes sociales y también por este medio siguen haciendo extensiva su forma de protesta. Por otro lado, podría significar que los espacios de las mercaditas, además de servir para obtener recursos económicos, sirvieron (y sirven) como espacios de encuentro de mujeres que gestionan de forma autónoma nuevas formas de organizar y reproducir la vida en común. Prueba de ello es la realización de la jornada de Mujeres en la autogestión y las redes que han configurado entre proyectos.

Tejer redes y gestar otras prácticas.

Como vemos, la autogestión, entonces no se trata únicamente de un ejercicio productivo, sino que resignifica todo el sentido del trabajo mismo. Más allá de una forma de obtención de recursos para el consumo, se asume el lugar de trabajo como espacio para la cooperación y la reproducción de la vida. A partir de los testimonios que compartieron durante el conversatorio, las diversas voces expresan un sentir común sobre el origen de sus proyectos, que por un lado comienzan por la necesidad de generar algún ingreso monetario fuera de la estructura de empleo-salario o además de ésta, ya que resulta insuficiente y sobre todo insatisfactoria. Entonces se cuestiona el sentido de las actividades que se realizan y la forma en que se organizan más allá del mercado.

A mi parecer en ello se distancian del discurso sobre el “trabajo independiente” que enarbola la lógica neoliberal, en la cual “la autonomía, como oposición a la subordinación impuesta por la violencia salarial, suele enaltecer el emprendedurismo (con una connotación de meritocracia) o las historias de éxito de personas que se sobreponen a situaciones adversas. Vista así, la despolitización de la resiliencia es también una despolitización del trabajo”(Belmont y León, 2022: 2).

Por último, pensando en un marco de análisis de los proyectos autogestivos de mujeres, considero que por un lado se inscriben dentro de las economías populares que cuestionan y ponen en evidencia las fisuras y contradicciones del neoliberalismo entendido no sólo como modelo económico, sino como modelo de valores y creencias.  Al mismo tiempo, recuperan elementos de la economía feminista que interroga la centralidad del mercado y la fantasía del individuo racional y autosuficiente, y señalan la importancia de construir un tejido de la vida interdependiente.

De este modo, la autonomía que reivindican las mujeres en la autogestión se fundamenta en la base de una comunidad porque propicia el desarrollo de redes de cuidado y trabajo en colectivo, aún cuando sus proyectos sean individuales, los vínculos con otros colectivos son fundamentales. Además, mucho del trabajo que realizan puede vincular a otras mujeres que se encuentran fuera del activismo por medio de talleres de artes y oficios que comparten, generando de esta manera espacios de autoformación.

Referencias

Belmont, Edgar y León Carlos (2022) dossier “Los significados del trabajo en las economías alternativas”, en Revista Latinoamericana de Antropología del Trabajo, No. 13, enero-junio 2022

Dela Cerda, D (2020) “Separatismo: la mayonesa feminista”. Tierra adentro. Consultado en: www.tierraadentro.cultura.gob.mx/separatismo-la-mayonesa-feminista/

Mingo, Araceli (2019) “El tránsito de mujeres universitarias hacia el feminismo”. Perfiles educativos. vol. XLII, núm. 167, 2020 | IISUE-UNAM

Encuentro de Mujeres y autogestión. 6 de octubre de 2022. Cooperativa Las 400 voces. Ciudad de México.

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* carpa.cv@gmail.com. Socióloga de-formación y feminista por convicción desde que nos acuerpamos en la Colectiva Sícorax junto con otras escritoras, maestras y latinoamericanistas en 2016. Actualmente realizo una investigación como becaria posdoctoral de la UNAM en el Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) que se titula Frente a la violencia machista, autogestión feminista: trayectorias rebeldes en las protestas feministas contra la violencia económica.

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