Los Lagos de Tarapoto son un aula viva para las mujeres amazónicas. En sus aguas, ellas reconocen que no solo habitan los peces que son alimento para sus familias, sino que en estas se encuentran la historia y la cultura de los pueblos indígenas a los que pertenecen, además de ser el sitio donde se fecunda toda la vida del territorio. Por ello, Lilia Isolina Java, lideresa del pueblo cocama, asegura que en esos espacios, indudablemente, “se desaprende para aprender”.
Así ha sido también para los pescadores de la zona. De usar redes enormes que atrapaban todo lo que había a su paso, trabajaron en generar acuerdos de pesca para respetar la vida de este sistema de humedales. Para lograrlo, el proceso ha tomado más de 20 años. Y Lilia Isolina Java ha estado al frente.
Junto a las autoridades tradicionales, instituciones y organizaciones, Java lidera un proceso de reconocimiento de las problemáticas que dañan a los lagos, pero se ha centrado en una. La sobreexplotación de los recursos pesqueros está acabando no solo con las especies de peces y la soberanía alimentaria de las comunidades del Resguardo Indígena Tikuna, Cocama y Yagua (Ticoya), en Colombia, sino con la vida de otros animales acuáticos como delfines, manatíes, nutrias y tortugas, víctimas de la pesca incidental.
“Nos enfocamos, sobre todo, en la pesca mal hecha”, explica Java. “No solo por nosotros, los que vivimos en las comunidades, sino que, como estamos en frontera —más cerca a Perú y Brasil— nuestros lagos, nuestros ríos y quebradas se fueron degradando”.
Así ha trabajado en el monitoreo y manejo pesquero junto a las mujeres de las 22 comunidades indígenas que conforman al Resguardo Ticoya —con la participación de una mujer por comunidad— con acciones enfocadas en aportar a la restauración y conservación de estos ecosistemas amazónicos, persiguiendo a la vez la conservación de los conocimientos ancestrales de sus pueblos.
“Para nosotras, los Lagos de Tarapoto tienen una importancia cultural, ambiental, social y económica invaluable, incalculable, que no tiene tiene precio; allí está todo el conocimiento ancestral de los abuelos, no solo en mitología, sino también en medicina”, dice Java.
Los resultados del trabajo de las mujeres
Los Lagos de Tarapoto están ubicados en el municipio de Puerto Nariño, en el departamento de Amazonas, al sur de Colombia. Se trata de un sistema de humedales de agua dulce compuesto por varios lagos interconectados a través de ríos y arroyos. Debido a que este sitio es altamente biodiverso y sustenta a importantes especies de plantas y animales, fue declarado Sitio Ramsar en 2018. Los Lagos ofrecen funciones como el control de inundaciones y erosión, además de proveer de recursos pesqueros a las 22 comunidades del resguardo indígena Ticoya.
“Hablamos de peces que son muy importantes en nuestra soberanía alimentaria, pero no todo es comida; también hay mamíferos acuáticos como los delfines y los manatíes que hacen parte de nuestra mitología, de nuestras historias, y de árboles que producen no sólo el oxígeno que respiramos —un oxígeno limpio— sino que también nos proveen de alimentos y aprovechamos la madera para nuestras casas”, explica Java.
En junio de 2021, Java y sus compañeras obtuvieron el apoyo de la organización Conservación Internacional, a través del programa Amazonía Verde, para capacitarse y fortalecer los acuerdos de pesca entre las mujeres, con los que buscan reconocer su trabajo pesquero, pero también educar en el control de los recursos que salen del agua para el consumo de las comunidades. Dentro de los aspectos que regulan, se incluyen las tallas mínimas de pesca, las épocas de veda y las especies permitidas para preservar este ecosistema.
“Hacemos talleres para el fortalecimiento de capacidades de acuerdo al contexto territorial y con enfoque de género”, explica Java. “Nosotras hacemos el monitoreo pesquero y estos registros los hacemos desde nuestros hogares, con lo que nosotras consumimos día a día, por dos finalidades: identificar qué especies de peces están llegando a nuestras comunidades y que hacen parte de nuestra alimentación diaria, y asimismo identificar qué comen estos peces, de qué tamaño son, en qué etapa están, si están en reproducción o no. Así sabemos qué especies de peces se están consumiendo y si se están recuperando”.
Su motivación está basada en una responsabilidad que decidió asumir personalmente, dice, pues no se imagina un futuro donde no haya más peces.
“Es una responsabilidad mía, como Lilia, como lideresa, al ver esa problemática. Porque el día que llegue a desaparecer el pescado, ¿qué vamos a comer, si los pueblos indígenas vivimos de la pesca, de la carne de monte, de recolectar frutos silvestres… ¿cómo vamos a sobrevivir si no tenemos grandes empresas? Nuestra empresa es la selva”.
Los ojos del bosque: la labor del monitoreo
El trabajo de monitoreo consiste en prestar atención a los detalles. Desde que el pescado llega a la casa, se mide, pesa y se anotan sus características en hojas de papel con formato Excel. “Si dentro tiene huevos y, si identifico la especie, anoto el nombre local con el que lo conocemos y luego buscamos el nombre científico”, explica Java.
Después, analizan la parte social. Cuántas personas van a comer ese pescado, en qué horario —desayuno, almuerzo o cena— y, si el pescado no se obtuvo por un miembro de la familia, se registra al pescador externo y se le pregunta cuánto demoró para pescarlo. “Porque pueden ser horas o días, ahí identificamos el tiempo que nos estamos demorando para conseguir el pescado, porque ahí también hay cambios: anteriormente, 10 o 15 años atrás, la pesca era mucho más rápida y en dos o tres horas terminabas, ahora se tarda hasta días, porque se viaja a otros sitios”.
En el proceso, las mujeres se reúnen periódicamente para revisar y analizar la información que han recolectado en vinculación con las abuelas y sabedores de los pueblos. “Son nuestras bibliotecas, tienen más conocimientos sobre cómo era la pesca antes y cómo es ahora, para identificar esos cambios. Además, trabajamos en identificar cuál es el papel de la mujer dentro de la pesca y qué hace en este proceso”, dice Java.
Por ejemplo, Java explica que hay mujeres –incluyéndose– que también pescan. “No como los hombres, sino que buscamos artes de pesca más pequeñas y vamos a sitios más cercanos”, detalla. Además, las mujeres son quienes administran los productos para el consumo del hogar y para la venta, por lo que saben los precios del mercado y lo que conviene para su economía.
“Estamos recogiendo un insumo valioso que sale de nosotras mismas, para nuestras autoridades, donde las mujeres identificamos problemas y trabajamos en soluciones, y queremos que se vea reflejado en el Plan de Vida de nuestro territorio y nuestro resguardo”, agrega Java.
Juan Pablo López, biólogo y coordinador de Monitoreo y Generación de Conocimiento en Biodiversidad de Conservación Internacional Colombia, explica que la Amazonía ha sido una de las áreas de mayor relevancia en cuanto a biodiversidad en el planeta, sin embargo, nunca ha habido información consolidada y no fue sino hasta hace poco que instituciones y organizaciones —como el Instituto Humboldt, la Fundación Omacha y Parques Nacionales— comenzaron a hacer inventarios de fauna.
“Los primeros ictiólogos que llegaron a esta región mencionaban que había alrededor de 700 especies reportadas para la cuenca de la Amazonía, pero esta cifra ha ido incrementando con recientes investigaciones y ya se habla de más de 1000 especies dulceacuícolas en la región”, dice el especialista. “Sin embargo, se siguen haciendo muestreos y se siguen descubriendo especies, no solo desde su parte morfológica, sino genética, donde se fortalece la descripción y la taxonomía de esas especies que eran altamente crípticas o que casi no se conocían porque eran muy similares, entonces esas cifras son con tendencia a aumentar”.
López explica que la Amazonía, en términos generales, tiene amenazas latentes como la minería con dragas —que contamina con metales pesados a los peces que finalmente consume la gente— y la pesca ilegal que, entre sus múltiples problemas, utiliza la carne de delfines como cebo para obtener al pez basa.
Sin embargo, el experto señala que en los Lagos de Tarapoto se comenzó a evidenciar una sobreexplotación del recurso pesquero desde la parte comunitaria, pues la gente estaba sobre aprovechándolo de manera inadecuada, al punto de que las poblaciones de peces empezaron a diezmar.
“Eso significa que ya no estaban cayendo en redes o que la pesca bajó”, dice López. “Es ahí donde un sistema comunitario de monitoreo comienza a gestarse, para que ellos sepan —a partir de una metodología muy estandarizada y fácil de hacer— el tamaño de los peces que estaban pescando, escoger la talla de la pesca de los peces que eran muy adecuados para consumo, de volver a consumir otros porque no estaban en época de uso o también hacer ciertas vedas de especies que no estaban permitidas, porque están en época de reproducción”.
El valor de los acuerdos de colaboración
Según datos de la Fundación Omacha —organización no gubernamental creada para estudiar, investigar y conservar la fauna y los ecosistemas acuáticos y terrestres en Colombia, y donde Lilia Isolina Java colabora— desde el 2008 se consolidó un acuerdo pesquero en los humedales de Tarapoto, que fue avalado por el Resguardo Ticoya y que se construyó de manera participativa con los pescadores y abuelos de la región, quienes participaron en un congreso WONE, la máxima instancia de toma de decisiones del resguardo. Más tarde, la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (AUNAP) respaldó estos acuerdos a través de la resolución 00001225, del 2017.
La organización reporta que estos acuerdos mostraron ser útiles en el Sitio Ramsar, pues ya existe una recuperación de peces como el pirarucú (Arapaima gigas), la gamitana (Colossoma macropomum) y la arawana (Osteoglossum bicirrhosum), mientras que se ha incrementado el tamaño de captura de peces de otras especies, como bocachicos, sardinas y bagres.
En los acuerdos de pesca, también se incluye la captura de especies que no se encuentran en periodo de veda, mientras se respeten además las tallas mínimas de captura y las épocas de desove, situadas principalmente entre noviembre y enero. Entre las especies que pueden ser pescadas, se encuentran el sábalo (Brycon melanopterus), el pez torre (Phractocephalus hemioliopterus), el acarawazú (Astronotus ocellatus), el tucunaré (Cichla ocellaris), el pintadillo (Pseudoplatyoma tigrinum), el paco o pacú (Piaractus brachypomus) y la lisa (Schizodon fasciatus).
Todo esto se ha logrado, definitivamente, con la colaboración de las comunidades enteras, dice Java, porque además de cumplir los acuerdos de pesca, se han involucrado en muchas de las labores primordiales. Por ejemplo, en la ejecución de los trabajos de vigilancia activa en el territorio.
“En el territorio tenemos un programa de vigías”, explica. “Entre jóvenes y adultos de las comunidades, se encargan de hacer el control y vigilancia todos los días desde una balsa y son quienes detectan posibles problemas dentro de los lagos, ellos hacen registros de todas las embarcaciones que ingresan”.
Alfonso Suárez Zapata, curaca de la comunidad de Ticoya, dice que los resultados han sido palpables y que se espera que, a largo plazo, se convierta en un proyecto permanente para los lagos, por el bien de las futuras generaciones.
“Ahí tenemos la vida y futuro de nuestros hijos”, dice la autoridad tradicional. “Es muy importante porque nosotros tenemos a los lagos como una despensa natural, donde todos dependemos de ellos. Tenemos claro que debemos cuidar y preservar, porque uno mira muchas diferencias entre antes y ahora. Anteriormente, se conseguían muchos y buenos pescados, y rápido, mientras que en estos tiempos ya se consiguen un poco más pequeños, y eso sucedió porque nosotros no teníamos ese conocimiento de preservar y cuidar; para mí es bueno que lo protejamos porque de eso dependemos”.
En eso coincide Carlos Iván Alvear, curaca de la comunidad de San Francisco, pues recuerda que en su niñez podía tirar el anzuelo y que, sin remar muy lejos, conseguía pescados de hasta 50 centímetros que hoy todavía no regresan.
“Lo que están haciendo las mujeres es concientizar a la gente y su trabajo es espectacular, ahora hay abundancia, pero debemos tener control siempre para que se mantenga. Ahora las artes de pesca tienen dimensiones adecuadas, antes se utilizaban mallas —cuatro, cinco, siete mallas, no importaba la cantidad que llevaras—, ahora se controló a una sola malla, dependiendo de la dimensión que digan las personas que monitorean el lago”.
En ese sentido, Java especifica que los acuerdos de pesca establecen dos mallas por pescador, con medidas de 75 metros de largo y 1.5 de ancho, pues antes se usaban mallas de hasta 300 metros para cerrar los caños y donde morían incontables ejemplares de animales acuáticos que se quedaban atrapadas en ellas.
“Pepeaderos” para la vida
Ahora, Lilia Java y sus compañeras también trabajan en el manejo de los bosques inundados, conocidos como “pepeaderos”. Estas zonas están compuestas por árboles que crecen en las orillas de los humedales y ríos, y que producen frutos —conocidos como “pepas”—, que al caer se convierten en alimento para los peces.
La segunda fase del proyecto con Conservación Internacional —que inició con la Fundación Omacha y Whitley Fund for Nature, con una campaña de reforestación en 2019— consiste en la investigación de estos sitios para continuar con su recuperación.
“Se trata de un proceso de restauración, que se llama ‘Pepeaderos para la vida’, ahí es donde está la comida para los peces, por eso trabajaremos en la recuperación de las orillas de los ríos y lagos, para evitar la deforestación, porque la mayoría de nuestras viviendas están ubicadas en las orillas de los ríos y muchos de esos árboles hacen parte del aprovechamiento para la construcción de viviendas y embarcaciones tradicionales autóctonas, entonces, en esa medida, también queremos crear conciencia en la conservación de esos ecosistemas”.
De esta forma, Java recuerda que todo forma parte de un mismo ciclo. Al hablar de los peces, no se habla de una sola cosa, sino de la amplia relación entre estos y la salud del agua, o de lo importantes que son para la alimentación de los mamíferos acuáticos y los pueblos indígenas.
“Si no hubiese peces, no habría vida para esas especies, todos hacemos parte de un ciclo, cada uno cumple una función y todo está ligado hacia nosotros; si se talan los árboles de manera indiscriminada, los peces se van a quedar sin comida y además vamos a impulsar al cambio climático. Solo con hablar de peces se tejen otros temas o problemáticas alrededor, pero también otras alternativas de solución que se pueden plantear para detener estos cambios”, asegura la lideresa.
Así, la participación activa de las mujeres se ha vuelto esencial y es necesario que sea tomada en cuenta por los gobiernos colombianos y se vea plasmada en políticas públicas que garanticen el desarrollo de los territorios indígenas, agrega.
“Para nosotras, la palabra tiene poder”, concluye Lilia Isolina Java. “Porque una cosa es sentarme a escuchar y que yo no pueda dar mi opinión, y otra es que cambiemos ese chip y participemos de manera activa, pidiendo la palabra desde lo que yo he identificado o pienso como mujer. Así puedo aportar al fortalecimiento, al cambio para bien en mi territorio. Por eso este proyecto apunta a sensibilizar a la población para conservar y sobre el uso sostenible de nuestros recursos naturales; porque conservar y cuidar nuestro territorio, es conservar nuestra propia vida”.
Imagen principal: Lilia Java en los Lagos de Tarapoto. Foto: Conservación Internacional Colombia.
Publicado originalmente en Mongabay Latam