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Movimientos de abajo en 2022-2023. Aprendiendo a navegar en la tormenta

Raúl Zibechi

El año que recién finaliza estuvo dominado por la guerra tras la invasión rusa de Ucrania. Fue un año protagonizado por los Estados, en particular por los más poderosos (Estados Unidos, China, Rusia, Unión Europea…), que buscan rediseñar el mundo según los intereses de las clases dominantes de cada nación.

En la región latinoamericana, el protagonismo mediático se lo han llevado las victorias electorales de Gustavo Petro en Colombia y de Lula da Silva en Brasil, la asunción de la Gabriel Boric en Chile y la caída de Pedro Castillo en Perú. Dicen que el progresismo estaría viviendo una “segunda ola”, aunque en los hechos se parece a la continuidad con la primera. También dicen, incluso sus partidarios, que se trata de gobiernos cada vez más moderados o, en lenguaje común, más a la derecha.

Aunque nuestra región no parece enterarse, el mundo está en guerra. Por primera vez en mucho tiempo, los líderes de las principales potencias hablan de la posible utilización de armas nucleares para zanjar sus conflictos, aunque es evidente que “No habrá paisaje después de la batalla”, como se titula el comunicado del EZLN del mes de marzo, que analiza la situación creada a raíz de la invasión de Ucrania.

Como suele suceder, en los grandes medios se habla poco y nada de los movimientos anti-sistémicos, de los pueblos organizados que luchan por sobrevivir en medio de la tormenta que se nos vino encima. Hacen como si todo siguiera siendo “normal”, aunque la violencia contra los pueblos no deja de crecer en cada geografía de este continente.

En 2022 no hubo las grandes acciones colectivas como las de 2019 en Chile, Ecuador y Colombia; ni como la revuelta popular contra el impostor Manuel Merino en Perú, en 2020, o los bloqueos en Bolivia contra el gobierno ilegítimo de Jeannine Añez. Este 2022 hubo una gran levantamiento en Ecuador, durísimamente reprimido, y una fenomenal revuelta en el sur de Perú, donde el plomo del Estado asesinó a 28 personas.

No puede decirse que 2022 haya sido el año de los movimientos y de las luchas, como lo fueron los anteriores. ¿Qué está sucediendo? ¿Se han debilitado, han sido cooptados o se han entregado a los gobiernos progresistas que ya son mayoría por lo menos en América del Sur?

Nada de eso. Escuchando con atención, podemos entender que los pueblos organizados están en un proceso de crecimiento hacia adentro, que pasa por debatir qué hacer en una situación completamente nueva, en la que se suman pandemia de Covid, guerras entre Estados y la continuidad y profundización de las guerras contra los pueblos. Debaten, dibujan nuevos horizontes, fortalecen y profundizan sus autonomías de hecho en los más remotos rincones del continente. Resisten porque, como dice el EZLN, “resistir es persistir y es prevalecer”.

Toca pues resistir, y al hacerlo ir aclarando el panorama, despejando sombras y dudas, aprovechando los momentos en que escampa la tormenta y es posible mirar algo más allá, aunque el cielo sigue encapotado. Muchas palabras al interior de los pueblos, muchas pequeñas reuniones y asambleas buscan el camino, que será camino nuevo porque la situación es completamente distinta a la que vivimos antes.

En Brasil el nuevo gobierno creó el Ministerio de los Pueblos Indígenas y colocó al frente a una mujer indígena que la revista Time había nominado como una de las cien personas más influyentes del mundo en 2021. ¿Porqué Lula crea este ministerio? Porque los pueblos originarios fueron los más activos en la resistencia a Bolsonaro durante cuatro años. Y porque la Amazonia es un espacio estratégico para el gran capital. Dicho en otras palabras: tranquilizar la Amazonia para facilitar la conquista del gran capital del principal espacio verde del planeta.

A continuación, un mapa de las demarcaciones de tierras de pueblos originarios en la Amazonia Legal brasileña, proporcionado por el geógrafo militante Fabio Alkmin.

Como puede observarse en las áreas coloreadas en rojo, los territorios donde los pueblos realizan “demarcación autónoma” con sus propias guardias indígenas, son ya una parte importante de la Amazonia. Que puede crecer ya que, como indican las áreas en verde, hay muchos más pueblos que pueden tomar el mismo camino ante la negativa del Estado de demarcar sus tierras.

Pero lo más importante es la aceleración de estos procesos. Hasta 2019, Alkmin había identificado 14 protocolos de demarcación. Tres años después ya son un total de 26 protocolos, abarcando 64 pueblos indígenas diferentes y 48 territorios distintos. Esto nos señala que bajo el gobierno Bolsonaro hubo un crecimiento de los procesos autónomos entre los pueblos originarios amazónicos, que se condice con el enorme protagonismo que han tenido a escala de todo Brasil. Por eso Lula los quiere domesticar.

No es el único caso. Sabemos que bajo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador se formaron nuevos caracoles zapatistas en Chiapas, hasta pasar de los cinco iniciales a los doce actuales. En Puebla la lucha por el agua ha crecido de forma exponencial desde que Pueblos Unidos tomara la planta de Bonafont y cerrara definitivamente el pozo que robaba el agua a los campesinos. La resistencia en el istmo al Corredor Transístmico es sólida y está extendida. Seguramente hay otros procesos que desconozco.

La Flor Peri Odico

En Chile el pueblo mapuche ha realizado más de 500 recuperaciones de tierras desde 2019 y se han multiplicado las organizaciones que luchan por la autonomía a pesar de la creciente militarización de Wall Mapu por el nuevo gobierno progresista.

Son sólo retazos de resistencias que no han dejado de crecer, bajo la línea de visibilidad mediática, en este 2022 que, aparentemente, no nos muestra grandes acciones.

Este 2023 que recién comienza, será un año de luchas de mayor intensidad que el anterior. Los pueblos organizados están aprendiendo a moverse bajo la tormenta, algo que nunca habían sufrido con tal intensidad. No se han tomado un respiro. Para nada. Estamos ante nuevos modos, los que resultan necesario para seguir navegando.

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