Cuando hablamos de promover la participación de mujeres y niñas en la ciencia, lo hacemos para visibilizar las brechas de género en el área. Por ejemplo, en México, alrededor de 3 de cada 10 personas científicas son mujeres.
Promover la participación se vuelve entonces una tarea necesaria y, para ello, muchas veces tendemos a centrarnos en las historias excepcionales: aquellas mujeres que rompieron esquemas, que ganaron premios, que fueron pioneras en algo. Pocas veces se habla de las estructuras que rodean esos logros, y que atraviesan las vidas de quienes admiramos. En este camino de construir una práctica científica distinta, es necesario hablar de las deudas pendientes para garantizar que todas las niñas y mujeres que deseen ser científicas puedan serlo.
Para hablar de esos pendientes propongo a quien lee un ejercicio de reconocimiento local: Pensemos en una mujer científica mexicana: ¿En qué campo se desenvuelve? ¿cómo se llama? ¿conoces su origen? Seguramente, a la mayoría le pasará lo que me sucedió las primeras veces que hice este ejercicio. Salen algunos nombres: Helia Bravo, Valeria Souza, Julieta Fierro, Alejandra Jáidar, Matilde Montoya o Silvia Torres. Biología, medicina, física, astronomía. Pioneras, admiradas ¿Origen? Ninguna es reconocida como indígena o afrodescendiente.
¿Cuál es la razón de esto? ¿Por qué no figuran nombres de mujeres ayuuk, binnizá, ikoots, comcáac, wixaritari o afrodescendientes en estas listas?
Desigualdades
Ante las preguntas anteriores, llegan algunos datos y posibles razones a mi mente: solamente 1.7 por ciento de personas en las universidades públicas de México se reconocen indígenas y de las personas afrodescendientes aún no hay datos concretos. La representación es mínima. Detrás de estos números pequeños se esconden violencias que deben ser nombradas: pobreza, desplazamiento, lingüicidio, racismo.
A pesar de que la educación culturalmente adecuada y en lenguas indígenas tiene que ser garantizada por la Secretaría de Educación Pública mediante la Dirección General de Educación Indígena, Intercultural y Bilingüe, gran parte de la enseñanza sigue reproduciendo modelos hegemónicos, en los que se invisibiliza a las personas indígenas y afrodescendientes y se dificulta el acceso a material en lenguas distintas al español.
Si a lo anterior le sumamos que las tasas de pobreza son más altas en poblaciones indígenas y afrodescendientes y el racismo que se ha documentado dentro de las universidades, el resultado es duro: las personas indígenas y afrodescendientes viven violencias estructurales que complican el acceso a una formación educativa de calidad, lo que deriva en pocas personas con oportunidades para dedicarse a la ciencia.
En el caso de las personas indígenas o afrodescendientes que son mujeres, las desigualdades raciales y de género se entretejen de tal manera que la posibilidad de dedicarse a la ciencia disminuye aún más. La pregunta obvia después de esta afirmación es la siguiente: ¿qué podemos hacer para que esto cambie?
Para responder, debemos recordar que la participación e inclusión de mujeres y niñas en la ciencia no debe centrarse en aumentar los números duros o porcentajes en relación con la participación de los hombres, sino en brindar a las mujeres y niñas las condiciones para participar como científicas. Estas condiciones refieren a espacios seguros y libres de discriminación, acoso y violencia, donde las instituciones desempeñan un papel esencial. En el caso de mujeres indígenas y afrodescendientes, los espacios también deben ser libres de racismo, violencia lingüística, y debe abrirse el campo para que quienes nos formamos como científicas podamos hacerlo en nuestras lenguas y contextos particulares.
Además, debemos apostar por escuchar y visibilizar esas otras voces que no son parte de las historias excepcionales que escuchamos el 11 de febrero desde hace algunos años. De este modo, podremos comenzar a construir otras maneras de hacer ciencia, más justas y horizontales.
Como consideración final, me gustaría dejar sobre la mesa lo siguiente: Las conferencias, carteles, videos y paneles sobre niñas, mujeres, mujeres indígenas y afrodescendientes en la ciencia son importantes como un primer paso, pero no son acción suficiente si las estructuras no comienzan a modificarse para permitir el diálogo, y si las instituciones siguen reproduciendo las mismas prácticas con las que se fundaron.